EL ASESINATO DE
ROSA LUXEMBURGO, águila de la revolución
15
enero 2017
“Y le sonrío a la vida, como si supiera algún
secreto mágico que pudiera desmentir todo lo malo y lo triste, y lo convirtiera
en mucha luz y felicidad. Y busco la razón para tener tanta alegría. No
encuentro nada y tengo que reírme otra vez de mí misma. Yo creo que el secreto
no es otra cosa más que la vida misma, la profunda penumbra de la noche que es
tan bella y suave como el terciopelo, si una sabe mirarla”.
Rosa Luxemburgo.
El 15 de
enero se cumplen 98 años del asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, en
manos de tropas alemanas, bajo un gobierno socialdemócrata. La flor más
brillante del movimiento socialista internacional.
La vida intensa y plena de Rosa Luxemburgo podría llenar
varios capítulos de la historia de una heroína de ficción; no alcanzan las
páginas para relatar la cantidad de acontecimientos históricos, experiencias
revolucionarias y momentos dramáticos que llenan su biografía.
Nacida en 1871 en la pequeña localidad de Zamosc, en
Polonia, murió asesinada a los 47 años durante la insurrección alemana en 1919.
Tenía una personalidad revolucionaria deslumbrante: teórica marxista, agitadora
de masas y aguda polemista. Poseía al mismo tiempo una gran sensibilidad por
los animales y la naturaleza, por toda la vida que la rodeaba, algo que se
puede descubrir en la nutrida correspondencia que dirigió durante años a amigos
desde diferentes prisiones y lugares donde residió.
Su figura siempre fue polémica, en vida concentró el odio
de los poderosos y de los reformistas en las filas del SPD. Tras su muerte, su
legado fue atacado por socialdemócratas y estalinistas, porque representaba un
espíritu indomable.
Como mujer, rompió todos los esquemas de la época: se
recibió de Doctora en Ciencias Políticas, nunca se casó -en realidad se casó
formalmente una vez solo para poder obtener la ciudadanía alemana-, tuvo
numerosos amantes, se convirtió en dirigente del movimiento socialista
internacional y no se doblegó ante nada.
Con tan solo 15 años inicia su militancia revolucionaria
en Polonia, durante su etapa escolar. Después de dos años de agitar ente los
estudiantes consignas revolucionarias, el nombre de la pequeña Rozalia
ya es frecuente entre los informantes policiales, por lo que escapa de forma
clandestina a Zúrich, donde se concentra gran parte del exilio ruso y polaco.
Allí conocerá a los popes del socialismo internacional, como Plejanov, y
comienza su intensa relación personal y política con Leo Jogiches, joven
socialista lituano con grandes capacidades de organizador entre los obreros.
Convertida ya en una referente del socialismo polaco, a
fin de siglo emprende el viaje a Berlín para integrarse al Partido
Socialdemócrata de Alemania, que era entonces el corazón de la Segunda
Internacional. Allí despliega sus dotes de polemista y teórica contra el
revisionismo reformista de Eduard Bernstein, quien intentaba formular la vía de
un socialismo moderado y pacífico, sin revolución ni lucha de clases, mediante
la ampliación gradual de la democracia parlamentaria. Rosa responde en su
folleto “Reforma o revolución”, que aún hoy mantiene una actualidad
sorprendente.
En 1905 el aire fresco de la revolución rusa conmueve
profundamente a Rosa. “Todo cuanto había hecho hasta ese momento: sus
investigaciones científicas, sus luchas intelectuales, la formación y la
organización de los cuadros revolucionarios, su lucha contra los poderes estatales
para llevar un poco de claridad a los trabajadores, había estado imbuido del
pensamiento constante en la revolución. Ahora era una realidad”. (Paul
Frölich) Logra ingresar con nombre falso a Varsovia, donde es detenida, y poco
después escribe un folleto sobre la huelga política de masas, para “traducir
al alemán” las lecciones de la revolución rusa.
