LO QUE SE AVECINA:
UN CAPITALISMO (AÚN) MÁS SALVAJE
Gonzalo Fernández
Ortiz de Zárate (*)
América Latina en Movimiento
29
junio, 2017
El proyecto civilizatorio construido en torno al
capitalismo atraviesa una profunda crisis que pone de manifiesto no solo las
crecientes dificultades del sistema para autorreproducirse, sino también la
ofensiva que éste desarrolla contra la vida, cuya sostenibilidad corre serio
peligro. Partiendo de este conflicto capital-vida, proliferan tanto las agendas
emancipadoras que pretenden defender la reproducción ampliada de la vida como
aquéllas que se centran en salvar y redefinir el capitalismo en este momento
crítico, aunque ello nos conduzca al abismo social y al colapso ecológico. Si
queremos evitar este fatal desenlace, es preciso conocer estas apuestas
pro-capital y sus perspectivas de futuro, con el ánimo de adelantarse a las
mismas y hacerlas descarrilar desde lógicas alternativas.
Éste es precisamente el
objetivo del presente artículo: conocer qué diferentes propuestas disputan hoy
en día la defensa de los valores civilizatorios hegemónicos del crecimiento
ilimitado, la primacía de los mercados, la reproducción ampliada del capital y
la agudización de las asimetrías de clase, género y raza/etnia. Destacamos en
este sentido la confrontación actual entre quienes abogan por el avance de un
mercado universal autorregulado desde una supuesta perspectiva progresista, por
un lado, y quienes aspiran desde claves más extremas a capturar, en un contexto
de profunda crisis, la máxima ganancia posible para los capitales nacionales
propios bajo la premisa de guerra económica y geopolítica entre bloques
regionales, por el otro.
Sea una u otra la agenda que
se imponga -o incluso la más que probable síntesis de ambas-, las perspectivas
parecen consolidar una versión del modelo global todavía más antidemocrática,
excluyente y violenta. Concluiremos el artículo señalando cuáles pudieran ser,
en nuestra opinión, las claves que definen la nueva versión del viejo proyecto
civilizatorio de la modernidad capitalista, en el que el poder corporativo
tejido alrededor de las grandes empresas transnacionales cobra un gran
protagonismo.
El conflicto
capital-vida se agudiza, pero también la disputa entre capitales
Atravesamos momentos de gran incertidumbre sistémica,
cuyo origen reside básicamente en dos grandes nudos a los que el sistema
vigente parece no encontrar respuesta.
Por un lado, el capitalismo
evidencia serias limitaciones para iniciar una nueva fase expansiva de
crecimiento económico, que genere un círculo virtuoso de productividad,
rentabilidad, inversión, empleo y consumo. En este sentido, la propia OCDE
pronostica un lánguido desempeño económico global hasta 2060, [1] lo que refuerza la idea de que cada vez
es más complicado reproducir el flujo del ingente excedente generado por un
sistema financiarizado, sobrecomplejizado y desregulado, además en un marco de
austeridad y grandes desigualdades estructurales. En este contexto, se
visualizan con mayor nitidez las contradicciones de un sistema incapaz de poner
en marcha una revolución tecnológica con potencialidad para impulsar un círculo
virtuoso como el antes citado. Si la apuesta es, en este sentido, la
automatización y la robótica, no hay seguridad alguna de que ésta tenga una
incidencia generalizada sobre la productividad del conjunto del tejido
económico global. Incluso existen serias dudas sobre si el hipotético saldo de
empleos de este proceso sería negativo y no positivo, destruyendo más empleo
que el que se pudiera crear, tal y como señala la UNCTAD. [2] En todo caso, más allá del debate sobre
si el capitalismo es capaz de reinventarse de nuevo en un contexto de profundas
limitaciones, sí que podemos afirmar tajantemente que este afronta grandes
dificultades en el corto, medio y largo plazo, lo que nos aboca a décadas de
fuerte inestabilidad.
