Corea del Norte:
razones y sinrazones de una crisis
América Latina en Movimiento
02 mayo, 2017
La escalada de tensiones en la península coreana pone,
objetivamente, al mundo al borde de una catástrofe de incalculables
proyecciones. Tal como muchos observadores lo han repetido, Corea del Norte
(nombre oficial: República Democrática Popular de Corea) no es Libia, no es
Irak, no es Afganistán y tampoco es Siria. A diferencia de estos cuatro países,
Pyongyang tiene una capacidad de retaliación que ninguno de aquellos jamás
poseyó. Y, como lo recuerda periódicamente Noam Chomsky, Estados Unidos sólo
ataca a países indefensos, nunca a los que tienen capacidad de respuesta
militar. En estos días, a estas horas, un tremendo operativo naval se está
desplegando a escasos kilómetros del litoral norcoreano. Y la prensa hegemónica
internacional -en realidad, la prostituta favorita en el lupanar del imperio,
en donde se revuelca con los “intelectuales
bienpensantes” y los gobernantes y políticos coloniales- no ha dudado en
satanizar y ridiculizar al gobierno norcoreano y, por vía indirecta, humillar a
su pueblo. Sería conveniente, por lo tanto, mirar con objetividad algunos datos
y construir un retrato alejado del maniqueísmo que se ha hecho de Corea del
Norte la encarnación misma del mal y
de Estados Unidos y sus aliados, dentro y fuera de la región, una suerte de ángeles virtuosos sólo interesados en la democracia, la paz, la justicia, la
libertad y los derechos humanos. Dado que conocemos al imperio desde sus
entrañas, como decía Martí, sabemos que lo último es una escandalosa patraña.
Pero, ¿qué hay de Corea del Norte?
Para comenzar hay que
reconocer que ese belicoso régimen de la península coreana no ha invadido ni
amenazado ni agredido a país alguno desde que lograra, a sangre y fuego, su
independencia con la derrota del Japón en la Segunda Guerra Mundial. Había
estado bajo la feroz ocupación nipona desde los tiempos de la Guerra
Ruso-Japonesa de 1905. Pero tal como ocurriera en Cuba en 1898, los
norteamericanos se apoderaron de la victoria coreana y avanzaron hacia el norte
para derribar al gobierno revolucionario. Lo que siguió fueron tres años de
guerra contra un pueblo heroico que se había desangrado, como Vietnam, en su
lucha contra el opresor japonés. Y el país quedó partido en dos. La
historiografía oficial y la canalla mediática se han preocupado por impedir los
crímenes de guerra perpetrados por Washington y sus aliados en esos años, y
simultáneamente, presentar a Corea del Norte como un desastre absoluto y a sus
líderes, los anteriores como el actual, Kim Jong-Un , como un psicópata descerebrado que le apasiona
jugar con el modesto arsenal nuclear que tiene su país.
Días atrás Mike Whitney, un
estadounidense especializado en el análisis de la política internacional,
publicó un excelente artículo en el periódico digital Counterpunch que arroja luz
para entender en toda su complejidad los acontecimientos “en pleno desarrollo”, como dice nuestro Walter Martínez, en la
península coreana.1 En esa nota, sugestivamente titulada “El problema es Washington, no Corea del
Norte” Whitney recuerda que en los 64 años transcurridos desde la
finalización de la Guerra de Corea el gobierno de Estados Unidos hizo todo lo
que estuvo a su alcance para castigar y humillar a Corea del Norte. Provocó
letales hambrunas; le impidió a Pyongyang la llegada de capitales extranjeros y
de acceder a mercados externos y créditos internacionales que jamás les negó a
regímenes criminales como los de Pinochet, Videla, Stroessner, Somoza y otros
de su calaña; le impuso tremendas sanciones económicas y como si lo anterior
fuera poco instaló –con el consentimiento del gobierno cliente de Corea del
Sur- baterías de misiles y bases militares a lo largo de la frontera en el
Paralelo 38. Pese a estas brutales presiones –infligidas por supuesto en nombre de la democracia y los derechos
humanos- Corea del Norte no sucumbió a la extorsión mafiosa de Washington y
no hay señales de que vaya a hacerlo ahora. En lugar de ello, desarrolló un
pequeño arsenal de armas nucleares como único disuasivo a un eventual ataque de
Estados Unidos y sus gendarmes regionales: Corea del Sur y Japón.
