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TESTIMONIO: NO OLVIDAMOS TLATELOLCO, SOBREVIVIMOS PARA VIVIR LUCHANDO DESDE ENTONCES.

La Voz del Anáhuac
Un integrante del Colectivo Azcapotzalco dedica estas líneas al movimiento estudiantil hoy, al IPN, a Ayotzinapa, a la UNAM que resiste…

Cuando se menciona el 68, la primera imagen que viene a la mente es Tlatelolco. La masacre del 2 de octubre, que muchos ubican como el momento final del Movimiento Estudiantil-Popular de 1968.
Pero ni el 68 terminó el 2 de octubre, ni debemos reducir a ello el 68. El 68 fue más, mucho más que eso.
Fue un intenso aprendizaje de toda una generación.
Una brutal agresión policíaca a dos Vocacionales del IPN nos movió a todos a protestar, pero a protestar de verdad, no a ir como acarreados de una federación estudiantil charra, caminando de la Ciudadela (ahí estaban las Vocacionales 2 y 5, agredidas el 22 y 23 de julio) al Casco de Santo Tomás, sino al Zócalo, a la sede del DDF, bajo cuyo mando estaban los cuerpos policíacos agresores.
No nos dejan llegar al Zócalo, nos reprimen brutalmente. Muchos detenidos, golpeados, heridos, se empieza a denunciar que ha habido muertos.
Todo el IPN se va al paro. Ahí tenemos otra enseñanza, para protestar libremente necesitamos sacudirnos el control de la organización charra: desconocemos en las asambleas a la FNET. Esa es una enseñanza más: desde entonces será la asamblea nuestra máxima autoridad. Todo lo que hagamos tiene que ser por acuerdo de asamblea. Ahí nombramos a nuestros delegados a lo que se empezaba a formarse como Consejo Nacional de Huelga. Y ahí podíamos cambiar de delegados cada que lo consideráramos conveniente. Ahí aprendimos también que no debíamos permitir la intromisión de ningún partido político.
En la represión a nuestra primera protesta, el 26 de julio, también fueron agredidos estudiantes de la UNAM. Unos que ese mismo día se manifestaban en solidaridad con la Revolución Cubana y los de las Preparatorias 1, 2 y 3, ubicadas en el Barrio Universitario (Justo Sierra y Argentina, a dos calles del zócalo), que salían de clases cuando nos reprimían en Palma y Madero.
Así que el paro general se extiende rápidamente a toda la UNAM. Por primera vez en la historia, politécnicos y universitarios dejamos de vernos como rivales y nos hermanamos en una misma lucha.
¿Qué por qué no levantamos demandas académicas si se trataba de un movimiento estudiantil? Porque era un movimiento contra la represión, contra el autoritarismo, contra la antidemocracia.
Nos habían golpeado, a muchos habían encarcelado, había muertos ya. No íbamos a salir con que necesitábamos becas y comedores estudiantiles, que queríamos equipo para laboratorios y más acervo en las bibliotecas, o cosas por el estilo, de corte “netamente estudiantil”.
No, queríamos la destitución de los jefes policíacos, la desaparición del cuerpo de granaderos, la libertad de los compañeros presos, la indemnización a los familiares de los compañeros asesinados o heridos. Ese era el sentir generalizado. La huelga la decidimos masivamente, en asambleas con auditorios llenos al tope, o en el patio de la escuela si no cabíamos en el auditorio. Todo mundo podía opinar, todos podían proponer y se lograban sacar acuerdos que coincidían en lo fundamental con los de las demás escuelas en huelga.
Aunque primero fue en el IPN, en seguida la UNAM, después las Normales, Chapingo y poco a poco las universidades públicas de casi todo el país, también se sumaron algunas universidades privadas.
De la limitada visión particular como IPN, aprendimos a ver nuestro universo de manera más amplia. Comprendimos que hay mucho en común entre los estudiantes del IPN, de Chapingo y de las Normales Rurales, que no somos tan distintos a los universitarios y que también hay mucho en común entre los universitarios de las instituciones públicas como de las privadas. Que nuestro común denominador es el estudio, el conocimiento, la crítica a lo establecido, la rebeldía. Y conforme nos fuimos enterando más de lo que estaba pasando en otras partes del mundo, vimos que también había mucho en común entre el movimiento estudiantil mexicano y el francés, el alemán, el italiano, el japonés. Nos identificábamos mucho con el movimiento chicano de Estados Unidos, pero también con los Panteras Negras y con la revolución de las flores (el movimiento hippie).
