x Carlos Fazio
La Haine
20/01/2016
México
El viernes 8 de enero, 19 minutos después del mediodía, en la
cuenta oficial de la Presidencia, Enrique Peña Nieto anunció la recaptura del Enemigo Público Número 1 de México y
Estados Unidos. Con un lenguaje de comandante
en jefe, emulando a George W. Bush y Barack Obama, el mandatario mexicano tuiteó en su cuenta @EPN: Misión cumplida: lo tenemos. Quiero informar
a los mexicanos que Joaquín Guzmán Loera ha sido detenido.
A diferencia del 22 de
febrero de 2014, cuando la edición en Internet de The New York Times y la
agencia AP difundieron la imagen de la segunda captura de El Chapo Guzmán en un hotel de Mazatlán, Sinaloa, ahora, a seis
meses de que uno de los gerentes operativos de la corporación criminal conocida
como Cártel de Sinaloa se escapó del
penal de máxima seguridad de El Altiplano (11 de julio de 2015), sumiendo en el
mayor ridículo a su administración, Peña Nieto –al igual que cuando Bush lanzó
su misión cumplida en Irak desde la
cubierta del portaviones USS Abraham Lincoln el 1º de mayo de 2003 y cuando
ocho años después Obama anunció al mundo que la CIA había encontrado y dado
muerte a Osama Bin Laden– quiso ser él, personalmente, quien diera la noticia
sobre la reaprehensión del mítico megamillonario de la revista Forbes.
Dieciséis minutos después El Chapo se posicionó como tendencia en
las redes sociales, y en menos de una hora ese tuit presidencial había rebasado las 70 mil repeticiones. El hashtag #ChapoGuzmán superó el millón de menciones en cuatro horas y se
convirtió en treding topic mundial en
Twitter. Ya entonces había comenzado
el montaje de una gran operación propagandística dirigida a intoxicar a la
población con la recaptura del capo desechable, que para su rápida puesta en
escena requirió de la actuación principal de Peña Nieto y miembros de su
gabinete de seguridad nacional y la colaboración de propietarios y reporteros
de medios corruptos.
Aderezado con
contradictorias versiones oficiales, filtraciones y declaraciones anónimas, la
dosificación del guion, dirigido a trabajar sobre la psiquis colectiva con
mensajes triunfalistas y autolaudatorios, puso énfasis en la fortaleza de las instituciones nacionales,
la vigencia del estado de derecho y
el arduo y profundo trabajo de
inteligencia, en el contexto de un operativo coordinado por los titulares
de todas las dependencias que integran el gabinete de seguridad nacional,
quienes incluso aparecieron a cuadro en televisión dos veces el viernes 8. No existe delincuente que esté fuera del
alcance del Estado mexicano, sintetizó entonces el secretario de Gobernación,
Miguel Ángel Osorio.
Pero los dichos de Peña
Nieto, Osorio y la procuradora Arely Gómez contrastaron ese día con el primer
comunicado de la Secretaría de Marina (Semar), que presentó el suceso como un
hecho aislado, resultado de una denuncia ciudadana anónima sobre la presencia
de hombres armados en una casa de Los Mochis, Sinaloa. En el correr de la
mañana, cuando crecía la excitación periodística, la Marina divulgó dos
imágenes inexplicables, según su secuencia: la primera exhibía a Guzmán Loera
en actitud pensativa, sentado en un auto con los brazos cruzados y su mano
izquierda sobre el mentón; en la segunda ya aparecía esposado sentado sobre la
cama de un motel.
En las grandes operaciones
de intoxicación se suele diseminar imágenes y datos difusos que alimentan las
especulaciones y los fantasmas de los medios, que sin saberlo contribuyen a la
puesta en escena de la trama; la sutileza consiste en no confirmar ni desmentir
datos, lo que en la jerga de las operaciones sicológicas se llama dejar escapar
la información. Con sus lagunas (des)informativas, la narrativa oficial indica
que el operativo de un grupo de tarea de la Marina comenzó a las 4:40 horas; el
enfrentamiento duró cerca de 40 minutos, 15 dentro de la vivienda; Guzmán Loera
y su lugarteniente Iván Gastélum escaparon por un pasadizo secreto que daba al
drenaje. Cuando a las 6:00 horas los marinos encontraron la entrada a un túnel
escondido en un clóset, El Chapo les
llevaba 90 minutos de ventaja en su fuga; 800 metros adelante, él y Gastélum
salieron por una alcantarilla, tomaron un auto y hacia las 10 de la mañana, 10
kilómetros adelante, sin disparar un solo tiro, se entregaron a dos patrulleros
que les hicieron el alto por conducir con exceso de velocidad. Para resguardarlos,
los uniformados los llevaron al motel Doux, adonde llegó el grupo de élite de
la Semar. Muchas inconsistencias y, simplemente, los tiempos no checan.
La Marina filtró a
Televisa un video de 15 minutos del momento en que un comando de élite tomó por
asalto la casa en Los Mochis. Además, el conductor Carlos Loret de Mola recreó
el hecho en una visita guiada por el
mando del operativo. Salvo un militar que aparentemente resultó herido antes de
entrar a la vivienda, a partir del propio relato del jefe de la misión y las
imágenes de cómo iban avanzando sus hombres en el interior del inmueble de dos
pisos, no se entiende cómo el cinturón de seguridad del “narco más poderoso del mundo”, compuesto por más de 10 hombres
armados con fusiles AK-47 y R-15, granadas, tres Barret .50 y dos lanzacohetes
RPG, no haya generado ningún rasguño a sus oponentes. Más insólito: en el
fragor del combate aparece a imagen un hombre parado, sin uniforme ni armas.
¿Qué hacía allí?
Después, la Semar organizó
un caótico Marina tour para más de
100 reporteros y camarógrafos, sin que se apreciara indicio alguno de
salvaguardar evidencias judiciales de un enfrentamiento saldado con cuatro
muertos.
La narrativa oficial se
asemeja a la terrible historia de la soldado Jessica Lynch, que en 2005
convulsionó a la sociedad estadunidense cuando, después de ser capturada,
torturada y violada por los esbirros de Sadam Hussein, fue rescatada a sangre y
fuego por un comando de fuerzas especiales, en lo que a la postre resultó ser
un montaje inventado por un gabinete de comunicación, The Rendon Group, promocionado en artículos falseados de The New
York Times y The Washington Post para movilizar el ardor patriótico. La epopeya
resultó una farsa.
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