Don Trino,
Xayakalan y el Concejo Indígena de Gobierno
Raúl
Romero
Agencia
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29
junio, 2017
La noche del 5 de diciembre
de 2011, un grupo de 12 personas salimos de la Ciudad de México con rumbo a la
comunidad nahua de Santa María Ostula, en Michoacán, México. El grupo estaba
integrado por periodistas, activistas sociales y estudiantes. El viaje era
parte de las muchas caravanas que por aquellas fechas organizó del Movimiento
por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD).
Desde
que salimos de la Ciudad de México fuimos escoltados, a solicitud nuestra, por
una patrulla de la Policía Federal. Teníamos razones para demandarlo. En las
semanas anteriores dos compañeros habían sido asesinados: Nepomuceno Moreno -un
padre que buscaba a su hijo desaparecido- en Hermosillo, Sonora y Pedro Leyva
Domínguez, perteneciente a la Comisión por la Defensa de los Bienes Comunales
de Santa María Ostula y vocero de su comunidad ante el MPJD. Desde luego
también nos sentíamos incómodos y temerosos: en nuestra experiencia eran las
mismas fuerzas del Estado quienes antes nos habían reprimido y amenazado.
Adoptábamos la medida supuestamente para “aumentar
los costos políticos” en caso de que algo nos pasara.
El
6 de diciembre por la tarde, luego de haber viajado durante toda la noche y
parte del día, paramos en Xayakalan, comunidad en resistencia contra el crimen
organizado, las empresas extractivas y el Estado mexicano. Xayakalan se ubica a
unos kilómetros de Ostula. Ahí convivimos con gente de la comunidad y Trinidad
de la Cruz Crisóforo, Don Trino
-uno de los principales líderes de la resistencia comunitaria-, nos explicó la
importancia de la región para la economía nacional. Supimos así de lo
estratégico que era tener el control del puerto Lázaro Cárdenas.
Luego
de caminar a las orillas del mar y por los plantíos de jamaica, nos informaron
que era momento de trasladarnos para Ostula, donde participaríamos como
observadores de una asamblea comunitaria. No llegamos a nuestro destino final.
La camioneta en la que viajábamos fue interceptada por 4 sicarios. Ellos, con
el rostro cubierto y apuntando sus armas contra la camioneta, nos ordenaron
detenernos y abrir las puertas. Yo estaba en el asiento de copiloto, así que me
ordenaron descender. Estaba aterrado, no sabía cómo reaccionar; pero el disparo
al aire de uno de ellos me hizo actuar automáticamente y obedecer.
Nuestros
captores abordaron la camioneta e identificaron a Don Trino. Luego encañonaron al chofer y al resto nos amontonaron
en la parte trasera. Ordenaron conducir por una ruta que al parecer ellos
conocían bien. Empezaron las amenazas directas contra Don Trino, pero también la intimidación contra el resto del grupo.
Cruzamos la carretera e ingresamos por una vereda que nos llevó a las orillas
de un cerro. Para ese momento, la patrulla de la Policía Federal ya no estaba:
nos había abandonado desde nuestra llegada a Xayakalan.
Al
llegar a una zona donde la camioneta no podía avanzar más, nos ordenaron a
todos y todas salir y tirarnos boca abajo. Nos quitaron los celulares y
empezaron a interrogarnos. Algunos podíamos sentir los cañones fríos de sus
armas sobre nuestras cabezas. La guerra, esa palabra compuesta de seis letras,
cobró un sentido diferente aquel día. Y es que hablar de la guerra y vivir la
guerra en el cuerpo, en carne propia, en el territorio, es completamente
distinto.
Oímos
como separaban a Don Trino del resto
del grupo. Escuchamos como lo torturaban, los golpes, los lamentos. Entre los
pocos enunciados que Don Trino podía
articular a causa de la violencia, uno fue muy claro: “a ellos déjenlos ir, ya me tienen a mí”.
Minutos
después, uno de nuestros captores se alejó para comunicarse por radio. A su
regresó giró las instrucciones: nosotros debíamos abordar la camioneta en la
que viajábamos, tomar la ruta que nos indicaron y no detenernos. Nos alertó de
que seríamos vigilados por varias camionetas en nuestro trayecto: “Si se detienen, disparamos. Si avisan o
hacen contacto con alguien, disparamos”. La amenaza también incluía un “hacerlos volar” en caso de no seguir
las ordenes. Podíamos irnos, pero ellos se quedaban con Don Trino.
Al
día siguiente, el 7 de diciembre, llegamos muy temprano a la Ciudad de México
para enterarnos que habían encontrado sin vida y con huellas de tortura el
cuerpo de Don Trino.
Don
Trino no ha sido la única víctima de Santa María Ostula. En el Espejo 1 del Congreso Nacional Indígena
(CNI) se cuenta como en toda la costa nahua de Michoacán, “la ambición sobre las riquezas naturales ha sido motivo desde el año
de 2009 de 31 asesinatos y 5 desapariciones a manos de los Caballeros
Templarios que dependen de la corrupción en las estructuras del mal gobierno,
que han protegido el despojo de tierras comunales por supuestos pequeños
propietarios que son a su vez cabezas del crimen organizado en la región, el saqueo
ilegal de minerales y maderas preciosas para después ser exportadas por
empresas trasnacionales chinas desde los puertos de Manzanillo y Lázaro
Cárdenas que administra el mal gobierno”.
Ostula
es prueba de ese triángulo devastador que forman el crimen organizado, las
empresas extractivas y los gobiernos corrompidos; triangulo que hoy impera en
casi todo el territorio nacional. Y digo “casi
todo” porque es solamente ahí donde los pueblos y comunidades han decidido
autogobernarse, hacerse cargo de su seguridad y justicia, y autoadministrar su
territorio, donde ese triángulo no opera.
Por
eso cuando el CNI llama “a los
pueblos originarios y a la sociedad civil a organizarnos para detener esta
destrucción, fortalecernos en nuestras resistencias y rebeldías, es decir en la
defensa de la vida de cada persona, cada familia, colectivo, comunidad o
barrio”, nos invita a construir algo mucho más profundo y radical que una
candidatura.
En
diferentes intervenciones, las y los compañeras del CNI han dicho que el objetivo
de participar mediante una candidatura independiente en el proceso electoral de
2018, tiene el objetivo de visibilizar la guerra contra los pueblos y de dar
cobertura frente a la intensificación de la represión por parte del
Estado-Empresas extractivas-Crimen organizado. Igualmente, nos han señalado que
el interés es articular, desde abajo y a la izquierda, una fuerza
anticapitalista que se proponga, como objetivo a largo plazo, desmontar el
capitalismo.
Al
mismo tiempo, mediante la propuesta de un Concejo Indígena de Gobierno, el CNI
nos invita imaginar y construir una forma nueva de gobierno para México, un
gobierno colectivo en el que comunidades, municipios, estados y regiones se
articulan y deciden, es decir, llevar a todo el territorio nacional la máxima
de que el pueblo manda y el gobierno obedece.
Este
29 de junio se cumplen ochos años de la fundación de la encargatura Xayakalan.
Ocho años de resistencia, de defender la vida frente a la muerte que el
capitalismo impone. Xayakalan es ejemplo de dignidad rebelde, de esa que el
Concejo Indígena de Gobierno (CIG) quiere sembrar y articular por todo el país.
Ahora
es el tiempo de los pueblos, de los y las de abajo. Es el tiempo de la
rebeldía, de la vida. Toca juntarnos y seguir construyendo a lado del CIG ese
otro mundo posible. Es nuestro tiempo. Quizás no haya otro.
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