No lo sabíamos entonces, pero en el mundo se estaba dando una Revolución Cultural Mundial que sacudió conciencias en el mundo capitalista, pero también en el socialista (ese año fue la denominada Primavera de Praga que buscaba democratizar el estatismo soviético en Checoeslovaquia; y dos años antes había comenzado la Gran Revolución Cultural Proletaria en China, con la crítica masiva a los dirigentes chinos que pretendían restaurar el capitalismo). Y esta Revolución Cultural Mundial se expresaba en los países del llamado tercer mundo con los movimientos de liberación nacional, como fue la Revolución Cubana, la guerra de liberación de Argelia y la resistencia del pueblo vietnamita contra la agresión imperialista. Había guerrillas en varios países de América Latina. Tupamaros combatían a la dictadura militar en Uruguay. Un sacerdote guerrillero había sido sacrificado en Colombia por la dictadura. En Brasil el golpe de estado provocó levantamientos armados. El Che había sido asesinado en Bolivia. Y su imagen se convirtió en símbolo mundial de lucha.
Durante 68 empezamos a vernos como parte de todo este complejo mundo en rebeldía.
Quizá por eso la ocupación militar de algunas escuelas del IPN y la UNAM el 30 de julio, apenas iniciada la huelga, no nos amilanó. El bazucaso al portón de la Preparatoria 1 no hizo sino unirnos más, resistir, tomar las calles de la ciudad con miles de brigadas que iban por todas partes informando nuestra verdad, denunciando las falacias oficiales y mostrando la justeza de nuestra lucha. Logramos revertir de esta manera, sosteniendo el intenso brigadeo durante todo el mes de agosto la campaña mediática desatada contra el movimiento. Amplios sectores de la población mostraron abiertamente su solidaridad hacia el movimiento, asistiendo a las manifestaciones que se hicieron cada vez más grandes, pues acudían cada vez más contingentes de trabajadores, colonos, locatarios de los mercados públicos, amas de casa y, por supuesto, nuestras familias. Así, el movimiento se hizo cada vez más popular.
Y también por eso escalamos algunas de nuestras demandas. La inicial exigencia de libertad a todos nuestros compañeros presos se convirtió en la demanda de libertad a todos los presos políticos. Desde 10 años antes estaban en prisión Demetrio Vallejo y Valentín Campa, dirigentes del movimiento ferrocarrilero. También había presos políticos del movimiento médico de 1965, asesores de sindicatos independientes como Adán Nieto Castillo, Adela Salazar y Armando Castillejos e integrantes de grupos insurreccionales como Víctor Rico Galán y Pablo Alvarado. Y como a todos ellos se les había encarcelado bajo la acusación de “disolución social”, ese fue un punto más del pliego de los 6 puntos: derogación del Art. 145 y 145bis del Código Penal. La inicial exigencia de destitución de los jefes policíacos también escaló, sin dejarla de lado, agregamos otro punto: el deslinde de responsabilidades de funcionarios gubernamentales en los hechos de represión.
Pero más allá de los seis puntos, hay que destacar todo lo que aprendimos para manifestarnos en las calles. Aprendimos a redactar nuestros volantes, a imprimirlos, a pintar nuestras mantas, nuestros murales, nuestras pancartas. Creatividad e ingenio en nuestros carteles, en nuestros corridos, en nuestra poesía, en nuestra caricatura política.
Tomamos las calles pero también abrimos las escuelas a toda la población solidaria que se acercaba para acompañar las guardias. En CU, Zacatenco y el Casco se organizaban recitales de canción de protesta y poesía, foros informativos y de debate, proyección de películas en los auditorios.