Pero, por otro lado, a los
problemas del sistema económico para reproducirse se les une un segundo
elemento generador de incertidumbre, que no es sino el gravísimo colapso
ecológico en ciernes. Se trata, en palabras de Tanuro, [3] de una catástrofe silenciosa provocada
por el cambio climático y por el agotamiento de las tres fuentes de energía
fósil sobre las que se ha asentado el patrón de desarrollo desde la segunda
guerra mundial: el petróleo, el gas y el carbón. Si el petróleo ya ha alcanzado
su pico, el carbón y el gas lo harán en las próximas décadas, tratándose de
recursos -sobre todo, el petróleo- imposibles de ser sustituidos por otros,
renovables o no, debido a una capacidad de transporte, almacenamiento,
múltiples usos y alta densidad energética sin igual. Por tanto, nos enfrentamos,
sí o sí, a una reducción de la base material sobre la que opera nuestra
sociedad global y, en consecuencia, a una profunda transformación de las
fórmulas hegemónicas de producción, consumo y organización social.
Vinculando ambos procesos -límites
del capitalismo y colapso ecológico-, se explicita la gravedad del momento
presente, ya que la hipotética superación del primero de los procesos no haría
sino ahondar la catástrofe ecológica, mientras que enfrentar de manera taxativa
el segundo exigiría descentrar el capital y los mercados como valores
hegemónicos y, por tanto, trascender completamente el modelo civilizatorio
articulado en torno al capitalismo. El piso se nos mueve a todos y todas y, lo
queramos o no, grandes cambios se avecinan, en uno u otro sentido. Asistimos,
por tanto, a una fase histórica especialmente crítica, marcada por la crisis
del capital y por el conflicto de éste con la vida misma, dando lugar a un
recrudecimiento de la disputa de agendas y sujetos. Y no hablamos solo de la
confrontación de quienes defienden la vida frente al atolladero al que nos
conduce el capital, sino también entre los que pretenden mantener el statu quo capitalista,
pero desde parámetros diferentes a los hasta ahora hegemónicos.
Surge en este sentido una
nueva versión capitalista nítidamente reaccionaria, que Trump abandera pero en
la que se inscriben fenómenos como el auge de la extrema derecha en Europa, el
Brexit o Putin, por poner solo algunos ejemplos. Esta nueva propuesta política
en boga se reproduce ante la creciente deslegitimación de la hasta ahora agenda
hegemónica del capital, que denominamos capitalismo universalista. Este se ha sustentado sobre dos pilares
fundamentales: en primer lugar, la apuesta por un mercado único global y
autorregulado -o al menos conformado por grandes bloques económicos que
colaboran entre sí, a través de pactos entre diferentes capitales, encarnados
en tratados y acuerdos multilaterales-, que garantice el comercio y la
seguridad de las inversiones a nivel planetario; en segundo término, un modelo
de gobernanza política sustentado sobre un relato de democracia formal, respeto
a los derechos humanos y defensa de la diversidad y la multiculturalidad,
edificado sobre una estructura multilateral a tal efecto.
