Luis Hernández Navarro
América Latina en
Movimiento
ALAI AMLATINA
19/10/2016
Una democracia con los
bolsillos vacíos
ALAI AMLATINA, 02/11/2016.- En la década de los 80 del siglo
pasado, América Latina emergió de los días oscuros de la dictadura militar con
la esperanza de que la democracia traería la justicia social. No fue así.
Obligados a aceptar las doctrinas de libre comercio del consenso de
Washington, los gobiernos débiles y mal preparados que llegaron al poder
subastaron los recursos públicos a precios de ganga, y quedaron atrapados por
la lógica y los intereses del capitalismo global.
La élite se benefició,
mientras que la mayoría de la población no ganó nada. El empleo apenas creció, los salarios del
sector público se "reajustaron",
y la pobreza aumentó de forma espectacular. Los trabajadores sufrieron una doble
desventaja: el costo de mano de obra mayor a la de sus homólogos chinos, y una
menor educación que los europeos del Este.
Entre los saldos
verificables que arrojó la entrada de América Latina en la globalización
neoliberal, de la mano de la democracia procedimental, está el de la
polarización social. El neoliberalismo profundizó la segmentación e hizo
evidente que no eran con las viejas clases políticas que ésta podría resolverse
la desigualdad. Insertos débil y mal en la economía mundializada los países del
área se dividieron internamente entre una élite que se benefició de esa
inclusión y las amplias mayorías que quedaron fuera de ella.
El fin de los regímenes
autoritarios y de la transición hacia la democracia en América Latina coincidió
con la reivindicación del libre mercado como escuela de virtud. Con ella, llegó la hora de sustituir la
política por el mercado, la administración pública por el manejo gerencial, la
ciudadanía por los consumidores, la atención a la pobreza por la rentabilidad
social. El llamado a “reinventar” el gobierno trasladó
mecánicamente la ideología de la empresa privada a las políticas públicas. Lo empresarial se convirtió así, al margen de
cualquier evidencia, en sinónimo de un gobierno eficiente, moderno, no burocrático,
no corrupto y responsable.
Una nave que se hunde
Muy pronto, los efectos de esta desastrosa gestión
gubernamental se hicieron sentir en la realidad. La transgresión de lo público por parte de
los intereses privados polarizó las sociedades latinoamericanas. Y lejos de ayudar a mantener la cohesión
social, desmantelar lo público para abrir sus competencias y funciones a lo
privado, la fragmentó aún más.
Disminuida la legitimidad
política nacional por el reino del mercado y la práctica abdicación de las
funciones redistributivas y asistenciales del Estado, y erosionada la figura
del Estado-nación por la apología de la globalización, la identidad nacional de
los sectores populares se disoció del Estado.
Los sectores más pobres de la sociedad construyeron una identidad propia
apartada de la identidad nacional del Estado.
Se produjo una profunda crisis de representación política: los partidos
tradicionales dejaron de representar a la ciudadanía, y los políticos que
reemplazaron a los militares agotaron rápidamente su credibilidad.
Para sectores importantes
del movimiento popular, quedó cada vez más claro que el gobierno no era una
empresa y la administración pública no era sinónimo de gestión privada. Las lógicas de lo privado y lo público son
distintas. Lo privado priva, excluye; lo
público considera el interés general. Lo
público no puede gestionarse con la lógica de lo privado; no es un cliente al
que hay que venderle un bien o un servicio.
Poner al frente de lo público los intereses privados es desnaturalizar
su función.
Surgieron así
multitudinarias expresiones de descontento social que reivindicaron el espacio
público en oposición a la privatización de los recursos naturales. La fuerza integradora de la vieja identidad
nacional se reformuló ante el empuje de las reivindicaciones étnicas y
regionales que convocaron y sumaron a los excluidos.
Este fue el contexto en el
que la izquierda llegó al gobierno en algunos países. Las movilizaciones de masas que derribaron
presidentes, desafiaron la hegemonía de Estados Unidos, frenaron el ALCA,
detuvieron la privatización de empresas estatales y de recursos naturales,
construyeron un nuevo sentido de identidad forjado en las demandas étnicas y
regionales, y la unidad de los excluidos y marginados. En su horizonte estaba la construcción de
poder popular. Antes de las victorias electorales, la nueva izquierda había
obtenido una victoria cultural.
Poder popular
Desde la década de los
setenta del siglo pasado, una enorme variedad de movimientos sociales y
políticos han reivindicado la necesidad de construir el poder popular como un
elemento central en la lucha por la emancipación social. Sin embargo, no hay una definición única de
este concepto, pues con él se describen propuestas y realidades políticas
distintas. Su alcance y significado es
diferente, dependiendo de los países y los movimientos que lo reivindican.
