Rebelión, 17-06-2014
Fotos: Pablo Vergara_ https://www.facebook.com/PVCfotografia?fref=ts
Extraño ambiente el que se respira en
territorio carioca. La ciudad de Río de Janeiro, a menudo considerada la
ciudad-bandera de Brasil, acapara en el presente la atención de un auditorio
internacional, con motivo de la copa mundial de fútbol. Este sólo hecho
transfigura sustantivamente la temperatura social. Con más de 11 millones de
habitantes (incluida la zona metropolitana), esta urbe de aparatosos contrastes
ocupa el primer lugar en afluencia turística en el país, y es por sí sola, de
acuerdo con las deshonestas valoraciones de los indicadores macroeconómicos,
una de las economías en más rápido ascenso. La microeconomía, esa que atañe a
los que entienden poco o nada de la ciencia económica, es igual de ingrata que
en cualquier otro país latinoamericano. Ser pobre es un calvario. El milagro
brasileño comparte una característica con esos otros prodigios económicos que
cada cierto tiempo irrumpen para beneplácito de los economistas nobel y
consortes: finge demencia con los damnificados de la bienaventurada bonanza.
Acá en Río de Janeiro la copa es un acontecimiento que
despierta poco entusiasmo. La atención está volcada a lo que a menudo se conoce
como la “anti-copa”. Cuando el
carioca aborda a un “gringo” (para el
fluminense todos los extranjeros son merecedores de este hiriente epíteto), sin
más fingimientos introductorios inquiere: “¿usted
vino a Brasil para la copa o la anti-copa?” Lo curioso es que la gente en
Río intuye que el interés de no pocos foráneos gravita alrededor de las
movilizaciones y no de los “fan fest”
o festivales para despreocupados aficionados del fútbol. Naturalmente la
respuesta de los inquiridos varía significativamente. Algunos, condenados a una
especie de estado esquizofrénico, divididos entre una simpatía irreductible con
las causas anti-copa y una pasión no menos incorregible por el deporte que más
devotos congrega, se ven obligados a responder sin ambages aunque no sin una
cuota de vergüenza: “venimos a la copa y
a la no-copa”. Lo cierto es que un porcentaje mayoritario de brasileños
está inconforme con la celebración del mundial en su suelo. Y adviértase que se
trata del país del fútbol. En Brasil,
la copa del mundo es una especie de intruso malquerido, un arrimado que hace
algún rato comenzó a apestar. No exageran los brasileños cuando acusan que la
FIFA es el gobierno de facto en Brasil. La copa involucró una suerte de
ocupación territorial, y por consiguiente una ocasión de confiscación de un
patrimonio nacional: el fútbol. El movimiento anti-copa exitosamente evidenció
que esta expropiación arrastra por añadidura un inventario de atropellos aún
más graves o socialmente nocivos: desplazamiento de asentamientos, despojo de
viviendas, policialización de las calles, reorientaciones presupuestarias
claramente lesivas para las franjas poblacionales más desprotegidas, usufructo privado
de los erarios públicos etc. No sorprende que el estado de ánimo que rodea al
mundial sea de desconfianza e indignación. La pregunta que más inquieta no es
en relación con quién será el campeón del certamen, sino cuál será el alcance
de las protestas. Inédito e insólito: no se recuerda una copa tan señaladamente
marcada por un asunto ajeno a las canchas, y en un país donde el fútbol es
acaso algo más que una religión.
Lo que mal empieza mal acaba.
Tan
sólo dos años después de la designación de Brasil como anfitrión de la copa del
mundo, el propio presidente Lula se encargó de señalar los retrasos en las
obras de urbanización e infraestructura previstas para el mundial. Lo que no
agregó –por razones políticas facciosas– es que esas demoras eran resultado de
las recompensas de los operadores políticos de la FIFA, solventadas con base en
la malversación de los caudales dinerarios públicos. Con el mundial ya en
marcha, las obras siguen inconclusas. Y es prácticamente un hecho que
permanecerán inacabadas. Un carioca resume el sentir de los brasileños en torno
a esta tomadura de pelo: “lo peor que
pudo pasar es que no acabaran las obras antes del arranque del mundial; porque
si no estuvieron listas para la copa no estarán listas nunca”. Sin el
escrutinio internacional las obras están condenadas a la suspensión indefinida
o definitiva.
La semana que precedió a la inauguración de la copa fue un
amasijo oscilante de nerviosismo de las autoridades públicas, desinterés
ciudadano, descontento social, y poca o nula afluencia de turistas. La gente en
Brasil sin tapujos admite que la expectativa es más alta cuando el mundial de
fútbol se celebra en otro país. En Río los banderines sólo ondean en las
favelas y en alguno que otro establecimiento comercial. El grafiti anti-copa
tiene predominio en la decoración popular de la ciudad. Y muchos de los
volantes que circulan en las calles anuncian convocatorias para las protestas,
congresos y mítines políticos adversos a la copa del mundo. Los microeventos
políticos ensombrecen el megaevento deportivo.
