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LUCHAR SIN SUPLICAR PERDÓN POR SER LO QUE SOMOS Y SIN PEDIR PERMISO PARA SERLO

Sergio Rodríguez Lascano
17 diciembre, 2014

El texto que acaba de publicar el Subcomandante Insurgente Moisés (De Ayotzinapa, del Festival y de la histeria como método de análisis y guía para la acción) tiene una gran importancia. Estamos frente a una visión del quehacer político de la que, a pesar del paso de los años, podremos seguir extrayendo una serie de aportes y enfoques que, sin duda, marcarán a una nueva generación de militantes de abajo y a la izquierda.
Desde la reunión con los familiares y los condiscípulos de los desaparecidos de Ayotzinapa, del 15 de noviembre de 2014 en el Caracol de Oventic, en el discurso pronunciado por el SCI Moisés (Palabras de la Comandancia General del EZLN, en voz del Subcomandante Insurgente Moisés, al terminar el acto con la caravana de familiares de desaparecidos y estudiantes de Ayotzinapa) se había señalado explícitamente el peligro que corría esta movilización.
Esto después de que, al inicio del movimiento, muchos no habían vuelto la cabeza para mirarlo y otros habían tratado de desprestigiar a los compas desaparecidos.
El desprecio y la calumnia chocaron con la firmeza y necedad de los familiares y compañeros. Y con el espejo en que se convirtió esta tragedia, de todas las tragedias que en México se han vivido en los últimos años. Después, ya se vuelve moda y entonces sí “Todos son Ayotzinapa” (hasta Enrique Peña Nieto) o Ya me cansé, o lo que sea la ocurrencia del día.
A partir de ese momento, el objetivo y la estrategia de la izquierda bien portada ha sido apagar la justa y legítima voz de los familiares y los compañeros de los desaparecidos.
En esa ocasión, el SCI Moisés les dijo: “Y nosotros leemos, escuchamos y vemos que allá afuera se discuten tácticas y estrategias, los métodos, el programa, el qué hacer, quién dirige a quién, quién manda, a dónde se orienta.
Y se olvida que las demandas son simples y claras: tienen que aparecer con vida todos y todas, no sólo los de Ayotzinapa; tiene que haber castigo a los culpables de todo el espectro político y de todos los niveles; y tiene que hacerse lo necesario para que nunca más se vuelva a repetir el horror en contra de cualquiera de este mundo, aunque no sea una personalidad o alguien de prestigio.
A nosotros nos importan sus palabras de ustedes.
Su rabia, su rebeldía, su resistencia.
Porque en sus palabras de ustedes también nos escuchamos a nosotros mismos”.
Ahora, los compañeros zapatistas explican el cómo se pretende realizar esa labor devastadora de ocultar la voz de los agraviados: “secuestrando la verdad”, “desapareciendo la justicia”.
Y, entonces, se reafirma: ¿qué es lo fundamental? Escuchar a los familiares y a los compañeros de los desparecidos.
Y eso tiene que ver con algo que está presente en los últimos textos que han escrito sea el finado Subcomandante Marcos o el Sup Galeano o el SCI Moisés: “Escuchar a los actores de la lucha, a los que resisten y se rebelan”.
Cuando los interpretadores quieren traducir la lucha (hace tiempo un filósofo francés dijo: Toda traducción es una traición), lo que hacen es acomodarla a su agenda preestablecida, aplastarla con el ruido estentóreo de sus sesudos análisis. Domar y socavar la resistencia y la rebeldía.
Pero, no se trata simplemente de tratar de controlar, lo que realmente se busca es decirles: “no, así no; sin nosotros, no; con nosotros todo… lo que queramos”. Porque para esos buitres la política es, antes que nada:
        Campo exclusivo de los “pensadores”, de los miembros de la clase política. Y no puede ser que unos pobres y despreciables indígenas modifiquen sus tiempos y sus espacios en su quehacer político.
Educados en la necesidad de luchar en contra de la separación entre trabajo manual y trabajo intelectual, cada vez que un trabajador manual o un hijo de un trabajador manual se decide a ser el sujeto de su propio destino, al político profesional o al “pensador” le tiemblan las corvas y quiere explicarles —a veces con paciencia y veces de manera histérica— que para eso existen los intelectuales, las vanguardias, los especialistas, los que han leído a Marx o a Weber.
