Aceptar la
versión del gobierno “significaría ser
víctimas de la mentira y cómplices de la impunidad”: Abel Barrera, de
Tlachinollan
Atziri Ávila
Desinformémonos
Foto: Tlachinollan
“Los dos años de Ayotzinapa marcan un nuevo
derrotero. Han pasado 730 días y la respuesta de las autoridades son mentiras y
la fabricación de una supuesta verdad”, afirma Abel
Barrera, director del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan con
sede en Tlapa, Guerrero.
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Ciudad de México | Desinformémonos. “Los dos años de Ayotzinapa marcan un nuevo derrotero. Han pasado 730
días y la respuesta de las autoridades son mentiras y la fabricación de una
supuesta verdad”, afirma Abel Barrera, director del Centro de Derechos
Humanos de la Montaña Tlachinollan con sede en Tlapa, Guerrero. “Ayotzinapa sigue marcando nuestra vida y la
manera en cómo acompañamos a las víctimas de un sistema que excluye a quienes
aspiran a vivir dignamente”, asegura en entrevista una de las personas más
cercanas a todo el proceso que inició con la desaparición de los 43 normalistas
de Ayotzinapa el pasado 26 de septiembre de 2014.
Abel Barrera, se dispone a
emprender un viaje más a Tlapa, lugar de donde es originario y en donde desde
hace 22 años dirige Tlachinollan. Son casi las 10 de la noche del jueves 22 de
septiembre, cuatro días antes de que se cumplan dos años de la desaparición de
los 43 normalistas de Ayotzinapa, el día es frío y el viaje será largo, pero su
presencia en la Ciudad de México responde, dice, justo a la necesidad de
organizarse para aumentar la voz en busca de justicia que se escuchará desde
las comunidades de la Montaña y en diversas partes del mundo.
Para el defensor de
derechos humanos, el gobierno federal tiene que demostrar científicamente a las
madres y padres de los normalistas que “en
verdad sus hijos ya no están, pues mientras eso no suceda no se puede ser rehén
de una falsa verdad. Como sociedad, eso significaría ser víctimas de la mentira
y cómplices de la impunidad, sería permitir que el gobierno siga usando la
fuerza y que continúen las atrocidades que cometen los diferentes agentes del
Estado en contubernio con la delincuencia organizada”.
Las madres y padres de
Ayotzinapa, dejaron su casa, su parcela, familia, a sus demás hijos. Lo dejaron
todo por buscar a los 43 estudiantes. “Dan
una enseñanza nacional de lo que significa amar a alguien que está en las
entrañas de su vida, pero al mismo tiempo están ofrendando este sacrificio para
cambiar el país, el sistema, la manera en cómo se trata a las víctimas, para no
seguir siendo cómplices de esta tragedia, de la violencia en donde autoridades
de todos los niveles, están coludidas con el crimen organizado”, opina
quien ha acompañado cada uno de sus pasos.
Un día Abel caminaba por
el centro de Tlapa cuando vio que Leocadio Ortega entró a un mercado
preguntando ¿compra café, patrona? ¿Compra café, patrón? El padre del
normalista Mauricio Ortega Valerio, había caminado al menos 20 metros y nadie
le compraba. Abel relata como su corazón “se
estrujó” al reconocer que la situación de precariedad y pobreza no sólo la
vive Leocadio, sino las 43 familias de Ayotzinapa, quienes “además del dolor y la desaparición por sus hijos tienen que conseguir
recursos para su sustento básico y para continuar la lucha, con la esperanza de
encontrarlos”.
Esa escena hizo recordar
al defensor “a la gente pobre de la
Montaña que bajaba hace años con el tecoltete a vender su mercancía: frutas,
granadilla, carbón, huevo de gallina, y que muchas veces los mestizos les
pagaban lo que ellos querían o les arrebataban la mercancía, ya no se las
pagaba y no les quedaba de otra, más que resignarse y regresarse sin dinero”.
Ver a Leocadio, padre de
Mauricio, recordó al también profesor de la UPN, “esas imágenes dolorosas, por el trato discriminatorio y el sufrimiento
de lo que significa luchar en la Montaña para sobrevivir”.
Abel se acercó para
saludar a Leocadio. Quería saber cómo estaba, si ya había comido y comprarle al
menos una bolsa de café. Al mirarlo el papá de uno de los 43 sonrío. “¡Qué pasó licenciado!”, le dijo
Leocadio, quien es de origen me´phaa. Le contó a Abel que había pedido permiso
para ausentarse unos días de la Normal para poder trabajar. Él y su esposa
estaban enfermos y no tenían dinero, por lo que regresó a Montealegre, la
comunidad de donde es originario, cortó leña, molió café y viajó a Tlapa con la
esperanza de vender algo y juntar unos centavos.
