Fecha 05.08.2015
Autor Uta Thofern (JAG/CHP)
México:
cuando la libertad de prensa no tiene valor
Otro
periodista asesinado. Ya son por lo menos cuatro desde principios de año y más
de 80 en la última década. En México, donde no hay guerra civil ni dictadura,
es algo que desmerece la democracia, opina Uta Thofern.
México encabeza muchas estadísticas. Es el
segundo país más grande de Latinoamérica, ocupa el puesto número 18 entre los
países exportadores de petróleo. Es la decimocuarta economía más grande del
mundo y el cuarto exportador de automóviles. Es un país industrializado, un
precursor del comercio libre y una de las democracias más antiguas de la
región.
Pero en el ranking de la libertad de prensa
de Reporteros sin Fronteras, México ocupa solo el lugar 148 de 180. Únicamente
Cuba queda por detrás, aunque México es más peligroso. En México no se limitan
a impedir a los periodistas hacer su trabajo, censurarlos o detenerlos por reportajes
no deseados. En México se les tortura y asesina.
México es uno de los países más peligrosos
del mundo para los periodistas y la mayoría de delitos en su contra nunca se
esclarecen ni se reparan. La impunidad es la prueba de que la libertad prensa
garantizada en la Constitución es solo un tigre
de papel. Desde hace tres años, existe una ley para proteger a activistas
pro derechos humanos y a periodistas, e incluso una instancia propia para
denunciar delitos contra la libertad de expresión: solo un monstruo burocrático
que no ha cambiado en nada la situación. El que se atreve a criticar en sus
publicaciones el crimen organizado en México, el que destapa delitos o revela
nombres puede terminar brutalmente asesinado.
Es difícil olvidar el caso de una periodista
ciudadana, que bajo seudónimo y mediante su cuenta de Twitter ofrecía
información sobre actos violentos y sus víctimas. La secuestraron y en su
último tweet reveló su nombre y se despidió de su familia. Después, sus
asesinos mandaron la foto de su cadáver. Una realidad que elimina rápidamente
todo tipo de compromiso y coraje ciudadano.
En México no es el Estado el que impide
trabajar a periodistas o activistas, no es el Estado el que los persigue, pero
sí el que no consigue protegerlos con eficiencia. Trabajan sumidos en un clima
de miedo y autocensura que convierte a la libertad de expresión en una quimera.
Es un círculo vicioso en una democracia que necesita ciudadanos informados y
comprometidos para funcionar.
Un Estado que quiera mantener el monopolio
del poder necesita fuerzas de seguridad de confianza y ciudadanos que confíen
en él. Hace tiempo que México dejó de tener ambas cosas.
El Gobierno del presidente Enrique Peña Nieto
introdujo muchas reformas, incluida la de protección de la prensa y la libertad
de opinión. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos señala que se han hecho
avances en materia legislativa. Pero de nada sirven buenas leyes si no se aplican.
En un país donde no hay guerra civil ni dictadura muchos periodistas y muchos
mexicanos tienen la sensación de que la ley y la constitución dejaron de tener
vigencia hace tiempo.
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