        Espacio de las oportunidades. La peor de las plagas que ha sufrido la política, ya no es tan sólo separar lo que yo he leído de lo que tú, pobre ignorante, has leído. Desde hace ya muchos años, la política es parte de las mercancías que se ofrecen en el mercado.
Tiene valor de uso y valor de cambio. Bueno, para ser más preciso, su valor de uso es casi nulo y su valor de cambio cada vez es más grande.
Acostumbrados a ofrecer en el mercado de la ignominia a los movimientos, todo lo deciden a partir de las siguientes preguntas: “¿Cuánto pido por tu lucha? ¿Qué gano yo? ¿Cuántos votos me vas a dar?”
En ese bazar de oportunidades lo único que no existe es la ética. La ética está arrumbada en el rincón más obscuro del desván de los recuerdos. Y, cuando alguien la recuerda, inmediatamente le asignan el papel de “slogan moral”, de “impotencia política”, de “no entender que el arte de la política es encontrar oportunidades para negociar”.
Se insiste en que no hay conflictos, sino desavenencias. Que todo se puede arreglar con una buena comisión de mediación.
Hoy, en algunas universidades se dan diplomados y se discute el crear doctorados con el título: “Solución de conflictos”.
Claro que no es fácil resolver un conflicto como la desaparición de seres humanos. Los familiares han dicho correctamente: ¡Vivos se los llevaron, vimos los queremos!
        Espacio para ejercer la hegemonía y, por lo tanto, para practicar la homogeneización. La lucha por la hegemonía fue una obsesión para la izquierda que, cansada de la lucha por tomar el palacio de invierno, decidió que era fundamental conquistar la hegemonía en la sociedad, en especial entre los trabajadores.
El problema, lo que no se percibió, es que nadie puede hegemonizar sin homogeneizar. Y, como está demostrado en todas las facetas de la vida, la homogeneización es sinónimo de pobreza, de carencia. Y en el terreno de lo político es sinónimo de ausencia total de democracia.
        La búsqueda del Sinsajo. Los compañeros zapatistas señalan: “Basta de buscar su Sinsajo. En el tren de la desilusión, las próximas estaciones son ‘apatía’ y ‘cinismo’. Su destino final: ‘derrota’” (cit). En la teoría política de arriba y la historia de arriba, e incluso algunas veces en la historia que se piensa de abajo, se explican las cosas de manera “científica”.
El pueblo mexicano siempre ha necesitado su Tlatoani, su caudillo, su líder, su jefe, su salvador, su personaje providencial. Su Sinsajo, para estar a la moda. Atrás de todo esto hay una pereza intelectual y una coartada de dominación. El hombre, la mujer providencial, desprecia siempre a los de abajo (yo creo que hay un problema con lo del Sinsajo, porque la gente que habla así ha visto la película Los Juegos del Hambre, pero no ha leído los tres tomos).
En México, tenemos ejemplos cúspide en este entramado político. Las declaraciones de “si no votan lo que estoy proponiendo es porque son agentes de Peña Nieto”, o “si no aceptan mis candidaturas, decididas por mí, es que son agentes de gobernación”, ponen en evidencia la catadura de esos personajes.
Ahora algunos ponen en sus tuits: “Denise, sé nuestro Sinsajo” (refiriéndose a Denise Dresser). Se podrían hacer miles de chistes crueles al respecto, pero lo que queremos destacar es que una de las características de la política actual es expropiarle al ser común, a los de abajo, su capacidad de decidir, de pensar, de actuar.
El temor a la libertad existe en función de que desde afuera siempre se le dice a la gente: necesitas a un líder, a un jefe. El zapatismo ha enseñado que no se requiere ni de unos comandantes, ni de dos subcomandantes, mucho menos de un rayito de esperanza, ni de un Sinsajo. Que lo único que es indispensable es perder el temor y el terror a tomar nuestro destino en nuestras propias manos.
La política ha sufrido una conversión. Si antes la guerra era la continuación de la política por otros medios (Clausewitz dixit), ahora, estamos frente a un nuevo concepto que los compañeros zapatistas han denominado la guerra total hecha totalmente.
De ésta no se encargan los políticos, auténticos monitos cilindreros, sino los dueños del dinero, los que controlan México y no se ven. En la guerra total conviven el ejército, la marina, la policía —en todas sus variantes, desde los federales hasta los rurales—, los miembros del crimen organizado, los paramilitares, los policías gringos, los asesores del Departamento de Estado norteamericano.
Y, desgraciadamente, parece que los “analistas” y los “creadores” de opinión, no se han dado cuenta. La razón es sencilla: se sigue teniendo una visión decimonónica de la guerra.

