La
militarización del deporte es el signo de los tiempos en un mundo en que se mercantiliza
la naturaleza y se militariza la vida.
Fuente: América Latina en movimiento
Raúl Zibechi
19/08/2016
Río de Janeiro está militarizada con más de 80 mil soldados y
policías. Pero en las competencias sucede algo mucho menos visible: una parte
importante de los atletas provienen de los cuarteles.
Cuando la judoca brasileña
Rafaela Silva ganó la primera medalla de oro en las Olimpíadas de Río 2016, los
medios enfatizaron su origen pobre en la favela Ciudad de Dios, recordaron que
fue víctima de racismo al ser eliminada en Londres 2012 y destacaron los
sacrificios que debe afrontar una mujer negra para abrirse paso entre una elite
de deportistas donde predominan los varones blancos. Sin embargo, las crónicas
sobre Rafaela omitieron un detalle: es sargento tercero en la Marina.
Si no hubiera dado el paso
de incorporarse al Programa Atletas de Alto Rendimiento (PAAR) de las fuerzas
armadas, es casi seguro que nunca hubiera subido al podio olímpico ni hubiera
sido campeona panamericana y mundial. De ese modo, Rafaela consiguió los mismos
beneficios que los militares: salario, plan de salud, vacaciones pagadas y
acceso a las instalaciones deportivas militares donde es entrenada por
especialistas.
El caso de la judoca no es
el único. En total, 145 de los 465 atletas que componen el equipo olímpico brasileño
integran las fuerzas armadas, más del 30%. Se trata de soldados, sargentos y
coroneles de la Marina, el Ejército y la Aeronáutica que participan en 27
modalidades olímpicas, desde tiro, taekwondo y judo hasta vóley de playa,
ciclismo y nado sincronizado. Toda la delegación de judo y la mitad de los
nadadores son militares, que casi triplican los 51 efectivos que participaron
en Londres 2012, cuando los uniformados eran sólo el 20% de la delegación
brasileña.
El PAAR fue creado en 2008
con el apoyo de los ministerios de Defensa y Deporte. Rápidamente se convirtió
en un éxito, ya que Brasil obtuvo el primer puesto en los Juegos Olímpicos
Militares de 2011, también en Rio, con 114 medallas, seguido de China, Italia,
Polonia y Francia. En Londres 2012 los atletas militares consiguieron cinco de
las 17 medallas de Brasil, pero aspiran a encabezar el medallero brasileño en
los Juegos actuales.
Pese a tener menos de once
años, el Programa de Alto Rendimiento cuenta con 670 atletas, de los que 76 son
militares de carrera y 594 son temporarios, como la sargento-judoca Rafaela. “Poder dedicarme íntegramente al deporte,
recibiendo un salario y contando con el apoyo de la Fuerza Aérea Brasileña,
hizo una gran diferencia en mi preparación”, dijo Bernardo Oliveira,
medalla de bronce en tiro con arco en los Panamericanos de Toronto. El salario
puede alcanzar los 3.200 reales (mil dólares).
Programas sociales
para atletas
“El gobierno brasileño
mantiene desde 2005 el mayor programa de patrocinio individual de atletas en el
mundo”,
puede leerse en la página del Ministerio del Deporte al presentar el programa
Bolsa Atleta. El programa comenzó apoyando a 300 atletas olímpicos y
paralímpicos a través de una tarjeta magnética que les proporcionaba un apoyo
mensual que oscilaba entre 300 y 2.500 reales, para incentivar que potenciales
campeones mundiales dedicaran el mayor tiempo posible a los entrenamientos.
Con los años se fueron
creando otros programas de apoyo que benefician a los atletas y no son
excluyentes. En diez años, Bolsa Atleta concedió 43.000 beneficios a más de
6.000 atletas por valor de 600 millones de reales. Sin embargo, Jorge
Steinhilber, presidente del Consejo Federal de Educación Física y de la
Academia Olímpica Brasileña, estima que el programa no consiguió los objetivos
que perseguía.
Steinhilber sostiene que
hay que hacer algo más que entregar dinero y puso el ejemplo del gimnasta Arthur
Zanetti, oro en Londres, que recibe un programa del gobierno pero entrena en un
galpón en São Caetano sin la menor infraestructura. También critica la forma
como fue concebido el programa Bolsa Atleta: “El foco del programa ha sido apenas aumentar la cantidad de medallas
para subir en el ranking olímpico. Para eso se priorizaron modalidades de
deporte individual, pero Brasil es un país cuya tradición está en el deporte
colectivo” (El País, 3 de agosto de 2016).
El problema, sostiene, es
que no se puede modificar la cumbre de la pirámide deportiva sin realizar
cambios en la base. “En el 40% de las
escuelas no hay un espacios abiertos para que los niños practiquen deportes y
sus talentos sean descubiertos”. Faltan profesores de educación física y el
tiempo dedicado al deporte termina siendo recreación y juegos.
