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A 44 años de la desaparición de Ignacio Salas Obregón, uno de los fundadores de la Liga Comunista 23 de Septiembre

En 1974, hace 44 años, fue detenido-desaparecido Ignacio Salas Obregón ‘Oseas’, uno de los fundadores de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Su caso fue presentado ante la Fiscalía Especial en el año 2002.
Nada esperamos del Estado. A 12 años del reclamo  de investigación ante las autoridades judiciales no ha pasado nada. La fiscalía ya no existe, la PGR no investigó nada, no hay ningún indicio de justicia de arriba.
Pero abajo no olvidamos. La memoria colectiva de nuestra lucha por un mundo mejor y nuestra ética revolucionaria nos plantean la necesidad de nombrar a nuestr@s compañer@s desaparecid@s, asesinad@s, pres@s, torturad@s, perseguid@s por el poder. No podemos, no debemos quedar callad@s, ni olvidar.
El silencio, nuestro silencio, sería cómplice de los crímenes que ayer cometió el poder y hoy sigue cometiendo.   
En 2002 la revista Proceso publicó el artículo que ahora reproducimos aquí…,  para que la memoria de abajo siga viva y caminando por la justicia.
(La Voz del Anáhuac)
El caso del fundador de la Liga 23 de Septiembre, ante la 'Fiscalía Especial'
Proceso
Publicado el 21 de febrero de 2002
Reproducido por Guerrilla Comunicacional en junio d 2014
Una semana después de su captura, en abril de 1974, Ignacio Salas Obregón cayó en el hoyo negro de las desapariciones. Para la DFS, el fundador de la Liga 23 de Septiembre era una presa demasiado importante para dejarla en prisión. Casi 28 años después (2002), su caso será puesto explícitamente en manos de la Fiscalía Especial sobre la guerra sucia. Ésta es la historia del hombre cuya vida transcurrió del cristianismo a la guerrilla.
La madrugada del 25 de abril de 1974, un automóvil Dart azul con capacete negro se estacionó cerca de la esquina de las calles Puebla y Morelia, en la zona de Valle de Ceylán, en Tlalnepantla, Estado de México. Al ver que se aproximaba una patrulla de la policía municipal, el conductor se agachó, intentando ocultarse. De acuerdo con notas periodísticas de la época, los policías Antonio Gutiérrez Murillo y José Luis Meza López, detuvieron su patrulla tras percatarse de la conducta sospechosa del conductor del Dart. Al bajar de la patrulla, Gutiérrez y Meza fueron recibidos a balazos. Los policías, heridos, respondieron el fuego, parapetados en su vehículo.
Alcanzado por las balas de los agentes, desangrándose, el hombre del Dart vació el último cargador que le quedaba y se rindió. Aunque se rehusó a identificarse, la Dirección Federal de Seguridad (DFS) que de inmediato hizo suyo el caso, desplazando por completo a la Procuraduría estatal, sabía que el detenido era presa importante, y no el trabajador electricista que aparentaba ser mediante una credencial falsa.
Cuatro días después de la balacera, la DFS conocía su verdadera identidad: El hombre internado en el Hospital Civil de Tlalnepantla cuyos médicos le habían salvado la vida en realidad era Ignacio Salas Obregón, jefe de la Liga Comunista 23 de Septiembre.
Las notas periodísticas sobre su detención fueron el último testimonio público de su existencia. Una semana después de su captura, Salas Obregón, de 25 años de edad, había caído en el hoyo negro de las desapariciones forzadas.
Dormido para la justicia mexicana por más de 27 años, el caso de Salas Obregón será llevado el próximo jueves 21 ante la Fiscalía Especializada que investiga las desapariciones políticas de la guerra sucia. Será la segunda denuncia por desaparición forzada que conozca de manera directa la dependencia a cargo de Ignacio Carrillo Prieto, luego de que el 22 de enero último recibió el caso de la desaparición de Cruz Hernández Hernández, estudiante de la Prepa Popular Tacuba, ocurrida en 1981.