Así, todo el mes de agosto fue de iniciativa nuestra, de crecimiento nacional del movimiento, de ascenso constante, de adhesión de cada vez más sectores del pueblo, sindicatos de por sí democráticos, o sus corrientes disidentes, pese a sus direcciones charras, no sólo se pronunciaban en solidaridad, sino que se sumaban a las movilizaciones, a los foros, a las guardias. Después lo harían también en las barricadas. Ya no sólo venían en apoyo, hacían suyo el movimiento. El movimiento estudiantil era eso, pero más, cada vez más popular.
Previo al informe presidencial, el gobierno reemprendió el camino de la represión. Varias escuelas fueron atacadas por las noches por grupos armados, policías de civil y paramilitares que se gestaron de los grupos de choque que dependían del DDF y de gobernación.
La última manifestación de agosto, el día 27, había dejado una guardia en el Zócalo, pues empezaría un plantón con miras a que se iniciara el diálogo público para que se diera solución a nuestras demandas. El ejército desalojó esa misma noche el zócalo. La posibilidad de que se iniciara un diálogo se alejó más todavía ante las amenazas presidenciales de que utilizaría a todas sus fuerzas armadas para “restablecer el orden”.
Todavía pudimos realizar la Manifestación Silenciosa el 13 de septiembre. Pese a las amenazas de represión fue una gran muestra de unidad y firmeza en la lucha. Y en los recintos estudiantiles organizamos, a nuestro modo, la noche del grito el 15 de septiembre.
Pero la decisión del gobierno estaba ya tomada: nos aplastaría antes de la inauguración de los juegos olímpicos.
La noche del 18 de septiembre, sin encontrar ninguna resistencia, el ejército tomó Ciudad Universitaria.
Sabíamos en el Politécnico que seguíamos nosotros. Las asambleas discutieron. La decisión fue resistir. No íbamos a entregar las escuelas, las defenderíamos cuanto nos fuera posible.
Nuevos aprendizajes: aprender a combatir con lo que tuviéramos a la mano. Ya algo sabíamos de cómo se hacen las molotov. Ahora a la gasolina le mezclamos azúcar y aceite. Al estallar e incendiar, el azúcar mezclada haría, en micro, un efecto similar al napalm, es decir una goma incandescente que se adhiere donde cae. Mezclar aceite sirve para que la llamarada tenga más duración. Utilizamos tubos para dirigir el lanzamiento de cohetones, no al cielo, sino contra los cuerpos policíacos. En las escuelas con talleres de soldadura se armaron crucetas de ángulo y solera, con una guía y un tramo de cable de acero tensado, a manera de ballestas. Las saetas serían electrodos para soldadura eléctrica que se afilaban en los esmeriles. Juntamos en cubetas aceite quemado de automóviles que acopiábamos en las gasolineras o talleres de servicio. Sería muy útil derramar este aceite en las calles aledañas a las escuelas, de modo que a pasar por ahí los transportes policíacos o militares, dos o tres molotovs serían suficientes para generar una gran llamarada. Para potenciar el alcance del lanzamiento de piedras aprendimos a confeccionar hondas. También juntamos grandes cantidades de canicas y balines para esparcirlos en el pavimento si lanzaban a la policía montada. Ese era todo nuestro potencial defensivo, en gran parte producto del ingenio. Pero todo ello se potenció con la participación masiva de las pandillas de los barrios populares vecinos. Casi desde el inicio del movimiento, cuando de combatir a la policía se trataba, eran nuestros aliados naturales. Y es que las escuelas politécnicas estábamos en medio de barrios populares. Cerca del Casco de Santo Tomás: Tlatilco, Popotla, Pantaco, Santa María la Rivera. Cerca de Tlatelolco (ahí estábamos la Vocacional 7 y la Prevocacional 4): la Guerrero, Peralvillo, San Simón Tolnáhuac, Tepito. Cerca de Zacatenco: Ticomán, Cuautepec, La Presa. Y es que la policía era enemigo común.
Claro, todo esto previsto para en caso de que a quien tuviéramos que enfrentar fuera a los granaderos, a la policía, y eventualmente al ejército, aunque contra este no había tanta seguridad de que la pudiéramos librar.
