Marta Harnecker
América Latina en
movimiento
14/08/2016
Presentación
Hace algo más de medio siglo, cuando en los
hogares latinoamericanos se celebraba el comienzo del nuevo año, una buena
nueva ocurría en Cuba: un ejército guerrillero de base social campesina
triunfaba en la isla caribeña liberando al país de la tiranía batistiana. Se
inauguraba así un proceso político que no pretendía sólo derrocar a un
dictador, sino que buscaba seguir una línea consecuentemente revolucionaria:
transformar profundamente la sociedad en beneficio de las grandes mayorías.
Este
triunfo de las fuerzas populares, encabezadas por el Movimiento 26 de Julio y
dirigidas por el joven abogado Fidel Castro Ruz, despertó la simpatía de la
mayor parte de la izquierda occidental, pero muy especialmente de la izquierda
de América Latina. Era una luz que asomaba en el oscuro ambiente conservador
que entonces se vivía en el subcontinente.
Había
roto con dos tipos de fatalismo muy difundidos en la izquierda latinoamericana:
uno geográfico y otro militar. El primero planteaba que los Estados Unidos no
tolerarían una revolución socialista en su área estratégica y Cuba triunfa muy
cerca de sus costas. El segundo sostenía que dada la sofisticación que habían
alcanzado los ejércitos, ya no era posible vencer a un ejército regular, pero
la táctica guerrillera empleada por los revolucionarios demostró que era
posible ir debilitando al ejército enemigo hasta llegar a derrotarlo.
Era
lógico, entonces, que, luego del triunfo cubano, el tema de la lucha armada
pasase a ser el tema central de discusión de la izquierda de nuestra región.
Pero detrás de las armas y de la táctica guerrillera, había mucho más; existía
toda una estrategia política construida y aplicada hábilmente por Fidel, sin la
cual no puede explicarse dicha victoria.
El
máximo dirigente cubano entendió muy bien que la política no podía ser el arte de lo posible —una visión
conservadora de la política—, sino el arte de construir una correlación de
fuerzas social, política y militar que permitiera transformar lo que parecía
imposible en ese momento en algo posible en el futuro.
He
seleccionado como una contribución a esta revista las conclusiones de mi libro La estrategia política de Fidel. Del Moncada a la victoria [1][1]
por considerarlas de absoluta actualidad.
La
primera de ellas se refiere al tema del enemigo inmediato y la amplitud del
frente político. Allí señalo las grandes lecciones que pueden obtenerse de la
enorme flexibilidad táctica que empleó Fidel para construir la amplia alianza
con todas las fuerzas anti-batistianas. El líder cubano entendió que para
lograr el triunfo contra el dictador era necesario unir al máximo de fuerzas
sociales y por ello fue paso a paso construyendo la unidad no sólo con las
clases y sectores revolucionarios, sino también con sectores reformistas y, aún
con aquellos sectores reaccionarios que tuviesen la más mínima contradicción
con el dictador. Para lograr este objetivo tuvo que replegarse en muchos aspectos, pero nunca
cedió en cuestiones de fondo: jamás aceptó una posible injerencia extranjera
para facilitar las cosas, ni la utilización de un golpe militar con los mismos
objetivos, ni la exclusión de fuerza alguna representativa de algún sector del
pueblo.
En
la segunda se refiere a los criterios que usó la construir la unidad de las
fuerzas revolucionarias. En esta parte del texto señalo las enseñanzas que
podemos extraer de su propia práctica y de sus discursos. Nadie como él luchó
por esa unidad, transformándola en el pilar de su estrategia política antes y después de la victoria. Fidel
prefirió evitar las discusiones teóricas para centrar su energía en aplicar una estrategia política correcta; estaba
convencido de que sería la práctica la que lograría resolver con menos desgaste
interno las diferencias ideológicas y políticas de los distintos grupos
revolucionarios.
Para
terminar esta pequeña presentación quiero recordar una frase de Antoine de
Saint-Exupéry: “Amar no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en la misma
dirección”.