Como asegura nuestro autor,
si hay un país que necesita armas nucleares ese país es Corea del Norte. Y pone
un ejemplo bien didáctico: ¿cómo reaccionaría la Casa Blanca si un gobierno
enemigo desplegara portaviones y una flota de mar en las costas de California
al paso que hiciera ejercicios militares conjuntos en la misma frontera
mexicana con la anuencia del gobierno de ese país? Obviamente que los
estadounidenses se sentirían amenazados y tratarían de prevenir lo peor
haciendo gala de su poderío retaliatorio. Y precisamente eso es lo que está
ocurriendo. Y si Kim Jong-Un no corrió la misma suerte que Gadaffi y Saddam
Hussein es por dos razones: primero, porque su país no reposa sobre un mar de
petróleo y, segundo, porque tiene capacidad militar suficiente, aún después de
un ataque, “para reducir a cenizas a
Seúl, Okinawa y Tokio”. ¿Suena exagerada esta aseveración de Whitney?
Leamos lo que dijera la semana pasada Max Baucus, ex embajador de Estados
Unidos en China durante la administración Obama. Preocupado por el estilo de “macho duro” que quiere imponer Trump en
las relaciones internacionales Baucus dijo estar seguro que “el Pentágono y el Departamento de Estado y
todos su asesores le han explicado al presidente que un ataque misilístico
iniciado por Estados Unidos tendría consecuencias absolutamente desastrosas y
cataclísmicas, y creo que Trump es lo suficientemente inteligente como para no
querer tal cosa”. 2
Pero, ¿no estará
sobreactuando Pyongyang en relación a la amenaza que representa Estados Unidos?
Eso es lo que dicen algunos de los voceros vergonzantes del imperio. En este
sentido, un informe reciente sugestivamente titulado “Los estadounidenses se olvidaron de lo que hicieron en Corea del
Norte” permite colocar el asunto bajo una luminosa perspectiva. 3 En esa nota, que me voy a permitir
citar en extenso, se afirma que “durante
la Guerra de Corea EEUU arrojó más bombas en Corea del Norte de las que había
arrojado en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. Esto incluía 32.000
toneladas de Napalm a menudo deliberadamente lanzada en contra de objetivos
militares y civiles por igual, devastando al país muy por encima de lo que
hubiera sido necesario para terminar la guerra”. En este mismo informe el
periodista norteamericano Blaine Harden afirma que “a lo largo de esos tres años exterminamos un 20% de la población
norcoreana”, según lo atestiguara el Jefe del Comando Aéreo Estratégico de
EEUU Curtis LeMay, un criminal serial que redujo Tokio a cenizas cuando Japón
estaba totalmente derrotado. Dean Rusk, que a su vez fue Secretario de Estado
del progresista John F. Kennedy y del
conservador texano Lyndon Johnson dijo también con indisimulado y criminal
orgullo que “bombardeamos cada cosa que
se movía en Corea del Norte y cada ladrillo apilado sobre otro”. Una vez
que no quedó nada en pie en ninguna ciudad las valientes tropas de Estados Unidos “se dedicaron a bombardear plantas hidroeléctricas y represas para el
riego, a los efectos de inundar los campos y destruir las cosechas”,
provocando tremendas hambrunas. En enero del 1953, cuando las fuerzas de la
resistencia coreana estaban diezmadas y los que quedaban vivos exhaustos los
estadounidenses bombardearon durante dos días ininterrumpidamente a Pyongyang…
Al final del ataque quedaban en esa ciudad apenas unos 50.000 habitantes, de los
500.000 que antes había. El número de víctimas fatales durante la guerra superó
los dos millones de habitantes, sobre un total de unos diez millones. Si Corea
del Norte no sucumbió fue por la ayuda, principalmente alimentos, recibida de
China y la Unión Soviética mientras que los Estados Unidos convirtieron a ese
país en un páramo: sin comida, sin cosechas, sin electricidad, sin nada.
