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Por Karla Rodríguez, Israel
Jacob Ignacio Zempoalteca, Natalia Monroy y Diana Álvarez
Ante
el sentimiento colectivo de hartazgo frente a la violencia ejercida por
los órganos de gobierno, y la impotencia de ver una guerra declarada
abiertamente a quien decida desafiar a este sistema en decadencia, el arte
público se vuelve una de las herramientas de mayor importancia y relevancia
para protestar, sensibilizar, reinventar y lograr dialogar de formas alternas a
las establecidas. A pesar de los intentos de borrar lo que sucede, las paredes
en silencio gritan más fuerte… El siguiente registro las escuchó.
Israel
Las paredes de México decidieron no guardar silencio y emergen con voz de tinta que ha salido del grito del pueblo. La tinta escurrida sobre el muro clama justicia, las paredes ya no callan, su momento de hablar ha llegado.
Karla
A
través de la historia, el país ha sufrido represión, impunidad, división e
infiltración, que han dado como resultado un sin fin de desapariciones, muertes
y abusos de poder. El caso de Ayotzinapa no es un caso aislado, es el resultado
de diversos factores políticos, sociales y económicos por los cuales atraviesa
México.
Ante esto, las movilizaciones no se hicieron esperar. La demostración de
solidaridad de la población nacional e internacional ha hecho eco en las
calles. Sin embargo, lo que comenzó como una demostración de apoyo a los padres
y familiares de los normalistas, se ha tornado en un grito desesperado de
indignación ante la inseguridad y la violencia, pero sobre todo en una crítica
al régimen político.
La sociedad en general se ha unido al grito de Ayotzinapa, y los
estudiantes han tenido un papel fundamental en las movilizaciones, han
expresado su solidaridad, y sobre todo, su desacuerdo con la clase política,
exigiendo un cambio substancial. De esta manera, han tomado los espacios públicos
y estudiantiles para expresar su indignación bajo la consigna de ¡Justicia al
pueblo mexicano!
Muros y paredes son testigos de la inconformidad y las demandas que los
estudiantes reclaman, y si las paredes hablaran, gritarían ¡Ayotzinapa no debe
quedar impune!
Natalia
L@s otr@s… que somos
Texto del Subcomandante Insurgente Marcos en El viejo Antonio.
La
historia, o la leyenda, se tejen de madrugada. Habrá, es cierto, quien
cuestione su veracidad y pretenda clasificar una u otra en el endeble
criterio de “verdadero” o “falso”. Para lo que concierne a lo
que ahora cuento, no importa ni lo uno ni lo otro. Las palabras que
nombran lo que está por hacerse no salen de pronto ni en cualquier parte,
sino que van buscando un lugar dónde nacerse y esperan el tiempo propicio
para surgir.
Hay un lugar en el que la oscuridad y la luz se encuentran y se tocan
apenas un instante. Después se va cada una a su camino, a su espera. Así
van la sombra y la luz, siguiéndose y evitándose, hasta que se olvidan de
lo que son y se hacen de nuevo en lo otro, rehaciendo una y otra vez el
oxímoron de su deseo. Ese lugar tiene también su tiempo, y en él la muerte
y la vida se postergan. Es el amor, dicen, quien entonces ahí reina.
Es en la madrugada, en ese espacio y tiempo, donde hay quien está ya y
quien llega apenas. Dicen que es la sombra quien espera, acechando con la
mirada de quien lleva como maldición la duermevela, a que la luz desnude
sus ropas y sus miedos, que recueste el cuerpo y ponga de pie el deseo.
¡Ah, la madrugada! Hay ahí, esperando siempre (es decir, no estando), una
piel compleja hecha de dos tibiezas, que la arroparían del frío y
soplarían lejos la soledad.
En ese delgado límite, donde no hay muro ni abismo, la palabra recorre
todos los calendarios y asume una forma que es hablada en muchas lenguas.
Digo ahora lo que esa palabra me cuenta en ese quiebre del tiempo, con la
niebla de la duermevela, y en la lengua de la montaña:
Hay en cada hombre, en cada mujer, un otro y una otra diferentes.
Escondido está lo otro, como guardado está. Esperando espera. Estando
está. A veces es un rasguño, imperceptible afuera y definitivo dentro;
otras es un terremoto que rompe la fastidiosa cotidianeidad; y a veces es
una piel, caricia o áspero roce, que rasga con tierna furia la piel de
afuera y revela y rebela la otra piel, la del otro, la de la otra que
somos.
Pero es siempre un dolor lo que obliga a salir eso otro que somos sin serlo
todavía. Las más de las veces somos lo otro con un “NO” que es un desafío a
la docilidad impuesta.
Y no nos vemos.
No si sólo somos lo otro que somos.
Entre la desbocada competencia por la corrupción y el crimen que son el
combustible del “sálvese quien
pueda”, hay una, uno, otro, otra, alguien que dice “NO”. Hay, por
ejemplo, una joven mujer que aparta su paso del conformismo de ser lo que
el varón quiere que sea y pone en un rincón sus miedos para vestirse y
desnudarse con el traje siempre nuevo de la rebeldía…
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