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EL PLANTÓN: A DOS AÑOS DE AYOTZINAPA (Figurantes, mártires y un desierto que avanza)

El Plantón: A dos años de Ayotzinapa
Recibimos una colaboración solidaria de la compañera Silvina Pachelo, desde el Plantón por los 43 (y por todos los detenidos-desaparecidos, presos y procesados políticos) que en Reforma, frente a la sede de la PGR, resiste hostigamiento, amenazas, indiferencia ciudadana, apatía, desprecio, inclemencias del tiempo… Ahí, pese a todo, de manera permanente, se mantiene firme el Plantón gritando: 
43 Y MILES MÁS... ¡VERDAD Y JUSTICIA!... 
¡NI PERDÓN NI OLVIDO!
¡VIVOS SE LOS LLEVARON, VIVOS LOS QUEREMOS!
         Al publicar aquí esta colaboración, saludamos con respeto y admiración a las y los compañeros que sostienen el Plantón y hacemos un llamado a la solidaridad compañera.
La Voz del Anáhuac
Figurantes, mártires y un desierto que avanza
Por Silvina Pachelo
El Pulso de los pueblos
26 septiembre, 2016
El amor, madre, a la patria
no es el amor ridículo a la tierra,
ni a la yerba que pisan nuestras plantas;
es el odio invencible a quien la oprime,
es el rencor eterno a quien la ataca;
y tal amor despierta en nuestro pecho
el mundo de recuerdos que nos llama
a la vida otra vez…
José Martí, Abdala
En el cine quien recibe el nombre de “figurante” es aquella persona que no aparece en escena, que no tiene representación de la voz, no cobran figura y siempre se mueven detrás de la figura activa, es decir de los “protagonistas”. Esperan horas en los bancos de los sets de filmación y están a disposición de lo que se les pida.
Normalmente como figurante no te van a pedir grandes capacidades interpretativas. Tienes que aparecer andando por una calle, haciendo algo en segundo plano, o atacando a un ejército de bárbaros, espada en mano y con la cara pintada, junto a sus miles de compañeros de reparto.
Son imágenes de la supervivencia que se convierten con Pasolini en rostros y cuerpos que al cobrar figura hacen fulgurar, como decía Deleuze, un pueblo faltante que se espera en la visión de un gesto cualquiera.
El 12 de diciembre de 2011 dos estudiantes de Ayotzinapa fueron asesinados por la policía al desbloquear la Autopista del Sol. Los normalistas exigían ampliación de la matrícula escolar.
En la madrugada del 26 y la noche del 27 de septiembre de 2014, en el municipio de Iguala, estado de Guerrero, un grupo de 80 estudiantes normalistas de Ayotzinapa fueron reprimidos, varios de ellos muertos, otros escaparon, uno permanece en coma y 43 permanecen desaparecidos.
El Plantón, ubicado en pleno Paseo de la Reforma del Distrito Federal de México fue una iniciativa del Frente Oriente, agrupación política integrada por asambleas populares de delegaciones como Iztapalapa e Iztacalco a días de la masacre y desaparición de los normalistas.
El Plantón frente a la PGR, Procuraduría General de la República, es un espacio de resistencia, donde no solo están las víctimas, que son los padres, madres y familiares de los desaparecidos, de la ciudad de México sino también militantes, activistas, colectivos y personas que no tienen una participación orgánica partidaria. El caso Ayotzinapa no es un caso más, no pasa desapercibido, y los padres y madres junto a la sociedad comprometida son solo la punta del iceberg de esta lucha contra un poder asesino, contra una sociedad ciega, contra un Estado corrupto donde la vida humana es carne de cañón de las mafias de turno.
Estos golpes, dejan no solo víctimas, sino que se fijan un plan aun peor, inculcar miedo y que muchos renuncien a sus ideales. Después de lo sucesos escalofriantes en Ayotzinapa las solicitudes de ingreso en este año escolar bajaron drásticamente ante el escenario planteado por la reforma educativa y el miedo a la represión ha ocasionado la deserción de un alto porcentaje de estudiantes normalistas rurales en todo el país. Los sucesos del 26 y 27 de septiembre son, entre otras cosas, la explosiva y atroz culminación de años de vaciamiento institucional en las áreas rurales, también la discriminación, la intolerancia y violencia hacia los jóvenes campesinos e indígenas y futuros maestros que hoy parecen desechables. Esto nos demuestra que no hay dudas de que estamos viviendo un colonialismo avanzado.
El Plantón en su estructura, en su funcionalidad y en su aspecto, interpela a una sociedad que prefiere el progreso, eso significa una sociedad atravesada por la racionalidad y la universalidad positivista donde intenta por todos sus medios, consciente o inconscientemente, negar su propia realidad, su propia historia, su origen.