Aparte de este último caso, la fiscalía recibió cuatro más, de la Subprocuraduría “A” de la Procuraduría General de la República, la primera dependencia gubernamental en hacerse cargo de la orden del presidente Vicente Fox de investigar las desapariciones políticas contenidas en el informe de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), de noviembre pasado, que “acreditó” la desaparición forzada de 275 personas.
En declaraciones a Proceso, Carrillo Prieto comentó que con las denuncias que se presenten de manera directa ante su oficina y las que le transfirió la Subprocuraduría “A”, el informe de la CNDH servirá de base para las investigaciones que realice la Fiscalía Especializada
Al analizar el caso de Salas Obregón, la CNDH encontró que la Policía Municipal de Tlalnepantla y la DFS “conculcaron al agraviado el derecho a gozar de las prerrogativas que como ser humano le corresponden; en particular, quedó acreditada la violación al derecho a la seguridad jurídica, así como a gozar de una vida digna en estado de plena libertad”.
La denuncia sobre la desaparición de Salas Obregón será presentada por Graciela Mijares López, su compañera de vida y luchadora por la causa de los desaparecidos desde los años setenta, y contará con el apoyo del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro, la Asociación de Familiares de Desaparecidos de México y la Fundación Diego Lucero.
El caso ha alcanzado recientemente resonancia internacional. El 19 de diciembre último, el diario estadunidense Los Ángeles Times publicó un reportaje sobre Salas Obregón, como parte de una serie sobre la guerra sucia.
Del cristianismo a la guerrilla
Mediante decenas de entrevistas realizadas por este reportero en distintas partes del país, así como la consulta de abundante correspondencia inédita, a lo largo de los últimos cuatro años, emerge un retrato de quien pasó de vivir una infancia acomodada y sin sobresaltos y una adolescencia influida por el pensamiento cristiano, a dirigir la expresión más acabada y violenta de la guerrilla urbana de los años setenta.
Paradigma de los jóvenes profesionales que apostaron en esa época por la vía armada, Ignacio Salas Obregón cruzó caminos con muchos hombres y mujeres de su generación que alcanzarían el poder en ámbitos más ortodoxos, como la Cámara de Diputados: el panista Carlos Castillo Peraza, la priista Dulce María Sauri y el perredista Camilo Valenzuela son sólo algunos de esos políticos que trataron a Salas Obregón.
Nacido en Aguascalientes, el 19 de julio de 1948, en el seno de una familia de comerciantes, Ignacio fue el segundo de los cuatro hijos del matrimonio de Salvador Salas Calvillo y Enriqueta Obregón Urtaza.
Educado en colegios católicos, Ignacio tuvo una infancia tranquila, con no pocos privilegios. Fines de semana en el Country Club, clases de pintura y vacaciones en Acapulco y Manzanillo eran parte de la rutina familiar, recuerda Luz Eugenia, su hermana.
Aunque los Salas Obregón eran muy devotos, don Salvador llegó a estar en un seminario, en Sonora, y Salvador, el hijo mayor de la familia, es sacerdote, el interés de Ignacio por la religión no despuntó hasta que sus padres lo enviaron a Monterrey, para estudiar la preparatoria y la carrera de ingeniero civil en el Tecnológico.
En esa ciudad entró en contacto con un grupo de sacerdotes jesuitas, al que la dirección del Tec había convocado para hacer trabajo pastoral en la institución, así como con otro grupo, de jesuitas también, que llegó a esa ciudad, enviado por la jerarquía eclesiástica, para hacer la misma labor entre los estudiantes de escuelas públicas del estado.
En el Tecnológico de Monterrey, Ignacio conoció al tapatío José Luis Sierra Villarreal, con quien se involucró en movilizaciones estudiantiles, algunas de ellas en apoyo de la lucha de la UNAM y el Politécnico en 1968. A Sierra, el activismo le costó la expulsión del Tec.
También participó en grupos cristianos influidos por el pensamiento del filósofo y teólogo francés Pierre Teilhard de Chardin y las tesis de lo que después se conocería como la Teología de la Liberación.
