por Giulia Bertoluzzi y
Costanza Spocci
Fuentes:
Rebelión:
Red Latina sin fronteras
Primera experiencia de autogestión en Túnez. Pero no contaba
con la presión ejercida por otra empresa local, del mismo propietario.
En Chebba, situada en la
gobernación de Mahdia, en el centro-este de Túnez, las trabajadoras de la
fábrica Mamotex, en peligro de quiebra, han logrado en febrero un acuerdo entre
el Estado, la Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT) y el propietario.
Este inédito caso autoriza la autogestión provisional de la empresa por parte
de sus empleadas hasta el reembolso total de la deuda social.
Delante del ayuntamiento
Chebba, una pequeña ciudad costera cerca de los centros turísticos de Sousse y
Mahdia en Túnez, las motos giran entre los puestos llenos de naranjas y
zanahorias del mercado central. A partir de aquí, hay que remontarse por las
polvorientas calles marchando entre olivos y antiguas fábricas para llegar a la
fábrica Mamotex.
En enero de 2016, Mohammed
Driss, propietario de esta fábrica textil que produce disfraces de carnaval y
que emplea a 67 mujeres y tres hombres de la localidad decidió cerrar porque
“no podía pagar los salarios”. Sin embargo, a finales de febrero las obreras
tomaron otro camino para superar el desafío: llegaron a un acuerdo entre el
Estado, la UGTT y el propietario para hacerse cargo de la gestión de la
fábrica. Es la primera vez que se firma en Túnez un acuerdo de estas
características.
Pero la empresa Sodrico,
una empresa de Mahdia que es proveedora de tejidos de Mamotex, ha ejercido una
fuerte presión sobre las obreras impidiendo la autogestión y haciendo
inevitable el fracaso de Mamotex. A pesar de ello, la experiencia constituye un
precedente en la historia de las luchas obreras en Túnez.
20 de marzo de 2016. La
entrada de la fábrica está desierta. Todo está parado, silencioso e inmóvil,
entre cactus y olivos, cuando la moto de Samia Chuchane ruge en la esquina de
la calle. Detrás va Imen Fartul, de 25 años, con una larga trenza negra. Nos
enseña los alrededores de la fábrica. Samia, con dos teléfonos en la mano,
convence a otras obreras de venir a vernos a la fábrica. “Ahora todas están cansadas, no tenemos sueldos desde enero, y es muy
difícil para nuestras familias”, explica Imen Fartul.
“Todo empezó con un incidente en la fiesta de Aid Al-Adha en
2013”,
nos cuenta Imen. “Cuando esperábamos
cobrar para comprar el cordero, el propietario, el señor Driss, nos dijo que no
tenía dinero para pagarnos”. Las obreras, cansadas de años de maltrato
sufrido en la fábrica se reunieron en los locales de la UGTT para fundar su
propia sección sindical.
Organización
para no sufrir
Samia Chuchane habla representante electa de la sección
sindical de Mamotex: “Fue a partir de
2013 cuando todas las muchachas empezaron a pensar en organizarse.
Evidentemente, el patrón no estaba de acuerdo, pero tras este incidente de el
Aid no tuvimos ninguna duda sobre la necesidad de tener una organización
interna. Al principio éramos sólo 15. El patrón nos amenazó con el despido para
impedirnos seguir adelante, pero continuamos y rápidamente se nos fueron
uniendo otras. Comenzamos a reclamar nuestros derechos: vacaciones pagadas,
primas de rendimiento, horas extras, que antes nunca nos había pagado. Desde
que empezamos a conseguir esos derechos, todas las chicas nos siguieron. Hoy
todas las trabajadoras de Mamotex están sindicadas”.
Comienzan a llegar otras
trabajadoras, y también el guarda, que abre la puerta de la fábrica. Los
fluorescentes se van encendiendo a tirones, en un amplio espacio abandonado.
Las antiguas máquinas de coser se sumergen en un extraño silencio. Con las
costureras, Bahri Hedili, representante de la sección local de la UGTT señala
con el dedo las mesas de trabajo. “Estas
máquinas no se renovaron nunca, el propietario no invertía en las
instalaciones, y eso fue una de las causas de su quiebra”, dice mientras que
Imen Fartul se afana recogiendo los trozos de gasa y los pompones esparcidos
por el suelo. Nos acompaña entre las perchas, las máquinas de coser, los
disfraces de Papá Noel, las camisas de d’Artagnan y los vestidos de Guiñol”.