El malestar social no es llanamente un reclamo por el
derroche monetario que acarreó la organización del mundial de fútbol. Es más
complejo, profundo e indeterminado el fondo de la agitación. Involucra la
omisión de demandas sociales largamente desoídas; el abuso metódico a gran
escala; la violencia efectuada contra los grupos favelados o más
vulnerables; la obscena manipulación de la información; el alza astronómico del
costo de vida, etc. Brasil es un compendio de contrastes inexcusables: los
sectores medios-altos viven más o menos cómodamente (aunque en entornos de
extraordinaria inseguridad); los pobres no ven lo duro sino lo tupido. Y aún
cuando las manifestaciones no están conducidas por sujetos favelados (curiosamente
destaca más la presencia indígena), el hecho es que el reclamo ciudadano
general tiene un alto contenido popular. La protesta es un gesto de fastidio
socialmente transversal. Y un signo de una conciencia política que avanza en
sintonía con la creciente complejidad de los pueblos latinoamericanos,
inscritos en el marco de una globalidad desfavorable para la región. En un país
que ya conoce lo que es cambiar la política a través de la movilización (véase
los orígenes del PT), es tan sólo natural que la gente estime con más criterio
político la protección de sus derechos básicos. La movilización es fruto de una
razón crítica apreciablemente extendida en Brasil. Es un rebase por la
izquierda a esa izquierda partidaria que alguna vez trazó e inauguró en las
calles el empoderamiento ciudadano, y que ahora encumbrada en el poder pretende
frenar este proceso, en contubernio con las intrusivas transnacionales. En el
contexto de la advenediza copa del mundo, las consignas políticas en Brasil
están a tono con esta deshonrosa realidad: “Ocupa
copa” o “FIFA go home”.
La nota destacada de la
inauguración fue la confrontación.
El
argentino Jorge Valdano, hombre de letras e inteligente, aunque
desproporcionadamente apodado el “filósofo
del fútbol”, declaró en alguna ocasión que este deporte se ha convertido en
algo lo suficientemente importante como para demandarle un poco de
responsabilidad social. Muchos en Brasil parecen coincidir con el exfutbolista
argentino. Otros difieren, y desprenden el fútbol de su momento sociopolítico.
Estas dos posiciones se enfrentaron física y verbalmente en Copacabana, el “día uno” de la justa mundialista.
Brasileños pro-copa y anti-copa colisionaron en las inmediaciones de la
emblemática playa carioca. El encuentro no fue nada terso. Golpes, empellones y
recordatorios de progenitora. Los menos fieros buscaron los micrófonos y
cámaras para expresar, según fuera el caso, su simpatía o inconformidad con la
copa. La policía militar reprimió sigilosa y selectivamente. No obstante, ese
mismo día por la mañana, en el folclórico barrio de la Lapa, los llamados “robocops” disolvieron la primera
manifestación de la jornada inaugural con lujo de garrotazos y explosivos
lacrimógenos. Más de un manifestante fue detenido sin que los medios de
comunicación pudieran dar cuenta de su nombre o paradero. Al final, todo marchó
sin contratiempos y con singular festividad… de acuerdo con los reportes de la
prensa tradicional.
Con frecuencia se escucha decir, en una clara evocación de
aquel emotivo discurso de Diego Armando Maradona, que la pelota no se mancha.
Al menos esa es la expectativa de los esquizofrénicos sin cura que, por un
lado, denuncian la colección de agravios que trae consigo la organización de la
copa, y por otro, profesan incorregiblemente un culto al dios redondo: el
fútbol.
Balón dividido, auditorio
dividido. Esta contradicción es la cifra dominante de Brasil 2014.
Glosa
marginal: un grupo de colegas chilenos-brasileños documentó la primera jornada
de actividades del Congreso Intercultural de Resistencia de los Pueblos
Indígenas y Tradicionales Maraká-aná, celebrado en Seropédica, Río de Janeiro,
del 4 al 8 de junio. Los orígenes de esta moción se remiten al desalojo en 2013
de las familias indígenas que habitaban la Aldea Maracaná, un antiguo edificio
adyacente al mítico estadio de fútbol. La expulsión de los indígenas y la
ulterior ocupación policial de las instalaciones puso al descubierto los
violentos procesos de aristocratización socioespacial que escoltan la
preparación de los megaeventos deportivos.
Este
es el testimonio audiovisual de los compañeros de Memoria Latina: https://www.youtube.com/watch?v=1wzxivHaX9U&feature=youtu.be
Rebelión ha publicado
este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons,
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