Uno de esos grupos fue el Movimiento Estudiantil Profesional (MEP), afiliado a la Acción Católica. Otro, la Obra Cultural Universitaria, fundada por jesuitas, donde convivió con estudiantes católicos de la Universidad de Nuevo León, entre ellos Ignacio Olivares, de la Escuela de Economía.
En esos círculos de reflexión y activismo cristianos conoció a Graciela Mijares, de quien no se separó hasta su desaparición.
A mediados de 1968, Ignacio abandonó sus estudios de ingeniería para dedicarse de tiempo completo al trabajo del MEP. Como su dirigente nacional, organizó reuniones en diversas partes del país.
Sin recursos su padre le retiró toda ayuda económica, molesto por su decisión, Salas Obregón compartió una oficina con Carlos Castillo Peraza, en la calle de Jalapa, de la colonia Roma. En una entrevista con el reportero, el futuro presidente del PAN, fallecido en 2000, contó que compartió con él su sueldo como presidente de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, organización filial del MEP.
Entre 1969 y 1971, Ignacio participó en un proyecto de “inserción social” en Ciudad Nezahualcóyotl. Emulando una idea de la Compañía de Jesús, Ignacio y otros tres jóvenes José Luis Sierra, quien había sido expulsado del Tec, así como el poblano Carlos Garza Falla y el jalisciense Miguel Rico Tavera rentaron una casa en la calle de Macorina, donde convivieron con la realidad de ese cinturón de miseria.
Sierra había llegado a la Ciudad de México luego de ser expulsado del Tec. Así como eran cercanos Salas Obregón y Sierra, lo eran también Graciela Mijares y Dulce María Sauri Riancho, sus respectivas parejas y estudiantes ambas de la Universidad Iberoamericana.
La casa de Neza se volvió un punto de encuentro
“A diferencia de lo que ocurrió en el movimiento de 1968, cuando los estudiantes pedían al pueblo que se uniera a su causa, a finales de 1969 la idea era la contraria: había que unirse al pueblo”, recuerda el sociólogo Martín de la Rosa, ex sacerdote jesuita que conoció a Salas Obregón y a Sierra Villarreal en esos años y vivió en la casa que la Compañía de Jesús puso en la calle de La Cucaracha, no lejos de la de Macorina.
Alejado de los estudios formales, Salas Obregón se adentró en el conocimiento del marxismo, disciplina que llegó a dominar más que muchos de los jóvenes que militaban en organizaciones de izquierda y que terminaron, igual que él, en la guerrilla.
Pronto estaba dando conferencias sobre teoría marxista en la UNAM, recuerda Mario Ramírez, entonces estudiante de la Facultad de Economía y compañero de Salas Obregón en la Liga 23 de Septiembre. “Tenía una memoria fotográfica de los escritos de Marx, y una gran capacidad teórica”, agrega Ramírez. “Se podía pasar horas y horas escribiendo a máquina”.
Pero la preparación teórica no empataba con la militar.
“Nacho y José Luis no tenían conocimientos de armas, todo era una cosa bastante infantil”, opina Martín de la Rosa. “Me pedían a mí que les diera instrucción en el manejo de armas, sólo porque yo había hecho el servicio militar”, secunda Miguel Rico Tavera, hoy cineasta, quien, al igual que Carlos Garza Falla, no se fue a la guerrilla.
A diferencia de De la Rosa, que siempre desacreditó la vía armada por principio y como opción, otro de los sacerdotes jesuitas cercanos a Salas Obregón, Xavier De Obeso, sí comulgaba con la idea guerrillera. Sin embargo, De Obeso se arrepintió y al final no se sumó al grupo armado. Muchos entrevistados coinciden en que De Obeso, ya fallecido, tuvo mucho que ver en la decisión de Salas Obregón de lanzarse a la guerrilla, “lo aceleró y luego se rajó”, lamentan.
Para entonces, Salas Obregón había estrenado su primer nombre de guerra: Vicente, en honor de San Vicente de Paúl, un santo muy venerado por su familia en Aguascalientes
El jefe Oseas
A principios de 1970, Salas Obregón retoma el contacto con Raúl Ramos Zavala, un joven economista, miembro de la Juventud Comunista, a quien había conocido en las luchas estudiantiles en Monterrey. Ramos Zavala había llegado al DF, en agosto de 1969, como enviado de la dirección de la JC, para hacerse cargo de la reorganización de su estructura en la UNAM, severamente dañada tras de la represión de 1968.
