14 / diciembre / 2014
Javier Hernández Alpízar
“¿Por qué no se enseña a los jóvenes periodistas a
comprender los propósitos de los medios y a cuestionar las pretensiones y las
malas intenciones de la falsa objetividad? ¿Y por qué no se les enseña que la
esencia de una parte tan importante de lo que se llama medios dominantes no es
información, sino poder?”
Mientras escribo esto, en Chilpancingo,
Guerrero, músicos solidarios, padres de los normalistas asesinados,
normalistas, maestros, hacedores de medios libres y gente organizada, solidaria
y combativa están hospitalizados, convaleciendo de las heridas que les causaron
policías federales, o bien, están escondidos, posteando a sus familiares que se
encuentran bien, viendo cómo convocar a la solidaridad nacional e internacional
porque un festival pacífico, musical, ha sido violentamente agredido.
Noticias MVS, Proceso y
otros medios hablan de “enfrentamientos”
y “trifulcas”. Opera una guerra de
propaganda que se hace una con la agresión física: tratan de hacer aparecer a
las víctimas de la agresión como corresponsables y pretenden disminuir el
impacto de la noticia: elementos de la policía federal agredieron a gente
pacífica y desarmada. Al parecer, eso derrumba la imagen construida de que la
represión policiaca y la brutalidad obedecen a provocaciones o a pretextos que
les dan jóvenes encapuchados. MVS trata con mucho cuidado a los policías en su
titular: “presuntos policías”, en
franco contraste con el tratamiento policiaco, delator y el linchamiento
mediático a los jóvenes encapuchados e incluso la entrevista de ese corte,
acusatorio e inquisitorial, a Sandino Bucio, realizada hace unos días por la
estrella de esa cadena privada, la segunda mujer más poderosa del país según la
revista Forbes:
Carmen Aristegui.
En la experiencia de estos
días he comprobado que entre la gente que asiste a las marchas, que simpatiza
con el movimiento, que milita incluso en alguno de los colectivos que
participan, hay breves y sintomáticas discusiones acerca de esa entrevista a
Sandino. Un grupo de mujeres lo discute en un espacio o en un transporte
público, la mayor dice que Sandino recibió de Aristegui muchos chances, pero
como no se organizó para responder, ni modo, ella lo hizo pedazos. Otra chica
dice que quedó exhibido no sólo el entrevistado sino el movimiento pero que
Aristegui es “una de las nuestras”,
la chica duda en formular el pensamiento de que no debió ser así la entrevista.
Una gran sector del público de estos medios, el mainstream de los “medios
sociales”, como llaman algunos periodistas a empresas como La Jornada,
Proceso y Aristegui-MVS, cree a pie juntillas que existe algo llamado “objetividad periodística”. Cuando se
critica a Aristegui la defienden porque es objetiva,
es imparcial, es neutral, solamente hizo lo que es su profesión, preguntar, y no les
parece contradictorio pensar en ella como “de
las nuestras”, como “antisistémica”
(sic) llegué a escuchar incluso.
Sin duda que las
contradicciones bullen debajo de esa concepción como un café de olla antes de
servirlo. Y bien, hay que intentar pensar en la objetividad del periodismo, una
falacia que sobrevivió a la muerte de Dios, al fin de la guerra fría, a la
tardía e incompleta secularización de la izquierda, una paradoja de
sacralización y fetichización de la mercancía, mientras todo lo sólido, sobre
todo el salario y el poder adquisitivo, se disuelve en el aire.
La objetividad parecería ser una representación verdadera,
confrontable con los hechos, con “las
cosas como son”, pero curiosamente cada hecho es visto por cada periodista
o lector de formas distintas y a veces diametralmente opuestas: yo veo en la
entrevista a Sandino un interrogatorio policiaco, las chicas que comenté ven a
la entrevistadora dándole chances al joven antes de hacerlo talco porque “era su deber”. Una misma imagen y unos
vemos al joven victimizado pero otros ven a la poderosa periodista “antisistémica” (resic) cumpliendo un deber. Si no rascamos al
fondo de la olla del café veremos solamente vapor o burbujas…
Hay una tendencia constante
en la defensa de Aristegui: por qué no mejor criticar a los demás y dejarla en
paz, porque ella solamente hizo lo que debía. Yo sostengo que es falso: ella
entrevistó a una víctima de la guerra sucia y la hizo pasar del banquillo de
los acusadores al de los acusados y criminalizados, mientras que a la policía
le cambió el papel de agresores, perpetradores de delitos como desaparición
forzada, tortura y fabricación de evidencia, por el de sujetos agredidos por
jóvenes delincuentes. Si me narran, sin nombres, lo que pasó, pensaría en un
noticiero de derecha, y bastante a la derecha; creo que si por alguna razón esa
entrevista la hubiera hecho un medio de derecha, los mismos defensores de
Aristegui habrían criticado fuertemente al entrevistador. ¿Qué pasa, por qué
Aristegui es, en sus mentes, invulnerable a la crítica?