Pero no está dicha la última palabra en esta movilización.
El compañero SCI Moisés lo explica claramente, cuando dice:
“Esas voces tienen juicio, saben de lo que hablan, y es su corazón como el nuestro cuando se hace dolor y rabia. Saben su camino y lo andan.
Se saben ell@s. Nos saben a nosotr@s en rabias y dolores. Nada tenemos qué enseñarles nosotros, nosotras. Todo tenemos que aprenderles.
Por eso ahora, cuando su voz pretende ser tapada, silenciada, olvidada o torcida, les mandamos nuestra palabra para abrazarlos.
Por eso decimos que lo primero, más importante y urgente es escuchar a los familiares y compañeros de los desaparecidos y asesinados de Ayotzinapa. Son esas voces las que han tocado el corazón de millones de personas en México y en el Mundo.
Son esas voces las que han señalado el dolor y la rabia, las que han denunciado el crimen y han señalado al criminal.
La importancia de esas voces la reconocen, tanto el gobierno, que trata de deslegitimarlas; como los buitres, que tratan de torcerlas.
Busquemos que esas voces retomen su lugar y rumbo.
Esas voces resistieron a la calumnia, resistieron al chantaje, resistieron al soborno. Esas voces no se vendieron, no se rindieron, no claudicaron”. (Ídem)
A pesar de la impresionante presión que genera la ficticia unanimidad —Carlos Loret de Mola tan indignado como Carmen Aristegui, aunque ambos sean policías del conocimiento. Enrique Krauze tan violento en sus críticas a Peña Nieto como Derbéz. Cárdenas renunciando al PRD porque su “conciencia” ética no le permite soportar más tiempo la inmundicia (claro, la realidad es que se está preparando para aplicarle a AMLO la misma política que le aplicó AMLO a él en el 2005-2006). Y AMLO indignado pide la renuncia de EPN, pero no dice nada sobre su candidato a gobernador de Guerrero en el 2015, jefe del chacal alcalde de Iguala—, los familiares y sus compañeros de los desaparecidos se han mantenido distantes y muchas veces críticos de esa unanimidad.
Al final, saben de dónde viene su fuerza. Ésta no viene de “un plan de acción” o de que los “líderes proletarios” de Teléfonos o del STUNAM digan que los apoyan. Su fuerza viene de algo más profundo: de su dolor y de su rabia.
Frente a ese dolor y a esa rabia se han encontrado los buitres que buscan generar un ruido avasallador y han chocado frente a ellos como frente a un muro. El muro de la dignidad y la rabia.
Y eso traducido en palabras, gestos, caras, miradas, es lo que ha permitido que, a diferencia de otras tragedias que hemos vivido en México, lo de Ayotzinapa se cuele por todas las grietas y poros del sistema capitalista, nacional e internacional. Y que se logre lo que siempre es esencial para que las cosas se modifiquen: el levantamiento de un gran espejo donde todos nos miramos, pero, sobre todo, donde las víctimas de tragedias similares se pueden ver, reconocer y recuperar su fuerza.
Y es eso lo que ha puesto en jaque al Estado, pero no al cascarón de estado con minúsculas que queda, sino al sistema de dominación como tal: a sus instituciones, sus partidos, sus leyes, sus legisladores, su justicia, su lenguaje, sus códigos, su forma de ser, su vida. Ellos segaron la vida de varios estudiantes y desaparecieron a 43 compañeros. Ahora éstos, con su imagen, sus rostros, sus historias… han desnudado todo el sistema de dominación.
Y lo que les urge a los medios de paga (tanto a los reaccionarios como a los progresistas, tan reaccionarios como los otros) es volver a vestir a los dominadores.
¿Cómo? Llevando a cabo una política tan vieja como el sistema capitalista mismo: lo que alguien llamó política Vudú.
En 1958-59, cuando los ferrocarrileros estallaron su huelga, el comunismo fue utilizado como tal. A Demetrio Vallejo y a Valentín Campa se les clavaron los alfileres de la política Vudú. En 1968, Díaz Ordaz se aventó el puntacho de echarle la culpa de esa gran movilización social a los “filósofos de la destrucción”: “Marcuse” (no pudo mencionar otro nombre, su asesor no sabía otro).
Luego, en 1994, se buscó en los primeros días ubicar a los guerrilleros guatemaltecos como los que dirigían la insurrección indígena en el estado de Chiapas. En 1999-2000, se ubicó al Mosh como el muñeco al que había que clavarle los alfileres.