Por caminos diferentes, el cristianismo y el marxismo, Salas Obregón y Ramos Zavala llegaron a la misma conclusión: La única forma de transformar la realidad social era la vía de las armas.
La noche del 10 de junio de 1971, después de la represión del Jueves de Corpus, Ramos Zavala y otros jóvenes que habían roto con la JC, un grupo conocido como Los Procesos, visitaron a los jóvenes de orientación cristiana para relatar lo que había sucedido horas antes en San Cosme. La conclusión de los hechos de ese día fue obvia para unos y otros: había que lanzarse a la guerrilla.
Dos meses después, el grupo unificado ya había hecho su primera acción armada: el asalto a una terminal de autobuses en Iztapalapa.
La estrategia guerrillera de Ramos Zavala tenía una meta: unificar a los distintos grupos armados en el país. Para finales de 1971, ya habían fructificado varios contactos. De hecho, las primeras armas del grupo cristiano-comunista fueron proporcionadas por el Núcleo Central, la organización comandada por el chihuahuense Diego Lucero, que ya había realizado sus propios asaltos para financiarse.
En diciembre de 1971, las distintas organizaciones que comenzaban a platicar planearon una gran acción “expropiatoria”: el robo de los aguinaldos de Petróleos Mexicanos. Al fracasar ese operativo, cambiaron de estrategia y optaron por asaltos bancarios simultáneos, en distintas ciudades. Los asaltos, efectuados en Chihuahua y Monterrey, en enero de 1972, fueron un desastre y dejaron como saldo un gran número de guerrilleros muertos, heridos y encarcelados.
Ramos Zavala y Salas Obregón, participantes en los asaltos de Monterrey, tuvieron que huir para evitar ser detenidos por la policía. Buscados en todo el país, se ocultaron en casas de seguridad de la Ciudad de México. El 6 de febrero, la policía dio con Ramos Zavala en el Parque México, donde murió en un enfrentamiento.
Salas Obregón cambió su alias por el de Oseas, el nombre del profeta que sentenció que quien siembra vientos cosecha tormentas.
Oseas retomó la estrategia de Ramos Zavala y la llevó a término. Victoria Montes, viuda de Ramos Zavala, cuenta que Salas Obregón la visitó poco después de la muerte de su esposo y “me prometió que la muerte de Raúl no sería en vano, que concluiría su trabajo”.
El verano de ese año, Salas Obregón subió a la sierra de Guerrero para entrevistarse con el guerrillero Lucio Cabañas, con quien, sin embargo, no pudo establecer a la postre alianza alguna. También viajó a Sinaloa, donde se reunió con Camilo Valenzuela, entonces dirigente de la fracción de la Federación de Estudiantes Universitarios conocida como Los Enfermos; con ellos sí fructificaron las conversaciones.
En marzo de 1973, varios grupos fundaron la Liga Comunista 23 de Septiembre. El nombre, relata Gustavo Hirales, participante en el encuentro de fundación, fue propuesto por Salas Obregón.
Ese año y el siguiente, 1974, fueron los de mayor actividad armada de la nueva organización. Otros grupos guerrilleros: el FUZ, la ACNR y el FRAP, habían conseguido buenos réditos políticos con el secuestro de personas importantes. La Liga dedicó buena parte de sus esfuerzos a reproducir esa experiencia, en tanto que buscaba implantar focos guerrilleros en distintas zonas rurales. Sin embargo, la muerte de dos secuestrados (Eugenio Garza Sada, quien murió en el intento de secuestro, y Fernando Aranguren), desató la represión en contra de la Liga y en las filas de la organización cundió la paranoia, el deslinde y el ajuste de cuentas.
