TRUMP, SLIM Y LOS NEGOCIOS
La Haine
01/02/2017
Donald Trump “no es Terminator,
es Negotiator”, declaró el
magnate Carlos Slim Helú el 27 de enero. No hay que espantarse: según el cuarto
hombre más rico del orbe (sólo detrás de Bill Gates, el español Amancio Ortega
y Warren Buffett), el racista, xenófobo y misógino nuevo inquilino de la Casa
Blanca es un gran negociador y tiene
una gran estimación por México.
Para el titular
vitalicio del Grupo Carso (Telmex, América Móvil, Grupo Financiero Inbursa,
Compañía Minera Frisco, etcétera) y accionista mayoritario del diario The
New York Times −quien el 17 de diciembre pasado se reunió en privado con
Trump en Florida−, lo peor para tratar
con él es enojarse; Trump está provocando
para negociar.
A su juicio, el
impredecible demagogo ex conductor de reality shows que encarna hoy al
pueblo estadounidense en su versión supremacista
anglosajona, blanca y protestante, y que a golpes de Twitter
utilizó a los mexicanos como chivos
expiatorios en campaña, humilló a Enrique Peña Nieto ante el mundo entero,
puso en marcha una campaña de odio y desató la cacería de migrantes
indocumentados, sólo encarna una utopía regresiva: trata de retornar a la exitosa sociedad industrial (manufacturera)
de EEUU del pasado.
Miembro de la
élite liberal desterritorializada que se benefició del programa de
globalización capitalista militarizado y rapaz impulsado por la administración
Obama, Slim sabe que el trumpismo es una extensión
del neoliberalismo por otros medios. O, al decir de Michael T. Klare, una
suerte de administración Reagan de los años 80 que ha tomado esteroides para coger músculo.
Según James Petras,
Trump es un nacionalista-capitalista, un imperialista de mercado y un realista
político que está dispuesto a pisotear los derechos de los inmigrantes y de la
mujer, la legislación sobre cambio climático y los tratados con la población
indígena. Al igual que los legisladores republicanos en el Congreso, los
miembros de su gabinete –integrado por militares imperialistas, expansionistas
territoriales y fanáticos delirantes− están motivados por una ideología
belicista más cercana a la doctrina Obama-Clinton que a la agenda de EEUU
primero.
En ese
contexto, como integrante de la clase capitalista trasnacional, el llamado a la
unidad nacional y a respaldar a Peña
Nieto formulado por Slim −cuya fortuna junto con la de los multimillonarios
Germán Larrea (Grupo México), Alberto Bailleres (Grupo Peñoles) y Ricardo
Salinas Pliego (Tv Azteca) representa 9% del PIB mexicano− está dirigido a
frenar las movilizaciones provocadas por el gasolinazo y encubrir la
brutal lucha de clases desatada por los poderes fácticos contra las masas
empobrecidas de México. Al respecto, cabe recordar la frase de Warren Buffett
en 2006: “Ciertamente, está en marcha una
guerra de clases (…) pero es mi
clase, la clase de los ricos, la que está haciendo guerra, y nosotros estamos
ganando”.
En la
coyuntura, luego de la agenda de guerra global asimétrica de la administración
Obama −con los rescates corporativos, las deportaciones en masa, sus drones y
el Estado policiaco represivo−, el régimen
neoliberal recargado de Trump −incluso con un entramado cultural e
ideológico dramáticamente distinto del utilizado por el primer presidente negro
en la Casa Blanca− no significa una ruptura, sino que converge perfectamente y
garantiza los intereses de la clase capitalista trasnacional.
Como ha
señalado W. I. Robinson en De Obama a
Trump: el fracaso de la revolución pasiva, el trumpismo y el brusco giro
hacia la extrema derecha en EU, con organizaciones de fachada como Americans for Prosperity, Cato Institute y Mercatus Center, es la progresión lógica del sistema político
frente a la crisis del capitalismo global. La élite liberal y su proyecto de
globalización capitalista a través del discurso más amable, más suave del
multiculturalismo −apunta Robinson−, llegaron a un callejón sin salida y
abrieron la caja de Pandora del fascismo del siglo XXI.
Cabe recordar
que el fascismo es ante todo una respuesta a profundas crisis estructurales del
capitalismo. La diferencia clave entre el nazifascismo del siglo XX y el
resurgimiento de corrientes neofascistas tras la crisis financiera de 2008, es,
según Robinson, que el primero involucró la fusión del capital nacional con
poder político reaccionario y represivo, en tanto que el segundo supone la
fusión del capital trasnacional con poder político reaccionario. En ese sentido,
el régimen de Trump no representa una salida, sino que es, por el contrario, la
encarnación de la dictadura emergente de la clase capitalista- transnacional.
Como ha
advertido el experto en guerras irregulares y asimétricas Robert Bunker,
asistimos a una insurgencia plutocrática. Y si bien existen contradicciones y
confusión en las élites políticas y económicas trasnacionales, no cabe duda de
que con su equipo de mexicanófobos, islamófobos e iranófobos −y con su discurso socialdarwinista, neoautoritario con
reminiscencias hitlerianas y de poder desnudo, desprovisto de las máscaras de
la era Obama−, la administración Trump puede retrotraer al mundo a la época de
las Cruzadas.
A corto plazo,
el Plan energético EEUU primero,
diseñado para la eliminación virtual de todo impedimento a la explotación de
petróleo, gas natural y carbón, arroja ominosas sombras extraterritoriales
sobre México. En ese contexto, la revelación de un plan de negocios entre la
subsidiaria mexicana de la empresa Energy
Transfer Partners −de la que el magnate neoyorquino y su secretario de
Energía y ex gobernador de Texas, Rick Perry, fueron socios hasta hace poco−
con la firma Carso Energy, del Grupo
Carso de Slim, para vender gas a la Comisión Federal de Electricidad, podría
explicar por qué, para el magnate mexicano, pese a su utopía regresiva, Trump
no es Terminator, sino Negotiator y representa un gran cambio en la forma de hacer política
y de gobernar.
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