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FAVELAS: MÁS ALLÁ DE LA POBREZA Y EL MIEDO (construir alternativas desde abajo y desde la izquierda)

Raúl Zibechi
Brecha
Rebelión
licencia de Creative Commons
Brasil
02-02-2016
La favela es un mundo complejo en el que conviven la pobreza y la violencia policial y del narcotráfico. En una primera mirada parece el espacio más difícil para construir alternativas desde abajo y desde la izquierda. Sin embargo, cientos de activistas la eligieron como un lugar donde crear lo nuevo.
El coche pasa casi rozando entre dos gruesas moles de cemento de un metro de alto. Un pequeño error de cálculo y la chapa terminaría estropeada. “Por aquí no pasa el caveirão”, dice alguien, en referencia al vehículo blindado construido especialmente para que la Policía Militar entre en las favelas. “Tampoco pasan los patrulleros”, festeja un tercero. La entrada a la Comunidad Chico Mendes en el Morro de Chapadão, zona norte de Rio de Janeiro, está restringida para los cuerpos represivos.
Subimos ladera arriba por calles estrechas y bien pavimentadas, entre viviendas sencillas pero cuidadas. En minutos llegamos al local del Movimiento de Comunidades Populares (Mcp), una enorme puerta de hierro al lado de un pequeño y prolijo almacén que vende alimentos y productos de limpieza. “No vendemos cigarrillos”, dice una voz de mujer. Con serenidad y firmeza agrega: “Son malos para la salud”.
El portón se abre sobre un amplio patio techado con oficinas y salas de reuniones al fondo y un segundo piso con más salones. Un enorme cartel advierte contra el consumo de alcohol y en otro costado del patio otro cartel más grande detalla las diez “columnas del movimiento”: economía, religión liberadora, familia, salud, vivienda, escuela, deporte, arte, ocio e infraestructura. Les dicen columnas porque son los pilares de la organización, identificadas de acuerdo a las “necesidades de los sectores populares”.
Un hombre bajo y fornido de unos 60 años ofrece agua fresca para paliar el tremendo calor carioca, e invita a recorrer los espacios. Todo sucede como en cámara lenta, con mucha calma, quizá para contrarrestar el calor. Aparece la mujer del almacén, Janduir, que nos dice que ambos fueron los primeros militantes del Mcp en llegar a la favela, cuando las casas eran de madera, precarias y pequeñas, hace más de veinte años.
UNA COMUNIDAD DIFERENTE.
La principal diferencia entre la Comunidad Chico Mendes y otras favelas es que se instaló como consecuencia de una toma o invasión, no de la agregación de familias y personas a modo de goteo. Aquí las personas ya estaban organizadas antes de la ocupación del morro, llegaron todas juntas y comenzaron a construir las viviendas y el barrio. Eran militantes de izquierda que decidieron ponerle al asentamiento el nombre del más emblemático organizador de los recolectores de caucho, asesinado por hacendados en 1988.
Ahora la comunidad tiene alrededor de 25 mil habitantes, pero Gelson recuerda que cuando llegaron tuvieron que hacer mutirão (trabajo colectivo) para conectar decenas de caños a una fuente de agua a 300 metros. Salía apenas un hilo de agua y había que hacer una fila de hasta cuatro horas para llenar una lata. “La gente fue luchando y consiguió tener agua, luz, saneamiento y también obras para asfaltar las calles”, explica Gelson. Las dificultades ahora son otras: “Las cosas están lejos, los precios son altos, entrar y salir de la comunidad es muy difícil por la violencia del tráfico”.
Recuerdan que la primera camada de militantes que formaron la comunidad hoy ya no está; algunos fueron asesinados por los traficantes y otros desaparecieron, se cree que secuestrados. Esa generación se enfrentó duro al tráfico para impedir que se asentara en la comunidad. Ahora trabajan de otro modo, menos ideologizado, evitando la confrontación con enemigos superiores, como la policía y el narcotráfico, y sobre todo “construyendo poder popular”.
Los primeros pasos en la Chico Mendes los dieron organizando campeonatos de fútbol con equipos de varones y de mujeres. Fue el modo de hacerse apreciar por los vecinos, de ganar su confianza, de conseguir un lugar. A Gelson le gusta mucho el fútbol y lo practica.
Hace casi 20 años crearon el grupo de apoyo escolar, que recibe a 70 niños y niñas de 2 a 14 años en dos turnos con cuatro maestras y dos ayudantes. Formaron una red de apoyo a esta escuela para financiar el sueldo de las maestras. Hace seis años armaron una guardería para las madres de la comunidad, que ya tiene 20 alumnos en dos turnos, con tres cuidadoras.
Los dos grupos de educación son apoyados por los padres, que aportan dinero y realizan actividades para recaudar fondos. Una vez al mes hacen una asamblea para debatir sobre la marcha de las escuelas y tratar de resolver los problemas de forma colectiva. El jardín funciona en un espacio, frente al salón central y el apoyo escolar, en el patio del principal edificio del movimiento.