Y así, con estos pertrechos y aliados, dimos un combate que duró casi todo el día 21 de septiembre en Tlatelolco, primero desde la Vocacional 7, pero ya casi al anochecer nos movimos a las azoteas de los edificios aledaños de la unidad Tlatelolco, desde donde aguantamos con nuestras reservas de molotovs y piedras, pero respaldados desde los departamentos, desde donde los vecinos lanzaban agua hirviendo cada que los granaderos se acercaban a los edificios, también lanzaban botellas, zapatos viejos y cuanto objeto pudiera servir como proyectil defensivo. Esta participación solidaria de los vecinos de Tlatelolco era natural, pues muchos alumnos de la Voca 7 y la Prevo 4 éramos al mismo tiempo habitantes de la unidad. Entre los vecinos muchos eran familiares o amigos de estudiantes. Conocían de cerca el movimiento y habían sido testigos de cuando el ejército tomó las escuelas de Tlatelolco el 30 de julio y de los ataques paramilitares de fines de agosto. Quizá por eso la saña con que planeó el gobierno la masacre del 2 de octubre. Muchas familias de la unidad fueron tratadas inmisericordemente la noche de la masacre.
El 22 de septiembre la refriega fue en los alrededores de Zacatenco. Ahí se decidió confrontar a los granaderos en la calle, en batalla campal, de pica y huye, toreándolos, con vigías en lo alto de los edificios que indicaban por qué calles avanzaban los contingentes de la policía, de modo que se les sacaba la vuelta y se les atacaba por los flancos o por la retaguardia.
Estos dos primeros enfrentamientos no terminaron con la toma de las escuelas de Tlatelolco o Zacatenco.
El 23 de septiembre nos enteramos que estaban sitiando el Casco de Santo Tomás. El mayor número posible de brigadas nos concentramos allá.
Desde la noche de la toma de Ciudad Universitaria en el Politécnico se habían iniciado los preparativos para la resistencia, se había intensificado la preparación de molotovs, bazucas, ballestas, hondas y se había acopiado lo más posible aceite, piedras, canicas…, todo lo imaginable que pudiera servir para la defensa. Se habían atravesado barricadas en las bocacalles de Carpio, Melchor Ocampo, Los Gallos, Los Maestros, Plan de San Luis, Plan de Ayala y otras. No nos pertrecharíamos en las escuelas, como en Zacatenco, haríamos frente en las calles, desde ahí impediríamos el paso de los granaderos. Desde pasado el mediodía, toda la tarde y parte de la noche eran lanzados con toda fuerza los contingentes de granaderos y se les repelía a fuerza de bazucasos, molotovs, piedras y a punta de saetas. Las barricadas estaban nutridas de compañeros, pero también había brigadas móviles que lanzaban ataques fugaces por los flancos a los que se podía llegar por entre las escuelas.
Ya de noche, con buena parte de nuestros pertrechos gastados y bajas en las filas de la resistencia por heridos en combate preveíamos que ya no nos quedaba mucha fuerza para seguir defendiendo el Casco. Esta sospecha se confirmó al ver que los granaderos se replegaban para dar paso a los contingentes militares que avanzaban. Llegado ese momento se había acordado replegarnos, pero Economía y Biológicas decidieron resistir todavía desde sus planteles. Al avance de la tropa ya casi no hubo resistencia. Desde Economía todavía hubo un intento de contención a bazucasos, molotovs, piedras y algunos tiros de pistola.
Al hacer el recuento de pertrechos se había omitido que algunos compañeros se habían hecho de alguna arma de fuego. Alguno que pudo tomarle “prestado” al abuelo su viejo pistolón y uno que otro que logró que algún ñero del barrio le prestara su “fusca”. En ningún caso con parque suficiente. En realidad eran muy pocas las armas y era poco el parque. Quienes las tenían estaban conscientes de que se haría uso de ellas sólo en caso extremo y como último recurso.
La última escuela en caer en manos del ejército fue Biológicas. Una tanqueta derribó la reja de entrada. Ya dispuesto un contingente militar para entrar fue frenado por la advertencia que se le hizo desde el equipo de sonido: “Ni se atrevan a entrar. Si dan un paso más, derramaremos los cultivos de virus que tenemos en los laboratorios. Esto les traerá mortales consecuencias, se convulsionarán, y se atacarán entre ustedes mismos como perros rabiosos… Ni un paso más. ¡Atrás soldados! ¡Ustedes están para defender al pueblo, no para atacarlo…!”
