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ACERCA DE LA SUPUESTA ‘OBJETIVIDAD PERIODÍSTICA’ (Babel: Javier Hernández Alpízar)

14 / diciembre / 2014
Javier Hernández Alpízar

“¿Por qué no se enseña a los jóvenes periodistas a comprender los propósitos de los medios y a cuestionar las pretensiones y las malas intenciones de la falsa objetividad? ¿Y por qué no se les enseña que la esencia de una parte tan importante de lo que se llama medios dominantes no es información, sino poder?”
[1] John Pilger.

Mientras escribo esto, en Chilpancingo, Guerrero, músicos solidarios, padres de los normalistas asesinados, normalistas, maestros, hacedores de medios libres y gente organizada, solidaria y combativa están hospitalizados, convaleciendo de las heridas que les causaron policías federales, o bien, están escondidos, posteando a sus familiares que se encuentran bien, viendo cómo convocar a la solidaridad nacional e internacional porque un festival pacífico, musical, ha sido violentamente agredido.

Noticias MVS, Proceso y otros medios hablan de “enfrentamientos” y “trifulcas”. Opera una guerra de propaganda que se hace una con la agresión física: tratan de hacer aparecer a las víctimas de la agresión como corresponsables y pretenden disminuir el impacto de la noticia: elementos de la policía federal agredieron a gente pacífica y desarmada. Al parecer, eso derrumba la imagen construida de que la represión policiaca y la brutalidad obedecen a provocaciones o a pretextos que les dan jóvenes encapuchados. MVS trata con mucho cuidado a los policías en su titular: “presuntos policías”, en franco contraste con el tratamiento policiaco, delator y el linchamiento mediático a los jóvenes encapuchados e incluso la entrevista de ese corte, acusatorio e inquisitorial, a Sandino Bucio, realizada hace unos días por la estrella de esa cadena privada, la segunda mujer más poderosa del país según la revista Forbes: Carmen Aristegui.

En la experiencia de estos días he comprobado que entre la gente que asiste a las marchas, que simpatiza con el movimiento, que milita incluso en alguno de los colectivos que participan, hay breves y sintomáticas discusiones acerca de esa entrevista a Sandino. Un grupo de mujeres lo discute en un espacio o en un transporte público, la mayor dice que Sandino recibió de Aristegui muchos chances, pero como no se organizó para responder, ni modo, ella lo hizo pedazos. Otra chica dice que quedó exhibido no sólo el entrevistado sino el movimiento pero que Aristegui es “una de las nuestras”, la chica duda en formular el pensamiento de que no debió ser así la entrevista. Una gran sector del público de estos medios, el mainstream de los “medios sociales”, como llaman algunos periodistas a empresas como La Jornada, Proceso y Aristegui-MVS, cree a pie juntillas que existe algo llamado “objetividad periodística”. Cuando se critica a Aristegui la defienden porque es objetiva, es imparcial, es neutral, solamente hizo lo que es su profesión, preguntar, y no les parece contradictorio pensar en ella como “de las nuestras”, como “antisistémica” (sic) llegué a escuchar incluso.

Sin duda que las contradicciones bullen debajo de esa concepción como un café de olla antes de servirlo. Y bien, hay que intentar pensar en la objetividad del periodismo, una falacia que sobrevivió a la muerte de Dios, al fin de la guerra fría, a la tardía e incompleta secularización de la izquierda, una paradoja de sacralización y fetichización de la mercancía, mientras todo lo sólido, sobre todo el salario y el poder adquisitivo, se disuelve en el aire.

La objetividad parecería ser una representación verdadera, confrontable con los hechos, con “las cosas como son”, pero curiosamente cada hecho es visto por cada periodista o lector de formas distintas y a veces diametralmente opuestas: yo veo en la entrevista a Sandino un interrogatorio policiaco, las chicas que comenté ven a la entrevistadora dándole chances al joven antes de hacerlo talco porque “era su deber”. Una misma imagen y unos vemos al joven victimizado pero otros ven a la poderosa periodista “antisistémica” (resic) cumpliendo un deber. Si no rascamos al fondo de la olla del café veremos solamente vapor o burbujas…