Para garantizar este mercado
de proyección universal se apuesta principalmente por tratados y acuerdos
regionales y globales de comercio e inversión. Estos pretenden conformar una
nueva gobernanza corporativa, que institucionalice nuevas estructuras de
convergencia reguladora entre regiones —para armonizar a la baja en protección
social y ambiental—, y que acabe de implantar una lex mercatoria [4]
sostenida sobre tribunales privados de arbitraje, en los que las corporaciones
tienen la capacidad de denunciar a las instituciones públicas si éstas amenazan
sus beneficios. Como hemos señalado previamente, este proyecto sufre hoy en día
un creciente descrédito, evidenciándose que el valor fuerte del capitalismo
universalista -el mercado autorregulado- es incompatible con el segundo
-democracia y derechos-, que se convierte en pura retórica, tal y como muestra
esta ofensiva contra el poder legislativo y judicial. Se constata así la
primacía del capital sin caretas democráticas e inclusivas, condenando a las
grandes mayorías populares al desempleo, la precariedad, la exclusión y, en
definitiva, a múltiples y diversas fórmulas de dominación. Así, un proyecto
retóricamente universalista, progresista y pacifista, en su pretensión de
desarraigar la dimensión económica del resto de variables sociales, políticas y
culturales a partir de la constitución de un mercado global autorregulado,
acaba explotando a la vasta y diversa clase trabajadora y amputando los mínimos
resortes democráticos en el altar de dicho mercado. Karl Polanyi, en su certero
análisis realizado hace ocho décadas, ya alertó sobre estos intentos de
desarraigo, situando en el patrón oro y en el impulso universalista del capital
la génesis de las guerras mundiales y los fascismos que asolaron la primera
mitad del siglo XX. [5]
Pero esta deslegitimación
del capitalismo universalista, como antes hemos especificado, no es solo
evidente para las propuestas emancipadoras en defensa de la vida. También lo es
para quienes abogan por una redefinición del statu quo. Estos constatan, por un lado, cómo este modelo universalista ha roto
los consensos o pactos nacionales entre capital y trabajo en base a diferentes
formulaciones del Estado del Bienestar —fundamentalmente en el Norte Global,
que es donde éstas se permitieron, y que han sido base de cierta estabilidad
social y política—, sin ofrecer alternativa alguna a las lógicas de
deslocalización, terciarización, desinversión interna, desempleo y precariedad
vinculadas a la globalización neoliberal. Y, por otra parte, consideran que la
delegación de soberanía nacional a órganos supraestatales, propia de la lógica
de los acuerdos y tratados regionales y globales, impide el desarrollo de
políticas autónomas y constriñe las capacidades económicas de los capitales
propios, al obligar a pactar con los foráneos desde un prisma multilateral,
cediendo así necesariamente poder en un momento en el que la tarta no da para
todos.
Por tanto, no todos los
capitales tienen expectativas positivas en el modelo de capitalismo
universalista, ni posibilidad de sustento político y social que garantice su
sostenibilidad. Debido a ello, algunos de ellos -sobre todo los que tienen su
matriz en el Norte Global, y que acumulan por tanto un notable poder de
negociación-, apuestan por ampliar su trozo de tarta frente a otros,
transitando del universalismo a la guerra
económica. Se plantea así la
posibilidad de impulsar un relato y una agenda que prime la defensa de los
capitales nacionales frente al capital en general; que limite el costo de la
apuesta global en su retórica multilateral; que integre en su base política no
solo al capital nacional, sino también a parte de la clase trabajadora ávida de
recuperar inversión y empleo y que ha sido despreciada por las élites
beneficiadas por la globalización; que, finalmente, confronte aún retóricamente
con dichas élites desde una ofensiva contra su imaginario liberal y progresista
(derechos y libertades fundamentales, igualdad de oportunidades, diversidad
sexual, protección del medio ambiente…), situando el debate político en una
guerra entre pobres, contra lo
otro, centrado especialmente en la
migración como fenómeno directamente vinculado a la globalización y sus
efectos.
¿Cuál de estas dos versiones
del capitalismo -universalista o de guerra económica- se impondrá en esta
disputa en ciernes?, nadie lo sabe. En todo caso, la deslegitimación de la
apuesta universalista, por un lado, y los estrechos límites que el capital
impone a las propuestas de corte populista de derechas que pongan en
cuestionamiento la globalización y el modelo pergeñado en las últimas décadas,
por el otro, nos llevan a la conclusión de que seguramente la agenda hegemónica
será un híbrido de ambas, configurando un modelo de capitalismo más salvaje,
dictatorial, excluyente y violento. Veamos a continuación cuáles pudieran ser
sus características principales.