El colonialismo supo bien donde lacerar y herir a nuestra América Latina, imponiendo su arsenal ideológico a través de los políticos de turno al servicio de los grupos dominantes, condenando a los pueblos a convertirse en figurantes. Cuerpos que son portadores de singularidad y espacios de resistencia y que en su contigüidad conforman esos pueblos que, como nos recordaba recientemente Judith Butler (2013), se exponen vulnerables ante la violencia de los estados policiales cuando protestan en las calles y ocupan las plazas en su demanda por justicia social. Son cuerpos del lamento y la resistencia, debilidad y fuerza a un tiempo, que canalizan la expresión de los pueblos.
Mitin de madres y padres de los 43 en el Hemiciclo a Juárez.
El Plantón sin dudas, reúne a cada transeúnte que circula por El Paseo de la Reforma, rodeado en forma circular de gigantografías con los rostros de los 43 normalistas, que nos miran y nos piden respuestas, así como la emblemática pintura El grito de Edvard Munch, oxímoron que representa lo que los pueblos seguimos padeciendo, un grito desesperado en el silencio. La ciudadanía sabe que fueron desaparecidos, que hay un secreto, y que el caso no está cerrado. Cuando hay un crimen de Estado, hay responsabilidades, cómplices y sobre todas las cosas una sociedad que niega y que no se anima a la verdad. Pero los Figurantes, los Calibánes, los condenados de la tierra nos enseñaron como dice Fidel Castro, que un revolucionario nunca pierde su fuerza moral, y si algo tienen claro los padres y madres de Ayotzinapa, es que la pelea se da en el ring, y que no hay nada que les quite las fuerzas que les quedan porque ya el Estado les mató y les profanó a sus hijos.
Así el discurso político dominante de los medios de comunicación, que son el infierno fundacional, nos instalan la idea de felicidad, progreso, belleza, sumisión, individualismo sin aceptar matices. Las clases populares hoy dominan el espacio público. Por eso los poderes represivos recrudecen, borrar de escena es matar para que no entorpezcan, no molesten, no interpelen los discursos, no develen la corrupción y la cobardía con que se mueven los sujetos que intentan por todas las vías, aleccionar el alma humana.
Ayotzinapa, es claramente un mensaje mafioso y quedó demostrado cuando hicieron circular la imagen del normalista desollado en su rostro, Julio César Mondragón.
El Plantón es un grito, fruto de un dolor inconmensurable, de una lucha que el pueblo mexicano lleva en las entrañas y en la sangre. El amor no se domestica, menos la moral, por eso los padres y las madres de los normalistas no negocian bajo ningún régimen sus convicciones. No son detectives, solo piden una verdad que no es la historia oficial que quiere instalar la PGR. La lucha de las madres y los padres es legítima, jurídica y todas las respuestas que les dieron siguen siendo confusas y contradictorias.
La maquinaria para desviar la información no cesa, sin embargo, los padres y madres siguen en pie de guerra. Porque la mano asesina apunta a todos.
Estudiantes normalistas de Michoacán sometidos brutalmente por la policía, 2013.
Los normalistas tenían entre 19 y 21 años, jóvenes campesinos, que tenían sueños, que llevaban adelante un objetivo claro y contundente de lucha y resistencia. Nacer en esas condiciones es estar en estado de resistencia, porque la vulnerabilidad en la que viven estos sectores es de una pobreza obscena, por eso vivir en este infierno los convierte en gigantes, luchaban por su derecho a educarse, a formarse en la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa que en lengua Náhuatl significa “lugar de tortugas”, los normalistas luchaban con llegar a terminar su magisterio para seguir formando a otros, sabiendo que no hay lugar para quejas, porque el camino del empobrecimiento no fue elegido pero si el de la emancipación del conocimiento, que es lo que se le niega a tantos pueblos. Vivimos en una barbarie de la cual no se puede salir, a pesar de los años.
Pero la coyuntura política no está fácil para América Latina. Si algo sabemos es que México no es el anti modelo. Lejos de ser Bolivia que recientemente le dio apertura a una Escuela Antiimperialista, el modelo económico y político de México, se está instalando, en otros países del Sur. Como el reciente Golpe de Estado en Brasil a la Presidenta Dilma Russeff. Con este mapa político preocupa la visita de Peña Nieto a la Argentina, donde el presidente Mauricio Macri habló de la existencia de “una agenda común” entre los dos países en la lucha contra el narcotráfico. México no es la agenda más acertada y rigurosa en la lucha contra el narcotráfico, pero si algo está dejando en claro es que la región está en peligro. Los últimos casos más relevantes y alarmantes que tomaron estado público vienen de México. La ejecución de 22 jóvenes presuntamente narcotraficantes, en Tlatlaya, estado de México, la desaparición de los 43 normalistas en Guerrero y los once muertos en Nochixtlán, Oaxaca. En estos casos actuaron las fuerzas públicas: en una el Ejercito, en Ayotzinapa delincuencia organizada con policía federal y fuerzas armadas y en Nochixtlán policías de diferentes corporaciones.
