La ausencia de opciones
para las mujeres pobres es lo que hace del trabajo sexual la única alternativa
posible
Universidad
Iberoamericana
Foto:
Hilda Ríos / Cuartoscuro
06
marzo,2017
Ciudad de México.- La ausencia de opciones para las mujeres pobres es lo que
convierte al trabajo sexual en la única alternativa posible, lo que
resulta verdaderamente preocupante, dijo la antropóloga y feminista Marta Lamas
durante su participación en el I Congreso Continental de
Teología Feminista, realizado en la
Universidad Iberoamericana Ciudad de México.
Consideró grave que “para las mujeres de escasos recursos no haya trabajos con una
remuneración equivalente a la que obtienen con el comercio sexual”, y
frente a dicha problemática a ella le preocupa, como dice Martha Nussbaum
(filósofa de Estados Unidos), que la perspectiva de las abolicionistas esté
demasiado alejada de la realidad de las condiciones laborales, como si se
pudiera olvidar el contexto donde las mujeres pobres recurren al trabajo sexual.
La estadounidense plantea que se debería
promover la expansión en las posibilidades laborales (de dichas mujeres) a
través de la educación, la capacitación en habilidades y la creación de
empleos. Pero también sostiene que la legalización del trabajo sexual mejora
las condiciones de aquellas que, para empezar, tienen muy pocas opciones;
postura con la cual coincide Lamas Encabo.
Por ello, como dice Debra Satz, otra filósofa
de EU, si no se resuelven las circunstancias socioeconómicas que llevan al comercio
sexual, prohibirlo o intentar erradicarlo hundiría o marginaría a quienes se
dedican a vender servicios sexuales, mencionó Lamas.
Marta afirma que al igual que cualquier otro
empleo, oficio o profesión, del trabajo sexual se extrae plusvalía “sólo que la explotación de una actividad de
servicios que se encuentra al margen de la regulación laboral se da sin
derechos laborales”.
Para ella, el término explotación tiene una
connotación más negativa cuando va acompañada de la palabra sexual -trata con
fines de explotación sexual-, aunque en muchos casos sea menor la extracción de
plusvalía en las trabajadoras sexuales que en las personas dedicadas a otros
empleos.
“Al
entrevistar a una trabajadora sexual de la Merced, hablando de explotación, me
dijo: ‘¿Explotada? Sí, cuando yo trabajaba ocho horas al día limpiando
oficinas, con el salario mínimo de 70 pesos… Aquí, en unas horas, me hago 500
pesos’. Ganar 500 pesos al día o ganar 80 pesos al día, ¿quién está más
explotada, la que limpia oficinas o la trabajadora sexual?”.
Agregó que es notorio y lamentable que el
término explotación sexual produzca reacciones encendidas, y que no genere la
misma preocupación e interés la explotación económica concreta y a menudo más
aguda de las obreras, de las empleadas del hogar, de las afanadoras, de las
maquiladoras, de las barrenderas “mientras
que en la agenda feminista la explotación de las trabajadoras sexuales ocupa un
lugar predominante”.
Las trabajadoras sexuales están en el comercio
sexual porque ahí ganan más dinero que en otro empleo, y muchas de ellas
lo hacen para mantener una familia o para pagar un tratamiento médico
especializado. “Por eso a mí me espanta
el discurso de quienes quieren abolir el comercio sexual y privar a miles de
personas de una fuente de trabajo cuyo ingreso no les sería posible conseguir
de otra manera”. Y aunque a muchas trabajadoras sexuales les gustaría ganar
lo mismo en otro tipo de trabajo, nadie les va a ofrecer ese ingreso, dijo.
Abolir el comercio sexual pondría en riesgo a
las trabajadoras (sexuales) más vulnerables “no
a las que trabajan en departamentos y hoteles en Santa Fe y en Polanco”. Y
lo que se vería es que al contexto de pobreza, marginalidad, desempleo y
migraciones, que llevan a las mujeres a realizar trabajo sexual, se agregaría
la clandestinidad de la ilegalidad. “Abolir
el comercio sexual provocaría lo que ha ocurrido en Suecia, un empeoramiento de
las condiciones de vida de las trabajadores sexuales, con más riesgos por la
clandestinidad y menos ingresos”.