Mientras terminaban la
plática, el padre del normalista sacó del morral que traía en la espalda una
bolsa de café: “tenga licenciado, para
que tomes café”. Abel quiso comprársela pero Leocadio se negó, argumentando
que “a los amigos no se les vende”.
“Los han despojado de
mucho, pero lo que no les han quitado es ese corazón grande, los sentimientos
nobles, la dignidad y la fuerza para poder luchar y para poder continuar
fomentando la vida, la alegría y la esperanza de poder ver un día a sus hijos
graduados de maestros”, relata Barrera Hernández en tono emotivo.
Esos son los padres y las
madres que han sentado en el banquillo de los acusados al propio presidente de
la República, quienes con las palabras “más
sencillas pero contundentes” le han preguntado: “qué sentiría si uno de sus hijos estuviera desaparecido, si viera el
rostro de su hijo destruido o si lo viera postrado en la cama, como es el caso
del normalista Aldo Gutiérrez, a quien le han declarado muerte cerebral después
del balazo que recibió en la cabeza en septiembre de 2014”.
Abel recuerda también el
primer encuentro de los familiares con el presidente. Cuando Peña Nieto era
cuestionado, “evadía la mirada de los
familiares que lo encaraban. Al escuchar el reclamo profundo de justicia y el
dolor más cruento, volteaba a ver su libreta donde escribía cuando alguien le
decía ‘póngase en mi lugar, ¿usted qué haría?’ Para Abel, ese emplazamiento
directo ha sido uno de los momentos más tensos y profundos a la figura
presidencial, que quedará marcado en la historia de nuestro país”.
A pesar de tal encuentro,
las madres y padres quedaron sumamente frustrados y enojados por el incumplimiento
de su palabra. “Peña Nieto dijo que haría
todo lo que estuviera en sus manos ‘tope donde tope’, pero en dos años todavía
no topa nada. Sólo se topó con Tomás Zerón y prefirió protegerlo y ascenderlo
de Director en Jefe de la Agencia de Investigación Criminal (AIC) de la Procuraduría General de la República
(PGR) a Secretario Técnico del Consejo de
Seguridad Nacional”.
Para el director de
Tlachinollan, palabra en nahua que significa, lugar de los campos quemados, el
caminar de las madres y los padres ha sido largo, no hay respuestas claras del
gobierno sino muchas mentiras, agravios y desprecio hacia ellos. “Una complicidad que se nota a leguas, donde
el gobierno premia la impunidad, como ha pasado con Zerón, pues a pesar de ser
evidente su participación en la fabricación de la ‘verdad histórica’, fue
premiado en vez de ser castigado. La promesa presidencial ha quedado hueca”.
A pesar de ello, reafirma
Abel, las familias han sacado fuerzas, casi de manera milagrosa. Siguen
gritando, encontrando energía para no decaer y no doblegarse. Ante esta
indignación y ante tanta rabia, “el dolor
que llevan a cuestas es fatal pero la esperanza es mayor”.
Abel recuerda a una madre
que cuando supo de la desaparición de su hijo, estaba a horas de realizársele
una quimioterapia porque ya le habían detectado cáncer. Se fue al tratamiento y
después de su recuperación “sacó la
fortaleza y se incorporó a la lucha, está fuerte. El dolor de la desaparición
de su hijo la levantó, pudo más su esperanza que esa enfermedad que destruye,
hay dolor pero sigue de pie, firme, caminando y encarando a la autoridad”.
Tlachinollan, junto con el
Centro Regional de Defensa de los Derechos Humanos José María Morelos y Pavón
de Chilapa y el Centro de Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, las otras dos
organizaciones que acompañan a las familias de Ayotzinapa, son testigos del
desgaste físico y emocional de las madres y padres, quienes ven afectada su
salud con enfermedades como hipertensión, diabetes, problemas estomacales. En
palabras de Abel, “así como cargan con el
dolor de la desaparición, cargan con enfermedades que se les han agudizado”.
La mayoría de ellos tienen
una edad que rebasa los 40 o 50 años, son visibles el desgaste y sufrimiento.
Las madres, principalmente, han tenido que reposar un poco, pues caminar se ha
vuelto un desafío, varias de ellas están enfermas, los síntomas se acumulan en
medio de su dolor.
Para no dejar de asistir a
las actividades de búsqueda, algunas madres no van al médico porque “no
tiene sentido, no hay enfermedad que valga para ellas, no hay dolor que sea
mayor que el sufrimiento de la desaparición de sus hijos. Comparado con lo que
sufren por no encontrarlos, los problemas de salud no son nada”.