Es complejo explicar lo que
funciona detrás: es un fenómeno de psicología social. Pero ante la complejidad
del tema y lo breve de un artículo, y mi ignorancia de la psicología social,
tendré que tomar un camino menos largo, arduo y denso: Carmen Aristegui es, según
dijimos arriba, la mujer más poderosa de
los medios en México, hay otros poderosos en medios, pero de las mujeres,
si creemos a Forbes,
está en el primer lugar. La mujer más poderosa del país: Aramburuzabala, lo es
por su dinero, no por estar en los medios. El noticiero de Aristegui de la
mañana en MVS es el más escuchado de todos: forma opinión, es parte del
gobierno mediático del país. Es el espacio donde la publicidad es más cara. Es
una mina de oro para MVS Noticias y entre sus anunciantes están el Gobierno de
la República, gobiernos de los estados, Banco de México, bancos privados, Gas
Natural Fenosa y uno de los hombres más poderosos no de México sino del mundo,
Carlos Slim, por partida triple o más: Telmex, Telcel, Infinitum. Por ello
Aristegui es tan importante. Su noticiero representa a un sector de los medios,
MVS, Slim y otros, que ha sido desplazado de la hegemonía por el formado por
Televisa- TV Azteca y socios. En la guerra entre ambos grupos por el poder
mediático, ella ha jugado un rol esencial exhibiendo a Televisa, por ende el
público la percibe como una voz crítica,
incluso (ingenua y equivocadamente) “antisistémica”,
como si MVS y Slim no fueran parte del sistema, un sistema no monolítico sino
enfrascado en una guerra intestina.
Las noticias de fenómenos
como las marchas por Ayotzinapa son para todos los medios una fuente de
negocios: la noticia, la información, para derechas e izquierdas, es una mercancía. Los movimientos sociales ponen las
víctimas y el poder recoge los frutos formando sus propios iconos, ellos
construyen la credibilidad de sus informadores estrella. Y en eso, MVS es el
campeón y gana mucho por ello. ¿Pero la supuesta objetividad?
Exhibir a los jóvenes
encapuchados no es objetivo, está construido desde la imagen policiaca del
poder, coincide con la percepción de un sector de los manifestantes
(especialmente clase media urbana y sobre todo simpatizantes de López Obrador)
porque comparten la misma compulsión por controlar, dirigir y administrar,
normar, al menos ideológicamente, el movimiento social y sus movilizaciones.
Como las acciones directas de los jóvenes no dependen de sus mandos, son una anomalía salvaje. Así que el estado de
derecho, que saben que no existe en este país, y la ilegitimidad del poder que
han pregonado como lema de campaña por dos sexenios, se les olvidan y, de
pronto, pretenden que Sandino o los demás jóvenes “encapuchados” deben simplemente ser tratados por la policía “conforme a derecho”. No reparan en que
una víctima de desaparición forzada exhibida como delincuente es un fenómeno de
periodismo de derecha y policiaco: el dogma de la objetividad periodística ha sobrevivido a la muerte de Dios.
Lo mismo pasa si se critica
a Proceso o La Jornada, la publicidad de gobiernos y empresas es, para sus
defensores, lo normal. No existen conexiones entre ese dinero y la línea
editorial de los medios. Todo el materialismo, la escuela de la sospecha, el
escepticismo radical con que juzgan a Televisa, TV Azteca y a los medios de
derecha se disuelve en el aire por arte del carisma y las simpatías partidarias
cuando se trata de criticar a Aristegui, La Jornada, Proceso o a algún otro
medio “social” o “antisistémico” (sic).