Reconoció que habría que luchar porque ya
nunca ninguna persona, mujer u hombre, tuviera que verse obligada a recurrir al
trabajo sexual, si éste les causa asco, rechazo, culpa o vergüenza. Mas también
“habría que abolir la miseria, el
sufrimiento y la sordidez que rodea no sólo mucho del ejercicio del trabajo
sexual, sino también de otros trabajos (como) limpiar excusados ajenos, trabajar en los camiones de basura, los
mineros”.
Prejuicios, elusión de responsabilidades
En más sobre la abolición del trabajo sexual, Marta Lamas dijo
que la psicoanalista argentina Silvia Bleichmar reflexiona en torno al tránsito
de creencia a prejuicio, quien señala que al prejuicio ‘lo que le da carácter patológico es su inmovilidad, su imposibilidad
de destitución mediante pruebas de realidad teóricas o empíricas’. Lamas
añadió: “De nada le sirven a las
abolicionistas las pruebas de realidad que las propias trabajadoras sexuales
les aportan, ni el corpus de investigaciones que documentan distintas formas de
trabajo sexual”.
Al retomar a Bleichmar, mencionó que ésta
plantea que cuando el prejuicio deviene en organizador de la acción toma un
carácter primordialmente anti ético. Y vuelve a citar a la argentina: ‘el prejuicio es, indudablemente, una
excelente coartada psíquica para eludir responsabilidades, para la evasión de
responsabilidades y para el ejercicio de la inmoralidad’.
“La
coartada psíquica de creer que se está rescatando a las trabajadoras sexuales
de la violencia y de la degradación elude la responsabilidad ante las consecuencias
concretas de tal rescate. Es común que las activistas descuiden las
consecuencias de las propuestas que enuncian, en especial cuando no visualizan
la forma en que cualquier propuesta, cuando aterriza, tiene a personas que
ganan y tiene a personas que pierden”,
añadió Lamas.
Por eso para Marta, un compromiso responsable
de las diferentes posturas feministas tendría que ir más lejos que simplemente
desplegar sus concepciones morales. Tendría que analizar los costos y los
beneficios de sus propuestas y de sus acciones en las vidas concretas de las
trabajadoras sexuales. “Aferrarse a las
creencias más allá de cualquier prueba de realidad produce fanatismo”.
Liberarse de las creencias del
feminismo
En otro orden de ideas, la liberación del espacio
político-religioso del cuerpo de las mujeres, el tema del congreso, requiere
desde la perspectiva de Lamas “liberarse
previamente de las creencias esencialistas del feminismo. Para lograrlo, es
indispensable más reflexión crítica sobre por qué las ideas feministas que una
vez formaron parte de una visión de emancipación humana hoy se expresan cada
vez más en términos victimistas o
punitivos”.
Como dice la académica y jurista
estadounidense Janet Halley, el feminismo no es una verdad transhistórica que
permanece trascendentemente pura; el feminismo es una práctica continuamente
condicionada por sus propios actos que la preceden.
“Muchos
actos feministas han tenido efectos negativos. Las creencias mujeristas y victimistas respecto a la
violencia han dificultado realizar un diagnóstico más certero y proponer
cuestiones preventivas en lugar de punitivas. Pero además, las feministas que
no denuncian la violencia contra los hombres o que no visualizan el daño que
muchas mujeres sí hacen, generan algo más que sólo una política equivocada,
también producen un quiebre ético en la aspiración feminista”, enunció Lamas.
Por eso, para la ponente, “para acercarnos a construir ese otro mundo posible que anhelamos; sin
injusticias ni desigualdades ni violencias, es imprescindible buscar
formas de caminar hacia un horizonte compartido, lo cual no es fácil, porque como
dice Antonio Machado el camino
pesa en el corazón”.
Una forma de ese caminar es la que reunió a
las y los asistentes al I Congreso Continental de Teología Feminista, y
consiste en pensar críticamente y discutir respetuosamente.
“La
actividad sexual de las mujeres, sea comercial o sea gratuita y amorosa, obliga
a reflexionar y a debatir sobre la doble moral, sobre los prejuicios y sobre la
violencia no intencionada que generan ciertas intervenciones feministas. Y
justamente porque el espacio político religioso del cuerpo de las mujeres está
cruzado por creencias y por prejuicios relativos a la sexualidad femenina,
prejuicios y creencias que obstaculizan su liberación, es que debemos enfrentar
el desafío de cuestionarnos y de criticarnos”,
concluyó Lamas.
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