Desde el 2012, pero más ahora, los anarquistas son las víctimas de esa política Vudú. Ahora son ellos a los que se les clavan los alfileres. Feos, sucios y vestidos de negro, por lo tanto: halcones. La lógica es abrumadora, pero, quien la emplea, en su vida se ha enfrentado a los halcones ni tiene la menor idea de lo que fue eso.
Lo que se busca es que los actores del conflicto (los padres, las madres y los compañeros de los desparecidos) tengan una alternativa frente a ellos: o se deslindan o se asimilan a la izquierda bien portada y entonces se deslegitiman.
Pero la gran experiencia de movimientos profundos nos enseña que nunca hay solamente dos posibilidades en la política, que siempre hay una tercera o cuarta o quinta, si se parte de una posición ética. Y entonces, se puede voltear todo el entramado de la política tradicional y generar en proceso otra política.
A partir de lo anterior es que en este texto los compañeros del EZLN nos explican de manera clara y precisa que esa disyuntiva es falsa y que es una trampa.
Ya lo habían dicho en el discurso de Oventik, pero ahora le dedican más espacio: el problema no es quemar o no la puerta de palacio, sino el hecho de defenderla a ultranza y de odiarla a ultranza.
Al final, ambas visiones parten de lo mismo: “ahí se ubica el poder”, por eso unos la defienden y otros la quieren quemar. Y los dos se equivocan: no sólo porque el poder no se encuentra ahí (¡pequeña cosa!) sino también porque ambas son visiones que no tienen nada que ver con las causas, las palabras, el discurso, las miradas, las caras, los gestos de los que iniciaron y han mantenido esta movilización.
Una propuesta cargada de futuro
Ante esto los compañeros zapatistas deciden que el tiempo y el espacio es de los familiares de Ayotzinapa, y generosa y sabiamente se hacen a un lado y les dicen: aquí está, ésta es la tribuna de los meros de abajo.
Aquí van a hablar con los hombres y las mujeres del color de la tierra (con los yaquis que llevan luchando desde la invasión de los españoles; con los otomís de Xochicuautla que defienden su territorio, no por un fin particular sino pensando en que es uno de los grandes surtidores de agua de los chilangos; con los comuneros de Ostula que, a pesar de la marina y sus aliados los narcos y el ejército, han recuperado su territorio y ahora han construido una verdadera policía comunitaria; o con los comuneros de Cherán que un buen día se cansaron de que los talabosques destruyeran su territorio y decidieron que ahí no iba a funcionar el sistema de partidos políticos y nombraron ellos mismos a su gobierno y con tantas otras historias que no aparecen en los diarios de paga ni en la televisión).
Con los padres y madres de l@s niñ@s de la guardería ABC, que igual que los compas de Ayotzinapa decidieron que la vida no tiene precio y no aceptaron tasar a sus hijos; con las madres de los desaparecidos de Coahuila; con los familiares de los mineros de Pasta de Conchos, con los colectivos de joven@s y viej@s de la Sexta.
Y con los colectivos de la Sexta Internacional (ya tenemos inscritos que vienen de Rusia, Italia, el Estado Español, Grecia, Colombia, Argentina, etcétera) que en muchas ocasiones han sido el alma de las movilizaciones que se han realizado por todo el mundo por la presentación con vida de los desaparecidos de la normal de Ayotzinapa.
A los familiares y compañeros de Ayotzinapa el SCI Moisés, en nombre de los pueblos zapatistas, les dice eso.
Y a los miembros del CNI, de la Sexta Nacional y de la Sexta Internacional nos dice: miren, eso sucede cuando la política se hace desde otro espacio, desde la geografía de los de abajo y a la izquierda, desde el calendario de los que resisten y se rebelan.
Nos enseña que si la política no es buscar la hegemonía y la homogeneización (una no puede ir sin la otra), entonces, de lo que se trata es de crear espacios de compartición. Donde nos hablemos como lo que somos: iguales, porque somos diferentes, porque somos los otros. Los que no tenemos lugar en este sistema de depredación y muerte.
Y, creo, el sentido profundo del texto al que nos referimos es: en este momento existe una movilización que no se puede opacar ni desplazar. Es a ellos a quienes tenemos que escuchar, sin que la gente persiga a los encapuchados zapatistas para tomarse una foto o saque el lápiz y el cuaderno sólo cuando ellos hablen.