Mucho después, en una carta
enviada al Washington Post, el ex presidente James Carter manifestó que “Pyongyang ha enviado consistentes mensajes
a Washington indicando que está preparada para firmar un acuerdo que ponga fin
a sus programas nucleares, sometiéndose a las inspecciones de la Agencia Internacional
de Energía Atómica y también para firmar un Tratado de Paz que reemplace al
precario ‘cese al fuego’ transitorio que se estableció en 1953”. 4 El problema es que Estados Unidos no quiere negociar
absolutamente nada con un régimen que si bien no derrotó a las tropas
americanas como ocurriera en Vietnam las obligó a un vergonzoso repliegue y a
firmar un armisticio. Es que la Roma
americana, como decía Martí, no negocia con nadie aunque la realidad es
otra. Pero no lo hace con países o pueblos considerados inferiores. Herederos
del racismo xenófobo de Hitler, los grupos dirigentes norteamericanos comparten
el mismo desprecio hacia las naciones del Tercer Mundo. Y es esta misma
arrogancia que convierte a Estados Unidos en un “estado canalla”, que viola sistemáticamente la legalidad
internacional. Por ejemplo, desoyendo el dictamen de la Corte Internacional de
Justicia en la demanda entablada por el gobierno de Nicaragua contra Estados
Unidos por el minado de los puertos nicaragüenses, la agresión militar a su
país a través de los contras y los atentados y sabotajes realizados en su
territorio. La condena de la Corte fue taxativa, obligando a Estados Unidos a
indemnizar al país centroamericano por todos los daños causados por su
accionar. Washington desconoció el dictamen y, en 1992, una vez derrotado en
las urnas el sandinismo, el gobierno títere de Violeta Barrios de Chamorro se
hundió en los cloacas de la historia al retirar su demanda ante la Corte y de
ese modo “perdonó” la deuda que
Estados Unidos tenía para con su país. 5
La soberbia y la barbarie
imperiales, al igual que su patología belicista, siguen siendo factores
determinantes de la política exterior de Estados Unidos. Pero sus socios y
laderos en Extremo Oriente, en su nerviosismo, le han transmitido un mensaje
muy claro a Trump: un ataque a Corea del Norte provocaría una catástrofe de proporciones
en Corea del Sur y Japón y las víctimas civiles, que seguramente se contarían
por decenas de miles, superarían con creces a las militares. Será tal vez por
eso que Trump sorprendió a propios y ajenos cuando hace unas pocas horas (esta
nota se escribe al anochecer del 1º de Mayo de 2017) anunció en una entrevista
con la Agencia de noticias Bloomberg que: “Si
fuera apropiado reunirme con él –se refiere a Kim Jong-Un- lo haría absolutamente. Me sentiría
honrado de hacerlo. Siempre y cuando ocurra bajo las circunstancias correctas.
Pero lo haría”. Si se iniciaran las negociaciones que Corea del Norte viene
reclamando hace largo rato las chances de evitar una tragedia termonuclear
(cuyas consecuencias se sentirían en todo el planeta y no sólo en el Sudeste
asiático) se incrementarían sensiblemente y este planeta se convertiría en un
lugar un poco más seguro para vivir. Habrá que ver como reaccionarán los “halcones” que pululan en Washington y
los mercaderes de la muerte del “complejo
industrial-militar” ante la sorprendente declaración del presidente de los
Estados Unidos, y si este será fiel a sus dichos. Ojalá que así sea.
Dr. Atilio A. Boron, director
del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini (PLED), Buenos Aires, Argentina.
Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2013.
2
http://www.independent.co.uk/news/world/americas/us-politics/us-north-korea-missile-strike-cataclysmic-nuclear-weapons-tests-ambassador-china-max-baucus-a7702481.html
4 Cf. James Carter, “North Korea’s consistent message to the U.S.” en Washington Post,
24 de Noviembre de 2010.
5 Múltiples ejemplos que caracterizan a
Estados Unidos como un “estado canalla”
se encuentran en Atilio A. Boron y Andrea Vlahusic, El Lado
Oscuro del Imperio. La violación de los derechos humanos por Estados Unidos (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg,
2009)
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