El área o columna de economía es la más importante. Hay un Grupo de Ventas Colectivas con siete personas que tienen a su cargo el almacén de productos de alimentación, donde se abastecen unos 150 vecinos. Este grupo abrió hace poco tiempo, a partir de un préstamo del Grupo de Inversión Colectiva (Gic), una barraca de materiales de construcción atendida por dos personas del movimiento. Diez familias se organizan en torno al Grupo de Compras Colectivas, que les permite comprar en grandes cantidades consiguiendo precios más bajos que los del mercado.
Luego formaron el Grupo de Producción Colectiva, en el cual cinco familias producen jabones, detergentes, desinfectantes y suavizantes a partir de aceite vegetal usado. Comenzó como parte de una campaña en defensa del ambiente y ahora vende sus productos a una cooperativa del gobierno de Rio de Janeiro.
El grupo más importante del área de economía es el Gic. Cuenta con 400 inversores que reciben un 2 por ciento de interés, es administrado por voluntarios y realiza préstamos a personas del barrio. Gelson asegura que más de 30 casas del lugar fueron adquiridas con dinero del Gic, además de que facilitó la compra de camionetas a vecinos que trabajan con ellas trasladando personas desde el metro hasta el morro.
El Gic resuelve muchos problemas de la gente, y la incentiva a ahorrar, porque en los sectores populares no se ahorra”, dice Gelson. Es muy común que a una familia se le termine el gas y no pueda reponerlo simplemente porque no tiene dinero. Ahora acude al Gic y resuelve el problema sin necesidad de acudir a la banca.
UN VIEJO-NUEVO MOVIMIENTO.
Lo que hoy es el Mcp comenzó hace 40 años a partir de un grupo de personas, como Gelson, que integraban la Juventud Agraria Católica. Realizaron un seminario bajo la dictadura militar en el que decidieron “construir un movimiento que no sólo trabajara por reformas y mejoras, sino con una propuesta anticapitalista”. Y crearon el Movimiento de Evangelización Rural, que en los hechos dejó de ser un grupo dependiente de la Iglesia.
Gelson recuerda la pobreza del campo. Su madre tuvo 12 hijos, seis varones y seis mujeres, en un pueblo de Paraíba. “Compraba un litro de leche para todos y como no alcanzaba le echaba mucha agua”. Trabajaba la tierra, y una noche, con 11 años, abrió las porteras para que salieran las vacas y los novillos. Fue su primera rebeldía.
Con los años el movimiento se modificó a medida que la sociedad fue cambiando. En los ochenta se produjo una gran migración hacia la ciudad, entre otras razones por la mecanización del campo y la concentración de la tierra en latifundios. Entonces comenzaron a trabajar en las ciudades y crearon la Corriente de Trabajadores Independientes. Pero en los noventa percibieron la precarización laboral y tomaron una decisión importante: trabajar con los sectores más sufridos del pueblo, “desempleados, peones, habitantes de las periferias, campesinos pobres”, según puede leerse en uno de los primeros números del periódico Voz das Comunidades.
“Fue el momento más duro –asegura Gelson–. Los militantes tenían una cultura de clase media, tenían sus familias, no aguantaron ir a la favela y decidieron adherir a partidos como el PT y a las centrales sindicales”. En esa instancia decisiva perdieron más de un tercio de los militantes. En paralelo decidieron no integrarse al PT, porque consideraban que dividiría a los sectores populares al separar a los dirigentes de las bases.
Su actividad en las periferias de las ciudades transformó al movimiento y sus integrantes. Comenzaron a trabajar de acuerdo a las diez columnas y a crear comunidades populares. Hoy son más de 60 comunidades, la mitad en áreas urbanas. En 2006 editaron Voz das Comunidades, para cohesionar al movimiento, que ya tiene presencia en 12 estados. En 2011 decidieron ponerse el nombre actual: Mcp.
El movimiento se propone tres objetivos. A corto plazo, movilizar a la gente para que resuelva sus problemas sociales y necesidades culturales más sentidas. A mediano plazo, organizar a la población en comunidades populares. Y a largo plazo, “conquistar un gobierno popular de abajo hacia arriba para construir una sociedad comunitaria basada en el buen vivir indígena, en los quilombos de los esclavos, en las comunidades campesinas igualitarias, como la de Canudos,1 y en el socialismo obrero y popular”, como acordaron en el segundo encuentro del movimiento, en 2012. Para ellos gobernar de abajo hacia arriba es “controlar, a partir de la base, los servicios públicos y comunitarios a través de la democracia participativa”, creando las condiciones para que la gente participe.
