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BREVE RESUMEN DE UN TESTIMONIO DEL MOVIMIENTO POPULAR-ESTUDIANTIL DE 1968.

La Voz del Anáhuac
1968-2016,
48 Aniversario,
Gráfica y fotos del Movimiento Popular Estudiantil de 1968.
BREVE RESUMEN DE UN TESTIMONIO DEL MOVIMIENTO POPULAR-ESTUDIANTIL DE 1968
48 años después el 2 de octubre no se olvida, pero el 68 fue mucho más que la masacre. Por ello, un activista del IPN ha decidido compartir aquí de manera muy resumida su testimonio de lo que fue el Movimiento Popular-Estudiantil de 1968
Julio 22 y 23: Un pleito entre estudiantes de las Vocacionales 2 y 5 del IPN y la Preparatoria Isaac Ochoterena, en la Ciudadela fue salvajemente reprimido por el cuerpo de granaderos, pese a haber controlado la gresca en la calle, irrumpieron en la Vocacional 5, golpeando brutalmente a estudiantes y profesores.
Julio 26: La agresión a la Vocacional 5 motivó una manifestación de protesta el 26 de julio. Ese mismo día, como ya era tradicional, estudiantes universitarios se manifiestan en solidaridad con la Revolución Cubana. Los estudiantes del IPN repudiaron a la oficialista FNET y decidieron protestar en el Zócalo. Coinciden en la Alameda con los universitarios que se manifestaban por Cuba, que deciden unirse a la protesta del IPN. Los granaderos impiden a los manifestantes llegar al Zócalo. Disuelven violentamente la manifestación. Esa noche son detenidos decenas de estudiantes, muchos resultan heridos. Se menciona que hubo muertos. Circula una lista con 32 nombres, se teme que estén muertos, pues no se les localiza entre los detenidos ni en los hospitales.
Julio 29: Todo el IPN se va a la huelga y desconoce a la gobiernista FNET, se forman los Comités de Huelga, se formulan demandas (destitución de los jefes policíacos, desaparición del cuerpo de granaderos, indemnización a las familias de muertos y heridos). Se forma el Comité Coordinador de Huelga del IPN. En la UNAM se discute cómo apoyar el movimiento, algunas escuelas se van al paro.
Esa noche el ejército toma las Vocacionales 2, 5 y 7 y las Preparatorias 1, 2, 3 y 5. La toma de Prepa 3 fue derribando de un bazucaso la puerta centenaria.
Julio 30: El rector de la UNAM encabeza la protesta con un acto luctuoso por la violación de la Autonomía Universitaria.
Agosto 1: El rector encabeza una manifestación que sale de CU. Un cerco militar impide continuar hacia el Zócalo, por lo que la manifestación retorna a CU.
Agosto 4: Con el IPN, la UNAM, Chapingo, Antropología, el INBA, la Normal Superior, universidades de los estados y algunas privadas en huelga, se constituye el Consejo Nacional de Huelga y se acuerdan los 6 puntos del pliego de demandas:
1.- Libertad a todos los presos políticos,
2.- Derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal,
3.- Desaparición del cuerpo de granaderos,
4.- Destitución de los jefes policíacos,
5.- Indemnización por los estudiantes muertos y heridos y
6.- Deslinde de responsabilidades por los actos represivos.
Asambleas y Brigadas: Desde el inicio se acuerda que los delegados al CNH se elegirán en Asamblea y llevarán como propuestas al CNH los acuerdos de Asamblea, y que los acuerdos del CNH se consultarán en las Asambleas por escuela. Las Asambleas pueden destituir a los delegados de su escuela si estos no cumplen sus mandatos. No se permite la intromisión de los partidos políticos.
Agosto 5: Estudiantes del IPN realizan una gran manifestación de Zacatenco al Casco de Santo Tomás.
Agosto 13: Manifestación del Casco de Santo Tomás al Zócalo. Participan más de 300 mil personas. Grupos de trabajadores se unen al movimiento.
Agosto 27: La más grande de todas. Participa más de medio millón de personas. Va del Museo de Antropología al Zócalo.  Las campanas de la catedral repican, sus luces se encienden. Una bandera rojinegra ondea en la astabandera central. Se queda un plantón para que ya inicie el diálogo público.