Durante estos días de
búsqueda, las abuelas juegan un papel central en el cuidado de sus otros
nietos, pero además de los achaques de la edad, sufren porque quisieran estar
también en las calles, pero no pueden salir de sus casas y algunas ni siquiera
de sus camas. Sufren con el tormento que significa no tocar más a uno de sus
nietos, no escuchar más sus voces.
Abel hace una pausa y da
cuenta de que fue el pasado 18 de agosto cuando murió la abuela de Adán
Abraham, otro de los estudiantes desaparecidos, y quien según sus familiares ‘no murió de ninguna enfermedad más que de
la tristeza de no saber nada de su nieto. Se llevó a la fosa el dolor, la
incertidumbre e indignación y las mentiras del gobierno’, afirma Abel.
Son casi las 10:50 de la
noche, el antropólogo de Tlapa se escucha cansado, pero cada una de sus
respuestas trae consigo un compromiso del que no cabe la menor duda. Recuerda
con preocupación la situación de las madres solteras, quienes son padre y madre,
velan por su salud, la de sus otros hijos, y quienes resuelven las necesidades
económicas y problemas en sus hogares, aunque no estén en ellos.
Las que han recurrido
incluso a los médicos más económicos cuando ha sido necesario. Igual que las
otras madres y los padres están convencidas de que “no hay tratamiento más adecuado que saber algo de sus hijos, no hay
tema más importante que saber su paradero. Esa es la mejor medicina y el mejor
alivio. Las enfermedades van destruyendo la fortaleza física pero no han
destruido su espíritu combativo, el espíritu de búsqueda de justicia”.
Convencido de que el amor
por sus hijos y la necesidad de encontrarlos es la medicina que les ayuda o el
antídoto para sus enfermedades, Abel afirma que encontrar algún día a sus hijos,
es el mejor elixir para seguir adelante: “todos
los días las madres y los padres nos dan un ejemplo titánico, heroico y
admirable”.
A dos años de los hechos
ocurridos en Iguala, la impunidad prevalece, pero dejar de buscarlos, cesar la
exigencia de justicia y verdad “sepultaría
los sueños de los jóvenes, nos sometería al monopolio de la información
gubernamental, a aceptar un sistema que violenta nuestra vida y que nos hace
rehenes de la delincuencia, de políticas que generan mayor terror, implicaría
asumir que la ‘verdad’ construida por el Estado, aquella que afirma que los
normalistas fueron incinerados en el basurero de Cocula y que fue
desenmascarada por los expertos internacionales”.
Además de la exigencia del
cese a la impunidad, los normalistas, las madres y los padres de Ayotzinapa nos
están dando la oportunidad de construir un nuevo rumbo para cambiar este
sistema que está dañando a los jóvenes que son los que están siendo el foco de
ataque.
Para el defensor
guerrerense, a pesar de que la mayoría de las familias de los normalistas “no tienen nada materialmente en esta
tierra, y realmente no les importa poseerlo, son personas que a pesar de no
tener un rostro, un nombre en la sociedad, un trabajo o un sueldo seguro y
mucho menos seguridad social, son quienes son capaces de caminar a donde haya
que caminar con tal de saber algo de sus hijos, una pista, un indicio y son
capaces también de entregar su vida con tal de que ya no sucedan más
injusticias, más desapariciones, atrocidades y tratos cruentos en México”.
Su lucha
contra la impunidad
Las madres y los padres han decidido que cada paso que den en
este país y fuera de él, será para exigir la vida en un territorio lleno de
muerte y desolación, un país donde se pueda mirar el horizonte sin desapariciones,
sin mentiras, sin que se siga tratando a las víctimas como si fueran
responsables del asesinato o desaparición de sus familiares, un país sin
impunidad.
Barrera Hernández comparte
con molestia, que los familiares han tenido la amarga experiencia de tocar las
puertas ante las diferentes instancias de nuestro país: la presidencia, la
secretaría de gobernación, la PGR, pero la tendencia es “encubrir a los responsables; cuidar los intereses de un grupo
político; falta de avocación en las investigaciones científicas; manoseo y
fabricación de supuestas investigaciones; graves inconsistencias; búsquedas
simuladas de los estudiantes; falta de voluntad política para investigar a los
militares; una barrera que fomenta la falta de acceso a la justicia y la
corrupción”.