Encima de las mesas están expuestas las fichas de los porcentajes de producción
de cada trabajadora. “Intentó hacer creer
que la fábrica había quebrado debido a las muchachas que se sindicaron y por
las huelgas que retrasaron, en su opinión, el ritmo de trabajo. Es falso, en la
mayoría de los talleres los trabajadores están sindicados y no existen estos
problemas”, afirma Hedili, siguiendo la fila de disfraces que Imen expone. “La realidad es que desde hace mucho tiempo
ya no se invertía en las máquinas, que a menudo se averían, y que gestionó mal
el dinero”.
“Mamotex es subcontratista de Sodrico, una empresa de Mahdia
perteneciente a la misma familia Driss, que le provee de telas y exporta toda
su producción a Europa. Al mismo tiempo, Mamotex subcontrata con otras empresas.
Los mismos clientes y proveedores han deplorado la falta de fiabilidad del
patrón. Mantenía deudas con ellos y han retirado simultáneamente los créditos y
las telas para que al final Mamotex se encuentre sin trabajo y sin cobros”, explica el sindicalista.
Es Samir Driss, director de Sodrico y primo de Mohammed Driss quien después de
aceptar el acuerdo firmado entre todas las partes, rechazó reiniciar la entrega
del dinero durante más de dos meses, poniendo así en dificultades a Mamotex.
Efectos de la
competencia asiática
El sector textil es actualmente que sector industrial que más
contrata en Túnez. Según el informe de la Agencia de Promoción de la Industria
y la Innovación de 2014, emplea a 179.000 asalariados, que representan el 34%
del conjunto de las industrias manufactureras de Túnez. La mayoría de estos
trabajadores son mujeres, que tienen más dificultades para el acceso a otros
sectores de empleo.
Pero en 2005, con la
supresión del acuerdo multifibras que regía el comercio internacional del textil
desde hacía 30 años mediante cuotas de importación, el mercado textil tunecino
conoció un gran retroceso: Entonces, 2.500 empresas empleaban a más de 250.000
obreros. Las exportaciones tunecinas se beneficiaban del hecho de que Europa
protegía su mercado interno contra la producción asiática, mediante ese sistema
de cuotas, favoreciendo a otros países menos competitivos que China o India,
entre ellos Túnez. Una vez desmantelado el sistema, las puertas del mercado
europeo se abrieron de par en par a las importaciones asiáticas. Si se
considera que el 86’5% de las empresas tunecinas del sector exportan hacia
Europa, la competencia asiática ha tenido como consecuencia una drástica
disminución de su volumen de negocios. Cientos de empresas han cerrado y millares
de trabajadores han perdido su puesto de trabajo.
El Foro Tunecino por los
Derechos Económicos y Sociales (FTDES) detalló en un informe publicado en 2013
las principales consecuencias de esta suspensión de cuotas para el sector
textil tunecino, en términos de daños a los derechos económicos y sociales en
la región de Monastir. Deducen que las condiciones contractuales de las mujeres
son precarias, con salarios bajos y una débil tasa de sindicación. Según el
FTDES, a causa de la dificultad para competir con el mercado asiático, “la mayoría de las empresas tunecinas se han
especializado en la subcontrata de segundo grado, que se caracteriza por una
débil tasa de transformación industrial y una mano de obra poco cualificada”.
Estas subcontratas consiguen beneficios mínimos, y la vida media de una empresa
es de cinco años. Desde 2007 a 2012, 87 empresas han cerrado, y 4.500 trabajadores
se quedaron sin empleo.
El 87% de la mano de obra
del sector es femenina, y el 80% de ellas tienen entre 16 y 35 años. La mayoría
de las obreras están en la pobreza. Más del 42% de ellas tienen a su cargo
familias enteras. Su salario es de 300 dinares (129 euros).
Solamente el 10% de las
trabajadoras del sector textil encuestadas (4.000 de un total de 56.000) están
sindicadas, y generalmente se trata de empleadas con antigüedad. “El motivo hay que buscarlo en el miedo de
las trabajadoras a verse despedidas por su patrón, tanto más cuanto la mayoría
de los contratos son de duración limitada”, precisa el informe. A esta
precariedad se añade la visión tradicionalista y moralista que ve mal el
trabajo de las mujeres, lo que hace aún más difícil la lucha por la obtención
de sus derechos.