     A medianoche es desalojado violentamente el Zócalo por el ejército, granaderos y policías de todas las corporaciones. Hay numerosas detenciones y heridos. Los heridos se niegan a ser llevados a cualquier hospital, piden ser llevados a la Escuela Superior de Medicina del IPN, donde se ha habilitado un hospital para el movimiento. 
Agosto 28: El gobierno realiza un acto de desagravio (dice que haber izado una bandera rojinegra en la astabandera del zócalo fue un “agravio al “lábaro patrio”, también dice que la catedral fue “profanada”, lo cual es desmentido por la Mitra), los trabajadores de la burocracia repudian que se les utilice como acarreados en esta farsa. Son desalojados violentamente del acto al que fueron forzados a asistir.
Agosto 29 y 30: Grupos armados inician ataques a escuelas y brigadas estudiantiles. Detenciones arbitrarias, estudiantes heridos,  detenidos y desaparecidos son el saldo.
Septiembre 1: Díaz Ordaz, en su IV Informe amenaza con utilizar a toda la fuerza armada. Dice: “No quisiéramos tomar medidas que no deseamos, pero que tomaremos si es necesario; lo que sea nuestro deber, lo haremos; hasta donde estemos obligados a llegar, llegaremos…”
Septiembre 13: Pese al clima de terror desatado desde la víspera del informe, el CNH decide realizar una Manifestación Silenciosa del Museo de Antropología al Zócalo.
Septiembre 15: Grito Popular por la libertad en CU, Zacatenco, el Casco de Santo Tomás y Tlatelolco.
Septiembre 18: El ejército federal toma CU, sin resistencia.
Septiembre 21 y 22: Los granaderos asedian Zacatenco y Vocacional 7 en Tlatelolco. Hay resistencia. No logran tomarlos.
Septiembre 23: Batalla campal contra los granaderos durante toda la tarde, por la noche interviene el ejército y el Casco es tomado a sangre y fuego. En la resistencia participan jóvenes de los barrios populares aledaños.
Septiembre 30: el ejército sale de CU.
Octubre 2: Esa tarde se realiza un mitin en la Plaza de las Tres Culturas y se había anunciado que al concluir el mitin haríamos una marcha al Casco de Santo Tomás, para exigir la salida del ejército.
El Casco sigue tomado. Al comenzar el mitin, se informó que no se realizará la manifestación al Casco de Santo Tomás porque hay mucha vigilancia policíaca y militar, y que para evitar una provocación, al concluir mitin, nos dispersáramos en orden.
En el cielo se observó un resplandor verde, luego otro rojo.  Luces de bengala, señales militares.
En el balcón  del tercer piso del edificio Chihuahua, donde se instaló la tribuna del mitin aparecieron agentes vestidos de civil, armados, con un guante, pañuelo o venda blanca en la mano izquierda, sometiendo a los integrantes del CNH y reporteros que ahí se encontraban. Muchos compañeros, al darse cuenta de ello desde la explanada de la plaza intentaron ir allá a defenderlos. “¡El Consejo, el Consejo…!”, pero los agentes comenzaron a disparar contra la multitud (es el Batallón Olimpia).
-“¡Calma compañeros, no corran, es una provocación, son balas de salva…!”- gritó alguien desde la tribuna. Pero las “salvas” no perforan las paredes, no hieren, no matan... ¡Estaban tirando a matar!
Ráfagas de metralla también desde los diferentes edificios circundantes de la plaza, donde desde la víspera se habían posicionado como francotiradores los del Batallón Olimpia, y los disparos de los contingentes militares que entraban en la plaza, unos por el puente de San Juan de Letrán, otros por Relaciones Exteriores, otros más por Manuel González, en operación envolvente, cerrando el paso a quienes corrían.
Era terrible ver lo que estaba pasando. El estupor de la gente corriendo, gritando, llorando, cayendo, sangrando, herida, o muerta… El terror, la angustia reflejada en los rostros desesperados de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, la incredulidad en los ojos de los niños que no entendían por qué estaban en medio de ese infierno.
