Colectivo La Digna Voz
27-09-2014
En su gira internacional para ser agasajado
por los principales beneficiarios de las reformas en México, Enrique Peña Nieto
continuó demostrando su servilismo poniendo a disposición del Consejo de
Seguridad de la ONU a las fuerzas armadas mexicanas para las ‘acciones de paz’,
que la mayoría de las veces, no son sino invasiones veladas para la protección
de los intereses de EEUU y sus socios.
En una
acción planeada por sus asesores de imagen para reforzar su imagen de ganador
entre sus representados y entre la opinión pública internacional, Peña Nieto
decidió ampliar la colaboración de apoyo financiero a un apoyo regular de
efectivos militares a las ‘misiones de
paz’. Calificándolo como un paso histórico
(de esa historia de la infamia y el sometimiento de los gobernantes de las
naciones débiles para con los imperios) el presidente, quien por primera vez se
presentaba ante las asamblea general, no dejó pasar la oportunidad para
reclamar una reforma profunda en la ONU, como si formara parte del club
exclusivo que la controla. Una cosa es que le aplaudan su discurso y lo
feliciten y otra muy distinta que lo escuchen o lo consideren un estadista, a
pesar del premio que le otorgó una fundación conservadora, Appeal of
Conscience, como parte de las actividades de su gira promocional de su
imagen.
Al
hablar de la ONU hay que reconocer el hecho de que ésta se encuentra en plena
decadencia, aunque sigue siendo funcional para promover los intereses de las
naciones más poderosas del planeta. La ONU representa el orden inter estatal
que gobernó al mundo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y por lo mismo,
está lejos de ser un organismo en el cual todos sus miembros tienen el mismo
peso. Por ejemplo, por años la mayoría de las naciones integrantes han votado a
favor del fin del bloqueo económico a Cuba pero basta la oposición de los EEUU
para que todo siga igual. Además, ya nadie le hace mucho caso a la ONU, al
grado de que su actor principal prescinde de ella para llevar a cabo invasiones
a países que considera peligrosos para la paz mundial, o sea, la paz de los
negocios de sus corporativos.
En
consonancia con los desplantes egocéntricos de Peña Nieto, el subsecretario de
para Asuntos Multilaterales de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Juan
Manuel Gómez Robledo se apresuró a negar que la decisión de Peña Nieto rompiera
con los principios históricos de política exterior de México. Y agregó que “… no correspondía al papel de México,
tomando en cuenta las grandes aportaciones financieras a estas Operaciones de
Mantenimiento de la Paz, que lo convierten en el segundo país de América Latina
en términos de contribución a estas operaciones, que el año pasado sumaron 28
millones de dólares”. Dicho en otras palabras, si ya estamos pagando ¿por
qué no pagar más? Y es que los gastos de envío y manutención de tropas a las
misiones de paz no las paga la ONU.
Por
otro lado, y en una coyuntura marcada por la masacre de Tlatlaya, en el estado
de México, en donde se señala al ejército como sospechoso de ejecutar a 21
personas, cuesta trabajo imaginar que participen fuera de nuestras fronteras en
acciones humanitarias. Si a esto se agrega que es una de las instituciones con
mayor incidencia de quejas por violaciones a los derechos humanos, de acuerdo
con la estadística generada por la Comisión Nacional de Derechos Humanos al
respecto, pues de plano se puede suponer que todo esto parece ser una operación
de lavado de cara de las fuerzas armadas mexicanas: farol de la calle y
oscuridad en la casa… en el mejor de los casos. La ONU ha aplicado sanciones en
lo últimos dos años a 189 de sus soldados, policías y empleados civiles en
Haití.
En última instancia, la existencia de cascos azules
mexicanos representa una raya más al tigre de la militarización que vivimos en
México. Las fuerzas armadas suman en favor de convertirse en la institución
privilegiada del país, teniendo ahora presencia internacional, lo que
probablemente aumentará su fuerza política pues contará con múltiples aliados
internacionales. El proceso de desmantelamiento de los principios del estado de
bienestar en México resulta para muchos fundamental en la búsqueda de nuevos
horizontes para el futuro de la nación; para otros no es más que una muestra
clara de la decadencia de un sistema interestatal que cada vez más se apoya en
la fuerza para sobrevivir.
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