Por Valentina Valle
En Cherán –el pueblo de la meseta p’urhépecha que fue el primero en
enfrentar a un cártel del crimen organizado en Michoacán– los festejos para el
tercer aniversario del levantamiento comenzaron desde el viernes 11 de abril y
hasta el día 16, todavía no se habían terminado. Han sido días de música y
fiesta, pero también de reflexión y memoria, con el recorrido de las fogatas y
las denuncias de las mujeres que no nos permiten olvidar donde estamos y cómo
se lograron estos resultados. A pesar de los rasgos de idealización que esta
lucha empieza a tomar, en las palabras de algunos visitantes, Cherán nunca ha
sido el paraíso, y sigue sin serlo: todos sus logros son el fruto de un trabajo
incansable y de un esfuerzo constante de su población.
Sin embargo, saliendo del pueblo y agarrando la
carretera rumbo a Uruapan, ya a la altura de Paracho es muy difícil resistir a
la tentación de considerar esta comunidad, si no como el paraíso, por lo menos
como una isla de paz en la tempestad michoacana.
Nuestro destino es la región de Tierra Caliente, el
centro neurálgico de las autodefensas michoacanas. Para entender la importancia
estratégica de la zona es suficiente recordar que lugares como Tepalcatepec,
Buenavista Tomatlán, La Ruana, Apatzingán y La Huacana son los pueblos natales
de personajes como Juan Manuel Mireles, Simón o El Americano, Hipólito Mora, el padre Gregorio López, Uriel y Juan
José Farías, Estanislao Beltrán y Miguel Ángel Gallegos Godoy, entre otros.
Aquí surgió el movimiento el 24 de febrero de 2013, aquí cambió su status
por primera vez con los acuerdos de Tecalpatepec el 27 de enero de 2014 y un
sentir común indica que aquí se podría acabar, el 10 de mayo de 2014. Esta es
la fecha establecida por el gobierno para que los grupos de autodefensa
entreguen las armas. Precisamente por eso estamos en camino, para escuchar la
voz de los que desde hace más de un año están combatiendo el crimen organizado,
logrando resultados que el gobierno no alcanzó en décadas de supuesta guerra contra el narcotráfico; ahora, el
gobierno federal nuevamente, ve estos esfuerzos como una mera cuestión de uso
de armas. La entrega de las armas amenaza con quitarles la única medida con la
cual, no sólo siguen avanzando, sino con la cual conservan la vida.
Hay también otra razón por la cual decidimos
recorrer esta carretera, había que pasar por los territorios que aún son
inseguros: Paracho, Capacuaro y Uruapan; los pueblos que siguen, desde San Juan
Nuevo hasta Apatzingán, resultan parte de los 20 municipios liberados o
definidos como “abandonados” según un artículo publicado por Milenio
el mismo día en que nosotros decidimos viajar. Que los retenes y las barricadas
hayan quedado vacías mientras el doctor Mireles anuncia los acuerdos para un
eventual desarme, no es una noticia cualquiera.
Llegando a San Juan Nuevo, la primera señal de que
el pueblo está liberado no es la atmósfera de fiesta alrededor de los castillos
del Señor de los Milagros sino la cantidad de efectivos de la policía federal
que circulan por las calles al lado de las autodefensas. Esta será una
constante: de la meseta p’urhépecha a Tierra Caliente, en los pueblos
controlados por los comunitarios la presencia de la policía federal y del
ejército es masiva; por el contrario, en los territorios que todavía quedan
bajo el control del cártel no hemos encontrado a ningún funcionario de la
seguridad pública. Allí los pueblos siguen vacíos, las tiendas cerradas, los
muros anunciando conciertos de narcocorridos que nadie se ha atrevido a borrar.
Frente a este panorama, es casi imposible no preguntarse cuál es el objetivo
real del control gubernamental, si los Caballeros
Templarios o el pueblo michoacano.
El movimiento sigue firme. Saliendo de San Juan
Nuevo nos retienen y controlan en las barricadas de La Soledad, Aguacate Norte,
Autolata, a la entrada y salida de Tancítaro, de Los Fresnos, Palo Picado,
Pareo y Buenavista Tomatlán. Creíamos haber dejado las fogatas en Cherán, pero
esta “gira nocturna” nos revela que
el fuego de la resistencia arde en todo Michoacán, que la necesitad de
seguridad sigue siendo muy fuerte y que las autodefensas siguen cumpliendo con
un papel que ni siquiera les tocaría pero que asumen con ánimo y de una forma
comunitaria.
