PARA LOS MEDIOS DE
COMUNICACIÓN LOS FEMINICIDIOS SON SIMPLES CIFRAS, SE CONVIERTEN EN UNA MASA, DESPOJADA
DE ROSTROS Y NOMBRES...
Escrito por Daniela Ortiz,
artista y activista
14 de septiembre de 2015
“No se nace mujer: llega una a serlo”
Simone
de Beauvoir
“Es de puta madre ser mujer”
Daniela
Ortiz
Ser mujer es la construcción social no opresiva cuyos “defectos” no parten más que de la
confianza puesta en que la sociedad y en que el hombre vaya a tratarnos de
forma igualitaria. Cuando, hablamos entre amigas y alguna de mis
compañeras, o yo misma, contamos alguna discriminación sexista que hemos
vivido, es común escuchar la frase “en
parte es culpa tuya, por haberlo permitido”. No me gusta esa frase,
por muchas razones. Primero porque la palabra “culpa” me eriza la piel, prefiero usar “responsabilidad”. Y en, segundo lugar, porque entiendo que lo que
se nos está diciendo es “eres merecedora
de esa discriminación por haberte confiado”, como si confiar en la gente
que amamos fuese algo malo. Las mujeres no somos ni culpables, ni merecedoras
ni, ni mucho menos, generadoras de
las discriminaciones y violencias patriarcales. Tampoco somos víctimas pasivas,
somos sobrevivientes de un sistema que intenta aniquilarnos, violarnos,
aprovecharse de nuestro trabajo gratuito, etc.
Ocurre que, cuando la confianza que
depositamos en el hombre, en el sistema, viene traicionada, a veces nos damos
cuenta del engaño y logramos ser conscientes de que nunca seremos tratadas
desde la igualdad ni en pareja, ni laboralmente, ni, en general, como
ciudadanas. En esos momentos, las mujeres entramos en lo que Lagarde
denomina un proceso de luto. Es un proceso, doloroso pero
necesario, en el que las mujeres tomamos conciencia de nuestra verdadera posición
en el mundo para poder, por fin, empezar a negociar. Cuando alguien nos dice “en parte es culpa tuya por permitirlo”
es como si se diera por supuesto que se partía de la misma posición en la
negociación o como si se nos estuviera echando en cara el haber sido una mala
negociadora o demasiado “buena” (¿Se
puede ser demasiado buena o es que me
estás llamando tonta? Porque yo creo que el tonto es él). No creo que ninguna
mujer verdaderamente consciente de su posición de segunda en esta sociedad
pueda decir esa frase y creérsela. Ninguna mujer que haya realizado el luto de
saber que su compañero o su jefe la mirarán siempre desde el pedestal del
primer sexo, puede creer que las mujeres somos culpables de las violencias
machistas.
Y con estas reflexiones no estoy llamando a
las mujeres al victimismo generalizado, al contrario, estoy llamando a una
negociación consciente. Tampoco estoy haciendo alarde de una receta mágica de estrategias feministas
para llegar a la igualdad, entre otras cosas porque no creo que la igualdad sea
posible aún. Este artículo pretende ser una propuesta a las mujeres para que
lloremos el luto de sabernos el bando con menos artillería y usemos las armas
que tenemos (que son muchas) de forma consciente, inteligente y de la manera más
conveniente para nuestras vidas. Esto es la guerra, pero no es una guerra de
hombres, una de esas en las que se bombardean ciudades, esas de las de Bush o
Merkel. No, esta es la guerra de las mujeres y no creo que haya que convertirse
en hombres para ganarla, es más, creo que al convertirnos en hombres la
perderíamos. Es la guerra donde, hasta el momento, solo han habido bajas de
nuestro bando (a excepción de Andy Warhol, muerto a causa de las secuelas del
único ataque feminista de la historia) y algunos gloriosos casos de
autodefensa.
Definitivamente, “la culpa es tuya por permitirlo”, es una trampa lingüística odiosa
que no permitiré que me vuelvan a decir.
La
segunda falacia que quería desmontar es esa, molesta como una mosca siestera,
que aparece en casi todas las conversaciones cuando se habla de política
heteropatriarcal y que se hace verbo en la frase: “Pues la Thatcher era mujer”. La Thatcher, al gobernar, no era
mujer. La apropiación de una identidad de género diferente a la asignada
al nacer no siempre es un acto de subversión política que busca la libertad y
la justicia.
A veces asumimos
identidades de género de forma opresiva. Merkel, Thatcher, Aguirre o Botella no
usan testosterona en gel porque no quieren transformar sus cuerpos, pero todas
ellas se enfrentaron al rol que les fue asignado al nacer, el de mujer,
asumiendo la identidad masculina con fines corruptos. Otra cosa es lo
que ellas fueran antes y después de asumir sus cargos públicos. A lo mejor
en muchas situaciones fueron mujeres, pero como gobernante son hombres. El
género es una construcción social y desde el momento en que las mujeres
abandonan la posición de “no opresión” en política están adoptando un rol
masculino. La identidad no es una etiqueta fija, inamovible o intrínseca a los
cuerpos, no es biológica y no es única.
