Lo esencial, lo justo, lo indispensable, lo superfluo.
Por lo que se espera, por lo que se lucha, por
lo que se camina, por lo que se regresa.
La tierra roja, las calles rotas, la fiesta
larga, el tabaco, el ron, los campos diversificados.
Las guaguas,
los cubataxis, los cocotaxis,
los autos que de milagro caminan, los motores que echan humo por la boca.
Los cuerpos esculturales, los sudores, las
formas de caminar el cuerpo, los modos de pisar el suelo, las maneras de
hacerse ciudad y campo.
Las miradas, el fuego de las miradas, la
complicidad de las miradas. La intensidad del beso, las manos que se
entrelazan, los cuerpos que se aprietan, los chasquidos con la boca. El calor,
el sol radiante, la luz perfecta, los reflejos, las sombras, el coqueteo con la
vida. La luz artificial que apenas ilumina.
Lo cubano. El saberse otr@, distint@, únic@. Su imaginario del mundo, su forma
de salir al mundo ante la presencia del otro, sus desdoblamientos.
El viento que no necesariamente trae cambios, la
vida detenida, el presente anclado en el pasado, la implacable corriente del
futuro que choca con lo inmutable.
Los deseos, las prisas, las pretensiones de
huir, lo añorado, las ganas de no irse, de nunca irse. Lo apremiante, lo
lejano, lo aquí a la mano, la desconexión.
El Estado, la propaganda, la historia oficial.
Martí, el Apóstol. Camilo. Fidel. Raúl. El Che en todas sus presentaciones. Los
edificios gubernamentales, los oficiales abandonados al escritorio. Las viejas
oficinas decoradas con banderas. Los uniformes verdes, el trabajo obligatorio,
las consignas revolucionarias, los viejos rótulos de los CDR’s, la mezquindad
gubernamental.
El desfase generacional, la juventud volcada al
reggaetón, la bachata, la salsa y el son. Los discursos vacíos, la identidad
nacional. La Patria. La Patria y la Muerte. Los grandes acontecimientos. El
26-7, el ’59, los 5 mártires, la Revolución, la Revolución, la RE-VO-LU-CIÓN.
El acceso universal, lo básico resuelto, la
masificación de los servicios. Las contradicciones no manifestadas, las
contradicciones acalladas.
Las escuelas, el helado en el recreo, los
pañuelos rojos, las faldas cortas, las piernas largas, los paseos por la plaza.
La Cuba del turismo, lo falso, lo creado, lo
planeado, lo montado. La Cuba ingrata. Lo que innegablemente sí es Cuba.
Lo viejo, lo destruido, lo derruido, lo
condenado, lo irrenovable, lo irremplazable, lo inacabable, lo irrevocable, el
pueblo inacabable.
La alegría, el hablar gritando, el contacto
humano, la interpelación, la mami, el papi, la candela, el ¡asere qué volá!, la mielda,
el ¿sí me entiendes lo que te digo?
El pan seco, el papel de baño de cartón, el
arroz moro, la cerveza, la malta, los batidos, el ron en el malecón, el malecón
en el ron.
Lo afro, lo blanco, lo indígena, lo cubano. La
santería, lo hermoso, lo horroroso. Los aportes, la diferencia, la sensualidad,
lo erótico paseándose por la calle.
La poesía y la pintura de las almas, la música y
el baile de los cuerpos, el canto de los sueños. Las otras violencias, las
confianzas, los colores. Todos los colores.
La escasez. Lo que debería de haber, lo que
tampoco debería de haber, lo que se acaba, lo que ya no hay, lo que ya no se
tiene, lo que se tenía, lo que ya cerró, lo que aún no abre, lo que todavía no
pasa, lo que va lleno, lo que está “perdío”.
Lo que se tiene que ganar; ganar luchando…
Cuba no cabe en un cuadro. Tampoco cabe en un click. Cuba es un paréntesis, una
burbuja, un punto y aparte, un nudo trazado de pasado en el presente.
Estas imágenes y palabras son sólo intentos de
retratos, de historias, de cotidianidades, de retazos de lo que vi, sentí, viví
en la isla. Fuera de las grandes consignas y acontecimientos, este relato
apunta a la vida diaria de una Cuba que rebasa cualquier intento de
demarcación. Ojalá que quien lea y vea, perciba un poquito del color, del
sabor, del sueño, de la esperanza de Cuba.
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