Por Rafael Camacho y
Camilo Ñarqui
Nos comenta una voluntaria de una barricada:
Estamos en Caleta de Campos,
en el Municipio de Ciudad Lázaro Cárdenas, Michoacán, donde hace cuatro meses
llegaron los comunitarios. Este pueblo los recibió con mucho gusto apoyándolos
con lo poquito que teníamos. Aquí siempre ha estado molestando la Marina, los
policías ministeriales, los soldados, los templarios. A los compañeros los
detuvieron cuando fue el avance a La Mira, Michoacán. Les tendieron una trampa,
diciéndoles de que fueran, que ellos los iban a apoyar.
Y no los apoyaron. El 28 de Junio de 2014 perdurará en la memoria de los
mexicanos como el día en que José Manuel Mireles fue detenido. El médico, que
tantas alabanzas había recibido de las mismas autoridades, era puesto bajo
custodia —según sus propias palabras— mientras esgrimía una peligrosa pata de
pollo.
Para los habitantes de Caleta de Campos, la detención de Mireles va
mucho más allá del revuelo que generó en la prensa. A ellas y a ellos les
golpeó directamente en el centro de su levantamiento y organización contra la
violencia del narco y la corrupción del Estado. Del total de 80 hombres detenidos en la Mira
junto el doctor, casi la mayoría eran comunitarios de Caleta. Algunos lograron
escapar pero, ahora mismo, aún quedan 55 presos, lo que corresponde
prácticamente a la totalidad del cuerpo de seguridad que mantienen las y los
vecinos del hermosísimo puerto turístico.
Acá la gente vive justamente de eso, del turismo. Y como si la situación
actual del estado de Michoacán no fuera ya suficiente motivo para alejar a los
visitantes, la detención de junio pasado los despojó de pescadores, campesinos
y trabajadores, vitales no solo para su protección sino que también para llevar
el alimento a sus familias. «Está difícil
la situación, el dinero cada día es más escaso. Solo logramos mantenernos
porque estamos unidos, nos apoyamos entre todos» nos comenta Javier. Caleta
de Campos está realizando un esfuerzo sobrehumano, ya que además han acogido a
las personas que han sido desplazadas desde La Mira, gente que ha sido
amenazada por el narco y que no tienen otra opción más que dejar sus casas.
Pero el ánimo no decae, la barricada que montaron en febrero pasado
hasta el día de hoy es la frontera entre territorio liberado por los comunitarios
y el narco, y se mantiene firme a pesar de que ahora casi ya no cuentan con
armas ni comunitarios para cumplir una labor efectiva. Tuvieron que rearmarse
con las pocas cosas que quedaron porque «todo
se fue en la detención».
Principalmente son ahora las mujeres quienes mantienen con vida la
barricada las 24 horas. Son ellas las que no bajarán los brazos para entregarle
en bandeja su comunidad al narco, ni tampoco al gobierno. Después de lo que
sucedió en junio ya perdieron total confianza en la policía. «Acá a los federales les dimos de comer, les
abrimos las puertas de nuestras casas y luego nos traicionaron», comenta
Juana mientras prepara las tortillas que luego serán repartidas entre todos los
voluntarios.
El ánimo es tenso, las miradas nerviosas, han sido golpeados una y otra
vez. Durante meses fueron hostigados por la Marina y el Ejército.
Constantemente intentaron quitarles las armas, a sabiendas que la consecuencias
de aquello sería el avance de los Caballeros
Templarios, que tienen una barricada unos pocos kilómetros más adelante, en
Chuquiapan. Durante ese tiempo solo contaban con la ayuda de la policía
federal, la misma que los alentó a avanzar hacia La Mira y la misma que
participó en las detenciones. «Nos
enteramos que a nuestra gente la están golpeando, y lo hacen con trapos para
que no quede marca», denuncia una vecina.
Lejos de los reflectores de la televisión, los y las habitantes de
Caleta de Campos se debaten por su vida y están dispuestos a todo para que
liberen a sus familiares presos, continuar la lucha, es eso o volver al régimen
del terror templario.
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