El rojo crepúsculo de octubre
Cuento de María Robledo Valenzuela.
Título original: “Acto amoroso”,
del libro: “Hoy maestro, ayer joven del
68”, publicado por la Casa de la Cultura del Maestro y el Centro de
Estudios del Movimiento Obrero y Socialista en el 20 Aniversario del Movimiento
Estudiantil-Popular de 1968.
La Voz del Anáhuac,
Octubre de 2017, en el 49 aniversario
del Movimiento Estudiantil-Popular de 1968
Según lo previsto estamos aquí. Tu cuerpo descansa
sobre el mío. Me fundo contigo en un abrazo que perdurará por siempre. Me
cubres como una barricada, protegiéndome de todos los males del presente y del
porvenir.
Mis miedos, mis odios y mis
rencores han quedado muy atrás, perdidos en el pasado, a que este instante
tiene tal fuerza que borra todo lo negativo de mi existencia.
Siento tu rostro amado junto
al mío y tus labios pegados a mi cuello en un beso inmortal.
Antes no había experimentado
así el amor, por eso me asombra cómo, sin esperarlo, se ha enraizado en la
profundidad de mis entrañas.
Ahora comprendo a todas las
mujeres del mundo. En especial a mi madre. Vuelve a mí su imagen cuando, por
las noches, se sentaba a la orilla de la cama y, en silencio, se hundía en
pensamientos que yo ignoro, con la mirada perdida en un horizonte imaginario.
Noche tras noche se fue cubriendo su cara con surcos de olvido, de llanto y de
amargura, provocados por una esperanza desahuciada.
También entiendo a esas
mujeres a las que antes juzgaba con severidad, cuando aceptaban ser golpeadas y
vejadas por sus compañeros. Claro que esta comprensión me hace decidir no ser
una de ellas.
Tú y yo labraremos nuestro
propio destino y tendremos la familia que añoramos desde que nos encontramos
perdidos en la soledad acompañada: tú en el dormitorio del internado para
pobres y yo en ese humilde cuarto de servicio, cuando, a pesar de todo,
aspirábamos a una vida mejor.
Tú me aceptas sin
condiciones ni preguntas. No te interesan mis errores ni las faltas cometidas;
mucho menos mi infancia mancillada en la oscuridad de los cuartos del fondo de
la ruinosa vecindad donde vivía.
Entre tú y yo no habrá
mentiras ni olvidos de los cuales después tengamos que arrepentirnos.
Juntos, cuando terminemos la
Normal, partiremos a la sierra, para alfabetizar a los indígenas.
Nos uniremos a los jóvenes
que comparten nuestros ideales para ir al rescate de los Aguiluchos de
Cuauhtémoc, sacrificados por el cruel conquistador y el hipócrita misionero.
No permitiremos que nos
aplasten por formar parte de la generación perdida de los años sesentas.
Lograremos emerger del fondo
del horror y la ignominia para recuperar la dignidad perdida, como resucitados
jinetes de Lucio y Genaro.
Devolveremos a los vencidos
soldados de Zapata y Jaramillo sus ideales y junto con ellos lucharemos por
Tierra y Libertad.
De nuestras manos surgirán
flores de esperanza para los héroes descamisados que cada día luchan por un
pedazo de pan; para hacerles saber a los malditos opresores que no hemos sido
derrotados.
Pero tu cabeza yace sobre mi
hombro y me doy cuenta de que es demasiado tarde; además el rojo crepúsculo de
octubre en la Plaza no es el mejor momento ni el mejor lugar para soñar, porque
ellos, los canallas de medallas y grados, hoy, aquí te destrozaron.
Mis lágrimas se funden con
tu sangre y sé que no volveré a sentir amor, ni odio, ni nada, porque a mí me
mataron contigo.
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