“Antes de 2013 era muy difícil trabajar”, recuerda Samia Mabruk,
que llega con su hijo en brazos a las instalaciones de Mamotex. “Había fichas de rendimiento, con los
porcentajes de producción que cada muchacha tenía que hacer cada día. Al menor
error, el castigo era quedarse de pie durante horas contra la pared esperando
al patrón. Igualmente, nos impedía salir de la fábrica, y cerraba la puerta con
llave. Muchas veces hemos salido de aquí saltando el muro de entrada”,
sonríe, mientras que las demás ríen con cierta amargura. Imen Fartul evoca las
condiciones salariales antes y después de unirse al sindicato: “Cuando yo empecé, hace ocho años, mi
salario era de 80 dinares (40 euros) por
nueve horas diarias, seis días a la semana. Luego, poco a poco, empezó a
mejorar, pasando a 150 y después a 200 dinares (86 euros), hasta llegar a los 400-500 dinares
(172-214 euros) desde que me uní al
sindicato y las primas de rendimiento y las horas extras se empezaron a pagar”
(1).
El 11 de enero de 2016 los
salarios no se habían pagado. “Se sabía
que la situación de la fábrica era mala”, comenta Samia Chuchane. “Estuvimos a la puerta de la fábrica un mes
entero para pedir nuestros salarios, y al mismo tiempo presionábamos al patrón
a través de la UGTT local y regional, y con la dirección de la Inspección de
Trabajo”.
“Hablamos con la inspección, con el gobierno y el propio
gobernador para llegar a una solución con el jefe”, explica el responsable
sindical de la UGTT. “También se
manifestaron en el pueblo y delante de la casa del propietario, para llegar a
una solución, Una vez que el patrón aseguró que no quería cerrar la fábrica
propusieron dirigirla ellas mismas, con ayuda del sindicato, para recuperar la
deuda que la empresa tenía con ellas”.
El patrón de la fábrica se
resistía al principio, pero las presiones ejercidas por las trabajadoras sobre
las autoridades locales le obligaron a aceptar y a firmar el acuerdo. “Los clientes y los proveedores, que
exigieron garantías contra los retrasos, no querían tener problemas ni con las
trabajadoras ni con el patrón, y una vez obtenido el acuerdo firmado por las
dos partes se declararon dispuestos a reiniciar los pedidos”, resume Bahri
Hedili. Sin embargo, dos meses y medio después, el boicot de la Sodrico decidió
a las obreras, a mediados de mayo, a llevar el asunto a los tribunales. Estos
trabajan ahora en el procedimiento de quiebra de la fábrica, hasta ahora no
ejecutado.
Según los términos del
acuerdo, la dirección y la administración se confiaban a la secretaria, quien
dirigiría la fábrica con ayuda del sindicato. Las obreras gestionarían las
relaciones con los proveedores de telas, así como con los clientes. Se pagarían
sus propios salarios y liquidarían la deuda del propietario con ellas con los
beneficios de la empresa. “Cuando la
deuda con los trabajadores y con la Seguridad Social desapareciera”,
explicaba en marzo Bahri Hedili, “el
propietario podrá recuperar su puesto”. Damia Chuchane enumeraba: “nos debe la mitad de las primas de
rendimiento y de las vacaciones pagadas de 2015, los salarios de enero, febrero
y marzo y las cotizaciones”.
Mantener el
puesto de trabajo
El procedimiento judicial normal hubiera debido esperar a una
decisión judicial para recuperar los salarios no pagados. “Se ha presentado una reclamación. El juez ha pedido aplicar la ley y
pagar los salarios, pero si continúa por esa vía, la fábrica debe declarar la
quiebra, y luego ser puesta en liquidación por el tribunal. Nosotros queremos
trabajar, y por ello se ha llegado a ese acuerdo por ahora”.
Sin embargo, la cuestión
no es tan sencilla para las trabajadoras. Hala Khalifa no puede evitar confesar
que con tres hijos, un marido en el paro y un alquiler que pagar, se siente
desanimada, nerviosa y frustrada. “Tengo
que vivir en casa de mis suegros, y es muy difícil. Es un combate muy duro,
pero continuamos luchando juntas por conservar nuestros empleos”. Con
solidaridad, Naisha Ben Nasser también asume la dificultad de la lucha. “Mi marido es pescador y ahora está sin
empleo, hay muchas deudas que se remontan a nuestra boda”. Tiene la suerte
de tener una familia que la puede ayudar, “pero
eso no es una solución duradera”, afirma con énfasis. “Quiero trabajar y poder por mis medios cubrir las necesidades de mi
familia”.