Hay una tendencia constante en la defensa de Aristegui: por qué no mejor criticar a los demás y dejarla en paz, porque ella solamente hizo lo que debía. Yo sostengo que es falso: ella entrevistó a una víctima de la guerra sucia y la hizo pasar del banquillo de los acusadores al de los acusados y criminalizados, mientras que a la policía le cambió el papel de agresores, perpetradores de delitos como desaparición forzada, tortura y fabricación de evidencia, por el de sujetos agredidos por jóvenes delincuentes. Si me narran, sin nombres, lo que pasó, pensaría en un noticiero de derecha, y bastante a la derecha; creo que si por alguna razón esa entrevista la hubiera hecho un medio de derecha, los mismos defensores de Aristegui habrían criticado fuertemente al entrevistador. ¿Qué pasa, por qué Aristegui es, en sus mentes, invulnerable a la crítica?

Es complejo explicar lo que funciona detrás: es un fenómeno de psicología social. Pero ante la complejidad del tema y lo breve de un artículo, y mi ignorancia de la psicología social, tendré que tomar un camino menos largo, arduo y denso: Carmen Aristegui es, según dijimos arriba, la mujer más poderosa de los medios en México, hay otros poderosos en medios, pero de las mujeres, si creemos a Forbes, está en el primer lugar. La mujer más poderosa del país: Aramburuzabala, lo es por su dinero, no por estar en los medios. El noticiero de Aristegui de la mañana en MVS es el más escuchado de todos: forma opinión, es parte del gobierno mediático del país. Es el espacio donde la publicidad es más cara. Es una mina de oro para MVS Noticias y entre sus anunciantes están el Gobierno de la República, gobiernos de los estados, Banco de México, bancos privados, Gas Natural Fenosa y uno de los hombres más poderosos no de México sino del mundo, Carlos Slim, por partida triple o más: Telmex, Telcel, Infinitum. Por ello Aristegui es tan importante. Su noticiero representa a un sector de los medios, MVS, Slim y otros, que ha sido desplazado de la hegemonía por el formado por Televisa- TV Azteca y socios. En la guerra entre ambos grupos por el poder mediático, ella ha jugado un rol esencial exhibiendo a Televisa, por ende el público la percibe como una voz crítica, incluso (ingenua y equivocadamente) “antisistémica”, como si MVS y Slim no fueran parte del sistema, un sistema no monolítico sino enfrascado en una guerra intestina.

Las noticias de fenómenos como las marchas por Ayotzinapa son para todos los medios una fuente de negocios: la noticia, la información, para derechas e izquierdas, es una mercancía. Los movimientos sociales ponen las víctimas y el poder recoge los frutos formando sus propios iconos, ellos construyen la credibilidad de sus informadores estrella. Y en eso, MVS es el campeón y gana mucho por ello. ¿Pero la supuesta objetividad?

Exhibir a los jóvenes encapuchados no es objetivo, está construido desde la imagen policiaca del poder, coincide con la percepción de un sector de los manifestantes (especialmente clase media urbana y sobre todo simpatizantes de López Obrador) porque comparten la misma compulsión por controlar, dirigir y administrar, normar, al menos ideológicamente, el movimiento social y sus movilizaciones. Como las acciones directas de los jóvenes no dependen de sus mandos, son una anomalía salvaje. Así que el estado de derecho, que saben que no existe en este país, y la ilegitimidad del poder que han pregonado como lema de campaña por dos sexenios, se les olvidan y, de pronto, pretenden que Sandino o los demás jóvenes “encapuchados” deben simplemente ser tratados por la policía “conforme a derecho”. No reparan en que una víctima de desaparición forzada exhibida como delincuente es un fenómeno de periodismo de derecha y policiaco: el dogma de la objetividad periodística ha sobrevivido a la muerte de Dios.

Lo mismo pasa si se critica a Proceso o La Jornada, la publicidad de gobiernos y empresas es, para sus defensores, lo normal. No existen conexiones entre ese dinero y la línea editorial de los medios. Todo el materialismo, la escuela de la sospecha, el escepticismo radical con que juzgan a Televisa, TV Azteca y a los medios de derecha se disuelve en el aire por arte del carisma y las simpatías partidarias cuando se trata de criticar a Aristegui, La Jornada, Proceso o a algún otro medio “social” o “antisistémico” (sic).