El 77% de los atletas que
compiten en estos Juegos Olímpicos (358 de los 465 que integran el equipo
nacional), reciben Bolsa Atleta. Pero sólo el 31% participan en deportes
colectivos. En 2011 el gobierno lanzó el programa Bolsa Atleta Podio, destinado
a competidores en condiciones de ganar medallas en Rio 2016, con apoyo de
empresas estatales. Los atletas que se sitúen en los primeros 20 lugares del
ranking mundial en su especialidad, reciben entre 5 y 15.000 reales (entre
1,600 y 5,000 dólares). En Brasil lo reciben 123 atletas que participan en los
Juegos.
En 2012 se lanzó el Plan
Brasil Medallas 2016, con el objetivo de “colocar
a Brasil entre los diez primeros países en los Juegos Olímpicos, entre los
cinco primeros en los Panamericanos y entre los cinco primeros en los Juegos
Paralímpicos de Río de Janeiro en 2016”, según el portal del Ministerio del
Deporte. El programa destina mil millones de reales para formar nuevas
generaciones de atletas, crear y equipar centros de entrenamiento de alto
rendimiento, contratar técnicos y equipos multidisciplinarios, comprar
equipamiento y financiar viajes para entrenamientos y competiciones.
No es casualidad que
durante la campaña electoral de 2014, Rafaela Silva, que recibe el Bolsa Atleta
Podio, apoyara explícitamente a Dilma Rousseff. “Ella incentivó bastante el apoyo a nuestros atletas. El programa Bolsa
Atleta hace una gran diferencia para que podamos buscar nuestros sueños”
(BBC Brasil, 9 de agosto de 2016).
Los Juegos Militares
Pese a todo, Brasil quedó muy lejos de los diez primeros
puestos en Río 2016. Una situación que contrasta con el importante desarrollo
que ha tenido el deporte en algunos países de los llamados emergentes, con
destaque de Rusia, China, Corea del Sur y Japón, y con Cuba como la excepción
latinoamericana. En Estados Unidos, la principal potencia deportiva desde la
caída de la Unión Soviética, son las universidades (estrechamente ligadas a la
financiación empresarial) las encargadas de formar a los atletas, aunque este
modelo no es el que han seguido buena parte de sus pares europeos.
En todo caso, el apoyo
estatal parece necesario para superar una situación de desventaja. Desde la
década de 1950 los dos primeros lugares del medallero pertenecieron, con raras
excepciones, a soviéticos y estadounidenses. Entre los diez primeros lugares se
colocaban los países europeos occidentales, con destaque de ambas Alemanias, y
poco a poco empezaron a terciar europeos orientales y asiáticos. Los Juegos
Olímpicos fueron un retrato vivo de la Guerra
Fría.
China comenzó a participar
recién en Los Ángeles 1984 y a partir de ese momento sacudió el medallero con
un imparable ascenso que coronó alcanzando el primer lugar en Beijing 2008.
Aunque no es el único caso, esta notable performance no hubiera sido posible
sin el concurso del Ejército Popular de Liberación. El papel de las fuerzas
armadas en la formación de atletas es notable también en Rusia, las dos Coreas,
Ucrania, Polonia y también entre algunos países europeos como Italia y
Alemania.
La breve historia de los
Juegos Mundiales Militares revela esta situación. Al finalizar la segunda
guerra mundial se creó el Consejo Internacional de Deporte Militar (CISM por
sus siga en francés), con sede en Bruselas. En paralelo, los países del Pacto
de Varsovia crearon otro consejo de deporte militar que se disolvió al
finalizar la Guerra Fría concentrándose
todos los países en el CISM que pasó a ser reconocido por el Comité Olímpico
Internacional.
En 1995 se organizaron los
I Juegos Mundiales Militares en Roma. El medallero lo suelen encabezar Rusia y
China, seguidos de cerca de Italia, Croacia, Corea del Sur, Ucrania y Alemania.
Desde los Juegos de Río en 2011, los primeros en que participó desde la
creación del Programa de Alto Rendimiento de las fuerzas armadas, Brasil ocupó
el primer lugar en esa edición y el segundo en la siguiente, realizada en 2015
en Corea del Sur.
Los Juegos Militares
tienen una participación de casi 9.000 atletas (frente a poco más de 10.000 en
las Olimpiadas), participan más de 100 países y se compite en las mismas
especialidades olímpicas, aunque hay categorías típicamente militares
(pentatlón naval, pentatlón aeronáutico, pentatlón militar y paracaidismo). La
principal diferencia es la escasa participación de atletas estadounidenses
(país que ocupa el lugar doceavo en el medallero de los cinco juegos
realizados), británicos, australianos y de algunos otros europeos occidentales.