Pienso
que la mayor expresión de amor y el mayor homenaje que podemos hacer a Fidel en
su 90 aniversario es mirar en su misma dirección.
Marta Harnecker
12 julio 2016
Fidel: La
estrategia política de la victoria
(Selección)
CONCLUSIONES
1. El enemigo
inmediato y la amplitud del frente político
La estrategia seguida por Fidel para conformar el bloque de
fuerzas sociales que permitió el derrocamiento de Batista y luego la marcha
hacia el socialismo nos deja grandes lecciones.
A pesar de que el
dirigente cubano sabía perfectamente que las únicas fuerzas revolucionarias
consecuentes eran sólo las que conformaban su concepto de “pueblo”, sabía también que las clases dominantes contaban con
medios muy poderosos para mantener el régimen establecido, entre ellos el apoyo
del país imperial más poderoso del mundo.
Su gran mérito histórico
fue haber sabido definir con claridad cuál era el eslabón decisivo que
permitiría asir toda la cadena y de esa manera hacer avanzar a la revolución, y
eso no era otra cosa que la lucha contra Batista y el régimen que él encarnaba.
Era necesario unir el máximo de fuerzas sociales para derrocar a la tiranía,
unir no sólo a las clases y sectores revolucionarios sino también a los
sectores reformistas y aún a aquellos sectores reaccionarios que tuvieran la
más mínima contradicción con el dictador.
De ahí que en el programa
del Moncada planteara sólo medidas de tipo “democrático—burgués”
y aunque se proponía medidas que afectarían a los intereses norteamericanos no
se hizo nunca una declaración formal antimperialista. Luego, en el Pacto de la
Sierra, como ya vimos, desaparecieron aún las medidas relacionadas con las
nacionalizaciones, para terminar en el Pacto de Caracas con un programa mínimo
reducido a las medidas más esenciales: castigo a los culpables, defensa de los
derechos de los trabajadores, orden, paz, libertad, cumplimiento de los
compromisos internacionales y búsqueda del progreso económico, social e institucional
del pueblo cubano.
En lo que Fidel nunca
cedió fue en cuestiones de fondo, las únicas que podían estancar el desarrollo
del proceso revolucionario, y ellas fueron:
.- la no aceptación de la
injerencia extranjera,
.- el rechazo al golpe
militar y
.- la negativa a conformar
un frente que excluyera a alguna fuerza representativa de un sector del pueblo.
Las líneas más generales
acerca de la necesidad de conformar un amplio frente antimperialista y
antioligárquico quedaron plasmadas en la II Declaración de La Habana, el 4 de febrero
de 1962. Por eso es que, doce años después, preocupado por la desunión de las
fuerzas democráticas y progresistas de Chile, y, en concreto, de la ausencia de
criterios comunes dentro de la propia Unidad Popular (frente político que
apoyaba a Allende), en un momento en que ya la ofensiva de las fuerzas
reaccionarias se hacía evidente, decide recordar esas palabras. Y lo hace,
justamente, en la parte final de su discurso de despedida, después de haber
visitado Chile durante varias semanas, el 2 de diciembre de 1971.
Veamos
lo que dice al respecto:
“El imperialismo, utilizando los grandes monopolios cinematográficos, sus agencias cablegráficas, sus revistas, libros y
periódicos reaccionarios, acude a las mentiras más sutiles para sembrar el
divisionismo e inculcar entre la gente más ignorante el miedo y la superstición
a las ideas revolucionarias, que sólo a los intereses de los poderosos y
explotadores y a sus seculares privilegios pueden y deben asustar.