Al dar un paso al costado los zapatistas nos enseñan que la otra política se construye no solamente dando pasos al frente, se construye con generosidad, señas claras de compañerismo. Y que, en este momento, la mejor manera de hacerlo es no “robándole” cámara a los familiares y condiscípulos de los desaparecidos de Ayotzinapa. Y, como dicen ellos, pasar a la sombra.
Pienso: ¿cuántos estarían dispuestos a hacerse a un lado, a apoyar sin condiciones ni remilgos, sin imponer una línea o una visión del mundo, de la vida?
Antes de pasar a la conclusión, una pocas palabras que impiden la política de tabla rasa.
En última instancia lo que asimila a los que rompen vidrios con los bien portados es que ambos quieren “robarle” cámara a los familiares y alumnos de Ayotzinapa. Y más importante, a los muertos y desaparecidos de Ayotzinapa.
Ambos quieren marcar el rumbo de la movilización. Ambos actúan como vanguardias autoproclamadas, ambos son profundamente hostiles a una forma de construcción desde abajo de los movimientos.
Pero, en algo no son equivalentes, a pesar de sus gestos grandilocuentes: los preocupados de generar empleos en las vidrieras, son menos peligrosos que los bien portados.
Éstos son la izquierda sifilítica que todo lo corrompe y lo pudre. Son los encargados de causar las derrotas de las movilizaciones. Son los que se “preparan” para ser nuestros mandones.
Sabemos que nunca lo van a lograr pero que no cejarán en su empeño.
Los otros van a ser los presos políticos que, sin condiciones ni reclamos, defenderemos y apoyaremos porque, más allá de no estar de acuerdo con su visión, no son parte de la clase política ni de los que quieren dominar desde la lógica del capital.
Conclusión
Lo fundamental es saber si entendemos que desde el poder se está llevando a cabo una guerra contra el pueblo de México. Que la miseria se enseñorea ya no sólo en el sur del país, sino que se manifiesta en todo el territorio nacional. Que este nivel de ataque no respeta nada.
Que alguien puede ser piloto aviador o trabajador metalúrgico, con formación profesional, o azafata joven o estudiante recién egresado de las universidades públicas, o de las normales y, de la noche a la mañana, se topan con una realidad lacerante: no tienen empleo o, peor, son asesinados o desaparecidos.
Ya no es simplemente un problema de exclusión contra los pueblos indios (la cual sigue, desde luego), sino que ahora toca a sectores que se pensaban a sí mismos como intocables.
Esto se combina con una guerra que se desarrolla en contra del conjunto de la sociedad. El proceso de militarización del país es alarmante y se ubica como uno de los problemas principales.
Esa combinación perversa entre deterioro de los niveles socioeconómicos de la población y la militarización abre una fase mórbida que plantea nuevos problemas a resolver.
La mayoría de los mexicanos viven en la zozobra de dejar de tener ingresos de un día para otro o de ser asesinados o desaparecidos en un retén militar o en una fiesta particular o en una carretera o en una esquina a 300 metros de un cuartel militar. La gente vive en el límite. En la frontera donde cohabitan el dolor y la rabia.
Dolor ante el tamaño de la agresión. Ante el tamaño de la embestida. Ante el sentimiento de indefensión.
Rabia contra los que han sumido en la peor crisis de su historia al país. Y ésta es la peor crisis de su historia no únicamente por la terrible situación económica, sino porque todo ha sido descoyuntado.
El “desierto de lo real”. De esa realidad construida a partir de eliminar una serie de conquistas de derechos sociales. De acabar con los elementos de la economía moral agraria, al echar abajo el significado profundo de la base ejidal de este país.
Hoy, la destrucción del tejido social hace de la familia su principal objetivo. Familias destrozadas y partidas por el constante flujo migratorio hacia la frontera del norte.
Familias destrozadas a partir de la política de división que el gobierno impulsa con sus programas sociales, que enfrentan a esposas contra maridos e hijos contra padres.
Familias peleadas por el fin del reparto agrario (los hijos esperan con ansiedad que el padre muera para repartirse la poca tierra que poseía), reparto que ha dejado a más de 20 millones de mexicanos literalmente sin nada.
Familias destrozadas por la violencia desatada por el poder. Que ha llevado a que más de 60 mil hogares tengan un muerto, por lo menos. O 20 mil, según cifras oficiales, que tienen un desaparecido; o decenas de miles de desplazados que han sido aventados por la espiral de la violencia.
