Por Raúl Mannise
28/08/2012
Tierra! es un magnífico y poético documental
estadounidense inspirado en el libro de Bill Logan “Dirt: The Ecstatic Skin of the Earth”. La película nos conecta con
la insospechada cantidad y formas de vida que atesora el suelo, y describe
asimismo desde perspectivas múltiples, la profunda relación de los humanos con
eso que llamamos “tierra”. Desde su historia más inaccesible y remota como
partículas de otras galaxias, hasta los más diversos usos y aplicaciones del
suelo en nuestros días, tanto mediante buenas prácticas sostenibles como de
otras muy cuestionables.
La propuesta no tiene un
único mensaje central, sino que ofrece un abanico de lecturas sistémicas y
universales. Así podemos descubrir enfoques históricos, culturales, éticos,
didácticos, científicos, prácticos y hasta espirituales: Estamos hechos de la
misma materia, una materia sagrada que muy pocas veces apreciamos debajo de
nuestros pies.
“Este puñado de suelo
probablemente incluye millones de microorganismos y ellos están conviviendo,
algunos en cooperación, otros compitiendo. Cuentan con tremendas estrategias para
vivir unos con otros o eliminarse, haciendo su propio lugar en la tierra (…) Al caminar en el paisaje no solamente los pájaros, los osos y los
demás animales del bosque se dan cuenta. Los microbios del suelo también son
conscientes de nuestra presencia.”
A lo largo de más de
cuatro mil millones de años de evolución se ha creado la tierra fértil que
conocemos, y a través de la cual todos los seres vivos hemos sostenido nuestra
vida, incluidos los humanos. En el devenir de la historia, la tierra siempre nos
ha proporcionado el alimento, recicla el agua, nos da refugio, arcilla,
combustible, medicinas, flores, colores y todo lo que nos podamos imaginar.
Absolutamente todo lo que hemos necesitado, tanto para nuestra supervivencia
básica como para cuestiones suntuarias, todo lo hemos obtenido desde la tierra,
estudiando y aprendiendo de ella a lo largo de los últimos diez mil años, en
una relación ininterrumpida, íntima y profunda.
“A veces soy padre de la tierra porque la cuido, otras la
tierra es la madre que me alimenta. Y a veces la tierra es mi amante, porque
compartimos una relación de amor. Yo la cuido y ella me cuida. Puedo sentir la
vida adentro de ella”.
[Pierre Rahbi]
Sin embargo, en los últimos tiempos fuimos perdiendo esa
conexión vital corriendo el altísimo riesgo que eso implica: Nuestra propia
desaparición como especie. Con la agricultura industrial, el deficiente
planeamiento urbano, nuestra curiosa visión del progreso y la manía de cubrirlo
todo con luces y cemento, el derroche de recursos, la minería depredadora y
muchos otros factores igualmente destructivos, en medio de esta vorágine del
crecimiento económico a toda costa, estamos destruyendo no sólo la fuente
primordial de nuestra vida sino también de las demás especies, dejando a nuestros
hijos y nietos sin el sustento esencial. Y en este alienado proceso de
desconexión no somos del todo conscientes de otras curiosas ideas que fuimos
instalando en nuestra cultura, tal como esa de la palabra “tierra” que se relaciona con la suciedad, y no con la vida.
En sus pasajes más
dramáticos la película nos confronta con el hecho de que le hemos declarado la
guerra al suelo a través de prácticas extremadamente agresivas y no
sostenibles. Inundaciones, sequías, hambrunas, miseria, hacinamiento, cambio climático,
todo está relacionado con la forma en que los humanos estamos tratando al
suelo. Civilizaciones enteras han prosperado o han caído en función de cómo se
relacionaban con su tierra, y ahora no será la excepción.
“Hicimos grandes cambios en el paisaje con malas prácticas
agrícolas (…) Hemos perdido un tercio de nuestro suelo
fértil en los últimos 100 años. El problema de la agricultura es la forma en
que ahora la hacemos (…) Si miramos
los paisajes hoy, tenemos millones y millones de hectáreas de monocultivo de
una sola variedad. Estos monocultivos ahora colapsan en escenarios de cambio
climático, especialmente en situaciones de sequía. Cuanto más monocultivo, más
vulnerables son nuestros sistemas”.
Entre todas las interesantísimas
personalidades que exponen sus pensamientos y propuestas en este documental
podemos hacer una mención especial a Wangari Maathai, bióloga, activista
política y ecologista nacida en Kenya, premio Nobel de la Paz en el año 2004 y
recientemente fallecida, quien pone de manifiesto a través de la emotiva
historia del colibrí, la necesidad urgente de que todos debemos asumir una
participación activa hacia un plan de reparación de la tierra, y por pequeño
que nos parezca nuestro aporte:
Había un gran bosque que
se estaba incendiando. Todos los animales escapaban mientras observaban
estupefactos el bosque en llamas. Y todos se sentían muy torpes, impotentes,
excepto el pequeño colibrí, que dijo: “Yo
voy a hacer algo contra el fuego”. Entonces voló hacia el arroyo, tomó una
gota de agua y la arrojó al fuego. Iba y venía, tan rápido como podía, mientras
tanto, otros animales mucho más grandes como el elefante, que con su gran
trompa podía cargar mucha más agua, estaban ahí parados sin ayudar, y
diciéndole al colibrí: “¿Pero qué estás
tratando de hacer? Eres muy pequeño y el fuego es tan grande… Tus alas son
demasiado chicas y tu pico es tan diminuto que sólo puedes cargar una gota”.
Pero mientras seguían desalentándolo, sin perder tiempo él les dijo: “Haré lo mejor que pueda”.
Grande enseñanza nos da el
pequeño gran colibrí. No importa cuán pequeños seamos, la voluntad y la
persistencia en hacer lo necesario para salvar a la Madre Tierra es lo que
cuenta, se sensibilicen o no en lo inmediato nuestros demás hermanos seres
vivos. La persistencia, el no rendirse, el dar de nuestra capacidad, de nuestra
fuerza, de nuestra voluntad, de nuestro conocimiento, de nuestras posibilidades,
convencerá de la necesidad de que todos y todas, hermanos y hermanas seres
vivos nos involucremos en la tarea de cuidar, cultivar, amar a la Madre Tierra.
(Comentario de
La Voz del Anáhuac)
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