Otro momento destacado de su biografía son los años que
siguen al estallido de la guerra, dedicados a agitar entre los trabajadores la
necesidad de movilizarse contra la barbarie imperialista de la Primera Guerra
Mundial. Rosa emprende, junto a un puñado de sus camaradas como Mehring, Clara
Zetkin y Liebknecht, un combate internacionalista contra la traición de la
socialdemocracia alemana que aprueba los créditos para la guerra el 4 de agosto
de 1914.
“La revolución es magnífica… Todo lo demás es un
disparate”. La frase
pertenece a una carta de Rosa dirigida a Emmanuel y Matilde Wurm, en 1906. En
1917, la revolución rusa encontró nuevamente en ella una firme defensora que
intentó transmitir a la clase trabajadora alemana toda esa experiencia. Para
Rosa, a pesar de las diferencias expresadas en algunos trabajos, los
bolcheviques tenían el mérito histórico de haberse atrevido a mostrar un camino
para el socialismo internacional.
Su profunda amistad con Clara Zetkin, organizadora del
movimiento de mujeres socialistas, la acompañó toda su vida. Aunque nunca
aceptó la propuesta de la dirección del SPD de dedicarse exclusivamente a la
cuestión femenina, escribió sobre las mujeres trabajadoras y apoyó firmemente
el trabajo feminista socialista de Clara. Su rebelión contra los mandatos
patriarcales se mostró tanto en su vida personal como en su actividad política,
en un mundo donde los hombres reinaban también dentro de los partidos
socialistas.
A mediados de 1918, en medio de la revolución de los
consejos obreros en Alemania, Rosa es liberada de prisión después de una larga
temporada. Se lanza a una actividad política febril. Según su biógrafo P.
Nettl, en esos meses Rosa y Karl viven “varias vidas” en un mismo día,
escribiendo, reuniéndose, agitando, organizando, como líderes de la Liga
Espartaco, núcleo del naciente Partido Comunista alemán.
La caída del Káiser y la proclamación de la República
deja el gobierno en manos de los socialistas más moderados, el SPD, del que se
habían escindido los socialistas independientes, el USPD. Ebert y Noske,
líderes socialdemócratas, llegan a un acuerdo con el Estado mayor alemán y los
Freikorps (bandas paramilitares de soldados que habían sido desmovilizados del
ejército del Káiser), para aplastar la insurrección de los consejos obreros.
El 15 de enero, por la noche, Rosa y Karl son arrestados
y trasladados a una de las sedes de los Freikorps. Según una testigo
presencial, Rosa es golpeada brutalmente. Cuando la obligan a salir por la
puerta, un soldado le parte el cráneo con el culatazo de su rifle. Un tiro
remata el crimen, como ya habían hecho con Leibknecht. El cadáver de Rosa es
lanzado al río, donde permanece durante meses, en la más profunda oscuridad.
Poco después es asesinado Jogiches.
En una carta a Sophie Liebknecht, un año antes, Rosa
describía desde la cárcel su profunda pasión por la vida: “Y le sonrío a la
vida, como si supiera algún secreto mágico que pudiera desmentir todo lo malo y
lo triste, y lo convirtiera en mucha luz y felicidad. Y busco la razón para
tener tanta alegría. No encuentro nada y tengo que reírme otra vez de mí misma.
Yo creo que el secreto no es otra cosa más que la vida misma, la profunda
penumbra de la noche que es tan bella y suave como el terciopelo, si una sabe
mirarla”.
La responsabilidad política de la socialdemocracia
reformista en el crimen de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht está fuera de toda
duda. Los líderes de la revolución alemana cayeron asesinados, pero su nombre
vive por siempre en la historia del movimiento obrero internacional. Lenin
escribió sobre ella que era una verdadera “águila” de la revolución.