Brasil comenzó a jugar un
papel de primer nivel en estos Juegos desde que las fuerzas armadas comenzaron
a contratar atletas. “Desde que comenzó a
emplear a atletas de punta, Brasil se convirtió en una potencia en los Juegos
Militares. En 2011, en la edición de Río, el país fue líder en dos métricas: el
número de oros y en total de medallas. En 2015, en la ciudad surcoreana de
Mungyeong salió segundo por la cantidad de oros. Un año antes de empezar el
programa, la delegación brasileña no había obtenido ninguna medalla dorada en
Hyderabad, India, en 2007” (Folha de Sao Paulo, 22 de febrero de 2016).
Los demás países
latinoamericanos tienen en estos juegos militares un desempeño tan pobre como
en los olímpicos, con la excepción de Chile que llegó a ostentar el puesto 14
en 2011. En general se sitúan a considerable distancia de los países africanos
y los árabes.
El verdadero legado de
los Juegos
Según las encuestas del Instituto Datafolha, el 63% de los
brasileños consideran que el evento olímpico traerá más perjuicios que
beneficios al país y la mitad desaprueban la realización de los juegos, porque
quedará en evidencia los problemas de transporte y seguridad de la ciudad (El
País, 19 de julio de 2016). Sin embargo, en junio de 2013 el 64% apoyaban los
juegos y sólo uno de cada cuatro los rechazaba.
Era, por cierto, otro Brasil.
Uno de los principales escenarios deportivos es la Bahía Guanabara, donde se
realizan las competiciones de remo y vela, entre otras, que presenta elevados
niveles de contaminación al recibir las aguas fecales de la ciudad. El gobierno
incumplió su promesa de descontaminar el 80% de sus aguas, mientras las lagunas
que bordean el Parque Olímpico presentan también altos niveles de polución.
El famoso y proclamado “legado” de los Juegos a la ciudad, no
es visualizado por sus habitantes. Al parecer no es una excepción, ya que
ciudades que han albergado Olimpíadas han sufrido similares niveles de
decepción. Por eso, “el apoyo de la
población a los megaeventos deportivos está en caída libre”, como sucede en
Hamburgo donde el ayuntamiento “decidió
retirar su candidatura para los Juegos de 2024 tras un referéndum que reveló
que 51,6% de la población se oponía al evento” (El País. 19 de julio de
2016). Algo similar sucedió en Boston, que desistió de candidatearse al
comprobar que la mayoría de sus habitantes se oponen.
Todo indica que el
principal legado será la doble militarización. Por un lado, la masiva presencia
de policías y militares. Por otro, el mencionado protagonismo de las fuerzas
armadas en el medallero olímpico. Las cuatro primeras medallas de Brasil las
consiguieron militares; tres de judo y una en tiro. Pero la más simbólica, la
primera conseguida por Rafaela Silva, quedará en el recuerdo más allá del
resultado final.
La más grave, empero, es
la militarización del país y de la ciudad. El presidente interino Michel Temer
libró un decreto, el 8 de agosto, ampliando el área de actuación de las fuerzas
armadas en Río durante los Juegos Olímpicos y Paralímpicos. Los uniformados
vigilan no sólo aeropuertos, vías de transporte e instalaciones deportivas,
sino barrios enteros como Copacabana. También en la ciudad de Manaos en torno
al Hotel Tropical donde se concentran delegaciones de fútbol.
Pero la intervención de
los militares trasciende con mucho los espacios deportivos. Durante los Juegos,
1.200 soldados fueron llevados a Natal (Río Grande do Norte) para enfrentar al
narcotráfico, otros para garantizar la distribución de agua en Acre y hasta en
casos de vacunaciones y atención social. Su uso continuo preocupa a los jefes
militares: “Los militares no están
satisfechos con las multifunciones que les han sido atribuidas” (Estado de
Sao Paulo, 7 de agosto de 2016).
Un general confesó al
diario: “El ejército debe ser el último
recurso, pero no es bueno que el último recurso sea usado a toda hora”.
Aunque Brasil tuvo tiempo de sobra para planificar la seguridad de los Juegos,
hay problemas estructurales que no se pueden maquillar con la presencia militar
masiva. Un soldado fue muerto en La Maré, un complejo de 16 favelas junto a la
vía que conduce del aeropuerto a la Villa Olímpica, cuando se internaron en la
comunidad el miércoles 10, durante los primeros días de la competencia.
Lo que estamos viviendo es
una creciente presencia de lo militar, tanto en los megaeventos como en el seno
de los deportes de elite. En el primer caso, con la excusa de la seguridad. En
el segundo, porque es el único camino para muchos deportistas que quieren
sobresalir. Sin el apoyo del Estado, o del capital privado, no habría deporte de
elite ni se batirían récords.
Por eso llama mucho la
atención que tantos medios “olviden”
mencionar que sus atletas más laureados ya no son aquellos futbolistas que
aprendieron el arte del balón en las calles, sino personas que necesitan apelar
a los militares (o a las multinacionales) para salir adelante. La
militarización del deporte es el signo de los tiempos, en un mundo que se
debate entre la mercantilización de la naturaleza y la militarización de la
vida.
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