A pesar que es ya muy tarde, en una de las
barricadas del municipio de Tancítaro nos dedican el tiempo para una larga
conversación que después de un reservado inicio se hace paulatinamente más
relajada. El tema principal es el desarme, el tema está creando confusión y
desconfianza no sólo hacía el gobierno que lo propuso sino también hacía el
doctor Mireles quien lo está abordando. Quienes permitieron la entrevista se
dicen dispuestos a conceder el beneficio de la duda para este plan, el cual, en
una reunión del Consejo General se planteó también como una estrategia para
legalizar las autodefensas y limpiarlas de los “arrepentidos” (aquellos que pertenecieron al crimen organizado
pero que decidieron cambiar el rumbo de sus actos oportunamente). De hecho en
las barricadas no se habla de desarme sino más bien de registro y legalidad.
Sin embargo, hay muchos aspectos que no quedan claros, por ejemplo, de dónde
viene la certeza de que los “arrepentidos”
irán a registrarse como guardias rurales si ya saben que serán detectados y
posiblemente detenidos; o como el estado piensa cumplir en menos de un mes con
las condiciones establecidas por las autodefensas, es decir la liberación de
los detenidos, el restablecimiento del Estado de derecho y la limpieza total de
Michoacán.
Por primera vez escuchamos la noticia de la
creación de otro cuerpo de policía, pagado por los productores de aguacate y
por el municipio y conformado por 90 elementos, de los cuales 45 ya tienen una
semana de capacitación. Una diferencia considerable, sobre todo en lo referente
a la composición actual del movimiento, es que todos los comunitarios entrevistados
no dudan en definir a las autodefensas como “pura
gente del pueblo”, voluntaria, que invierte dinero propio para garantizar
la seguridad de sus familiares.
Tizun. Varios hombres de las autodefensas conversan alrededor de la barricada en la que se protege el tránsito en la carretera costera de Michoacán. Fotografía: Débora Poo Soto |
“Todos somos gente del pueblo que cada día
vamos a trabajar y que cuando le toca asume la tarea de estar en la barricada.
No somos gente que se dedica nomás a esto, el día que nos toca vamos a cuidar y
al otro día regresamos a nuestro trabajo, y quien no pueda mandar a alguien que
venga a cubrirlo, pagándole los gastos”. Gastos
que, según nos cuentan en otra barricada, se acercan a los 700 pesos diarios,
considerando gasolina, comida y el dinero que se pierde al no presentarse al
trabajo. Sería interesante conocer el pago de este nuevo grupo armado que se
supone entrará en servicio bajo el resguardo del plazo fijado para el 10 de
mayo, aunque los comunitarios afirman desconocer toda información más
detallada, cuándo y de qué manera entrará en funciones, cuál será su exacta
naturaleza y si acompañará a los rurales o pretenderá sustituirlos.
Si este es el nivel de información proporcionado a
los pueblos, es decir, la gente que a la una de la mañana cuida una barricada
en medio de la nada, no asombra que todo el tema del desarme esté envuelto en
la sospecha de que se trate sólo de una maniobra gubernamental para controlar
un movimiento que empieza a tener una verdadera fuerza social y que supo
enlazar comunidades indígenas y mestizas de las diferentes regiones del estado.
Este es otro punto: el discurso alrededor del
desarme ha puesto otra vez la atención en las armas ocultando a las personas,
como si la dicotomía legal-ilegal fuera más importante que vivos o muertos y,
sobre todo, como si no se estuviera dando en Michoacán este proceso de
reconstrucción del tejido comunitario el cual sigue siendo el respaldo más
fuerte del movimiento de autodefensas.
Para quitarnos la duda de que las barricadas sean
activas sólo por la noche y profundizar el tema, dos días después regresamos
por la mañana. En todos los retenes que, desde Buenavista, suben hasta Tancítaro,
somos recibidos por grupos de voluntarios que están pasando el viernes santo a
lado de una carretera en vez de estar lado de sus familias. Sus rostros
cubiertos confirman que la desconfianza ha vuelto entre esta gente que lleva
recuerdos de muerte tan frescos y heridas tan profundas.
Hace apenas un año, en el arco de la entrada que
hoy nos da la bienvenida a Limón de la Luna, se encontraron seis cuerpos
colgados y entre ellos lo de una mujer embarazada, sobrina de un integrante de
las autodefensas recién levantadas. Testimonios de la furia templaria, como
este, los escuchamos tres veces en el lapso de tres horas, son los que nos
hacen preguntar como podrán estas personas aceptar quedarse nuevamente
indefensas en el caso que se reciba la orden de entrega de las armas. De hecho
ellos dicen que no podrán.