ROSA LUXEMBURGO, de
la educación popular a la (auto) formación de las masas
Hernán Ouviña
Fuente: Desinformémonos
15 enero 2017
Rosa Luxemburgo (1871-1919) fue una de las marxistas que, en tanto
educadora popular, más esfuerzos destinó en favor de los procesos formativos
como algo prioritario para la militancia. Paradójica y erróneamente, se la
sigue caricaturizando como una “espontaneísta” que denostaba la teoría y
la necesidad de la organización política, algo alejado por completo de su
concepción revolucionaria. Desde sus primeros pasos como activista clandestina
en su Polonia natal, hasta su destacado papel en el seno de la izquierda
alemana y europea, siempre abogó por construir y dotar de centralidad a los
espacios orgánicos y a los momentos del autoaprendizaje de las masas.
De hecho, al poco tiempo de
sumarse a militar en Alemania es invitada a incorporarse en la escuela de formación
del Partido Socialdemócrata por su experiencia en ese plano. Salvo en los
diferentes interregnos que estuvo encarcelada, Rosa dedicó buena parte de su
militancia diaria a esta tarea, a razón de cuatro veces por semana, desde 1907
hasta 1914 (momento en el que, como consecuencia de su agitación contra la
guerra, sufrirá sucesivos y prolongados períodos de encierro en la cárcel). En
los talleres y cursos que coordinaba por aquellos años, no permitía que se
tomasen notas en el momento, ya que consideraba que era mejor que quienes
asistían pudiesen seguir, sin interrupción y con la mayor atención posible, la
dinámica de intercambio y exposición que orientaba a cada encuentro. “Uno no quiere simplemente repetir”, convertirse “en un fonógrafo”, sino “recoger material fresco para cada nuevo curso,
ampliar, cambiar, mejorar”, que se fomente la discusión y “un tratamiento profundo de la materia mediante
preguntas y conversación”, confesará en una de sus cartas.
Una parte sustancial de estas
clases, en cuyos borradores Rosa trabajó para su publicación incluso durante
los años que estuvo en la cárcel, fue editada póstumamente bajo el título de Introducción a la economía política, y vale la pena
leer estos manuscritos porque no solamente desmitifica en ellos al pensamiento
de los “sabios burgueses”, sino debido a que aborda de
manera detallada -y hasta reivindica- las formas comunitarias de vida social
existentes en la periferia del mundo capitalista, entre ellas las de los
pueblos indígenas que aún perduran hoy en día en Nuestra América. Podemos
imaginarnos lo que implicó que una mujer, polaca y judía ingrese como “profesora”
en ese espacio construido y habitado casi de manera exclusiva por hombres, que
además de subestimar la capacidad intelectual y política de las mujeres, en no
pocas ocasiones reproducían los peores prejuicios antisemitas.
Hoy sabemos que la batalla de
Rosa fue en varios frentes: contra el capitalismo como sistema de dominación
múltiple, que además de intensificar la explotación de la clase trabajadora,
exacerbaba el militarismo bélico y desplazaba su crisis hacia los países
coloniales y la periferia global a través de la acumulación por despojo, pero
también contra lo que Raya Dunayevskaya llamó “chauvinismo masculino”,
que imbuía al propio partido en el que ella militaba, incluyendo a sus
principales referentes teóricos y políticos, Karl Kautsky y August Bebel.
Algunos de sus textos más disruptivos son producto de las querellas libradas
contra las tendencias burocráticas al interior de la organización, que
subestimaban de manera simétrica la capacidad de lucha y autoconsciencia de las
clases populares. Uno de sus primeros escritos ¿Reforma o revolución?, constituye una
brillante respuesta a las hipótesis reformistas de Eduard Bernstein, donde
además explicita la centralidad del estudio y la discusión teórica: “no se puede arrojar contra los obreros insulto más
grosero ni calumnia más indigna -dirá- que la frase: ‘las polémicas teóricas son sólo para
académicos’”. Es que para ella, como afirmará en una de sus
cartas, “el socialismo no es precisamente, un problema de cuchillo y tenedor,
sino un movimiento de cultura, una grande y poderosa concepción del mundo”, por lo que la
disputa intelectual y la formación política tenían una relevancia ineludible.