Gritos de dolor, de rabia, de pánico en medio del ensordecedor ruido de las balas. Ráfagas de metralla, disparos de fusilería, pistolas automáticas y un opaco, sordo, estremecedor crujir del paso de tanques hacia la plaza. Como si se hubiera declarado una guerra. Pero sólo había un ejército arremetiendo contra un “enemigo” desarmado. Entonces no lo sabíamos, pero así es como los manuales de contrainsurgencia llaman a un pueblo rebelde: “el enemigo interno”.
 Los del Batallón Olimpia dispararon también contra el ejército, para que se desatara la masacre, pero la versión oficial diría que fuimos los estudiantes. Cuando el tiroteo se intensificó, los del Batallón Olimpia  gritaban:
-“¡No disparen, aquí Batallón Olimpia!”
Días antes, los directivos del Comité Olímpico habían declarado que tenían garantizada la seguridad de las instalaciones olímpicas pues se contaría con la vigilancia del “Batallón Olimpia”, integrado por elementos del Estado Mayor Presidencial, es decir, eran militares.
Las puertas de los departamentos se cerraron. Algunas se abrieron brevemente ofreciendo refugio a los despavoridos estudiantes, vecinos, mujeres, viejos, jóvenes, niños…
Quienes buscaron refugio en la iglesia la encontraron cerrada… Ni en la guerra se niega ese refugio a la población civil. ¿Por qué cerró sus puertas el templo? ¿Por qué nos negó su amparo? Después cuestionaríamos: ¿por qué entonces sí se permitió que francotiradores del Batallón Olimpia utilizaran el techo de la iglesia como uno de los puntos en que se parapetaron para hacer fuego durante la masacre?
Algunos trataron de protegerse entre las ruinas prehispánicas, otros corrían hacia el interior de la unidad habitacional. Otros buscaban salir de ella, antes de que el cerco se cerrara totalmente.
Cuerpos ensangrentados en el suelo. ¿Heridos, muertos? Gente agazapada entre los autos estacionados. Zapatos por todas partes, perdidos en la carrera.
Los compañeros que encontraron refugio en los edificios de la unidad habitacional, quedarían atrapados ahí, no podrían salir mientras durara la balacera, después era previsible que el ejército y la policía catearan departamento por departamento para aprehender a los estudiantes que escaparon a las balas. Los refugios se convertían en prisiones involuntarias o trampas mortales.
-“¡Están masacrando a los estudiantes!”, gritaban vecinos desde calles aledañas a la Unidad Tlatelolco.
-“¡Gobierno asesino!”
Estudiantes que habían logrado escapar del cerco militar denunciaban ante la gente lo que estaba pasando.
-“¡Hay que hacer algo!”.
-“Pero, ¿qué podemos hacer?”.
Alguien propuso: -“¡Vamos a parar tranvías, trolebuses, camiones…, vamos a quemarlos!”
-“¡Eso ayudará a que no se concentre toda la fuerza  del ejército en la plaza…!”, agregó otro compañero.
Parecía una idea genial, casi como de guerrilla urbana. Era una forma de aplicar el “crear dos, tres, muchos Vietnam…” guevarista.
Pero no funcionó. Nadie intentó impedirlo, ni una patrulla, ni un policía de crucero: toda la fuerza represiva estaba concentrada en la Plaza de las Tres Culturas.
Pero la prensa las explotó de manera amarillista, las magnificó, publicando fotografías de los esqueletos de los tranvías incendiados, señalando que esto era obra de “terroristas”, “agitadores profesionales”, que sólo buscan “sembrar el caos y alterar el orden”, etc.
Quizá ahora resulte absurdo pensar que prendiendo fuego a unos tranvías, a unas calles de distancia de donde se estaba perpetrando la masacre, pudiéramos distraer al ejército de la ejecución de un plan ordenado por los criminales que entonces detentaban el poder, pero en esos momentos era mucha nuestra rabia, nuestro coraje y la impotencia ante lo que estaba ocurriendo. ¿Qué otra cosa podíamos hacer en esos momentos? ¿Sentarnos a llorar? ¡Llorando estábamos! ¡Una mezcla de rabia, dolor, tristeza, desesperación, con el pecho a punto de estallar…!
