Colaboración
Texto y Fotos: por
Ratarrey
Agencia SubVersiones
19 abril, 2016
Ya van cinco meses desde que el ejido Tila expulsó al
ayuntamiento municipal y declaró su autonomía ejidal. Cinco meses de
autodeterminación, de reestucturación organizativa y comunitaria, de pensar
cómo hacer un gobierno donde mande el pueblo, de tomar decisiones colectivas
sobre el rumbo de la comunidad. Casi medio año de empezar a caminar en
autonomía. «La autonomía es un proceso
para toda la vida. La lucha nunca acaba. Y recién empezamos a caminar»,
dice un compañero ejidatario.
Tres compañeros ejidatarios
nos cuentan cómo ha avanzado el proceso, cuáles han sido los logros y los
obstáculos. Cuando la comunidad se dio cuenta que no podía seguir esperando el
golpe del ayuntamiento y de las fuerzas policíacas y paramilitares que lo
secundan, comenzó a plantearse una nueva manera de gobernarse y hacerse cargo
del territorio. La primera decisión de la asamblea fue nombrar comisionados de
seguridad y montar guardias en las entradas del pueblo. Guardias donde también
participan mujeres y jóvenes. La policía es rotativa, a todos los habitantes
del pueblo les toca hacer guardia en algún momento. Es la comunidad la que se
cuida a sí misma: «El 16 de enero hubo un
baile y comisionamos a 50 personas para cuidar, al final éramos 150. La gente
se sorprendió de que el baile fuera tan seguro. Antes, cuando estaba el
ayuntamiento, se robaban niños y celulares y la gente tenía miedo, pero ahora
no pasó nada».
Otra decisión de la
asamblea, surgida de una propuesta impulsada por las compañeras, fue cerrar las
cantinas y detener el consumo de drogas en la comunidad. «Antes, cuando estaba la policía [municipal], eran ellos los que vendían [drogas] y al año de estar ahí ya tenían su coche nuevo». Hoy, si la
comisión de seguridad del ejido encuentra a alguien consumiendo, se le pregunta
dónde y a quién la compró para poder llegar a la persona responsable.
Como tantas otras
decisiones de la asamblea, esta forma de resolver los problemas internos parte
de una idea clave para la comunidad: que hay que educar a los jóvenes para
defender su territorio y estar concentrados y atentos. Hasta ahora, las
escuelas estatales y sus programas se han respetado; la comunidad entiende que
la formación comunitaria y la defensa del territorio se aprende en colectivo:
en las guardias, en los trabajos comunitarios, en la conversación en casa. Los
jóvenes también tienen la obligación de hacer trabajo comunitario. La lengua
ch’ol y la defensa organizada de la tierra se aprenden y se comparten fuera de
los muros de la escuela, en la cotidianidad de la vida comunitaria.
Para administrar la
justicia, la asamblea designó a un juez ejidal. No se paga con multas o cárcel,
sino con trabajo comunitario. En lugar de un sistema legal irrefutable y
corrupto, se toman las decisiones por usos y costumbres, caso por caso. «Si hay uno que le pegó a la mujer se le
manda a hacer limpieza o cargar piedra; a otros se les manda a limpiar los
desagües; si alguien roba tiene que reponerlo. Dependiendo la falta, se decide
el castigo. Por ejemplo: a los borrachos se les encierra una noche, pero
acabando se les devuelven sus pertenencias. Siempre con respeto. No como cuando
estaba el ayuntamiento que les quitaban sus cosas y hasta una multa les
cobraban».
La asamblea también
designó un comité de limpieza y un comité de agua. Además de cuidar y
administrar la basura y de cuidar las tuberías y desagües, estos comités se
encargan de hacer consciencia sobre la basura: que no hay que producir tanta,
que no hay que dejarla afuera. El autogobierno también implica hacerse cargo de
las calles, saber que el espacio se comparte y se cuida en colectivo.