A la entrada de Apo del Rosario, en la
primera barricada que encontramos, los comunitarios al principio se negaron a
hablar, sugiriendo que nos dirigiéramos al Concejo Ciudadano de Condembaro. Al
fin contestan y hablan de un movimiento mucho más organizado, mucho más de base
de lo que se está contando. En cada municipio hay un representante y en cada
pueblo un comité, en cada comité se encuentran veinte grupos formados de veinte
personas, más o menos, todos con su comandante y equipo. No es necesario hacer
cuentas exactas para entender que estamos hablando de mucha gente, y toda con
la misma postura: “aunque Mireles diga
que sí, si el municipio de Tancítaro se niega no se las entregan, para que no
vaya a empezar otra vez que se escuche que han levantado o desaparecido a tal
persona”.
Son temores concretos los que están detrás del
rechazo a este acuerdo, el pueblo se siente expuesto a la venganza del cártel y
siente que en el caso de que se dieran nuevamente estas condiciones de
inseguridad, los funcionarios públicos no estarían de su lado, razón por la
cual tampoco quieren registrarse como guardias rurales. La confianza en una
posible colaboración con el gobierno, situación que se respiró en estas tierras
por un breve tiempo a principios de 2014, ha sido substituida por una prudente
observación de los acontecimientos. Lo único en que no cabe duda es en que el
movimiento no se va a parar: “Seguiremos
con patrullas. Si este se hecha por abajo, uno desde adentro [de los pueblos]
puede estar cuidando. Todo se mueve por los radios, puras esquinas, orillas,
recorridos, si hay una camioneta desconocida, o si se mira gente armada, uno se
entera por el radio y en un rato se mueve la gente”.
De hecho tuvimos la oportunidad de averiguar como “todo se mueve por el radio” cuando en
la barricada siguiente encontramos un comunitario esperándonos con una lista de
preguntas acerca de nuestra procedencia e intención. Superado el examen, y con
la prohibición de grabar y fotografiar, los comentarios aquí se hacen más
fuertes: “si el gobierno viene, se
levanta todo Tancítaro con sus 82 comunidades [...] porque no somos un grupito sino todo el pueblo y nadie está de acuerdo
con la entrega de las armas. El gobierno necesita destruir todo Tancítaro para
quitarnos las armas”.
Las razones son las de siempre: el hartazgo de
llorar muertos, de buscar desaparecidos, de aguantar atropellos; el deseo de
conducir una vida libre, la determinación a proteger sus propias familias para
que “no vuelva a pasar que te levanten a
tu hija y te la regresen en pedazos, aventándotela en los pies”. Los actos
criminales de los Caballeros Templarios
todavía no se han acabado en el estado, pero en los territorios liberados las
palabras de las autodefensas ya suenan como un “nunca más”. Y a la indignación por la incapacidad del gobierno se
suma la denuncia en contra de la policía federal, la cual no estaría dejando
que el movimiento limpie la ciudad de Uruapan. “En el centro de Uruapan hay templarios, nosotros ya tenemos las casas
ubicadas pero están resguardados por el mismo gobierno que no nos deja entrar.
Dejaron pasar una marcha sin armas pero a nosotros sólo nos dejaron llegar
hasta las orillas”.
Las denuncias siguen siendo las de
siempre. Si al principio los entrevistados responden con cuidado, mostrando una
postura casi conciliatoria, sus verdaderos sentimientos no tardan mucho en
aflorar. La colusión del gobierno, el silencio pagado de la prensa, la
complicidad de la seguridad pública han sido tan descarados en Michoacán que es
impensable que la población cambie su visión de un día a otro. Lastimosamente
no parece ser necesario, porque los comunitarios afirman que los únicos cambios
que se han dado en el Estado son mérito de las Autodefensas, porque “el gobierno ni siquiera ha cumplido con las
tareas más sencillas, como entregar ‘el alta’ a los que se han registrado, sino
que se ha limitado a tomar nota de sus datos y del número serial de sus armas”.
Una vez más escuchamos a la población de Tierra
Caliente denunciar que a pesar de los logros la lacra de la estructura
templaria sigue intacta, intactos sus vínculos con la política y sus enlaces
con la fuerza pública. El estado no está limpio, Tierra Caliente no está
limpia. Al escuchar que el 10 de mayo se darán las condiciones de seguridad
para que las autodefensas se retiren, a los comunitarios les parece escuchar
una vez más el refrán de los últimos diez años, cuando “todo iba bien, pero luego uno se quedaba con el ojo cuadrado cuando
venía por acá y veía cuerpos descabezados y descuartizados que aparecían en las
calles”.
La cuestión del desarme tiene que ver con el
control del movimiento y el intento de desprestigiarlo, mientras, por otro lado
se dibuja la imagen de un Michoacán que no corresponde a la realidad. Las
autodefensas esperan, observan y siguen en su trabajo. La mejor manera de
vigilar que sigan bien no es atacarlas o desarmarlas sino cuidar de ellas.
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