Por Atilio Boron
América Latina en
movimiento
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03 de octubre de 2016
ALAI AMLATINA, 03/10/2016.- El resultado del plebiscito
colombiano reveló la profundidad de la polarización que, desde el fondo de su
historia, caracteriza a la sociedad colombiana. También, la grave crisis de su
arcaico sistema político incapaz de suscitar la participación ciudadana que
ante un plebiscito fundacional -¡nada menos que para poner fin a una guerra de
más de medio siglo!- que apenas si logró que una de cada tres personas habilitadas
para votar acudiera a las urnas, una tasa de participación inferior a la ya de
por si habitualmente baja que caracteriza a la política colombiana.
La del día de ayer fue la
mayor abstención en los últimos veintidós años y su resultado fue tan ajustado
que hizo que la victoria del NO,
como hubiera ocurrido ante un eventual triunfo del SI, sea más un dato estadístico que un rotundo hecho político.
Los partidarios del SI habían dicho que lo que se
necesitaba para consolidar la paz era una amplia victoria, que no bastaba
simplemente con superar en votos a los partidarios del NO. Lo mismo cabe decir de sus oponentes. Pero nadie logró ese
objetivo, porque la diferencia de un 0.5%
a favor del NO podría
sociológicamente ser considerada como un error estadístico y que un nuevo
recuento de votos podría eventualmente llegar a revertir.
Es prematuro brindar una
explicación acabada de lo ocurrido. Habría que contar con información más
pormenorizada que por el momento no está disponible. Pero no deja de ser
sorprendente que el anhelo de la paz, que era algo que cualquiera que haya
visitado Colombia podía percibir a flor de piel en la gran mayoría de su
población, no se haya traducido en votos para ratificar esa voluntad pacifista
y refundacional de un país sumido en un interminable baño de sangre. En lugar
de ello la ciudadanía reaccionó con irresponsable indiferencia ante la
convocatoria para respaldar los acuerdos trabajosamente conseguidos en La
Habana. ¿Por qué? Algunas hipótesis deberían apuntar, en primer lugar, a la
baja credibilidad que tienen en Colombia las instituciones políticas, corroídas
desde largo tiempo por la tradición oligárquica, la penetración del
narcotráfico y el papel del paramilitarismo. Este déficit de credibilidad se
expresa en una retracción del electorado, tanto más importante cuanto más
alejadas se encontraran de las zonas calientes del conflicto armado las
regiones en las cuales el NO triunfó
con holgura. En cambio, aquellos departamentos que fueron teatro de operaciones
de los enfrentamientos se manifestaron mayoritariamente a favor del SI. Para decirlo en otros términos:
allí donde los horrores de la guerra eran experimentados sin mediaciones y en
carne propia –principalmente las regiones agrarias y campesinas- la opción por
el SI triunfó de manera aplastante.
Tal es el caso del Cauca, con el 68% votando por el SI; el Chocó, con 80% por el SI;
Putumayo, 66% por el SI; Vaupes, 78%
por el SI. En cambio, en los
distritos urbanos en donde la guerra era apenas una noticia que divulgaban los
medios, satanizando de manera implacable a la insurgencia, quienes acudieron a
las urnas lo hicieron para manifestar su rechazo a los acuerdos de paz.
Lo anterior remite a una
segunda consideración: la debilidad del esfuerzo educativo hecho por el
gobierno colombiano para explicar los acuerdos y sus positivas consecuencias
para el futuro del país. Esta falencia había sido señalada por diversos observadores
y protagonistas de la vida política de ese país, pero su llamado de atención al
presidente Juan M. Santos fue desoído.
El confiado optimismo que
primaba en los círculos gubernamentales (y también en algunos sectores cercanos
a las FARC-EP) unido a la imprudente confianza puesta en los pronósticos de las
encuestas -que, una vez más, fracasaron escandalosamente- hizo que se
subestimara la gravitación de los enemigos de la paz y la eficacia de la
campaña basada en el visceral rechazo a los acuerdos promovida por el uribismo.
El papel desempeñado por
la derecha vinculada al paramilitarismo y los medios de comunicación, mismos
que reprodujeron sin cesar las acusaciones de “traición” dirigidas al presidente Santos, galvanizaron un núcleo
duro opuesto a la ratificación de los acuerdos que pese a ser minoritario en el
conjunto de la población logró prevalecer porque sus adherentes acudieron
masivamente a las urnas, mientras que sólo una parte de los que sí la querían
se atrevieron a desafiar las inclemencias del tiempo y fueron a votar.
Persuasiva resultó ser pues la “campaña
de terror” orquestada por la derecha, que en sus ominosas caricaturas
presentaba al comandante Timoshenko ya investido con la banda presidencial y
presto a imponer la dictadura de los “terroristas”
sobre una población indefensa y sumida en la ignorancia, misma que encontró en
el voto por el NO el antídoto
necesario para conjurar tan pavorosa
amenaza.
En suma: es imposible
abstraerse de la sensación de frustración que provoca este resultado. Como se
dijo una y mil veces, la paz en Colombia es la paz en América Latina. Tremenda
responsabilidad le cabe a las FARC-EP ante este deplorable resultado electoral.
La sensatez demostrada por la guerrilla en las arduas negociaciones de La Habana
deberá ahora pasar por una nueva prueba de fuego. Y es de esperar que la
tentación de retomar la lucha armada ante el desaire electoral sea neutralizada
por una actitud reflexiva y responsable que, desgraciadamente, no tuvo la
ciudadanía colombiana.
Las declaraciones del
comandante Timoshenko ratificando que ahora
las armas de la insurgencia son las palabras permiten albergar una semilla
de esperanza. Lo mismo las manifestaciones de la dirigencia del ELN y la
alocución del presidente Santos poco después de conocidos los resultados del
plebiscito. Ojalá que así sea y que esta guerra de más de medio siglo, que a lo
largo de estos años tuvo un costo equivalente a casi la mitad del PBI actual de
Colombia; que despojó de sus tierras y desplazó de sus hogares a casi siete
millones de campesinos; que produjo 265.000 muertes oficialmente registradas;
que victimizó por la vía indirecta a dos millones y medio de menores de edad;
que esa pesadilla, en suma, que ha enlutado a la entrañable Colombia pueda
hundirse definitivamente en el pasado para abrir esas grandes alamedas evocadas
por el heroico presidente Salvador Allende por donde habrán de pasar los
hombres y las mujeres de Colombia para construir una sociedad mejor. Ayer se
perdió una inmejorable oportunidad para avanzar por el camino de la paz. Habrá
otras, sin duda alguna.
- Dr. Atilio A. Boron, director del Centro
Cultural de la Cooperación Floreal Gorini (PLED), Buenos Aires, Argentina.
Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2013.
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