Las distintas comisiones y
comités son alternadas, las y los ejidatarios son, como ellos mismos dicen, «multi-usos». A veces uno es policía y
después se encarga de la basura, o a veces toca ir a traer leña para la cocina.
Para facilitar los trabajos colectivos, la comunidad cooperó, de a cincuenta o
cien pesos por familia, para comprar un camión de tres toneladas.
¿Y el edificio dónde
estaba el viejo ayuntamiento? La asamblea aprobó que se instalaran allí los
comerciantes que tenían puestos alrededor de la plaza central. «De por sí el ayuntamiento quería expropiar
el casino ejidal para hacer un centro comercial, pues nosotros decidimos que el
ayuntamiento sea el lugar para que la gente venda su producto».
Una muestra de la nueva
organización colectiva sucedió en marzo pasado: cada año, cientos de personas
peregrinan al altar del Cristo Negro de Tila. Este año, los operadores
políticos del Partido Verde promovieron una campaña de desprestigio acerca del
estado del pueblo. «Decían que había
conflicto, que no había agua, que no había luz, que estaba sucio». Sin
embargo, llegaron fieles desde Tabasco y de toda la zona norte de Chiapas. Los
visitantes se sorprendieron al ver una Tila tan segura, tan limpia; una Tila,
además, donde no había intimidación policíaca y corrupción como en los años
anteriores. «Nosotros queremos dar una
buena imagen de Tila, que sepan que con la autonomía estamos mejor». Tila
le demostró a los visitantes que sin gobierno se está mejor.
La paciente construcción
de la autonomía ejidal se ha logrado, además, en medio de un clima constante de
amenazas y hostigamiento: el 8 de febrero pasado, el gobierno estatal de
Chiapas emitió veinte órdenes de aprehensión contra ejidatarios bajo los cargos
de motín y atentados contra la paz pública. La asamblea decidió reforzar la
vigilancia en todo el ejido para impedir a toda costa que se llevaran a algún
compañero preso. Por esto, se implementó un sistema de radios entre los
distintos puntos de vigilancia y se instalaron bocinas en distintos puntos del
poblado para mantener informada a toda la comunidad.
«Nuestra mejor arma son las bocinas, no las armas que tienen
los paramilitares»,
dice un ejidatario. «Y bueno, nos han
dicho que traemos el palo con clavo. Eso también. Pero es nomás para poncharle
la llanta a los coches que quieran llevarse a un compañero». También se han
instalado zanjas en las entradas del pueblo para que los vehículos militares y
federales —cuyos neumáticos soportan un clavo sin poncharse— no puedan salir.
Las guardias permanecen atentas toda la noche y la gente sabe que hay que estar
en alerta continúa, porque los enemigos tampoco duermen. «Como dice el dicho,
hay que ser más tigre que el tigre», dice otro ejidatario.
La asamblea, pues,
permanece atenta. Como dice un compañero ejidatario, «la tormenta se avecina».
La paramilitarización de la zona ha aumentado a raíz de un proyecto de mina de
uranio que, según algunas versiones, ya está en proceso de construcción. La
veta se encuentra a 25 kilómetros del pueblo, en el ejido de Tumbalá, dentro de
los límites oficiosos del municipio de Tila. Esta mina no aparece en los mapas
de concesiones disponibles públicamente, debido a que las minas de uranio son
catalogadas bajo el rubro de «Seguridad
Nacional». La mina está en la llamada zona alta de Tila, lo que preocupa
fuertemente a los ejidatarios: es muy probable que el agua y la selva se vean
contaminados, amenazando su forma de vida y su salud. Frente a esto, la
asamblea ha empezado a plantearse qué hacer y cómo responderán a eso.
Todavía hay mucho camino
por recorrer, reconocen los compañeros: la educación, la salud y un mayor
involucramiento de las mujeres son algunos de los puntos a trabajar. Aún así,
las y los ejidatarios saben que el
camino de la autonomía es largo y que se camina paso a paso. Que la lucha nunca termina.
Comentarios