Todas las trabajadoras son
conscientes de que volver ante el juez significa la quiebra de la fábrica y el
final de su lucha. Muchas trabajadoras, desesperadas, han buscado otros empleos
en los talleres textiles de Chebba, arriesgándose a sufrir de nuevo condiciones
de trabajo difíciles en un sector textil en crisis. “Con las presiones de Sodrico, Sami Driss sabía que podría hacer ceder
a las obreras”, explica el responsable sindical. Es el fin de una
experiencia de la que millares de trabajadores en Túnez podrán, en cualquier
caso, sacar lecciones.
NOTA: (1) El salario mínimo interprofesional
garantizado es desde 2015 de 338 dinares (145 euros) al mes, por 48 horas
semanales, y de 289 dinares 639 millimes (124 euros) al mes por una jornada de
40 horas.
“Made in Tunisia”: las trabajadoras textiles
resisten a pesar de las duras condiciones laborales
Jenny Tsiropoulou
Middle East Eye
Traducido del inglés para
Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Nawart Press. Traducido
para el CEPRID por María Valdés
Julio 7 del 2016
Aprenden que pueden
ser sus propias jefas a pesar de los retos que plantea la difícil situación
económica de Túnez
“Pido prestado dinero a
mis amigos para comprar comida”, afirmó Dalel Mdimegh, de 35 años, en una
cafetería de Chebba, cerca de la ciudad costera de Mahdia situada al este de
Túnez. En estos días Dalel no está particularmente contenta de tener tiempo
para tomar café una mañana de domingo, ni siquiera después de un paseo en su
bici. Un domingo normal Dalel Mdimegh llevaría su uniforme de trabajo verde
claro y estaría cosiendo con su máquina de coser para mantener a su familia de
siete miembros. Pero la fábrica textil en la que había trabajado durante más de
tres años cerró de un día para otro después de haber estado funcionando 21
años. Dalel Mdimegh y sus 64 compañeras se encontraron de pronto en la calle.
Destellos de
resistencia
El dueño de la fábrica en cuestión, Mamotex, anunció el cierre
inmediato en enero debido a unos supuestos problemas financieros. Dalel Mdimegh
y sus compañeras decidieron reaccionar con algo bastante inesperado: “recuperar” la fábrica como una
cooperativa de trabajo, de modo que la fábrica quedara bajo su propia
supervisión. Al hacerlo, las trabajadoras no solo garantizarían su salario sino
que también se repartirían los beneficios extras para recuperar los salarios y
las tasas de la seguridad social no pagados que el dueño les debía desde 2015.
En una reunión entre el sindicato, las trabajadoras y el gobierno local el
propietario accedió a retirarse y a ayudarlas a encontrar materias primas y
clientes hasta que su deuda quedara pagada.
“Nos sentimos poderosas e independientes. Fue idea del
sindicato y aceptamos inmediatamente”, recuerda Dalel Mdimegh sonriendo. Estas
trabajadoras esperaban convertirse en un emblema del empoderamiento de las
mujeres y las trabajadoras reivindicando la autogestión y estableciendo un
modelo de gestión de una fábrica recuperada en Túnez. Pero a pesar de este
espíritu emprendedor, las cosas están paradas en este momento, lo que refleja
los problemas que atormentan a los y las trabajadoras en esta recién nacida
democracia en el mundo árabe.
Lo que hay detrás de
la etiqueta “made in Tunisia”
Mamotex es una empresa subcontratada cuya empresa madre,
Sodrico, le proporciona materias primas importadas de Europa para que fabrique
ropa y la exporte a grandes compañías europeas que venden sus prendas “made in Tunisia” en concurridas calles
comerciales.
Sodrico, que pertenece a
un familiar del propietario de Mamotex, se niega actualmente a hacer encargos a
las trabajadoras de Mamotex. “Afirman que
hay escasez de materias primas, pero en realidad es una elección política cuyo
objetivo es no fortalecer el experimento de autogestión de las trabajadoras”,
declaró a Middle East Eye (MEE) Bahri Lehdele, presidente de la sección local
en Chebba del sindicato UGTT. A consecuencia de ello, la fábrica continúa
cerrada, lo que impide que las trabajadoras encuentren nuevos clientes.
En Mahdia, una ciudad de
80.000 habitantes, el principal pilar de la economía es el tejido, un trabajo
reservado exclusivamente a las mujeres. Los hombres se dedican al negocio de la
pesca, pero como este sector sufre una fuerte crisis, las mujeres se han
convertido en el sustento principal de las familias.