Perspectivas del
capitalismo que se nos viene encima
La agenda de síntesis que parece prefigurarse en un
contexto de crisis de reproducción del sistema semeja a la respuesta de un león
herido. Así, a pesar de que se ven cada vez más las grietas por las que brota
su sangre, sigue siendo tremendamente peligroso y acumula la fuerza suficiente
para conducirnos a la humanidad y al planeta en su conjunto al abismo. Un león
herido que, en esta situación, minimiza su retórica sobre democracia, derechos
e inclusividad -sacrificados para tratar de salvar al capital-, mientras que
posiciona y justifica fundamentalismos, exclusiones y asimetrías como ofrendas
necesarias para dicho sacrificio. Bajo esta premisa, exponemos brevemente
cuáles podrían ser, en nuestra opinión, algunas de las claves que darían forma
a esta nueva versión de capitalismo para las próximas décadas: [6]
1.- El poder corporativo,
protagonista de la ofensiva final para mercantilizar la vida.
Nunca antes las grandes empresas habían atesorado
tanta fuerza como durante la globalización neoliberal, configurando una agenda
y una estructura cultural y política al servicio de su poderío económico -hoy
en día 69 de las 100 mayores entidades del mundo son empresas y solo 31
Estados [7]-. Este ingente poder las sitúa como
premisa de todo proceso político, protagonistas y principales beneficiarias de
la apuesta por la reproducción incesante del capital. Para ello, abogan, como
respuesta a la crisis, por ahondar en la mercantilización definitiva de toda
forma de vida y sector, incidiendo especialmente en la contratación pública,
los servicios, las economías campesinas, etc., convirtiendo a nuestros cuerpos
precarizados -especialmente los de las mujeres-, en pistas de aterrizaje de su
estrategia. De esta manera el poder corporativo --que trasciende a las propias
empresas, conformando una amplia red de Estados y organismos multilaterales
cómplices-, trata de abarcar el espectro completo de nuestras vidas,
proyectándose en el marco de una sociedad empresarial, privatizada,
centralizada y concentrada en términos de poder -como muestran las fusiones
recientes de las seis grandes empresas de la agroindustria [8]-.
2.- La lex mercatoria como base de una
gobernanza corporativa que pone en jaque la democracia.
El poder corporativo vehiculiza su pretensión de
avanzar en la mercantilización de la vida a través de la imposición de una lex mercatoria en
defensa de la seguridad de la inversión y el comercio, situada por encima del
marco internacional de derechos y de la soberanía nacional y popular. La nueva
oleada de tratados (TTIP, TISA, CETA, etc.) se enmarca en esta lógica, que debe
entenderse como una agresión contra la capacidad institucional de regulación
frente a toda traba al comercio y a la inversión, posicionando en ese sentido
un nuevo modelo de gobernanza corporativa que genera una institucionalidad
conformada, como ya hemos dicho previamente, en base a la convergencia
reguladora y a los tribunales privados de arbitraje. De esta manera la
democracia -ya de por sí mínima- molesta, y sufre una ofensiva definitiva,
instaurando una arquitectura
de la impunidad para las grandes empresas, en la que coinciden tanto
el capitalismo universalista como el de guerra económica, ya que ambos solo
cuestionan quién y cómo negocian los acuerdos, no la existencia ni el contenido
de los mismos.
3. La tensión
geopolítica y por los recursos escasos se incrementa.
La crisis capitalista y la sensación de que la tarta
económica no crece —e incluso se agota en términos energéticos— abona el
terreno para una agudización de la confrontación entre bloques por el puesto de
hegemón, así como por los escasos recursos fundamentales para la vida. Parece
entonces que asistiremos a un recrudecimiento de la disputa entre bloques
económicos y sus capitales, liderados por las grandes empresas (EE UU, UE y
China), de consecuencias imprevisibles, incluso en términos militares. A su
vez, asistiremos a una ampliación de los conflictos generados por la situación
climática y energética, acompañados posiblemente de una pretensión de
acaparamiento de dichos recursos escasos -energía, agua, tierra, etc.- incluso
en su versión renovable, bajo el paraguas del capitalismo verde.
4. Una economía
estructuralmente sobrecomplejizada, financiarizada y especulativa.
