LA UTOPÍA DE HOY ES
LA VERDAD DEL MAÑANA
Ricardo
Flores Magón
Regeneración,
12 de noviembre de 1910
"¡Ilusos,
utopistas!", esto es lo menos
que se nos dice, y este ha sido el grito de los conservadores de todos los tiempos contra los que tratan de poner el pie
fuera del cerco que aprisiona al ganado humano. "¡Ilusos, utopistas!", nos gritan, y cuando saben que en
nuestras reivindicaciones se cuenta la toma de posesión de la tierra para
entregársela al pueblo, los gritos son más agudos y los insultos más fuertes: "¡ladrones, asesinos, malvados,
traidores!", nos dicen.
Y sin embargo, es a los
ilusos y a los utopistas de todos los tiempos a quienes debe su progreso la
humanidad. Lo que se llama civilización, ¿qué es si no el resultado de los
esfuerzos de los utopistas? Los soñadores, los poetas, los ilusos, los
utopistas tan despreciados de las personas serias, tan perseguidos por el
paternalismo de los Gobiernos: ahorcados aquí, fusilados allá; quemados,
atormentados, aprisionados, descuartizados en todas las épocas y en todos los países,
han sido, no obstante, los propulsores de todo movimiento de avance, los
videntes que han señalado a las masas ciegas, derroteros luminosos que conducen
a cimas gloriosas.
Habría que renunciar a todo
progreso; sería mejor renunciar a toda esperanza de justicia y de grandeza en
la humanidad si siquiera en el espacio de un siglo dejase de contar la familia
humana entre sus miembros con algunos ilusos, utopistas y soñadores. Que
recorran esas personas serias la lista de los hombres muertos que admiran. ¿Qué
fueron si no soñadores? ¿Por qué se les admira, si no porque fueron ilusos?
¿Qué es lo que rodea de gloria, si no su carácter de utopista? De esa especie
tan despreciada de seres humanos surgió Sócrates, despreciado por las personas
serias y sensatas de su época y admirado por los mismos que entonces le habían
abierto la boca para hacerle tragar ellos mismos la cicuta. ¿Cristo? Si
hubieran vivido en aquella época los señores sensatos y serios de hoy, ellos
habrían juzgado, sentenciado y aun clavado en el madero infamante al gran
utopista, ante cuya imagen se persignan y humillan...
¡Utopía, ilusión, sueños!
¡cuánta poesía, cuánto progreso, cuánta belleza y, sin embargo, cuánto se nos
desprecia! En medio de la trivialidad ambiente, el utopista sueña con una
humanidad más justa, más sana, más bella, más sabia, más feliz, y mientras
exterioriza sus sueños, la envidia palidece, el puñal busca su espalda; el
esbirro espía, el carcelero coge las llaves y el tirano firma la sentencia de
muerte. De ese modo la humanidad ha mutilado, en todos los tiempos, sus mejores
miembros.
¡Adelante! El insulto, el
presidio y la amenaza de muerte no pueden impedir que el utopista sueñe.
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