“El divisionismo, producto de toda clase de prejuicios,
ideas falsas y mentiras; el sectarismo, el dogmatismo, la falta de amplitud
para analizar el papel que corresponde a cada capa social, a sus partidos,
organizaciones y dirigentes, dificultan la unidad de acción imprescindible
entre las fuerzas democráticas y progresistas de nuestros pueblos. Son vicios
de crecimiento, enfermedades de la infancia del movimiento revolucionario que
deben quedar atrás. En la lucha antimperialista y antifeudal es posible
vertebrar la inmensa mayoría del pueblo tras metas de liberación que unan el
esfuerzo de la clase obrera, los campesinos, los trabajadores intelectuales, la
pequeña burguesía y las capas más progresistas de la burguesía nacional. Estos
sectores comprenden la inmensa mayoría de la población y aglutinan grandes
fuerzas sociales capaces de barrer el dominio imperialista y la reacción
feudal. En ese amplio movimiento pueden y deben luchar juntos por el bien de
sus naciones, por el bien de sus pueblos y por el bien de América, desde el
viejo militante marxista hasta el católico sincero que no tenga nada que ver
con los monopolios yanquis y los señores feudales de la tierra.
“Ese movimiento podría arrastrar consigo a los
elementos progresistas de las fuerzas armadas, humilladas también por las
misiones militares yanquis, la traición a los intereses nacionales de las
oligarquías feudales y la inmolación de la soberanía nacional a los dictados de
Washington”.
“Estas ideas —dice—
fueron expresadas hace 10 años y no se apartan un ápice de las ideas de hoy”.
[2][2]
Pero esta amplia política
de alianzas que Fidel tuvo en mente desde los inicios, y en la que existía una
preocupación especial por recuperar el máximo de elementos del aparato
represivo del estado (recordar palabras dirigidas a los militares y a los
jueces en su autodefensa), fue implementada siguiendo, a su vez, determinadas
consideraciones estratégicas. Fidel busca primeramente la unidad de las fuerzas
revolucionarias y sólo después de realizar un esfuerzo en este sentido es que
plantea una unidad más amplia. Es importante observar aquí que el no logro
pleno de la unidad entre los revolucionarios no lo detiene en su avance hacia
la unidad más amplia. Pero sólo da pasos concretos hacia ella cuando el
Movimiento 26 de Julio ha logrado constituirse en una fuerza respetable y su
estrategia de lucha ha sido probada con éxito en la práctica, es decir, cuando
ha logrado alcanzar una repercusión decisiva en el escenario político. De otro
modo se corre el riesgo, como ya señalábamos, de quedarse a la zaga de las
fuerzas burguesas.
Reflexionando, en
diciembre de 1961, acerca del proceso de unidad con las fuerzas burguesas y
concretamente sobre el rompimiento del Pacto de Miami dice:
“[...] Nos quedamos solos pero realmente en ese
momento valía mil veces más andar solos que mal acompañados.
“[...] ¿por qué en aquella época, cuando nosotros
éramos cientoveinte hombres armados, no nos interesaba aquella unidad amplia
con todas las organizaciones que estaban en el exilio y, sin embargo, después,
cuando nosotros teníamos ya miles de hombres, sí nos interesaba la unidad
amplia? Muy sencillo, porque cuando éramos cientoveinte hombres, la unidad les
hubiera proporcionado abierta mayoría a elementos conservadores y reaccionarios
o representantes de intereses no revolucionarios aunque estuvieran contra
Batista. En aquella unión nosotros éramos una fuerza muy reducida. Sin embargo,
cuando al final de la lucha ya todas aquellas organizaciones se convencieron de
que el movimiento marchaba victoriosamente adelante y que la tiranía iba a ser
derrotada, [y] se interesaron por la unidad, ya nosotros éramos una fuerza
decisiva dentro de aquella unidad”. [3][3]
2. Criterios acerca de la unidad de las fuerzas revolucionarias
En relación a la conformación de la unidad de las fuerzas
revolucionarias Fidel proporciona algunos criterios de gran interés en una
conversación con estudiantes chilenos en 1971:
“Lo ideal en política es la unidad de criterios, la unidad de
doctrina, la unidad de fuerzas, la unidad de mando como en una guerra. Porque
una revolución es eso: es como una guerra. Es difícil concebir la batalla, que
se esté en el medio de la batalla con diez mandos diferentes, diez criterios
diferentes, diez doctrinas militares diferentes y diez tácticas. Lo ideal es la
unidad. Ahora, eso es lo ideal. Otra cosa es lo real. Y creo que cada país
tiene que acostumbrarse a ir librando su batalla en las condiciones en que se
encuentre. ¿No puede haber una unidad total? Bueno, vamos a buscar la unidad en
este criterio, en este otro y en este otro. Hay que buscar la unidad de
objetivos, unidad en determinadas cuestiones. Puesto que no se puede lograr el
ideal de una unidad absoluta en todo, ponerse de acuerdo en una serie de
objetivos.