Pero esto no significaba
desmerecer las acciones militantes en la calle, sino por el contrario
concebirlas, también, como profundamente formativas, en un ida y vuelta con la
reflexión crítica. Huelga de masas, partidos y sindicatos, otro de sus
libros más sugerentes, es un claro ejemplo de su concepción dialéctica de la
realidad y del autoaprendizaje en torno a ella. A partir de la reconstrucción y
análisis del proceso revolucionario vivido en Rusia en 1905, demuestra cómo la
supuesta “espontaneidad” de las masas populares en las calles y
barricadas de ese “bárbaro” país oriental, tenía mucho para enseñarle a
la cómoda dirigencia socialdemócrata de Alemania e incluso al conjunto de
Europa, respecto de cuál era el horizonte de lucha al que apuntar: “un año de revolución ha dado al proletariado ruso
esa ‘educación’ que treinta años de luchas parlamentarias y sindicales no
pueden dar artificialmente al proletariado alemán”, sentenciará en
sus páginas más ardientes. Tal enfado generó este opúsculo escrito por Rosa,
que la dirección de los adormecidos sindicatos alemanes decidirá destruir e
incendiar la edición que esperaba ser difundida por esas tierras. Este texto en
particular brinda una enseñanza vital en términos formativos, debido a que
postula que la experiencia práctica, el aprender haciendo, resulta
fundamental en el proceso autoeducativo de las masas en su caminar
revolucionario.
En el contexto del
desencadenamiento de la primera guerra mundial, Rosa utilizará su pluma -bajo
seudónimos varios- como arma de combate y polémica contra las fuerzas
nacionalistas que instaban al intervencionismo militar alemán en el conflicto
bélico y advertirá sobre una disyuntiva civilizatoria que pasará a la historia
como consigna de las causas populares a nivel mundial: “¡Socialismo o barbarie!”. Pero también
tendrá oportunidad de realizar una lectura crítica de los primeros momentos del
proceso revolucionario vivido en la Rusia soviética de 1917. Escrito entre
rejas, el manuscrito Crítica de la Revolución Rusa resulta un texto
clave no solamente para todo proyecto de formación política en cuanto a su
método de análisis y autocrítica fraterna desde el marxismo, sino porque en él
se explicita la centralidad que este tipo de propuestas adquiere en la
transición al socialismo, e incluso antes de él. “El dominio de clase burgués -dirá Rosa sin
medias tintas- no tenía necesidad de una instrucción y de una
educación política de las masas populares, por lo menos más allá de ciertos
límites muy estrechos. Para la dictadura proletaria, en cambio, ambas cosas
constituyen el elemento vital, el aire, sin el cual no podría subsistir”. En efecto, la
nueva sociedad implica la participación activa y consciente del pueblo, razón
por la cual “la práctica socialista exige una completa
transformación espiritual en las masas degradadas por siglo de dominación
burguesa”. De acuerdo a la
militante espartaquista, “la escuela misma de la vida pública, de la más
ilimitada y amplia democracia, de la opinión pública”, es lo que iba a
permitir el avance hacia un socialismo no burocratizado ni autoritario. Por
ello concluirá afirmando que “la democracia socialista no comienza solamente en
la tierra prometida”, sino que debe prefigurarse en el presente,
ensayarse como proyecto formativo de autogobierno cotidiano.
Incluso en los momentos más duros
y adversos, Rosa no temió ejercitar de manera fraterna y honesta la
autocrítica, en aras de evitar un desencuentro cada vez mayor entre libertad e
igualdad, algo que vislumbraba como peligro en la Rusia soviética: “La libertad sólo para los que apoyan al gobierno,
sólo para los miembros de un partido (por numeroso que este sea) no es libertad
en absoluto. La libertad es siempre libertad para el que piensa de manera
diferente”, se atrevió a advertirles de manera premonitoria a los camaradas
bolcheviques en uno de los párrafos finales de su manuscrito, donde a la vez
denuncia la falta de canales de participación real de las masas y la ausencia
de debate público en torno a los principales problemas que aquejaban al proceso
revolucionario. Sin embargo, sus propios compañeros espartaquistas la regañaron
y le sugirieron no difundir el escrito producido por ella en la cárcel, por
miedo a que le hiciera “el juego a la derecha”.
