Los territorios de la guerra, las guerras del territorio
Ana Esther Ceceña
Coordinadora del Observatorio
Latinoamericano de Geopolítica.
Investigadora de la Universidad
Nacional Autónoma de México.
América Latina en Movimiento
ALAI
AMLATINA
URL de este artículo:
12/09/2017.-
We are not nation-building again. We are killing
terrorists. These killers need to know they have nowhere to hide; that no place
is beyond the reach of American might and Americans arms.[1]
Donald Trump (21 de agosto
2017)
[1] “Ya no estamos reconstruyendo naciones. Estamos matando a
terroristas. Estos asesinos necesitan saber que no tienen dónde esconderse; que
ningún lugar está más allá del alcance del poder estadounidense y de las armas
estadounidenses.”
Los territorios son
el centro estratégico de la competencia mundial y las relaciones de poder.
La relación con el territorio es tan vieja como la historia de la
humanidad, pero por primera vez, con el capitalismo del siglo XXI, el
territorio adquiere signos de finitud. No sólo tiene carácter de
objeto –y es tratado como tal–, sino que se ha convertido en un objeto escaso.
El capitalismo no tiene más medida que la de su capacidad tecnológica,
que se desarrolla incesantemente y que lo lleva a convertir la abundancia o
suficiencia en escasez. Su vocación apropiadora y su dinámica
acumulativa creciente producen escasez ahí donde había suficiencia, al tiempo
que se sirven de la escasez como instrumento de dominación.
Es bien sabido que las riquezas de la naturaleza, particularmente
aquellas indispensables para la reproducción general, tienen dos modos de ser
usadas: como medios o elementos de producción o de consumo que garantizan la
reproducción; o como medios de acaparamiento que hacen posible el
establecimiento de relaciones de fuerza o extorsión. En ambos casos
se genera una situación relativa de escasez, sea con respecto a la competencia,
sea al acaparamiento y monopolización, que otorga herramientas para la
manipulación y el trazado de jerarquías de poder, que es cuidadosamente
gestionada de acuerdo con modalidades diversas que se van adaptando al caso
específico.
La territorialidad capitalista se juega desde sus orígenes en el
territorio geográfico o físico. La historia de la colonización es a
la vez la del reparto de territorios. No obstante, la colonización
ocurre también mediante el sometimiento de costumbres y de prácticas
comunitarias y corporales, y abarca tanto los territorios como los sentidos o
percepciones y construcciones semióticas y culturales. Los
territorios de la guerra son los de la concepción del mundo (territorio mental
o semiótico), los de las modalidades y adecuaciones del ser (territorio
corporal) y los del asentamiento y relación con el entorno (territorio
geográfico o físico).
El
territorio geográfico o físico
El territorio
planetario, formado por las tierras, aguas, cascos polares y atmósfera, alberga
todos los elementos que han hecho posible la vida y en los que se sustenta la
reproducción material y biológica.
Entre éstos, los hidrocarburos, los minerales y cada vez más las tierras
raras ocupan el lugar central y son objeto de la mayor disputa mundial,
orientando los desplazamientos geopolíticos y las
guerras. Curiosamente la biodiversidad y el agua, que son las que
portan de manera directa la expresión viva del planeta y por ello son
absolutamente esenciales, están siendo dejadas ligeramente de lado por la
voracidad con la que se desarrolla el proceso de apropiación de los otros tres
elementos y por la irresponsabilidad con que se asume la degradación y
extinción de la vida por los señores del capital y de la guerra. En
cierta forma y de manera desafanada, la batalla por agua y biodiversidad en la
Tierra pretende resolverse a través de la posible colonización de otros
planetas, o de la conversión de Marte en un gran huerto para abastecer la
Tierra, proyecto que permite desentenderse del daño ecológico, en gran medida
irreversible, que está siendo causado principalmente por los explotadores de
hidrocarburos y minerales, aunque eso no significa que no haya una enorme
disputa por acaparar las fuentes de agua.
Poder y dinero van de la mano del patrón energético y disciplinario
vigente que garantiza altas tasas de acumulación de capital y gran dinamismo en
la esfera de la producción, por lo menos desde una perspectiva técnica, y
también controlar la tecnología de guerra y su mercado. La
apropiación de territorios sigue el mismo modelo: se buscan y se disputan los
territorios de alta densidad estratégica, donde se colocan los capitales
gigantes a manera de pulpos con poderosas mangueras de extracción y donde,
generalmente, se van creando situaciones de guerra o donde se instalan
decididamente guerras abiertas, ampliando el negocio de las armas.
El mapa mundial ha ido perfilando muy claramente estas tendencias en la
última década en la que se reactivan guerras pasadas, se inician nuevas o se
estimulan conflictos capaces de colocar los territorios en condiciones de
intervención. La tercera guerra mundial, si es que la escalada
bélica actual llega realmente a constituirse en tal, muestra ya indicios de un
diseño transversal que atraviesa todo el planeta siguiendo claramente la pista
de los yacimientos de hidrocarburos, minerales y tierras raras (ver mapa de la
portada). Es decir, esta guerra tendría lugar en el tercer mundo,
fuera del terreno directo de las potencias en pugna, excepto, quizá, Rusia.