A las 11 de la noche seguían escuchándose disparos en Tlatelolco.
¿QUÉ PASÓ DESPUÉS DEL 2 DE OCTUBRE?
Fue muy difícil sobrellevar la crisis que nos produjo la masacre. Puede ser que te aterrorice y que el miedo te paralice. O puede ser que te llenes de coraje, de rabia y digas: “¡nunca más!”. Y pienses que algo hay que hacer para que esto no vuelva a suceder. Te desesperas porque no sabes qué es ese algo que hay que hacer, sólo sabes que ya no puedes quedarte quieto. Que tanta sangre, tantos muertos, tantos desaparecidos, tantos heridos, tantos encarcelados y torturados no pueden pasar así nomás, sin que nadie diga ni haga nada.
¿Cuántos fueron asesinados en Tlatelolco? El gobierno nunca reconoció más de 30 muertos. Pero los testimonios de los sobrevivientes aseguran que fueron centenares. ¿500?, ¿600? ¿Más? Finalmente, aunque sólo hubieran sido los 30 que reconoció el gobierno, no deja de ser un crimen de Estado, una masacre perpetrada con toda la alevosía que da el poder, porque saben que quedará impune. Un genocidio, la orden era: ¡acábenlos!
Vecinos de Tlatelolco daban testimonio de haber visto, después de concluida la masacre, cómo echaban cadáveres, amontonados como bultos, en camiones del ejército, de la policía y del DDF. Extraoficialmente se supo que muchos habían sido incinerados en el Campo Militar N° 1, o echados en fosas comunes en el panteón de Dolores. También trascendió que otros cuerpos habían sido llevados al hangar presidencial, transportados por la fuerza aérea militar y, arrojados al mar. También se supo que con este fin, militares decidieron utilizar aviones de líneas comerciales, pero al encontrar oposición de los empleados, abrieron fuego, los sometieron y realizaron la macabra misión.
Sólo los cuerpos que recogieron las ambulancias llegaron al Servicio Médico Forense, donde pudieron ser identificados por sus familiares. Esos fueron los únicos muertos reconocidos por el gobierno. Todos presentaban impactos de armas de alto poder, de uso reglamentario el ejército. Cráneos partidos y vientres desgarrados a bayonetazos. Mujeres, hombres, ancianos, niños, estudiantes…
De esto, por supuesto, no hay constancia escrita que algún día nos deje saber toda la verdad. Quizá una de las claves de la masacre sean los rollos de película que el cineasta Servando González filmó desde el 13° piso de la torre de Relaciones Exteriores por órdenes de Luis Echeverría.
En la mañana de ese mismo día se habían reunido una comisión del CNH y los representantes de Díaz Ordaz. Declaraciones oficiales el mismo 2 de octubre anunciaban que “las puertas del diálogo” estaban abiertas. A fuego de metralla y a punta de bayoneta las puertas que se abrieron fueron las del infierno.
Este crimen es solo equiparable, en nuestra historia, a la represión sangrienta ordenada por el déspota dictador Porfirio Díaz en contra de los obreros huelguistas de Cananea y Río Blanco a principios del siglo XX.
¿Por qué? Nos preguntábamos. ¿Por qué tanta brutalidad? ¿Por qué tanta saña?
¿Vale más una olimpiada que la vida de centenares de mexicanos? ¿Tanto era el temor del gobierno a que la tan despreciada “algarada juvenil” se convirtiera en una verdadera rebelión popular?
Muchas preguntas quedaron en el aire. Ninguna razón válida que explicara el porqué de la masacre perpetrada. Y en nuestros corazones, mucho era el coraje, la rabia, la impotencia, las irreprimibles ganas de llorar, de gritar…
Lo único seguro es de que ese crimen quedaría para siempre grabado en nuestras mentes, en nuestros corazones, que nada lo borrará, que será una herida que nunca cicatrizará y que, de ahí en adelante será ya irrenunciable seguir luchando contra ese brutal despotismo.
