Infancia y Sociedad. Maestros poderosos. Basta de hostigar a profesores y envenenar la educación pública
Columna
Andrea Bárcena
22 de Agosto de 2015
La escuela es de quien la trabaja. Los
maestros son quienes mejor conocen los problemas y las posibilidades de la
escuela pública. En medio de la tremenda crisis ética y amorosa que
atravesamos, es prioridad social fortalecer a nuestro magisterio. Tenemos
cientos de miles de educadores comprometidos con su razón de ser, dispuestos a
defender sus aulas y derechos como trabajadores del mayor de los bienes del
pueblo: la educación pública, gratuita y obligatoria.
La
cultura de la corrupción, generada y alimentada en las cúpulas políticas, ha
permeado a la sociedad. Su expresión más clara en el ámbito educativo es la
imposición de burocracias de la SEP, para que los maestros no reprueben a
ningún alumno. Se trata de una nefasta lección de doble moral y validación de
apariencias dirigida a los mexicanos más jóvenes para que sepan vivir en el
lenguaje de la ambigüedad, la trampa y el todo se vale. Una reforma verdadera
tiene que incluir un replanteamiento ético y realizarse de la mano de los
maestros, porque tienen el poder de educar, así como de influir de forma
asombrosa en sus alumnos.
Conocí,
por ejemplo, a una maestra que ya no sabía qué hacer con una "niña mala" que constantemente
agredía a sus compañeros. La puso a cargo del botiquín: la niña se encargó de
curar los raspones que se dan en los recreos. El cambio de actitudes fue total;
se tornó solidaria y cariñosa con sus compañeros.
Está
también el viejo experimento "efecto
Pigmalión", en el que se entregan a los maestros grupos formados por
los peores y los mejores estudiantes, haciéndoles creer que tienen el grupo
contrario al que en realidad se les asigna. Al final del curso los alumnos de
más bajo rendimiento (los peores) mejoran en forma notable sus calificaciones,
mientras los muy buenos bajan de rendimiento o se mantienen sin mejorías
significativas, debido a las expectativas del profesor. Tal es el poder de los
maestros.
Hoy que
prácticamente toda la información está en Internet, una inteligente reforma
educativa no necesita enciclopedias humanas, sino maestros que enseñen a
razonar y argumentar, lúdicos y afectuosos; nuevos métodos y programas
formulados por ellos, y mecanismos que impidan que nuestros niños trabajen o
mendiguen, en lugar de ir a la escuela. Basta de hostigar a profesores y
envenenar la instrucción pública en favor de intereses mezquinos: del oscuro
sueño de privatizar y lucrar con la educación.
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