La industria de la
confección desempeña un papel estratégico en la economía nacional ya que
constituye la principal fuente de empleo en el sector industrial y da trabajo
al 34 % de los trabajadores, según la Agencia para la Promoción de la Industria
e Innovación.
Túnez es el quinto mayor
suministrador de ropa a Europa y fabrica uno de cada tres pares de pantalones
vaqueros elaborados en el más competitivo de los países norteafricanos, un
hecho que la Agencia [gubernamental] para la Promoción de la Inversión Extranjera
anuncia en internet orgullosamente. Sin embargo, en los últimos cinco años el
sector ha sufrido una fuerte crisis, reflejo de la tambaleante economía
tunecina, donde han cerrado 300 empresas y se han perdido 4.000 empleos.
“Tras la revolución de 2011 muchos inversores abandonaron
Túnez alegando fundamentalmente motivos de seguridad, aunque el motivo
principal era que los trabajadores reivindicaban sus derechos. Los inversores
prefirieron Marruecos y Turquía, donde los derechos laborales están más deteriorados”, declaró a MEE Alaa
Talbi, portavoz del Foro Tunecino por los Derechos Económicos y Sociales
(FTDES, por sus siglas en francés).
A pesar de las
movilizaciones de trabajadores después de 2011, las investigaciones sobre las
violaciones de los derechos de las trabajadoras textiles en el Túnez rural
revelan que los salarios no son acordes con el volumen de trabajo suministrado.
Los patronos raramente pagan la seguridad social y a menudo las trabajadoras se
ven obligadas a vivir en guetos y regularmente sufren desnutrición.
“Estaba entusiasmado con la iniciativa de Mamotex, aunque
también era pesimista” afirmó Alaa Talbi, que explicó que “en 2014 un inversor belga cerró su empresa textil sin avisar y dejó a
300 trabajadores en la calle. Los trabajadores ganaron el juicio pero no
pudimos lograr que se aplicara la sentencia porque el patrón ya no tenía una
dirección declarada en Túnez. Este es un ejemplo de que la ley tunecina obliga
a los trabajadores a sufrir unas condiciones precarias”.
Miedo al paro
Imen Fartoul, de 25 años, se nos une en la cafetería. Es otra
extrabajadora de Mamotex que también afirma que luchará con uñas y dientes para
mantener su trabajo. “Llevo trabajando en
Mamotex desde que tenía 13 años. Dejé la escuela para ayudar a mi familia.
Antes la situación era difícil debido a las condiciones de trabajo, pero ahora
luchamos incluso por sobrevivir”, afirmó.
Cuando se les preguntó
cómo eran sus condiciones laborales, ambas permanecieron calladas un momento,
tomado su café.
“Había una explotación inmensa. Se nos obligaba a trabajar 10
horas al día, siete días a la semana, por menos del salario mínimo. Teníamos
derecho a una pausa de una hora para comer, pero quien estuviera más de 30
minutos tenía que trabajar un tiempo extra. El jefe nos encerraba con llave
durante todo el turno. Si me negaba, se me castigaba al día siguiente a estar
de pie contra la pared durante horas. El patrón nos acusaba de ser ineptas y
nos recortaba el salario. Nos humillaba y nos quitaba nuestra dignidad”, afirmó.
Imen Fartoul y Dalel
Mdimegh afirmaron haber tenido miedo de denunciarlo y ambas estuvieron de
acuerdo en que la presión familiar hizo que guardaran silencio.
“La mayoría de las empresas textiles tratan a las mujeres de
forma parecida, pero tenemos miedo a hablar. A menudo nuestras familias nos
presionan para que guardemos silencio”, añadieron.
MEE contactó por teléfono
con el propietario de Mamote, Mounir Driss, que negó estas acusaciones y afirmó
que “el entorno era bueno, pero las
trabajadoras eran perezosas o no acudían al trabajo”.
Luchar por la dignidad
Imen Fartoul sonríe con amargura. “No hubo cambio alguno después de la revolución. El dueño amenazaba con
despedirnos si lo denunciábamos. También se aprovechaba de nuestra ignorancia y
nos decía que el sindicato nos robaría nuestro dinero si le pedíamos ayuda”.
En 2013 la indignación de
las mujeres llevó a la decisión de crear su sindicato. “Aquello fue nuestra victoria. Se acabaron los insultos y los castigos.