La objetividad que no existe en el periodismo se vuelve mágicamente un
fenómeno realmente existente cuando se trata de defender a la mujer más
poderosa de los medios o a los caricaturistas de La Jornada. Con diferentes
tonos y estilos lo invitan a uno a dejar de criticarlos y lo invitan a uno a
ser autocrítico, a ser propositivo o a denunciar la detención arbitraria
(precisamente la oportunidad que Aristegui desperdició, por preferir la defensa
de su ideología anti- jóvenes
encapuchados) e incluso lo perciben a uno como defensor o apologista de la violencia. Ante tal
lectura desde el sector crítico de la clase media progresista, ¿para qué quiere
uno la paranoia de la derecha en el poder que donde quiera percibe
desestablizaciones orquestadas?
La objetividad se ha vuelto el parapeto ideológico para fingir que no
se tiene ideología. La invitación a pensar sin derechas e izquierdas es
simplemente la invitación a aceptar el statu
quo como el modo natural de ser del mundo. Eso es lo que está en juego,
deshacernos de esa falsa idea y comenzar a pensar que los medios de
información, todos, tienen una postura, un compromiso, o muchos, con unos u
otros poderes (¿con qué poder tienen compromiso los medios libres?, me parece
que con el poder de la gente que actúa conjuntada, no el poder-sobre sino lo
que podemos hacer entre todos). Por ello no es sorprendente que esa objetividad
que fácilmente deshacemos cuando criticamos a los medios de la derecha, nos
cueste tanto trabajo asirla, ya no digamos destruirla, cuando se trata de los
medios que el poder, el mercado, el dinero, han construido como medios de izquierda.
Esta no es una invitación a
dejar de consultar los medios comerciales, no es una invitación a adherir a
algún fundamentalismo de los medios libres, no es una invitación a agredir a
las y los periodistas en las movilizaciones (ellas y ellos como trabajadores
muchas veces hacen lo que pueden dentro de los limitados márgenes de la agenda
y de lo que se puede o no publicar en los medios para los cuales trabajan). Es
una invitación a la autocrítica ¿cómo escucho, veo, leo y consumo los medios?
La propaganda no se reduce a los fakes,
la propaganda no se reduce a la información que se da o la que se calla, la
propaganda pretende sobre todo construir los valores, las reglas con las que
construimos la imagen del enemigo y los aliados. La propaganda nos dice quiénes
son ellos y quiénes somos nosotros. Cuando un medio introduce confusión en esas
nociones y percepciones mete una distorsión no sólo en las opiniones, sino en
las decisiones de la gente que protesta: sea voluntariamente o no, y en el caso
de gente tan clara en su agenda como Aristegui no es un error o una casualidad,
forman parte de la propaganda psicológica en contexto de guerra, de una de esas
guerras con muertos en las calles, pero también un combate en las mentes de los
ciudadanos- consumidores (posiblemente o no, rebeldes): una guerra de cuarta
generación, desafortunadamente librada entre personas que en ocasiones
percibimos o leemos esos medios mediante conceptos ilusorios como la “objetividad periodística”. Es como
enfrentar bélicamente la Guerra de las Galaxias
de los USA con las viejas trincheras de la primera guerra mundial.
El otro fenómeno, el
psicológico, el de las fascinación por las figuras del poder (mediático) es
complejo pero me parece que obedece a una necesidad humana, demasiado humana,
de encarnar los valores abstractos como “libertad”
o “justicia” en seres aparentemente
de carne y hueso (los ídolos mediáticos no son meramente de carne y hueso,
tienen una parte de fantasía, de fetichismo fantasmático). Parece que el
corazón humano está hecho para venerar, muerto Dios, el corazón y la mente humana
se entregan a nuevos dioses–ídolos: el dinero, la ciencia, las figuras
mediáticas, las heroínas y los héroes de los medios de masas u otros. Y dejar
de venerarlos para comenzar a pensarlos como seres humanos, iguales a nosotros,
incluye un proceso autocrítico que puede ser doloroso en la medida en que
tenemos que dejar de identificarnos con ell@s: más allá de la orfandad están
los fenómenos sociales, que nos orientan mejor. En conversaciones con gente
sencilla he encontrado una claridad esperanzadora, la experiencia es también
comunicadora y formadora.
[1] http://lasonrisasingato.wordpress.com/2014/12/14/la-guerra-a-traves-de-los-medios-de-comunicacion-y-el-triunfo-de-la-propaganda/
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