Claudia
Korol. 27de abril. 2013
No sé por qué, siento que la conozco. No sé por qué, Bety Cariño ronda mi
memoria entre la gente querida que ha partido… o mejor dicho, que nos han
arrancado de nuestras vidas violentamente. No sé por qué se sienta a hablarme
entre mis ancestras más cercanas.
No sé por qué tengo intimidad
con sus sueños, con sus maneras de mirar al mundo, con sus formas de andar los
caminos desafiando a los poderes más poderosos…
No sé por qué siento que Bety
me acompaña. Que sus raíces quedaron aferradas a mi cuerpo, a mi territorio
inmediato, y a otros tantos cuerpos queridos.
No sé por qué veo su mirada en
las miradas de otras compañeras amadas. No sé por qué, pero ahí está. No ha
partido.
Betty Cariño fue asesinada tres
años atrás, un 27 de abril, por integrantes de la organización paramilitar
priísta llamada paradójicamente Unión de Bienestar Social de la Región Triqui.
Cuántos nombres ridículos hay en cada historia. Los de la Unión de Bienestar
hicieron una emboscada a la Caravana de Observación por la Paz, que llevaba
ayuda humanitaria a San Juan Copala. Allí fue asesinado también el
internacionalista finlandés Jyri Antero Jaakkola.
Cuando la alcanzaron las balas,
Betty, mujer mixteca, tenía 37 años, de los cuales la mayoría, los vivió
luchando por sus hermanos y hermanas.
Su vida es la de tantas mujeres
activistas, anónimas, invisibles, hasta la hora de la bala.
Recibió la influencia de la
Teología de la Liberación. Luego se vinculó con organizaciones como La Otra
Campaña, la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, la Alianza Mexicana por
la Autodeterminación de los Pueblos.
Se enfrentó con decisión a la
contaminación de las aguas en el valle de Tehuacán. Organizó a las mujeres
vendedoras de tortillas. Impulsó proyectos de economía solidaria. Creó centros
de apoyo a migrantes. Realizó programas de salud reproductiva, y de defensa de
derechos de las mujeres. Organizó la lucha contra las altas tarifas eléctricas.
Fue emblemática en la resistencia a la construcción de las grandes represas.
Impulsó y realizó radios comunitarias indígenas y promovió la creación de la
Red de Radios Indígenas Comunitarias del Sureste Mexicano. Fue parte de la
radiodifusora independiente La Rabiosa,
que asumió centralmente la defensa de los derechos humanos del pueblo mixteco,
y colaboró con la radio triqui La Voz que
Rompe el Silencio. Días antes de ser asesinada, había participado en un
encuentro en apoyo a la lucha contra la Minera San Xavier, y en las protestas
frente a la embajada de Canadá en México, contra el asesinato de Mariano
Abarca, luchador contra la minería en Chiapas.
No sé por qué siento que me
encuentro con Bety Cariño, cuando veo las manos de mujeres sin tierra que
levantan banderas por la soberanía alimentaria. Cuando veo pies que caminan
para denunciar los dolores que provocan los modelos de explotación de la naturaleza
y las personas basados en el extractivismo. Cuando siento el latido de los
corazones de las mujeres que despiertan en Nuestra América, como cuidadoras de
las semillas, de los ríos, de las selvas, de los niños y niñas, como madres e
hijas de los pueblos todos en resistencia.
No sé por qué Bety Cariño me
acompaña tanto. Me acompaña siempre. Tal vez porque en su voz siento la
vibración de un proyecto de vida que me envuelve y que logro comprender.
Alejado de las proclamas politiqueras, electoreras, de las promesas vanas. Un
proyecto de buen vivir que me convence como camino y como posible
horizonte. Tal vez porque Bety no lleva el Cariño en su nombre por casualidad,
sino porque para nuestras revoluciones, serán necesarias todas las fuerzas
posibles que enciendan el amor, la alegría, la confianza en que hay más Betys, más mujeres hechas de coraje y de
ternura, que no sé por qué, no las conocemos. O sí las conocemos, sin saberlo.
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