“El mando único —si se quiere—, el estado mayor único, es lo ideal, pero no es lo real. Y por lo tanto,
habrá que adaptarse a la necesidad de trabajar con lo que hay, con lo real”.
[4][4]
En relación al proceso de
unificación de las fuerzas revolucionarias podemos extraer tres grandes
lecciones de la experiencia cubana:
La primera: expresada ya en las palabras de Fidel
anteriormente citadas: es necesario que los dirigentes revolucionarios tengan
como preocupación central avanzar en el proceso de unidad de las fuerzas
revolucionarias y para ello no hay que partir de las metas máximas sino de las
metas mínimas. Un ejemplo de ello es el Pacto de México entre el Movimiento 26
de Julio y el Directorio Revolucionario.
La segunda: lo que más ayuda a la unificación de las fuerzas
revolucionarias es la puesta en práctica de una estrategia que demuestre ser la
más correcta en la lucha contra el enemigo principal. Si produce frutos
satisfactorios se irán plegando a ella durante la lucha, en el momento del
triunfo o en los meses o años posteriores, el resto de las fuerzas verdaderamente
revolucionarias.
Si la unidad a
todo nivel se gesta prematuramente, antes de que estén suficientemente maduras
todas las condiciones para ello, lo que puede ocurrir es que, o se llegue a
conformar una unidad puramente formal que tiende a caer hecha trizas ante el
primer obstáculo que aparezca en el camino, o puede producir la inhibición de
estrategias correctas representadas por grupos minoritarios que, en pro de la
unidad, se deciden a renunciar a ellas para someterse al criterio de la
mayoría, con las consecuencias negativas que ello tendrá para el proceso
revolucionario en su conjunto.
Y, tercero: algo muy importante para lograr la unidad
perdurable de las fuerzas revolucionarias —y de lo que Fidel fue siempre el
máximo promotor—, valorar en forma correcta el aporte de todas las fuerzas
revolucionarias sin fijar cuotas de poder ni en relación a su grado de
participación en el triunfo de la revolución, ni en relación a la cantidad de
militantes que tenga cada organización. Es decir, establecer la igualdad de
derechos de todos los participantes, combatiendo cualquier “complejo de superioridad” que pudiese presentarse en alguna de las
organizaciones que conforman la unidad.
Los más ricos aportes de
Fidel sobre este tema se producen en su lucha contra el sectarismo,
especialmente en el llamado primer proceso a Escalante, en marzo de 1962,
cuando Aníbal Escalante, secretario de organización de las ORI —primer esfuerzo
por institucionalizar la unidad de las fuerzas revolucionarias después del
triunfo de la revolución— empieza a copar todos los puestos y funciones con “viejos militantes marxistas”, lo que en
Cuba no quería decir otra cosa que ser militante del PSP, único partido
marxista antes de la revolución.
En lugar de promoverse una
organización libre de revolucionarios se estaba creando una “coyunda”, una “camisa de fuerza”, un “yugo”,
“un ejército de revolucionarios
domesticados y amaestrados”. Fidel insiste, en ese momento, en que es
necesario combatir tanto el sectarismo “de
la Sierra” como el sectarismo “de los
viejos militantes comunistas marxistas”.