Janduir y Gelson explican que el movimiento se inspira en luchas históricas como las de los guaraníes, los quilombos de los esclavos que fugaban de las plantaciones, la experiencia de Canudos y las luchas obreras del siglo XX. Tiene como principios la independencia de los partidos y la autonomía política pero también económica de los emprendimientos.
EL MUNDO NUEVO EN LAS PERIFERIAS.
El Gic de Chico Mendes tiene 400 inversores y moviliza 700 mil reales (unos 170 mil dólares), que son administrados en reuniones masivas de 60 a 70 personas. En sólo 12 años consiguieron ser una fuente de financiación para las familias del barrio, sin deudores, porque cada persona que toma un préstamo lo tiene como aval. Cero deudas, control comunitario de las cuentas. Janduir muestra un cuaderno donde anota todo a mano. “Me gusta más hacerlo así que usar la computadora”, dice sonriendo.
Entre todas las comunidades tienen 30 Gic, que son administrados por más de cien personas y benefician a varios miles. Los Mcp cuentan con 100 grupos de producción, ventas y servicios colectivos, con más de 1.500 integrantes. Producen ropa, bolsas, artículos de limpieza, crían animales y cultivan la tierra. Los de ventas tienen mercados colectivos, venden gas y cereales. Los de servicios cuentan con lavanderías, recolección de residuos, construcción civil y han comprado camiones para la comunidad.
Han instalado diez escuelas, cuentan con grupos de salud que hacen campañas contra el consumo de alcohol y dan cursos de salud bucal y reproductiva, y comenzaron con un equipo de terapia comunitaria. “Se trata siempre de las cosas que necesita el pueblo”, aseguran Gelson y Jundair.
“Imagina que un día la gente construya millones de grupos de este tipo en Brasil”, reflexiona Gelson. “Es muy distinto si quisieras reclutar gente para la revolución, tomar el poder, ¿qué hacemos después?” Es un camino diferente para procesar los cambios. “En este proceso de construcción vamos aprendiendo a gobernar un Gic, una microempresa, y ahí vamos aprendiendo a gobernar una escuela, un municipio, de forma colectiva y solidaria, sin corrupción, con transparencia”, sigue Gelson.
Todos los trabajos que realizan, desde el deporte hasta las escuelas y los grupos de inversión, o sea, todo lo que es construcción de comunidad, tiene como norte la creación de poder popular. Con una doble vertiente: que sean iniciativas por fuera del mercado y del Estado (no reciben nada de los gobiernos) y que las gestionen los mismos miembros del movimiento de forma colectiva. A todo eso le llaman poder popular.
“La economía popular es la economía que ya está ahí, es la economía del pueblo, como la venta ambulante y los mercados populares. Pero lo que necesitamos es una economía popular organizada, con conciencia de gestión colectiva”. No inventan nada, organizan y sistematizan lo que ya está, a través de la formación y la organización colectivas. La autogestión puede entenderse como la sistematización de lo que hacen los sectores populares de forma embrionaria y espontánea.
En la asamblea nacional anual realizada en agosto de 2014 los militantes del Mcp llegaron a la conclusión de que no están caminando con los dos pies, como ellos desean. “Continuamos realizando más actividades comunitarias (economía solidaria, actividades culturales y acciones colectivas) que luchas reivindicativas por políticas públicas y en defensa de derechos”, se lee en el último ejemplar del periódico. Ese desbalance se debe, según el Mcp, a que durante diez años se focalizaron en la construcción de comunidades y que en ese período los líderes de los movimientos fueron cooptados por el gobierno.
Este es un debate presente en todos los movimientos de nuevo tipo en América Latina: cuánta energía dedicar a construir lo propio y cuánta a disputar con las instituciones estatales. El debate en torno a las políticas públicas (participar en la gestión de instituciones públicas a escala local) contiene dos posiciones: el temor a la cooptación por el Estado y el temor al aislamiento. Es la necesidad de escoger entre crear poder popular comunitario sin gobernar, o gobernar sin tener poder.
“La contradicción entre ambas es permanente”, razonan los militantes del Mcp. Por eso Gelson, cuando se le pregunta por las dificultades del movimiento, las coloca dentro, no fuera. “Lo más difícil es la formación de los jóvenes”, dice sin dudar un segundo. Cuando era joven, en la década de 1960, en plena dictadura, era la realidad la que formaba la conciencia, la que mostraba los caminos a seguir. Hoy las cosas son más complejas. El consumismo, las redes sociales, son fuente de confusión, piensa. El trabajo de hormiga de todos los días puede parecer poco, pero saben que no hay otro camino.
 [1] Movimiento popular en el nordeste en torno a la figura de Antonio Conselheiro, en la comunidad de Canudos (norte de Bahía), que fue derrotado por el ejército. Inspiró películas y relatos periodísticos, como Los sertones, de Euclides da Cunha (testigo de la última expedición militar contra la comunidad), y novelas como La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa.

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