Los normalistas muertos, los 43 desaparecidos son parte de un espectáculo del terrorismo de estado que vivimos en América Latina, que, a modo de constelación corrupta y corrompida inagotable, se legítima con cada nueva muerte, porque el cuerpo deja de ser cuerpo para convertirse en signo. La barbarie, la segregación, el racismo, son parte de un mismo plan, seguir siendo los esclavos en el siglo XXI.
En 1965 Henry Allen participó en la marcha de Selma por los derechos cívicos que acabó en un baño de sangre. Ese día, conocido como el “domingo sangriento”, cambió el curso de la historia de Estados Unidos.
Pero también cambió el pensamiento y el devenir histórico de lo que sería otro acontecimiento. Su reclamo era digno, votar.
Henry formó parte de un grupo de unos 600 activistas que partieron de la localidad de Selma para marchar unos 90 kilómetros hasta Montgomery, la capital de Alabama (sureste de EU).
La marcha duró poco: a la salida del puente Edmund Pettus, bajo las órdenes del gobernador de Alabama George Wallace, la policía ordenó a los manifestantes que regresaran. Como éstos no obedecieron, fueron reprimidos. La sangre que corrió hizo tomar conciencia a parte de la población blanca, así fue que consiguieron la “Voting Rights Act” (Ley del derecho al voto), que suprimió los numerosos obstáculos a los que se enfrentaba la comunidad negra para ir a las urnas.
La figura fundamental de este acontecimiento fue Martin Luther King, quien les dio visibilidad a los conflictos de la época, su activismo lo condenó a muerte en un mundo antes de llorar el asesinato de Martin Luther King el 4 de abril de 1968, lloraba el asesinato de Ernesto Che Guevara el 9 de octubre de 1967.
Tlatelolco, 3 de octubre de 1968. Un día después de la masacre la sangre había sido lavada. Pero no borraron la memoria.
En términos generales, los historiadores coinciden en destacar los siguientes episodios en México como capítulos centrales del 68: la violencia de julio, cuyo principal tema fue el bazucaso con que el ejército derribó la puerta barroca de San Ildefonso, sede de la preparatoria 1, la marcha del rector Javier Barros Sierra y su condena de la violación a la autonomía universitaria; la ofensiva estudiantil de agosto, con el surgimiento del Consejo Nacional de Huelga y las marchas multitudinarias del 5, 13 y el 27 de aquel mes. La estrategia represiva del gobierno, que comenzó a instrumentarse en la ceremonia del desagravio a la bandera del día 28 de agosto y a lo largo del mes de septiembre con las ocupaciones militares de Ciudad Universitaria y el Casco de Santo Tomás; y finalmente la masacre del 2 de octubre en Tlatelolco.
El 26 y 27 de septiembre de 2014 a los normalistas le toca una función, como les había tocado a otros, en otras fechas, ocuparse de los colectivos que los iban a llevar hasta el Zócalo del Distrito Federal, donde como cada año, se organiza la marcha del 2 de octubre para conmemorar la masacre de Tlatelolco.
Ocuparse de los colectivos, es tomar por asalto de forma pacífica micros para poder llegar antes del 2 de octubre. Llegar de Ayotzinapa a Iguala y de ahí al Distrito Federal. Pero para ese recorrido se necesita dinero porque no hay recursos, nadie los puede trasladar.
En el afán de la lucha y las ganas de estar de pie conmemorando parte de su propia historia, todos quieren estar el 2 de octubre en el Zócalo, en la marcha más significativa de los últimos 46 años.
Acteal: 22 de diciembre de 1997. 45 indígenas tzotziles masacrados. Crimen de Estado en el marco de la contrainsurgencia antizapatista.
Los Normalistas nunca llegaron. Todo fue un desierto de sangre, desaparición y muerte.
Ellos nos develaron como cada injusticia social en el mundo que vivimos es una cárcel donde nos vigilan y nos castigan. Como dijo en su reciente visita a México el Dr Raúl Eugenio Zafaroni: Vivimos un genocidio a goteo.
Los cambios son desde y para el otro, dejar de estigmatizar por color, clase social, modos de vida. Esto que el imperialismo nos impone cada día, a través de la violencia y el miedo para alejarnos del poder que tenemos a decidir, a luchar por ser libres, exigiéndonos sumisión. 
Los Normalistas son un eslabón más de una lucha Latinoamericana, de una lucha de los pueblos oprimidos, que se identifican con líderes que dieron la vida y sintieron compasión por sus hermanos. Como nos enseñó Ernesto Guevara; el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Hoy nos quedará romper todos los espejos en los que nos miramos y empezar cada vez.

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