La objetividad que no existe en el periodismo se vuelve mágicamente un fenómeno realmente existente cuando se trata de defender a la mujer más poderosa de los medios o a los caricaturistas de La Jornada. Con diferentes tonos y estilos lo invitan a uno a dejar de criticarlos y lo invitan a uno a ser autocrítico, a ser propositivo o a denunciar la detención arbitraria (precisamente la oportunidad que Aristegui desperdició, por preferir la defensa de su ideología anti- jóvenes encapuchados) e incluso lo perciben a uno como defensor o apologista de la violencia. Ante tal lectura desde el sector crítico de la clase media progresista, ¿para qué quiere uno la paranoia de la derecha en el poder que donde quiera percibe desestablizaciones orquestadas?

La objetividad se ha vuelto el parapeto ideológico para fingir que no se tiene ideología. La invitación a pensar sin derechas e izquierdas es simplemente la invitación a aceptar el statu quo como el modo natural de ser del mundo. Eso es lo que está en juego, deshacernos de esa falsa idea y comenzar a pensar que los medios de información, todos, tienen una postura, un compromiso, o muchos, con unos u otros poderes (¿con qué poder tienen compromiso los medios libres?, me parece que con el poder de la gente que actúa conjuntada, no el poder-sobre sino lo que podemos hacer entre todos). Por ello no es sorprendente que esa objetividad que fácilmente deshacemos cuando criticamos a los medios de la derecha, nos cueste tanto trabajo asirla, ya no digamos destruirla, cuando se trata de los medios que el poder, el mercado, el dinero, han construido como medios de izquierda.

Esta no es una invitación a dejar de consultar los medios comerciales, no es una invitación a adherir a algún fundamentalismo de los medios libres, no es una invitación a agredir a las y los periodistas en las movilizaciones (ellas y ellos como trabajadores muchas veces hacen lo que pueden dentro de los limitados márgenes de la agenda y de lo que se puede o no publicar en los medios para los cuales trabajan). Es una invitación a la autocrítica ¿cómo escucho, veo, leo y consumo los medios? La propaganda no se reduce a los fakes, la propaganda no se reduce a la información que se da o la que se calla, la propaganda pretende sobre todo construir los valores, las reglas con las que construimos la imagen del enemigo y los aliados. La propaganda nos dice quiénes son ellos y quiénes somos nosotros. Cuando un medio introduce confusión en esas nociones y percepciones mete una distorsión no sólo en las opiniones, sino en las decisiones de la gente que protesta: sea voluntariamente o no, y en el caso de gente tan clara en su agenda como Aristegui no es un error o una casualidad, forman parte de la propaganda psicológica en contexto de guerra, de una de esas guerras con muertos en las calles, pero también un combate en las mentes de los ciudadanos- consumidores (posiblemente o no, rebeldes): una guerra de cuarta generación, desafortunadamente librada entre personas que en ocasiones percibimos o leemos esos medios mediante conceptos ilusorios como la “objetividad periodística”. Es como enfrentar bélicamente la Guerra de las Galaxias de los USA con las viejas trincheras de la primera guerra mundial.

El otro fenómeno, el psicológico, el de las fascinación por las figuras del poder (mediático) es complejo pero me parece que obedece a una necesidad humana, demasiado humana, de encarnar los valores abstractos como “libertad” o “justicia” en seres aparentemente de carne y hueso (los ídolos mediáticos no son meramente de carne y hueso, tienen una parte de fantasía, de fetichismo fantasmático). Parece que el corazón humano está hecho para venerar, muerto Dios, el corazón y la mente humana se entregan a nuevos dioses–ídolos: el dinero, la ciencia, las figuras mediáticas, las heroínas y los héroes de los medios de masas u otros. Y dejar de venerarlos para comenzar a pensarlos como seres humanos, iguales a nosotros, incluye un proceso autocrítico que puede ser doloroso en la medida en que tenemos que dejar de identificarnos con ell@s: más allá de la orfandad están los fenómenos sociales, que nos orientan mejor. En conversaciones con gente sencilla he encontrado una claridad esperanzadora, la experiencia es también comunicadora y formadora.
[1] http://lasonrisasingato.wordpress.com/2014/12/14/la-guerra-a-traves-de-los-medios-de-comunicacion-y-el-triunfo-de-la-propaganda/

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