Aunque, el concepto se
refiere en lo esencial a los espacios de poder autónomo creados por los
sectores subalternos, que cuestionan el orden imperante, practican la
democracia participativa y son una especie de laboratorio en la creación de
otra sociedad, en los hechos, su uso varía enormemente. No son lo mismo los órganos de poder popular
en Cuba, que las Juntas de Buen Gobierno zapatistas, las fábricas ocupadas en
Argentina, los Consejos Comunales en Venezuela, las policías comunitarias de
Guerrero, o la experiencia del Cauca colombiano.
En unos casos, el poder
popular se reivindica como una vía para generar una fuerza contrahegemónica por
afuera de los espacios de la política institucional. En otros, es parte de procesos de transformación
de Estados en disputa. En algunos más,
se concibe como instrumento para democratizar la democracia procedimental.
Distintas formas de poder
popular han surgido a lo largo de los últimos veinte años en el continente,
asentados en los territorios de pueblos indígenas en proceso de reconstitución
como pueblos o naciones, de grupos campesinos en defensa de sus tierras y
recursos naturales, y de movimientos urbano-populares en las periferias de
grandes ciudades.
El concepto de poder
popular da cuenta de cómo nuevos sujetos históricos se han ido construyendo
alrededor de la resistencia al despojo del territorio, la autogestión y la
autonomía y la autodefensa.
Con mucha frecuencia, la
estrategia de construir poder popular es reivindicado por quienes dentro de la
izquierda consideran que es absolutamente insuficiente para transformar un país
ganando los gobiernos por la vía electoral.
A su manera, el debate
sobre el papel del poder popular en la construcción del socialismo en América
Latina reedita la discusión que dividió al movimiento obrero después de la
revolución rusa entre comunistas y socialdemócratas. El poder popular ocupa hoy el papel que en
aquel entonces se le asignó a los consejos obreros como vía para la extinción
del Estado.
Gobiernos progresistas,
movimientos sociales y democracia
Los gobiernos progresistas del hemisferio intentaron una
reconstrucción de la arquitectura del poder y la geopolítica regional, basada
en el rechazo de las políticas de la Casa Blanca y el surgimiento de nuevos
procesos de integración hemisféricos.
Elemento central de esta
redefinición fue la demanda del control nacional de los recursos naturales —que
produjo grandes conflictos con las multinacionales—. Hoy los estados tienen un mayor control sobre
los recursos. Sin embargo, algunas
organizaciones sociales e indígenas han criticado a los gobiernos por basar sus
estrategias en un modelo "extractivista",
modelo en el que América Latina sigue siendo uno de los principales productores
y exportadores de materias primas.
Estos desafíos desde la
base sobre el modelo de explotación de los recursos naturales chocan con la
necesidad de los Estados populares de contar con recursos para combatir la
pobreza, construir infraestructura e impulsar el desarrollo.
La extracción de los
recursos naturales trajo nuevos ingresos al continente. Los nuevos gobiernos los utilizaron para
financiar programas sociales y para combatir la pobreza. Pero en algunos de esos países, no hubo un
cambio de fondo en la transformación del Estado.
América Latina es la
región del mundo en el que se están produciendo el mayor número de cambios y
los de mayor profundidad a favor de un orden postneoliberal. Raúl García Linera describía el proceso de
transformación que se vive en Bolivia como el intento de cambiarle el motor a
un automóvil en marcha. Sin embargo, la
transformación social en curso aún no ha producido resultados definitivos. Las disputas sobre el papel del Estado y la
dirección de la integración regional y la política de desarrollo no han sido
resueltas.
Peor aún, a América Latina
le llegó la era de los golpes de Estado “blandos”. El ciclo comenzó en 2009 en Honduras, se
siguió en 2012 con Paraguay y tuvo su última estación de llegada en Brasil en
2016. En Venezuela, las intentonas de
dar un golpe de mano no han parado desde 2002.
La pretensión de los gobiernos progresistas de forjar un área autónoma
de los Estados Unidos y privilegiar relaciones con China ha sido sancionada.
En medio de estos golpes “blandos”, del avance de una nueva
derecha y de sus propias limitaciones, los movimientos populares en
Latinoamérica se mueven y responden. Sin
exagerar, puede decirse que se encuentran en una situación límite. En ellos están presentes tanto la voluntad de
convertirse en un nuevo poder constituyente como la réplica de antiguas
prácticas clientelares y corporativas, pero ahora justificadas por una
envoltura de izquierda.
Como sucede cuando el
cauce de un río desemboca en el mar y se cruzan corrientes encontradas
provocando remolinos, así las diferentes fuerzas que corren en la sociedad
latinoamericana provocan en los movimientos sociales turbulencias. Las aguas
del cambio en la región son turbulentas. Lo seguirán siendo durante varios
años. Democracia y poder popular
seguirán siendo ideas-fuerza clave para navegar en medio de este torbellino.
- Luis Hernández Navarro es un periodista y
escritor mexicano. Coordinador de
Opinión del diario La Jornada. Sus
últimos libros son Hermanos en armas -Policías
comunitarias y autodefensas- y La
novena ola magisterial.
Artículo publicado en la edición 518 de la
revista América Latina en Movimiento de ALAI titulado Democracia en jaque, 19/10/2016
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