Esta advertencia no tuvo ningún efecto disuasorio, si acaso el mensaje hubiese sido medianamente entendido por los soldados. La orden de quien venía al mando fue lo único que supo entender la tropa de ocupación.
Así, en horas de la madrugada del 24 de septiembre, cayó el Casco de Santo Tomás, después de toda una jornada de resistencia y de valiente defensa del campus.
El 27 de septiembre se hizo un mitin muy nutrido en Tlatelolco. Con CU y el Casco de Santo Tomás tomados, Zacatenco fue en los siguientes días la sede del CNH y lugar de concentración de los brigadistas que con todo en contra seguían saliendo a la calle a informar a la población, a mantener vivo el movimiento.
El 30 de septiembre Ciudad Universitaria fue devuelta a la rectoría de la UNAM. Como ahí, en el Estadio Olímpico, se celebraría la ceremonia de inauguración de los juegos olímpicos el 12 de octubre, había interés gubernamental de que se retornaba a la “normalidad”. Barros Sierra logró desmovilizar al grueso de activistas universitarios. Hay que recordar que el rector se ganó una gran autoridad moral en el movimiento por su actitud ante el movimiento en los inicios, pues encabezó el 1° de agosto una manifestación que caminó algunas calles fuera del campus universitario para regresar ordenadamente. Pero desde agosto estuvo haciendo esfuerzos para tratar de convencer a que se levantara la huelga. Como no lo lograra fue objeto de escarnio y presiones desde el poder hasta obligarlo a renunciar. El movimiento y el conjunto de la llamada comunidad universitaria lo apoyaron, no le aceptaron la renuncia y le pidieron seguir al frente de la UNAM. Así lo hizo, pero siguió presionando para el levantamiento de la huelga pues, decía, si esta seguía, había la amenaza gubernamental de cerrarla.
Para el 2 de octubre se convocó a un mitin en Tlatelolco. Como CU había sido desocupada el 30 de septiembre, se esperaba que para ese día también fuera desocupado el Casco, por lo que se había planteado hacer una manifestación a Santo Tomás al término del mitin.
Pero no, el 2 de octubre el Casco seguía ocupado por la tropa. Esto hizo pensar que si se intentaba marchar al Casco se correría un grave riesgo de provocación e inevitablemente la represión, por lo que desde el comienzo del mitin en Tlatelolco se informó a todos que se suspendía la marcha prevista y que una vez concluido el mitin nos dispersáramos ordenadamente…
Sabemos qué ocurrió. Sabemos que desde horas antes el ejército tomó posiciones en torno a Tlatelolco. Que para cuando el mitin inició el cerco militar se estrechó. Que una columna proveniente de Buenavista se posicionó junto a la Torre de Relaciones Exteriores. Que otra columna había avanzado por Manuel González. Que otro contingente cerró el cerco por Reforma. Que prácticamente no quedaba espacio para salir de ese cerco militar. Que minutos después de comenzado el mitin un helicóptero sobrevolaba la Plaza de las Tres Culturas. Que hubo señales con luces de bengala para iniciar la irrupción del ejército y desalojar la plaza. Que previamente, posicionados desde los edificios aledaños a la plaza, había francotiradores del Batallón Olimpia. Que estos, comenzaron a disparar contra la gente reunida en la plaza al momento de que las luces de bengala fueron lanzadas, que siguieron disparando cuando el ejército entró a la plaza y que causaron bajas para que se generalizara el fuego contra todo lo que se moviera. Que en la plaza cayó un número indeterminado de civiles muertos (se calcula en centenares las víctimas del fuego del Batallón Olimpia y del ejército). Que también desde dos helicópteros se abrió fuego contra los manifestantes. Que desde el techo del templo de Santiago había también francotiradores del Batallón Olimpia. Que las puertas de templo se cerraron y se negaron a ser abiertas a quienes buscaban refugio en el templo. Que la plaza quedó cubierta de cadáveres, sangre, mucha sangre quedó derramada en la explanada y en los andadores por los que los asistentes al mitin buscaban una vía de escape de esa espantosa masacre. Que parte de la gente que logró refugiarse en los departamentos luego fue sacada por la fuerza, pues muchos departamentos fueron allanados, cateados. Que