Sabemos de la desproporcionada fuerza que enfrentamos, pero no estamos dispuestos a rendirnos.
No será en vano la sangre derramada, las vidas truncadas. El compromiso de seguir la lucha mientras vivamos y mantener inquebrantable la dignidad en nuestros corazones…
El problema era no saber cómo. Entre las bases estudiantiles no había ninguna experiencia previa de haber participado en un movimiento de la dimensión que alcanzó el 68.
De los grupos de izquierda, dada su formación política, era de quienes podía esperarse una orientación de qué hacer en tales circunstancias, de cómo continuar la lucha. Pero casi todos ellos estaban pasmados aterrorizados. 
Algunos pasaron a la clandestinidad. Quienes tenían recursos buscaron salir del país, o al menos irse a su estado natal, se escondieron pues. Otros comenzaron a prepararse para pasar a otros niveles de lucha.
El Partido Comunista y sus organismos actuantes en el movimiento estudiantil (la Juventud Comunista y la Central Nacional de Estudiantes Democráticos) eran los únicos de todo lo que entonces existía como izquierda, con estructura. Ellos sí tenían un plan estratégico para el momento. Lo habían planteado y habían comenzado a negociarlo con el gobierno. Era levantar la huelga a cambio de que salieran libres los presos, por lo menos sus presos y pactar su institucionalización, es decir, su registro electoral.
Así que, con un CNH disperso, con parte de los delegados en la cárcel y otros a salto de mata, sin mucha dificultad lograron controlar lo que quedaba del CNH, mientras sus dirigentes negociaban con el gobierno lo que llamaron una “salida negociada”.
Bajo la amenaza de que la UNAM y el IPN serían clausurados, la huelga se levantó  el 4 de diciembre. El CNH se disolvió.
A muchos nos quedó claro que las vías civiles y pacíficas de lucha estaban cerradas. No había más alternativa que hacer la revolución. Conscientes de que ésta sólo puede ser obra del pueblo trabajador, decidimos integrarnos a las fábricas, a los ejidos, a los barrios proletarios, para organizarnos con quienes producen la riqueza del país. Otros pensaron que ya era momento de alzarse en armas, organizaron guerrillas urbanas, pero el Estado desató una guerra de exterminio (la que se conoce como “guerra sucia”), centenares de compañeros fueron asesinados, desaparecidos o encarcelados.
Hubo traidores que se pasaron al enemigo.
Y también hubo muchos que ya no quisieron saber nada de la lucha: terminaron sus carreras, formaron su familia, se integraron al sistema, derrotados. Otros, desmoralizados, se hundieron en el laberinto de las drogas.
     Algunos seguimos tratando, desde entonces, con ser congruentes con nuestra palabra: ¡POR NUESTROS COMPAÑEROS CAÍDOS NO UN MINUTO DE SILENCIO, SINO TODA UNA VIDA DE LUCHA!
“Ustedes compañeros, nosotros, somos jóvenes, nuestro Movimiento es joven. Todo lo que lucha, todo lo que no se deja vencer, todo lo que combate es joven en tanto brega por el imperio de la razón y de la dignidad humana. Mediten hondamente en el significado de nuestra actitud, de las posiciones de nuestro Movimiento y asimismo en lo que significa en la vida de un hombre el ser preso político a una edad tan temprana. Esto indica el espíritu de entrega y de sacrificio de una generación nueva, viva, combatiente, que ha rechazado la abyección y a la que no ha podido cegar el espejismo ignominioso del triunfo oportunista y fácil, ni de la vida sin vicisitudes ni tropiezos.
“Ustedes, compañeros que están en la cárcel, se han titulado de hombres con la boleta de formal prisión, antes de obtener el título académico… Han preferido recibirse de seres humanos, antes que abandonar sus existencias a la deriva gris de la conformidad y el servilismo, en espera de ser mañana una mercancía más dentro de una sociedad cuyo único dios es el dinero…”
(Fragmento de una carta del maestro José Revueltas a los presos políticos del Movimiento Popular-Estudiantil, escrita el 7 de noviembre de 1968, pocos días antes de que él también cayera preso).  

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