A contrapelo, para Rosa el
análisis autocrítico y (en caso de ser necesaria) la rectificación, constituían
un ejercicio teórico-político ineludible, ya que según su convicción, flaco
favor se le hace a los proyectos emancipatorios si la militancia se convierte
en mera aplaudidora de sus virtudes y, “haciendo de la necesidad virtud”, omite sus
contradicciones, ambigüedades, errores y flaquezas por temor a ser excomulgada
o considerada “traidora”. Hay que asumirlo de una vez por todas:
ausencia de reflexión crítica, estancamiento y dogmatización van de la mano, y
de acuerdo a Rosa nos sumergen en un círculo vicioso del que es cada vez más
difícil salir.
Por ello, además del ejercicio de
la autocrítica como una responsabilidad ética de todo/a militante, para ella
resultaba imperioso romper con dos flagelos que, de una u otra manera, tienden
a permear a buena parte de las organizaciones de izquierda: “recaer en la secta o precipitarse en el movimiento
reformista burgués”. Para superar ambos vicios que rascan donde ni
pica, se requiere según Rosa establecer un nexo dialéctico entre, por un lado,
las múltiples luchas cotidianas que despliegan las clases populares y, por el
otro, el objetivo final de trastocamiento integral del capitalismo como
sistema, de manera tal que cada una de esas resistencias, potenciadas entre sí,
devengan mecanismos de ruptura y focos de contrapoder, que aporten al
fortalecimiento de una visión estratégica global y reimpulsen, al mismo tiempo,
aquellas exigencias y demandas parciales desde una perspectiva de largo
aliento.
Esta es, en última instancia, la
verdadera diferencia sustancial entre una perspectiva socialista y una de tipo
reformista: mientras que la primera considera siempre las reivindicaciones
inmediatas y las conquistas parciales en relación con el proceso histórico
contemplado en toda su complejidad y apostando al fortalecimiento de un poder
popular y de clase antagónico, en la segunda se evidencia la ausencia total de
referencia al conjunto de las relaciones que constituyen a la sociedad
capitalista como sistema de dominación múltiple, lo que lleva a desgastarse en
la rutina de la pequeña lucha cotidiana por reformas que -al no estar
conectadas con el objetivo final de ruptura y superación revolucionaria del
orden burgués- terminan perpetuando la subordinación de las clases populares.
En plena ebullición obrera en las
calles de Berlín, y pocas horas antes de ser asesinada junto a Karl Liebknecht
el 15 de enero de 1919, Rosa no dudó en redoblar su confianza en la capacidad
autoemancipatoria de las masas, exclamando: “El liderazgo ha fallado. Incluso así, el liderazgo
puede y debe ser regenerado desde las masas. Las masas son el elemento
decisivo, ellas son el pilar sobre el que se construirá la victoria final de la
revolución. Las masas estuvieron a la altura; ellas han convertido esta derrota
en una de las derrotas históricas que serán el orgullo y la fuerza del
socialismo internacional. Y esto es por lo que la victoria futura surgirá de
esta derrota”. A la vuelta de la historia, y en un nuevo
aniversario de su desaparición física, su herencia se mantiene más viva que
nunca en la infinidad de proyectos e iniciativas que germinan, desde abajo y a
la izquierda, en diversas latitudes del mundo, con la plena certeza de que
muchas derrotas renacerán -más temprano que tarde- como luminosas victorias.
Porque las revoluciones venideras serán la conquista del pan, pero también el
florecimiento de las Rosas.
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