Debido a las escasas expectativas de crecimiento
económico generalizado en base a una nueva onda larga expansiva, es más que
probable que se mantenga e incluso ahonde la tendencia actual de búsqueda de
reproducción del capital por la vía financiera. Así, mientras no se sienten las
bases que permitan incrementos generalizados en la productividad y en la tasa
de ganancia, la crucial cuestión del endeudamiento público y privado seguirá
siendo un aspecto de especial relevancia, mientras que las señas de identidad
de la financiarización se seguirán trasladando al conjunto del modelo
económico. Por tanto, cortoplacismo, ingobernabilidad, lucro y especulación
serán conceptos que definan el escenario también en el futuro próximo,
incidiendo posiblemente en el incremento de la inestabilidad estructural y de
las asimetrías sociales. La apuesta de Trump de derogar los tímidos controles
financieros establecidos por Obama tras el crash
de 2008, así como el contenido de las negociaciones del TISA, parecen abundar
en este sentido.
5. Un modelo de
sociedad global más abiertamente excluyente y violenta.
La apuesta por el capital frente a la vida en un
momento de crisis tiene como corolario la agudización de la matriz excluyente
del proyecto civilizatorio en base a la clase, el género y la raza/etnia. De
esta manera, el capitalismo heteropatriarcal y colonial se priva
progresivamente de toda retórica, mostrando lógicas de fascismo social, en las
que se establece un régimen de relaciones de poder extremadamente desiguales
que concede a la parte más fuerte un poder de veto sobre la vida y el sustento
de la parte más débil. Pareciera por tanto que el relato de la ciudadanía con
derechos y de la igualdad pierde valor, y la agenda hegemónica nos ofrece en
toda su crudeza su génesis excluyente y violenta, alentando la guerra entre pobres —para
ocultar la responsabilidad del poder corporativo— así como desatando la
violencia machista, de odio, empresarial y geopolítica de todo tipo.
Éste parece ser el
capitalismo que se perfila en este siglo XXI, en un contexto de crisis
sistémica y civilizatoria: un modelo
pirómano que parece querer apagar el fuego con más madera,
dirigido por un poder corporativo que atenta contra la democracia y contra la
sostenibilidad de la vida para tratar de mantener el flujo del capital, para lo
cual no duda en recrudecer la exclusión y la violencia.
Por lo tanto, desmantelar el
poder corporativo, poniendo freno a los nuevos tratados regionales y globales;
defender los territorios y los bienes comunes, tanto públicos como
comunitarios; desmontar el sistema financiero desregulado y sobrecomplejizado;
enfrentar la exclusión y violencia de todo tipo; así como abanderar la democracia
como valor fundamental, entre otras cuestiones, son prioridades estratégicas
para cualquier agenda alternativa que pretenda avanzar en defensa de la vida y
del bien común.
NOTAS:
[1] OCDE (2014): «Policy challenges for the next 50 years», OECC Economic Policy Papers, n.º 9, disponible en:
[2] UNCTAD (2016), «Robots and
industrialization in developing countries», Policy Brief n.º 50,
disponible en:
http://www.inprecor.fr/article-
CLIMAT-Face%20%C3%A0%20l’urgence%20%C3%A9
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[4] Hernández, Juan, y Ramiro, Pedro
(2015): Contra
la lex mercatoria. Propuestas y alternativas para desmantelar el poder de las
empresas transnacionales, Icaria,
Barcelona.
[6] Fernández, Gonzalo (2016): Alternativas para desmantelar el poder
corporativo. Hegoa, Bilbao.
Disponible en:
[7] Datos del Informe 10 biggest corporations make more money than
most countries in the world combined,
publicado en
septiembre de 2016 por Global Justice Now.
septiembre de 2016 por Global Justice Now.
[8] ETC Group (2016): Campo Jurásico.
Syngenta, DuPont, Monsanto: la guerra de los dinosaurios del agronegocio.
Disponible en:
(*) Gonzalo
Fernández Ortiz de Zárate es
investigador del Observatorio de Multinacionales
en América Latina (OMAL) - Paz con Dignidad.
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