Cada una de nosotras asume
decenas de identidades durante el día: la de alumna, madre, paciente,
hija, hermana, abogada, blanca, gitana, precaria… Somos la suma de muchas
identidades que podemos ir cambiando con bastante flexibilidad. La sociedad
asume estos cambios de rol con naturalidad hasta el momento en el que la
asunción de un rol se convierte en subversión.
Merkel no es mujer cuando
gobierna y al patriarcado no le molesta (demasiado) que subvierta su rol de
género porque está sirviendo para perpetuar otros valores opresivos de raza,
clase, etc. Pero, por ejemplo, sí le molestaría que subvirtiera su género
hormonándose con testosterona porque el vello corporal y otros rasgos físicos
pondrían de manifiesto el absurdo de la asignación de los géneros al nacer por
razones esencialistas y biologicistas. Por tanto, el ir en contra del género
asignado al nacer, aunque en un principio nos parezca un acto
de subversión por definición, puede llegar a ser un acto de
perpetuación de valores opresivos si, transversalmente, se alía con
identidades de clase, raza, especie, edad, etc.
Por otro lado, una vez más
nos damos cuenta de cómo el uso del lenguaje suaviza la lucha hasta camuflarla
y finalmente cancelarla. Cuando el feminismo denuncia las violencias heterosexuales
aparece la palabra “heterocentrismo”
como si la heterosexualidad fuese mala pero sólo si se abusa de ella. Cuando
denunciamos el coito como fuente de control del cuerpo de las mujeres a
través de la reproducción, de la dificultad de acceso al placer y como
base de contagio de enfermedades, aparece “coitocentrismo”
para avisarnos de que el coito es malo, pero solo si se abusa. Cuando
denunciamos que el rol masculino, el ser hombre, es por definición el ostentar
la posición opresora, nos venden los términos “nuevas masculinidades”, “hombres
por la igualdad” o “hembrismo”
para decirnos “también hay hombres buenos
y mujeres malas”.
Basta, empecemos a llamar a
las cosas por su nombre. Hay frases prohibidas. No podemos decir Esperanza
Aguirre es un hombre aunque se comporte como tal (y ser hombre no se nace, se
llega a serlo, lo recuerdo por si alguien se despista). Eso no se puede decir
porque conviene que creamos que se puede ser mujer y ser opresora. Pero la
cuestión es que Aguirre no es opresora por tener útero. Ni siquiera es opresora
por ser mujer en algunos momentos de su vida. Es opresora por ser hombre
mientras gobierna, por ser rica, por ser blanca, o por ser adulta, pero nunca
por ser mujer. No se puede ser mujer y opresora porque es una contradicción
lingüística y conceptual. Tampoco podemos decir que existen “hombres maltratados” no porque no haya
hombres que estén siendo maltratados sino porque no están siendo
maltratados por ser hombres. Estarán siendo maltratados por ser negros, pobres,
inmigrantes, tímidos, discapacitados, etc. pero no por ser hombres.
La Thatcher y la Cospedal,
en cuestión de raza, son blancas, y por tanto racistas, en cuestión de clase,
ricas y por tanto, clasistas, en cuestión de género, hombres y por tanto
machistas. En su vida privada no tengo ni idea de lo que son, pero como
gobernantes lo tengo muy claro. Para mí es esencial empezar a identificar el
rol social con la discriminación que provocan. Es lo mismo. No hay blancas
buenas, si somos blancas estamos adoptando el papel de opresoras y una vez
más no es una cuestión de culpa judeocristiana, no debo pedir perdón por ser
blanca, ni siquiera por las atrocidades que mis antepasados y mis coetáneos
realizaron como colonizadores. Pero sí debo ser responsable y consciente de mi
posición de opresora y no decir tonterías como: yo soy blanca pero no provoco
racismo. Podrás estar incluso en contra del racismo, podrás tener una hija
negra adoptada e intentar asumir su problemática como si fuera tuya, podrás
intentar subvertir tu rol a través de la transracialidad, pero te guste o no,
la identidad que te asignaron al nacer te perseguirá el resto de tu vida en
forma de opresión hacia las personas no-blancas.
Por último quería explicar
que no creo en el binomio biológico versus social. Somos socialmente biológicos
y biológicamente sociales y lo ético, a mi entender, es ser mejor en cuanto nos
acercamos a las identidades no opresoras. Creo en la identidad como ente
político exento de cuerpos y personas desde el punto de vista subversivo pero
no desde un punto de vista factible a corto plazo y es imprescindible que
tomemos consciencia de quiénes somos, nos guste o no, a ojos de la sociedad.
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