Y al respecto sostiene:
“La revolución está por encima de todo lo que habíamos hecho
cada uno de nosotros: está por encima y es más importante que cada una de las
organizaciones que había aquí, Veintiséis, Partido Socialista Popular,
Directorio, todo. La revolución en sí misma es mucho más importante que todo
eso.
“¿Qué es la revolución? La revolución es un gran
tronco que tiene sus raíces. Esas raíces, partiendo de diferentes puntos, se unieron
en un tronco; el tronco empieza a crecer. Las raíces tienen importancia, pero
lo que crece es el tronco de un gran árbol, de un árbol muy alto, cuyas raíces
vinieron y se juntaron en el tronco. El tronco es todo lo que hemos hecho
juntos ya, desde que nos juntamos; el tronco que crece es todo lo que nos falta
por hacer y seguiremos haciendo juntos. [...]
“Lo importante no es lo que hayamos hecho cada uno separado,
compañeros; lo importante es lo que vamos a hacer juntos, lo que hace rato ya
estamos haciendo juntos: y lo que estamos haciendo juntos nos interesa a todos,
compañeros, por igual [...]” [5][5]
Ese mismo día dirá en otro
discurso refiriéndose a su caso personal:
“Yo también pertenecí a una organización. Pero las glorias de
esa organización son las glorias de Cuba, son las glorias del pueblo, son las
glorias de todos. Y yo un día —agrega— dejé
de pertenecer a aquella organización. ¿Qué día fue? El día [en] que nosotros habíamos hecho una revolución
más grande que nuestra organización; el día en que nosotros teníamos un pueblo,
un movimiento mucho más grande que nuestra organización; hacia el final de la
guerra, cuando teníamos ya un ejército victorioso que habría de ser el ejército
de la revolución y de todo el pueblo; al triunfo, cuando el pueblo entero se
sumó y mostró su apoyo, su simpatía, su fuerza. Y al marchar a través de
pueblos y ciudades, vi muchos hombres y muchas mujeres; cientos, miles de
hombres y mujeres tenían sus uniformes rojo y negro del Movimiento 26 de Julio;
pero más y más miles tenían uniformes que no eran rojos ni negros, sino camisas
de trabajadores y de campesinos y de hombres humildes del pueblo. Y desde aquel
día, sinceramente, en lo más profundo de mi corazón me pasé, de aquel
movimiento al que queríamos, bajo cuyas banderas lucharon los compañeros, me
pasé al pueblo; pertenecí al pueblo, a la revolución, porque realmente habíamos
hecho algo superior a nosotros mismos”. [6][6]
Nota: Contribución a la revista peruana Reflexión: Ciencia,
humanidades y arte, que dedica un número especial a Fidel en su noventa
aniversario.
NOTAS:
[1][1]. Escrito en 1985 y
publicado en numerosos países de América Latina (con 3 ediciones en Perú) y en
inglés. Se puede encontrar en formato digital en:
[2][2]. Fidel Castro: 2 de
diciembre de 1971, en Cuba—Chile, Comisión de Orientación Revolucionaria, La
Habana, 1972, p.487.
[3][3]. Fidel Castro:
Comparecencia en TV del 1 de diciembre de 1961; O.R, op.cit. pp.27—28; La revolución cubana..., op. cit. p.407.
[4][4]. Fidel Castro:
Conversación con los estudiantes de la Universidad de Concepción, en
Cuba—Chile, Chile, 18 noviembre, 1971, op.cit. p. 274.
[5][5]. Fidel Castro: Discurso
del 26 de marzo de 1962, en Obra Revolucionaria Nº 10, p.29—30; La revolución cubana..., op.citp. p.539.
[6][6]. Fidel Castro: Discurso
del 26 de mayo de 1962, en Obra Revolucionaria Nº11, 27 marzo, 1962, pp.36—37; La revolución cubana..., ob.cit.
pp.545—546.
Comentarios