Conseguimos trabajar ocho horas al día y conseguir permisos anuales y
maternales. También negociamos colectivamente nuestros salarios. No fue fácil
porque el patrón se negó a participar. Dejamos de trabajar para celebrar
asambleas. Al final tuvo que escucharnos”, afirmaron con orgullo. Su sindicato
ha denunciado ahora al patrón por no pagar los sueldos ni la seguridad social.
Imen Fartoul y Dalel
Mdimegh repiten que su prioridad es encontrar “simplemente un trabajo”, con lo que reflejan la desesperación de
muchos jóvenes tunecinos en paro. Ambas pasan ahora el tiempo utilizando Facebook
o con las tareas de casa.
“Nuestras familias nos apoyan porque no estamos en paro por
nuestra culpa”,
afirmó Imen Fartoul suspirando. Buscan trabajo en empresas textiles, pero la
puerta para ofrecerlo está cerrada. Ni siquiera podrán cobrar el paro porque
este año solo los extrabajadores de la industria del turismo lo pueden cobrar
tras el mortífero atentado en un complejo turístico de Soussa el año pasado.
Con el paro amenazándoles
como una espada de Damocles, los trabajadores ya no apoyan los cambios en la
ley por temor a desanimar a los inversores.
Los sindicatos UGTT y
FTDES creen que se minimiza la aplicación de las leyes que protegen a los
trabajadores con el pretexto de defender las inversiones y el empleo, un hecho
que revela la debilidad del Estado respecto al capital privado. Así que su
lucha es lograr que al menos se aplique el código laboral insistiendo en los
artículos que protegen a los trabajadores.
¿Redescubrir las
alternativas de economía social?
Convencido de que el Estado no es capaz de ofrecer trabajo y
de que el sector privado está debilitado, el sindicato UGTT presentará muy
pronto un proyecto de ley centrado en la economía social y solidaria (ESS),
según una declaración oficial de la Secretaría General de la UGTT. Inspirado en
América Latina, donde la ESS proporciona una protección contra la crisis
mundial, sugerirán alternativas para reforzar los derechos de los trabajadores
y hacer frente el paro. En respuesta a la gran cantidad de empresas que se
enfrentan a una bancarrota actual o futura, se espera que el proyecto de ley
promueva la idea de empresas recuperadas gestionadas por cooperativas de
trabajadores.
“La economía social y solidaria no es nueva en Túnez. Se
desarrolló en la década de 1960 con cooperativas en diferentes sectores, pero
la experiencia fracasó debido a que el gobierno de Bourguiba cometió dos
errores: obligó a la gente a participar ignorando la libertad de elegir e
impusieron gestores no elegidos con lo que eliminaron la estructura
democrática. Actualmente se puede establecer una industria en 24, pero no hay
una ley para crear una cooperativa. Las trabajadoras de Mamotex también fueron
víctimas del vacío legal referente a la autogestión”, declaró a MEE Azaiez
Abderrahmen, coordinador de UGTT para la economía social y solidaria.
Las pocas iniciativas de trabajadores
que florecen ahora en Túnez pueden abrir camino. “Tenemos que cambiar la ley para permitir que existan las cooperativas,
accedan al mercado y se beneficien de los incentivos fiscales. Pero esto
debería ir de la mano con las prácticas sobre el terreno. La sociedad civil es
fundamental porque necesitamos un mercado solidario. Deseamos que haya más
intentos como el de Mamotex y cuando uno de ellos tenga éxito y se conozca, se
multiplicarán las acciones”, afirmó Alessia Tibolo, jefa de proyecto de Iniciativas
de Empleo en Economía Social y Solidaria (IESS, por sus siglas en inglés) de la
ONG italiana COSPE.
Basándose en la idea de
que la economía social y solidaria puede emancipar a las comunidades locales y
ofrecer independencia económica y psicológica como una solución duradera contra
el paro, el proyecto IESS cofinanciado por la Unión Europea ha emprendido una
serie de talleres de formación regional sobre la manera de crear una empresa
social, además de proporcionar apoyo financiero. Dalel Mdimegh desea participar
en estos talleres junto con otras trabajadoras de Mamotex que ambicionan
iniciar su propio proyecto textil.
“Una cosa que hemos
aprendido es que no necesitamos un jefe. Podemos llevar adelante un pequeño
negocio dirigiéndolo nosotras mismas. Y, como dijo un poeta, ¡una mujer
tunecina es una mujer y media!”, afirmó despidiéndose con la mano antes de montar
en la bicicleta para volver a casa.
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