Por César Godínez
Fotografía de portada: Kinoluiggui
Agencia SubVersiones
La dominación tiene su propia estética y la
dominación democrática tiene su estética democrática.
—Herbert Marcuse
¿No oyes ladrar a los soberbios? Es señal de que sus amos están temblando. Con este parafraseo quijotesco podría definirse
esta época del México dolido por el asesinato de seis personas –con la confirmación del asesinato de Alexander Mora, siete– y la
desaparición de 43 jóvenes estudiantes, en Ayotzinapa, Guerrero. Además de
miles más; asesinados, desaparecidos, encarcelados, despojados, etcétera.
Las voces que dictan lo que se
debe sentir y pensar en el país y los «líderes de opinión» o no saben la magnitud de los hechos o la
esconden. No hablan de que no se trata sólo de la desaparición de los
estudiantes sino de la podredumbre de las instituciones gubernamentales;
generadoras de pobreza, corrupción, injusticia social, indefensión de la
población y heridas que nunca cierran. No mencionan las historias truncas,
los sueños en el limbo, la separación abismal entre los pueblos humildes y
trabajadores y los gobernantes que viven en el boato, entre casas costosas y
aviones por igual.
Dicen los hermanos indígenas de Bolivia que esos extremos no deberían
existir, ni pobres –porque el hermano sufre al no tener nada– ni ricos
–pues generan enfermedades sociales. Que el mundo, si tiene esos extremos, no
puede caminar bien, no hay un buen vivir colectivo.
Los medios de información masivos se quedan cortos en explicar lo
que pasa en el acontecer nacional y desconocen términos ancestrales, como los
de la wiphala de
la cultura Quechua-Aymara, de donde proviene el concepto «buen vivir», de los hermanos bolivianos. Los intereses, ignorancia
y arrogancia de los agentes de información de
arriba los llevan a manejar discursos escasos, pragmáticos y
despectivos:
Muchos creen que la historia no sirve porque sólo habla de leyendas viejas,
hechos pasados o lindos cuentos. Otros nos hablan de guerras, de presidentes,
de héroes, de países lejanos… y dicen que eso es nuestra historia. (Xavier Albó)
Despreciando nuestras raíces profundas, los líderes de opinión, imanólogos del poder, tildan a los diferentes
de «carentes de proyecto» y «atrasados». No dicen que otros núcleos
y sectores tienen prácticas consecuentes de las que carecen los aparatos legislativos;
y engendran proyectos, no de desarrollo sino de justicia social.
Muchos líderes de opinión comen
bien, visten bien, no hacen lo que hace el pueblo de abajo, son piezas del gran aparto Estatal. No
conocen al ciudadano de la vida común, que vive de su trabajo, de vender por
catálogo, de vender gelatinas, de hacer tandas… y cada vez es más difícil
solventar los gastos de sustento esenciales en México:
La capacidad de compra con los
ingresos del trabajo de los mexicanos ha avenido cayendo, comparándolo con la
inflación y los precios de alimentos. De 2005 a 2014 el poder adquisitivo cayó
casi 11 por ciento, comparado con la inflación pero comparándolo con el precio
de alimentos, disminuyó 31.7 por ciento, indicó Gonzalo Hernández Licona,
secretario general de Consejo Nacional de Evaluación de la Política de
Desarrollo Social (Coneval).
El viejo argumento para el despojo, las «mejoras»
privatizadoras, han demostrado ser falaces. Bastan ejemplos como Telmex,
Ferromex, Banamex… empresas llenas de escándalos, sangre y maltrato (las
denuncias en su contra se pueden buscar en Profeco o Condusef). Pero el sentir
popular no busca la privatización, desde arriba se deforman las realidades con
una agenda mediática que busca moldear nuestras necesidades y mantener un orden
de consumo y fetichización de las mercancías (como en el «Buen Fin»).
Hablan de saqueo y rapiña cuando se socializan libremente productos que
produjo el mismo pueblo –o a costa de su seguridad, salud, bienestar y
libertades. No profundizan en cómo se roba y saquea la tierra, el agua, los
minerales; de cómo se entregan, bajo sobornos llamados reformas estructurales, nuestros territorios. Como mencionaron
nuestros hermanos del Congreso Nacional Indígena y del Ejercito Zapatista de
Liberación Nacional (CNI-EZLN) el 16 de agosto de este año:
En la actualidad los capitalistas
neoliberales, con el apoyo de todos los partidos políticos y los malos
gobiernos encabezados por el criminal y jefe paramilitar Enrique Peña Nieto,
están aplicando las mismas políticas de despojo a gran escala que aplicaron los
liberales del siglo diecinueve, los carranzas
o los obregones, apuntalándose en la
militarización y paramilitarización, asesoradas por los cuerpos de inteligencia
estadounidense, en aquellas regiones donde las resistencias se enfrentan al
despojo. Al igual que los gobiernos de aquellos tiempos, los actuales
gobernantes están entregando nuestros territorios y los bienes que se nombran
de la Nación a las grandes empresas nacionales y extranjeras, buscando la
muerte de todos los pueblos de México y la de nuestra Madre Tierra, pero la
muerte entre nuestros pueblos se renace en colectivo.
