x Raúl Zibechi
18/04/2015
Mundo
Mao sostenía que China podía derrotar a los ejércitos reaccionarios sólo
con mijo y fusiles, algo que poco después confirmaron los campesinos
vietnamitas
En los momentos difíciles,
durante los grandes traumas sociales, cuando la confusión y la opacidad se
vuelven norma, acudir a los clásicos puede ayudar a despejar el panorama. Como
sabemos, vivimos un periodo especialmente complejo, oscuros nubarrones asoman
en el horizonte. A modo de ejemplo: no son pocos los analistas que consideran
que una guerra nuclear es una de las posibilidades para resolver las múltiples
crisis en curso (ver Pepe Escobar).
Una conocida carta de Marx a Engels (del 25 de septiembre de 1857) revela
la importancia que el primero concedía al papel del ejército en la historia.
Recordaba que el primer sistema de salarios nació en los ejércitos antiguos,
así como la primera forma legal del derecho a la propiedad, el primer uso de la
maquinaria en gran escala y hasta la primera forma de división del trabajo
dentro de una rama productiva. Su conclusión, a la luz de lo que nos está
sucediendo, parece tanto premonitoria como agobiante: Toda la historia de las
formas de la sociedad burguesa se resume notablemente en la militar
(Correspondencia Marx-Engels, Ediciones de Cultura Popular, México, 1972, tomo
I, p. 135).
En la actualidad los debates y análisis sobre la relación entre las fuerzas
armadas estatales y las luchas anticapitalistas son poco frecuentes. Tanto como
la comprensión del papel de la violencia de arriba en la remodelación del
mundo. Probablemente la centralidad que han adquirido las democracias
electorales en las sociedades occidentales y la difusión de una cultura
consumista (ambos fenómenos estrechamente ligados) parecen haber evaporado la
hipótesis de Marx sobre el paralelismo entre la economía y la guerra.
Para el siglo XX, William McNeill establece la relación entre el
crecimiento demográfico y las dos guerras mundiales, como [una posible] causa
del conflicto y como forma de mitigar la superpoblación europea; pero también
nos recuerda que el control biopolítico de las poblaciones arranca con la
movilización en masa para hacer la guerra y, finalmente, destaca que la
industrialización y el nacimiento del estado de bienestar estuvieron estrechamente
ligados al estallido del conflicto armado, en particular en la Segunda Guerra
Mundial (La búsqueda del poder, Siglo
XXI, México, 1988, capítulo 9).
Se trata de pistas generales, de indicaciones que nos fuerzan a colocar la
cuestión militar en un lugar destacado de nuestros análisis. Un esfuerzo, por
cierto, en el que las personas y los movimientos anticapitalistas estamos muy
retrasados. Una de las limitaciones es que conocemos sólo parcialmente los
planes y objetivos de los poderosos. Otra consiste en focalizar la cuestión
militar en el armamento, en particular en el desarrollo tecnológico de nuevas y
sofisticadas armas. Por eso es bueno recordar que no son [solo] las armas las
que ganan las guerras.
En 1946, tres años antes de tomar el poder, Mao Tse Tung concedió una
entrevista a la periodista Anne Louise Strong. Ésta le preguntó qué sucedería
si Estados Unidos usara la bomba atómica contra la Unión Soviética o contra
China, países que aún no poseían el arma nuclear. La bomba atómica es un tigre de papel que los reaccionarios
norteamericanos utilizan para asustar a la gente. Parece terrible, pero de
hecho no lo es. Por supuesto, la bomba atómica es un arma de matanza en vasta
escala, pero el resultado de una guerra lo decide el pueblo y no uno o dos
tipos nuevos de armas, dijo Mao (Obras Escogidas de Mao Tse-tung,
Fundamentos, Madrid, 1974, tomo 4, pp. 98-99).
Mao sostenía que China podía derrotar
a los ejércitos reaccionarios sólo con mijo y fusiles, algo que poco
después confirmaron los campesinos vietnamitas. Estamos ante principios éticos
y políticos básicos, sin los cuales no vale la pena siquiera pensar en
combatir, porque colocar la tecnología militar en el centro es tanto como
rendirse a la lógica del enemigo. Las guerras populares siempre se ganaron con
pueblos decididos, no [solo] con armas.
Sin embargo, lo anterior no resuelve el problema de cómo enfrentar a
enemigos que están dispuestos a exterminar a los sectores populares del mundo
para salir del atolladero en que se encuentran. Sobre todo, no sirve para tomar
decisiones ante lo que se adivina como un largo periodo de acoso (campañas de
cerco y aniquilamiento, las definían los comunistas chinos).
Sin la intención de agotar un debate que apenas comenzamos, puedo observar
cuatro necesidades de los movimientos para enfrentar esta nueva etapa.
La primera, comprender la lógica
de los de arriba. Lo que supone estudiar, analizar y deducir qué planes tienen
contra nosotros, qué objetivos se trazan. No en general, sino en cada región,
en cada país y en cada área. Sabemos, por ejemplo, que vivimos en un periodo de
acumulación por desposesión, pero eso se manifiesta de modos muy distintos en
el norte y en el sur del planeta, allí donde hay minerales bajo tierra o donde
predominan los monocultivos transgénicos. Así como el papel que jugarán los
estados en cada situación.
Dos, conseguir autonomía integral, no depender de ellos. Lo que supone
conseguir incluso la autonomía alimentaria, quizá no total al principio, pero
trazarla como objetivo. El agua, la tierra, la comida, son vitales. Para eso es
necesario reducir hasta eliminar la dependencia de las políticas sociales.
Tres, no hacerse ilusiones con las promesas, los buenos modos y hasta las
invitaciones que nos hacen los de arriba. El momento más delicado para Cuba
viene ahora que obtuvo el reconocimiento del imperio. Los de arriba nunca
dieron nada gratis.
Cuatro, la fundamental: estar dispuestos a combatir y a afrontar todas las
dificultades necesarias, los largos padecimientos antes de derrotar a los
enemigos, como dijo Mao en la citada entrevista. Esto es lo decisivo: el estado
de ánimo, la preparación espiritual para no desfallecer ante los inevitables
reveses y sufrimientos. Es la ética del compromiso. No nos queda otro camino
que cincelar la voluntad.
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