Aunque la Liga basaba su fuerza en la unidad de los grupos que la integraron, la diversidad de origen no soportó el peso de la represión,
Ignacio Olivares, compañero de Salas Obregón desde los tiempos del activismo cristiano en Monterrey, fue detenido y torturado hasta la muerte, en febrero de 1974, en aparente venganza por los asesinatos de Garza Sada y Aranguren. Lo mismo le sucedió al también guerrillero Salvador Corral.
Olivia, una ex militante de la Liga que prefiere no ser citada por su nombre real, recuerda las preocupaciones que Salas Obregón compartió con ella y otros por esas fechas: Oseas estaba convencido de que la Liga estaba infiltrada, y que las traiciones fueron la causa de la muerte de Ignacio Olivares. La muerte de Nacho le dolió mucho”. Poco después, en una reunión nacional de la Liga, Salas Obregón disolvió la coordinadora de la organización y asumió el control total.
La desaparición
La noche del 24 de abril, Salas Obregón asistió a una reunión secreta para afinar una parte de la estrategia que le importaba mucho personalmente: la propaganda. El oaxaqueño Cirilo Peña, Zenón, estuvo en esa cita.
“Nos vimos en la casa de seguridad del Piojo Blanco (Luis Miguel Corral), para discutir dónde colocar nuevas imprentas”, relata Peña, uno de los dos indígenas que llegaron a puestos de dirección en la Liga.
Terminada la reunión, Oseas dejó a Zenón en la Calzada Ignacio Zaragoza, para que tomara un autobús urbano hacia Neza. Era cerca de la media noche. Al volante de su Dart, Salas Obregón se dirigió a Valle de Ceylán, en los límites de Tlalnepantla con el Distrito Federal, donde lo esperaban en una casa de seguridad de la Liga.
Entre los que dormían a esas horas en la casa de seguridad estaba Olivia. “Oímos los balazos y hubo quién creyó que era Oseas, pero El Viejito (Rodolfo Gómez García), quien estaba a cargo de la casa, impidió que saliéramos. Al día siguiente, supimos por un voceador de periódicos lo que había pasado y desalojamos rápidamente la casa”.
Aunque la detención de Salas Obregón parece haber sido fortuita, entre muchos ex militantes de la Liga ha quedado la impresión de que El Viejito, uno de los principales dirigentes de la Liga y de quien casi nadie volvió a saber, fue responsable de su caída.
Algunos miembros de la Liga intentaron rescatar a Salas Obregón del Hospital Civil de Tlalnepantla, relata José Luis Moreno Borbolla, alias Ramón, entonces militante de la Brigada Roja, la fracción capitalina de la organización. Sin embargo, la acción no se pudo realizar a tiempo “por fallas de logística”. Cuando el comando que intentaría liberar a Oseas estaba listo, dice Moreno, el jefe de la Liga ya había sido trasladado a otro sitio por agentes de la DFS. De acuerdo con una nota periodística, el traslado ocurrió el 2 de mayo de 1974.
A partir de entonces, Salas Obregón pasó a engrosar la lista de desapariciones políticas, una práctica que había comenzado cinco años atrás. En su investigación, que concluyó en noviembre pasado, la CNDH encontró una ficha de la DFS, fechada el 15 de mayo de 1974, que da cuenta de un interrogatorio que se hizo a Salas Obregón.
Se trata de la evidencia más reciente de que el jefe guerrillero estaba vivo, en manos de la DFS. Según el informe, la ficha fue elaborada “por el entonces Director Federal de Seguridad”, Luis de la Barreda Moreno.
La fotografía de Salas Obregón, junto a la de otros desaparecidos, se imprimió en el primer cartel de la organización que formó Rosario Ibarra de Piedra a fin de demandar la presentación de los detenidos.
La desaparición de Ignacio hundió en el silencio a la familia Salas Obregón. “Era algo de lo que no se hablaba en la casa”, dice Luz Eugenia. Aun así, los padres de Ignacio asistieron a una cita en la Secretaría de Gobernación, cuyo titular era el aguascalentense Enrique Olivares Santana. Sin rodeos, informó al matrimonio: “Ya no busquen a su hijo. Está muerto. Es todo lo que pude averiguar”.
Era el 23 de septiembre de 1978.

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