Pueblos indios bajo ataque permanente con el objetivo de quitarles lo último que les pertenece: su tierra. Y a partir de ahí, su cultura y sus tradiciones. Pueblos indios orillados a la autodefensa frente a la utilización del narcotráfico por parte de las autoridades, para que luego lleguen las mineras o los emporios turísticos, ambos de capital trasnacional.
Pueblos indios que buscan ser divididos por los partidos políticos que trafican con la posibilidad de ofrecer materiales de construcción de casas o de drenaje y entubado, aunque nunca se sepa de dónde van a traer el agua (en muchos poblados en Chiapas se busca dividir a los pueblos instalando tubería sin que haya agua).
Poblados indígenas bajo ataque para construir proyectos soberbios e insultantes de turismo de aventura.
Mujeres asesinadas masivamente por el único “delito” de ser mujeres. Asesinadas a mansalva, saliendo de su trabajo (la maquiladora), con la complicidad o participación directa de los cuerpos policíacos y militares.
Jóven@s que, si bien les va, en la vida serán un número (en la escuela, no el número de matrícula, sino aquél que engrosará las filas del desempleo, o el joven número tal asesinado o desaparecido, o el joven número equis encarcelado) o el que ni a número llegó, simplemente es inexistente, invisible para la sociedad del Poder. Está ahí pero como si no estuviera. Como si no existiera.
Los niños, que cada vez en mayor número viven en la calle, que en las esquinas buscan quién les dé una moneda, que no van a la escuela o que van, pero eso no significa nada, no tienen futuro. Que no saben lo que es un juguete y ya saben cómo jugarse la vida.
Los 25 millones que viven bajo pobreza absoluta y que no tienen nada. Los que son considerados como prescindibles para las estadísticas de la sociedad del Poder. Los que si un día mueren todos, en nada afectarán el desarrollo de la bolsa de valores. Los que si un día mueren todos en nada afectarán “la sana evolución de los procesos electorales”, al fin que son los jodidos que no votan, o más, a los que se victimiza echándoles la culpa de que gane el PRI porque “no tienen conciencia”.
Los 70 millones de mexicanos que vivimos en la esquina, en el borde, en el rincón, en la frontera de la desesperación. Los indocumentados internos. Los migrantes en nuestro propio país. Los permanentemente ofendidos. Los condenados de México.
Frente a todo eso, una gran movilización social se ha levantado.
Los familiares y los condiscípulos de los desaparecidos y asesinados de Ayotzinapa, con el espejo gigantesco que han construido, nos han permitido ver que del dolor y la rabia sale la dignidad. Y que la dignidad es algo que genera pánico al poder, al verdadero poder, a los mandones de este país y del mundo (son los mismos). Que Ayotzinapa es ahora una palabra grande, que ni siquiera los zopilotes pueden manchar.
Y que, el otro gran movimiento que ha levantado una gran construcción de dignidad, el EZLN, hoy lo invita a ocupar el lugar que le corresponde como el sujeto que debe ser escuchado, apoyado con humildad, abrazado, como se abraza abajo, sin dobleces ni hipocresías.
Por último, un mensaje a nuestros compañeros y compañeras que todavía somos aprendices de una política ética: si eso (la necesidad de muchas veces hacerse a un lado, de no buscar vanguardizar o hegemonizar) lo entendemos, lo asimilamos, lo aplicamos, lo integramos en nuestro quehacer político, a nuestra noción de vida, a nuestro proceso de aprendizaje militante, entonces todo será más diáfano, más claro.
Ya sabremos que de ahí, de todos esos hombres y mujeres, ancianos y ancianas, jóvenes y jóvenas, niños y niñas, saldrá el martillo que nos libere de esta condena, parafraseando al poeta Miguel Hernández.
De la profundidad de los hombres y mujeres invisibles para la sociedad del Poder. De ese gran Nadie que somos o para ser más precisos, que queremos ser. De ese gran Nosotr@s que está en construcción.
Y entonces comprenderemos qué quieren decir las palabras finales del comunicado del SCI Moisés:
Sí, ya sabemos que somos incómod@s para unos y otros. Para unos somos radicales, para otros somos reformistas.
Tod@s, arriba y abajo, tendrán que tragarse esto:
Acá abajo, cada vez somos más quienes nos empeñamos en luchar sin suplicar perdón por ser lo que somos y sin pedir permiso para serlo”. (Ídem).
Ni más, ni menos. 

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