Abel, quien recibió el
premio de derechos humanos 2010 del Centro por la Justicia y los Derechos
Humanos Robert F. Kennedy, comparte con Desinformémonos que hay un imperio
impune en nuestro país, las instituciones colapsadas, el crimen metido en las
procuradurías, en las comandancias de las policías. Su infiltración en los
aparatos de justicia y en las mismas filas del Ejército, han hecho saber a las
madres y padres de los normalistas que las investigaciones emprendidas por las
autoridades mexicanas no buscan llegar a la verdad, por lo que están
convencidos de que si no encuentran justicia en México, su exigencia continuará
ante los organismos internacionales, sin importar el tiempo que se requiera.
Con el acompañamiento de
las organizaciones nacionales, acudirán si es necesario a la Comisión o incluso
la Corte Interamericana de Derechos Humanos, “como una salida que allane el camino de la verdad, para que sean estas
instancias las que ayuden a desmontar la estructura corrupta que persiste en México,
y sean los organismos internacionales quienes finquen la responsabilidad por
acción u omisión de las propias autoridades municipales, estatales y federales”.
En este peregrinar las
víctimas han quedado relegadas, continúa Abel, el gobierno no les ha dado el
lugar central que ocupan cuando su deber tuvo que ser escucharlas, hablarles
con la verdad, informarlas adecuadamente, no revictimizarlas, como hizo en un
principio al filtrar información a los medios. Información que “resultó ser falsa y golpes arteros a las
mamás y los papás”.
Un gobierno
que antepone la impunidad a la verdad
En diciembre de 2011 cuando fueron asesinados los normalistas
de Ayotzinapa Jorge Alexis Herrera Pino y Gabriel Echeverría de Jesús, sobre la
autopista de El Sol, Abel Barrera, quien en marzo de ese año recibió el VI de
Derechos Humanos otorgado por Amnistía Internacional – Alemania, jamás se
imaginó las violaciones a los derechos humanos que se cometerían contra los 43
normalistas “eso es algo que va a costar
mucho a este gobierno, un gobierno que ha denigrado la imagen de los
estudiantes al nombrarlos delincuentes; que los vinculó al crimen organizado y
que justificó la agresión”. Un gobierno al que en estos 24 meses le importó
más la imagen pública de las autoridades a nivel internacional, proteger a los
responsables de la tragedia y que antepuso la impunidad a la verdad, enfatiza
Abel.
Ayotzinapa es un punto de
quiebre en el país, resume el defensor, “mientras
el gobierno intentaba ocultar la violencia y dar la imagen de ser un gobierno
paladín de los derechos humanos, resultó ser más bien el gran simulador”.
Para Tlachinollan, los
hechos ocurridos el 26 y 27 de septiembre develaron la imagen falsa y quitó la
careta de vocación democrática y de respeto a los derechos humanos. “Visibilizó los pies de barro de este
sistema que cada vez más, enloda la honorabilidad de las víctimas e incrementa
el descontento social”.
Cambió la agenda de los
pueblos indígenas y campesinos, acuerpó algunas luchas y para actuar a fin de
evitar que se sigan violentando los derechos, desapareciendo a los jóvenes y
atentando contra la vida de las familias.
Los pueblos de la Montaña,
según lo ha constatado el director de Tlachinollan, “han sentido en carne propia que los hijos de Ayotzinapa son los hijos
del pueblo. Las comunidades se organizan para ir a la Normal para acompañar a
los estudiantes, padres y madres, para organizarse de la mejor manera y que
esta lucha por la verdad tenga más eficacia”.
Al interior de
Tlachinollan, Abel reconoce que Ayotzinapa cambió la vida a nivel interno: “nunca imaginamos que esta tragedia requería
necesariamente un acompañamiento permanente a las mamás, papás y a los
estudiantes, que iba a requerir que personal de nuestra organización tuviera
que instalarse a vivir en la misma escuela para poder dar realmente, el apoyo,
respaldo y acompañamiento”. No solamente a vivir sino a caminar, dialogar,
compartir el dolor, reunirse con las autoridades, trazar la ruta para exigir
justicia y verdad. “Nos desinstalamos de
los espacios cotidianos y replanteamos nuestro quehacer como defensoras y
defensores de derechos humanos, redoblamos esfuerzos”.
Los tejidos diversos que
han emergido ante esta tragedia, los mismos estudiantes, los normalistas en
general, las y los universitarios, valoraron que a través de sus propios
espacios de interacción y de comunicación Ayotzinapa está presente como un eje
transversal que marca la vida de los jóvenes, que marca el rumbo de muchas
generaciones que han entendido que la lucha por la justicia tiene que ser la
esencia de los movimientos que nos están marcando el nuevo rumbo de nuestro
país, concluye el activista que se dirige montaña adentro.
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