La Escuelita Zapatista, una ventana a la autonomía, al rincón olvidado del mundo donde el pueblo se autogobierna
Rebelión, 27-02-2014
Se cumplen ya dieciocho años desde que
Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el gobierno federal mexicano
firmaron los Acuerdos de San Andrés Sakamch’en de los Pobres. Mediante el
diálogo se intentaban definir los cambios para transformar la relación entre
los pueblos indígenas y el Estado. De fondo, esto implicaba reconocer el
derecho de los pueblos a la libre determinación y a la autonomía. La historia
fue otra. Tras haber sido discutido uno solo de los temas, el proceso de
diálogo se rompió y las promesas acordadas pretendieron destinarse al olvido.
En gran
medida la ruptura del diálogo obedeció a la doble jugada del gobierno: mientras
por un lado firmaba acuerdos y mostraba su supuesta voluntad negociadora, por
el otro detenía a presuntos zapatistas y reanudaba los ataques bajo la
modalidad de “guerra de baja intensidad”.
Ante esto, los pueblos indígenas decidieron reforzar los Municipios Autónomos
Rebeldes Zapatistas (MAREZ) –creados desde 1995- como una vía para implementar
de facto la propuesta autonómica de los Acuerdos de San Andrés.
Vinieron
en 2001 otros intentos de legislar sobre los derechos de los pueblos indígenas,
pero quedaron lejos de responder a las necesidades de los mismos. Mientras
tanto, los zapatistas continuaron organizándose, fortaleciéndose en el ámbito
interno. Crearon en 2003 las Juntas de Buen Gobierno y los Caracoles
Zapatistas, sedes de cada uno de sus gobiernos autónomos. Por otra parte,
siguieron vinculándose con el exterior a través de múltiples iniciativas como
la Sexta Declaración de la Selva
Lacandona, el Encuentro de los Pueblos
Zapatistas con los Pueblos del Mundo, y el Encuentro de los Pueblos Indígenas de América realizados en 2007,
2008 y 2009. Con la Escuelita Zapatista
desde el año pasado se abren nuevamente al mundo para compartir sus reflexiones
y experiencias en la lucha por la autonomía.
Ha sido
esta última iniciativa la que ha permitido ver en perspectiva la trayectoria de
las comunidades autónomas zapatistas a lo largo de todos estos años. A través
del trabajo y la convivencia diaria con las comunidades de apoyo zapatistas,
personas de las más diversas geografías han podido conocer en carne propia la
autonomía, la resistencia y esa otra, muy otra, manera de entender el mundo. De
alguna forma, la Escuelita Zapatista
ha servido como una ventana a ese rincón olvidado del mundo donde el pueblo se
autogobierna.
Sin
duda alguna, la construcción de autonomías ha sido el paso más significativo
que han dado los zapatistas para satisfacer sus demandas de tierra, libertad,
educación, techo, trabajo, salud, alimentación, cultura, información,
independencia, democracia, justicia y paz. Ha respondido a la necesidad
imperante de desligarse de las estructuras gubernamentales obsoletas, de la
cultura del dinero y de las formas impuestas de hacer política. Ha sido un
reclamo histórico de poder vivir de acuerdo a las cosmovisiones indígenas y la
importancia de la colectividad. En ese sentido, han introducido la idea del
ejercicio colectivo del poder y se han replanteado el papel de la autoridad
dentro de una comunidad. Sus gobiernos autónomos se articulan desde abajo,
reconociendo el papel central del pueblo en todos los procesos políticos: la
definición de objetivos y prioridades, la toma de decisiones, la implementación
de proyectos, la renovación de cargos y la rendición de cuentas, entre otros.
Los
propios zapatistas plantean que no hay una ruta trazada, sólo un aprendizaje en
cada acción y cada paso. La autonomía es un aprendizaje constante de lo que es
la justicia, la democracia y la libertad. Saben de antemano que cometerán
errores, que no lo saben todo como pueblos, pero defienden por encima de todo
su derecho a decidir sus propias utopías y cómo caminar hacia ellas; aún si
esto significa tropezarse muchas veces.
Los
largos años de lucha han llevado a los zapatistas a la conclusión de que la
construcción de la autonomía está condicionada por la plena libertad de los
pueblos. Una libertad entendida como aquella condición exenta de la opresión,
la explotación y la dependencia. Los zapatistas han caminado en dirección a esa
libre determinación por medio de dos vías. Por un lado con la resistencia, es
decir, el rechazo tajante a todo apoyo del gobierno o de los partidos
políticos, para evitar la manipulación electoral y la división interna. Por
otro, a través de autosuficiencia económica y una organización que prioriza las
necesidades colectivas.
Es así
que la emancipación para los zapatistas está ligada necesariamente a la
construcción de autonomía, entendiendo que esta última rebasa la esfera
política. En realidad es una concepción que ha de extenderse a todos los
ámbitos de la vida, en una reafirmación constante de la libertad, de la vida y
de la dignidad. Por ejemplo, para ellos el trabajo mismo es una actividad emancipadora;
los libera del sometimiento, les permite sentirse útiles, y los conecta con la
tierra que les da vida. Esta concepción los ha llevado a entender de manera
distinta su papel en el mundo y su relación con la naturaleza, sujetos a otros
tiempos y principios que nada tienen que ver con la sociedad del consumo y el
trabajo enajenante.
El
Comisionado para el Diálogo con los Pueblos Indígenas, Jaime Martínez Veloz ha
declarado que este año el gobierno federal quiere discutir nuevamente los
Acuerdos de San Andrés. Afirma que busca recuperar la confianza de los
zapatistas y reactivar el diálogo con las comunidades indígenas. Después de
tanto tiempo y tantas atrocidades cometidas contra los pueblos vale la pena
preguntarse ¿con qué legitimidad pueden hacerse tales declaraciones?
En este
contexto ¿No será que estamos ante una nueva estrategia para deslegitimar los
esfuerzos del EZLN de construir autonomía? ¿Hasta cuándo perdurará la idea de
que las comunidades indígenas deben sentarse a esperar que el gobierno mexicano
haga algo por ellos?
En un
rincón olvidado del mundo, existe un pueblo que se autogobierna. Los zapatistas
no sólo resisten, construyen. La lucha diaria que llevan a cabo no es sólo por
ellos o por su tierra, es una lucha por una forma más digna de vivir.
Rebelión ha publicado
este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia
de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
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