Vandana Shiva
(Directora
ejecutiva del Fondo Navdanya)
Fuente: La Jornada
Traducción: Jorge Anaya
22-07-2014
Monsanto y sus amigos en la industria biotecnológica, sus
cabilderos y sus representantes pagados en los medios continúan impulsando el
control monopólico de los alimentos en el mundo mediante su oferta de semillas.
Este imperio se construye sobre
fundamentos falsos: que Monsanto es creadora/inventora de vida y, por tanto,
puede ser propietaria de las semillas por medio de patentes y que la vida se
puede producir con ingeniería y máquinas, como un iPhone.
Por la ecología y la
nueva biología sabemos que la vida es una complejidad organizada por sí misma:
se construye sola, no es posible manufacturarla.
Esto se aplica también a la producción de alimentos mediante la nueva ciencia
de la agroecología, la cual nos brinda un conocimiento científico más profundo
de los procesos ecológicos a nivel del suelo, las semillas vivas y la comida
viva. Las promesas de la industria biotecnológica –mayores rendimientos,
reducción del uso de químicos y control de malezas y plagas– no se han
cumplido. El mes pasado un fondo de inversión demandó a DuPont por mil millones
de dólares por promover cultivos resistentes a herbicidas a sabiendas de que no
lograrían controlar las malezas y en cambio sí contribuirían al surgimiento de
supermalezas.
Al crear la propiedad de semillas
mediante patentes y derechos de propiedad intelectual, e imponerla en el planeta
por medio de la Organización Mundial de Comercio, la industria biotecnológica
ha establecido un imperio monopólico sobre las semillas y los alimentos. Además
de reclamar la propiedad de las semillas que vende y cobrar regalías, en
materia de controles y equilibrios sobre seguridad, la industria biotecnológica
destruye sistemáticamente leyes nacionales e internacionales relativas a la
bioseguridad, afirmando que sus productos son
como la naturaleza los creó. ¡Es esquizofrenia ontológica!
La bioseguridad es la
evaluación multidisciplinaria del impacto de la ingeniería genética sobre el
ambiente, la salud pública y las condiciones socioeconómicas. En el ámbito
internacional, la bioseguridad es derecho internacional consagrado en el
Protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad. Yo fui designada por un grupo de
expertos para elaborar el marco del programa ambiental de Naciones Unidas, con
el fin de poner en vigor el artículo 19.3 de la Convención de Naciones Unidas
sobre Diversidad Biológica (CDB).
Monsanto y sus amigos
han intentado negar a los ciudadanos el derecho a la alimentación saludable
oponiéndose al artículo 19.3 desde la Cumbre de la Tierra en Río, en 1992. En
estos días intentan desmantelar las leyes nacionales sobre bioseguridad en
India, Pakistán, Unión Europea y toda África y América Latina. En Estados
Unidos distorsionan la Constitución al entablar demandas contra gobiernos
estatales que han promulgado leyes para etiquetar los alimentos genéticamente
modificados alegando que el derecho de los ciudadanos a saber lo que consumen
es inferior al derecho de la industria biotecnológica a imponer alimentos
peligrosos a consumidores desinformados, el cual manejan como libertad de
expresión de una empresa, como si fuera persona física. Despliegan su maquinaria
de propaganda para atacar con argumentos no científicos a los investigadores
que trabajan en bioseguridad, como Árpád Pusztai, Ignacio Chapela, Irina
Ermakova, Éric Séralini y yo.
Muchos periodistas
carentes de preparación científica se han alineado como soldados en este asalto
propagandístico. Hombres blancos privilegiados, como Mark Lynas, Jon Entine y
Michael Specter, sin experiencia práctica en agricultura, armados sólo con
grados de bachillerato y vinculados con medios controlados por los consorcios,
son utilizados para socavar los verdaderos hallazgos científicos acerca del
impacto de los OGM en nuestra salud y ecosistemas.
La industria
biotecnológica usa sus títeres propagandistas para sostener la falacia de que
los OGM son la solución al hambre en el mundo. Esta negativa a un auténtico
debate científico acerca de cómo los sistemas vivos evolucionan y se adaptan es
respaldada por un asalto intensivo y masivo de propaganda, que incluye el uso
de agencias de inteligencia como Blackwater.
En 2010, Forbes me nombró una de las
siete mujeres más poderosas del planeta por
poner a las mujeres al frente y en el centro de la solución del asunto de la seguridad alimentaria en el mundo en desarrollo. En 2014 el periodista Jon Entine escribió un artículo de opinión, en el cual sostenía que yo no he estudiado física. Además de haber estudiado un posgrado en física y realizado mi doctorado sobre los fundamentos de la teoría cuántica, he pasado 40 años estudiando ecología en granjas y bosques de India, donde la naturaleza y los sabios campesinos fueron mis maestros. Esa es la base de mi experiencia en agroecología y seguridad alimentaria.
La buena ciencia y las
tecnologías probadas no necesitan propaganda, agencias de inteligencia ni
gobiernos corruptos para demostrar hechos. Si los ataques infundados de un no
científico a una científica de un país en desarrollo son uno de sus
instrumentos para dar forma al futuro, han errado por completo. No se dan
cuenta de la creciente indignación ciudadana contra el monopolio de Monsanto.
En naciones soberanas,
donde el poder de Monsanto y sus amigos es limitado, el pueblo y los gobiernos
rechazan su monopolio y tecnología fracasada. Pero la maquinaria de propaganda
suprime esta noticia.
Rusia ha prohibido por
completo los OGM; el primer ministro, Dmitry Medvedev, advirtió:
Si los estadunidenses gustan de los productos OGM, que se los coman. Nosotros no los necesitamos; tenemos espacio y oportunidades suficientes para producir comida orgánica. China ha prohibido los OGM en suministros alimenticios militares. Italia acaba de promulgar una ley, Campo libre, que castiga con prisión de uno a tres años y multa de 10 mil a 30 mil euros la siembra de cultivos OGM. La ministra italiana de agricultura, Nunzia De Girolamo, señaló en un comunicado:
Nuestra agricultura se basa en la biodiversidad, en la calidad, y debemos continuar aspirando a ellas sin aventuras que, aun desde el punto de vista económico, no nos harían competitivos.
Las piezas de propaganda
en Forbes y The New Yorker no pueden
detener el despertar de millones de agricultores y consumidores a los
verdaderos peligros de los organismos genéticamente modificados en nuestra
comida, y las desventajas y fallas del sistema de alimentos industriales que
destruye el planeta y nuestra salud.
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