mucha gente fue ejecutada ahí mismo. Que fueron centenares los que fueron arrestados ahí y que se les trasladó al Campo Militar N° 1, muchos de ellos para ser torturados. Que se buscaba detener a todos los integrantes del CNH. Que algunos de los que lograron salir del cerco en Tlatelolco se juntaron en pequeños grupos para realizar maniobras distractoras que atrajeran la atención de las fuerzas represivas fuera de Tlatelolco y que, con ese fin, detuvieron tranvías y autobuses urbanos en barrios aledaños, buscaban dispersar a alguna parte de los contingentes policíacos o militares, para destensar un poco en Tlatelolco, que no lo lograron, pero que al menos esa fue su expresión de rabia por la masacre que se estaba ejecutando en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Que este pretendía ser el golpe final al movimiento, que se buscaba aniquilarlo para que los juegos olímpicos le hicieran honor a su lema: “Todo es posible en la paz”… En la paz de los sepulcros
Para muchos ahí terminó todo. El pánico cundió. Buena parte de la población quedó aterrorizada. El movimiento, como pudo, trató de resistir, de mantenerse vivo, bajo una vigilancia policíaco-militar extrema. Que se vivió desde entonces un estado de sitio no declarado. Que aun así el movimiento pudo resistir hasta diciembre. El 4 de diciembre se levantó formalmente la huelga, aunque algunas escuelas lo hicieron hasta enero de 1969.
Que para muchos activistas del movimiento quedó claro desde entonces que las vías civiles y pacíficas de lucha estaban cerradas, que la única posibilidad de que las cosas cambien en México es mediante una revolución. Que el verdadero enemigo es el sistema capitalista. Que el gobierno, la policía, el ejército son sus instrumentos para seguir sometiendo a toda la población. Que la revolución no la hacen los estudiantes. Las revoluciones las hacen los pueblos. Que hay que ir al pueblo para organizar la revolución. Que hay que ir con los obreros, con los campesinos, organizarse ahí, luchar ahí, con ellos comenzar ese necesario proceso revolucionario. Otra parte de los activistas del movimiento, con la misma idea, optaron por más bien tomar las armas ya, comenzar la insurrección, comenzar a hostigar al estado-capital creando focos guerrilleros, para generar las condiciones para una insurrección generalizada.
Que al cabo de los años, la parte del movimiento que buscó integrarse al pueblo, topó con que décadas de corporativismo y control de masas del el gobierno en las organizaciones obreras y campesinas no les permitiría más que a levantar por breve tiempo luchas de carácter económico que degenerarían en prácticas reformistas sin muchas posibilidades de ir conformando contingentes revolucionarios, que a lo sumo alcanzarían a desarrollar algunas organizaciones independientes para luego caer en prácticas neocorporativas.
Que al cabo de algunos años, la parte del movimiento que optó por las armas tuvo que resistir una ofensiva de exterminio, donde la prisión y la tortura al principio, la desaparición forzada y la ejecución extrajudicial el resto del tiempo, fueron la estrategia contrainsurgente que articuló el estado con todo el respaldo logístico y militar proporcionado por el imperialismo norteamericano desde su Escuela de las Américas. Que así, paralelo a la guerra contrainsurgente, el estado desarrolló su reforma política para cooptar a todos los sectores de la denominada izquierda agrupada en partidos políticos sometiéndolos a sus reglas del juego, haciendo que a través de los cargos de poder les va concediendo, sean, de hecho, parte del estado.
Que no sería sino hasta 1994 cuando otro camino distinto se abre, no sólo para el pueblo de México, sino para los pueblos del mundo, cuando la insurrección zapatista en Chiapas muestra que hay otro camino: organizarse abajo y a la izquierda, construir desde las comunidades (indígenas en el caso zapatista, pero que pueden ser campesinas o urbanas en otras partes) la autonomía, el autogobierno, la autogestión, es decir, el poder popular.
La autonomía no es en sí misma la emancipación, es el camino por el que se puede transitar para alcanzarla.

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