Reiteramos que nuestras raíces están
en la tierra, y los despojos que retratamos en la Cátedra Tata Juan Chávez
Alonso en agosto del año 2013, son nuestro dolor y nuestra rabia; de donde
nacen nuestra determinación y nuestra rebeldía. Que son nuestra lucha
irrenunciable y nuestra vida propia. Son despojos que siguen tan vivos como en
ese entonces y que además se han multiplicado con nuevas formas y en nuevos
rincones, que se hacen luchas y resistencias en las que vemos espejos que se
reflejan en el espejo que somos.
El dolor por perder a un ser querido, tratar de hacer justicia en un país
donde pocos casos «se resuelven» –las
cifras hablan solas– nos hace vivir y sentir el clima de impunidad. Nos llaman
comemierdas (Alazraki, de Canal 40, de origen judío),
declaran que nos volverían a matar (funcionario de León, de una institución juvenil),
claman el regreso de un gobierno genocida (líder de juventudes priistas), desdeñan la historia. Y, al
mismo tiempo, la ropa que visten, los alimentos que comen, el carro donde
viajan, el sueldo que les dan… lo tienen porque existen los obreros,
campesinos, trabajadores –cuyos ojos talvez han brotado en llanto al perder un
ser querido como tantos, por «daño
colateral» en esta guerra sin sentido–. El que pide el regreso de Díaz
Ordaz, ¿tendrá el valor de ver a la cara a los familiares de los asesinados en
ese ’68 mexicano? El que quiere volver a matar a los normalistas, ¿no siente la
rabia por perder a un ser querido? ¿Es incapaz de compartir la pena de las
familias de los muchachos? La patología de estas declaraciones no es sólo falta
de sensibilidad, refleja los trastornos de una sociedad psicopática:
Los psicópatas no pueden empatizar ni sentir remordimiento,
por eso interactúan con las demás personas como si fuesen cualquier otro
objeto, las utilizan para conseguir sus objetivos, la satisfacción de sus
propios intereses. No necesariamente tienen que causar algún mal. La falta de
remordimientos radica en la cosificación que hace el psicópata del otro, es decir,
el quitarle al otro las características de persona para valorarlo como cosa, es
uno de los pilares de la estructura psicopática.
Los psicópatas no tienen sentido
común, capacidad de análisis de la realidad, sino que interpretan la realidad
como quieren (acorde a lo que quieren hacer) para actuar conforme a ese
interpretación.
Asimismo, las declaraciones de las fuerzas armadas (Soberón, secretario de Marina) en las que
dice que los padres de los desaparecidos de Ayotzinapa son manipulados (a lo
que los familiares respondieron, en voz de Felipe de la Cruz «los títeres son ellos, nosotros no somos tontos»)
recuerda regímenes dictatoriales y hace explícito que no estamos bajo ningún
velo democrático.
Además, el presidente de México, Enrique Peña Nieto (EPN), con carente
calidad moral, llamó a «superar lo de Ayotzinapa». El lujo del descaro con que EPN
envió esa «carta de buenos deseos»
como golpe mediático –en la misma época en que se denunció la propiedad de 7
millones de dólares de la familia presidencial– indignó y provocó más
cuestionamientos nacionales e internacionales. También saltaron las voces de
algunos empresarios que están dispuestos a ser cómplices y han solicitado dejar
atrás el incómodo episodio, haciendo un llamado al olvido y a la impunidad. Con
lágrimas en los ojos, Hugo Mora Venancio, hermano de Alexander, uno de los 43
normalistas desaparecidos de Ayotzinapa y que hace unos días oficialmente fue
declarado asesinado, exigió al presidente Enrique Peña Nieto:
La profundidad de los hechos, su gravedad, exige tratar el tema con
responsabilidad, humildad y ética. Y, sin embargo, los argumentos de quienes
buscan definir las opiniones públicas
son cada vez más vacíos, inhumanos e insensibles.
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