Afganistán
Es un mapa dinámico,
en permanente redefinición, pero las áreas ya marcadas por la guerra no parecen
restablecer condiciones de funcionamiento “democrático”
en ninguno de los casos. El ejemplo de Afganistán, con una larga y
devastadora guerra que parecía estar finalizando, hoy vuelve a colocarse en el
foco. A pesar de las grandes pérdidas en vidas –no sólo afganas sino
también estadounidenses–, el subsuelo afgano, lleno de minerales y tierras
raras que los monitoreos expertos han calculado en un billón (un millón de
millones) de dólares, nuevamente orienta las baterías hacia ese
país. Como punto de comparación, todo el presupuesto militar de
Estados Unidos en 2016, que equivale a un poco más del de China, Arabia Saudí,
Rusia, Gran Bretaña, India, Francia, Japón, Alemania y Corea juntos, fue de 597
mil millones de dólares: lejos de lo que sería su rendimiento con la
explotación de los yacimientos minerales de Afganistán. Podríamos
hablar de una muy alta tasa de retorno de las inversiones militares en este y
casi todos los otros territorios que se ubican dentro de esa franja en
situación de guerra. Pero además Afganistán se coloca como
territorio prioritario por la importancia que tienen las tierras raras en la
creación de nueva tecnología civil y militar.
Como en todos los otros lugares donde se ha instalado la guerra, en
Afganistán son las mismas empresas las que buscan apropiarse de los yacimientos
mineros y las que se ocupan de hacer la guerra mediante el mecanismo de
privatización. Es el caso de DynCorp, particularmente, cuyo
propietario forma parte de la cúpula de diseño estratégico que, junto con los
altos mandos militares, están trazando las líneas de avance de la política
norteamericana
Lo mismo concurren los intereses de todas las otras empresas
contratistas del Pentágono y los propios laboratorios de investigación del
Departamento de Defensa.
Se juega en estas guerras u ocupaciones la supremacía militar pero
muchísimo más que eso. La carrera tecnológica, los mercados, las
rutas de la droga o en general las rutas estratégicas tanto de hidrocarburos y
armas como de cualquiera de las otras mercancías de alto rango en el mercado
mundial. Afganistán nuevamente resalta en este terreno por ser la
mata del opio y heroína del mundo con el 82% de la producción mundial.
Si examinamos cada uno de los países o regiones que han entrado en este
estado de guerra, el análisis arroja datos similares a los de
Afganistán. A Estados Unidos y sus empresas les interesa la guerra
pues abastecen el 55% del mercado mundial de armas y la guerra es el medio de
posicionarse en esos territorios. En conjunto, el área que ha sido
colocada en esta dinámica reúne casi todos los hidrocarburos del planeta,
además de otras riquezas.
Venezuela
En la otra punta de
la franja de guerra se encuentra Venezuela, país con los mayores yacimientos de
petróleo del mundo, segundo lugar en reservas de gas, con amplias reservas de
oro, coltán y thorium, el llamado uranio
verde, además de agua, biodiversidad y una posición
geoestratégica. Es difícil calcular el presupuesto invertido en la
desestabilización de Venezuela. Seguramente grande pero mucho menor
todavía que el de Afganistán.
En todo caso la manera de entrar en Venezuela es muy distinta a la de
Afganistán, lo que revela la amplitud de modalidades de guerra que se ponen en
juego cuando se trata de conservar o disputar el control estratégico del
proceso general de reproducción o, dicho de otro modo, el poder
global. El dato fuerte, en este caso, es que Venezuela es la posible
puerta de entrada de la guerra al continente americano. Puede bien
ser el Afganistán de América. La diferencia es la cohesión y conciencia
social venezolana, la fuerza cultural de la sociedad, frente a la fragmentación
cultural en el territorio afgano, profundizada por los largos años de guerra a
los que ha sido sometido.
La perspectiva de una Tercera Guerra Mundial, no obstante, si bien
cuenta con todas las condiciones materiales, geopolíticas y tecnológicas, no
logra colocar una narrativa sustentadora. A pesar de todos los
dispositivos que se han puesto en marcha para des-sujetizar a los pueblos del
mundo, éstos conservan y construyen narrativas propias, a contrapelo del
cuidadoso y sistemático trabajo realizado por los lineamientos generales de los
programas de estudios impulsados por los organismos internacionales y por los
relatos de verdad oficial o de postverdades (fake news) colocados por
los medios de comunicación masiva.
No sólo las guerras, consustanciales al sistema capitalista de
competencia, están destrozando el planeta. También lo hace el patrón
energético y el modelo de organización y relaciones sociales
existente. Una buena parte de la humanidad está oponiéndose a la
guerra y buscando pistas para despegarse de este sistema depredador de alta
rentabilidad empresarial, de autoritarismo exacerbado y de desprecio total por
la vida.
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