En 2013 se registró un homicidio cada hora. 10 mil 95 homicidios durante
todo el año. La violencia, como enfermedad social, le cuesta a México entre el
8 y el 15% del PIB. Hace algunas noches frente a mi casa se desató un
enfrentamiento entre pandillas; no vivo en el norte del país ni en los
convulsionados Michoacán y Guerrero, vivo en la ciudad de México. Asombrosa y
afortunadamente ningún disparo hizo tino. Cuando la policía llegó junto con
ambulancias no encontró heridos. Yo estaba asomado desde mi quinto piso observando
el transcurso de la pequeña guerra.
1.- Comía en un restaurante en Zacatecas en donde me encontraba de
vacaciones, las mesas del lugar eran de color café y las sillas estaban
tapizadas con imitación de piel en color rojo. Las paredes del lugar eran
rojas, blancas y ocre, y fungían de espacio galería. Cada cuadro enmarcaba un
estilo diferente, le pregunté al mesero si la obra expuesta pertenecía a un
solo autor, era colectiva, o era la colección del establecimiento, pero no me
supo responder. En cambio, lo noté nervioso. De inmediato lo llamó el barténder. De golpe subió el volumen de
la música con que amenizaban la hora de la comida, la música era griega o turca
o balcánica. Más tarde escuché sirenas. En la acera de enfrente del comercio se
estacionaron dos camionetas negras y una ambulancia. Las camionetas tenían
distintivos de policía federal. Le pregunté al mesero qué había pasado. En voz
baja me dijo que hace rato había habido una balacera. Qué tanto rato, dije.
Hace rato cuando usted me preguntó por las pinturas. Al día siguiente, más
menos, me informé que por esa avenida habían perseguido a un fulano y le habían
metido una decena de tiros, el fulano alcanzó a responder con otros tantos, sus
rivales huyeron. En la acera tendido bocabajo fue recogido por los federales.
Mientras yo preguntaba por los cuadros, sin escuchar los tiros, absorto y puede
que ensimismado.
2.- A Marco Fonz lo conocí por medio de Tonatihu Mercado, que me lo
presentó en una feria del libro. Antes, lo había visto en una reunión de la AEM
en La Pirámide. No conozco su obra. Lo
más cerca que estuve de él fue a través de una discusión vía correo que llegaba
a una lista de yahoo entre posiciones
burocráticas, trincheras poéticas y éticas estéticas. En esa discusión percibí
que Marco era un apasionado de las discusiones; luego presencié alguna otra
disputa en foros de escritores donde él siempre estaba al ataque. No tengo una
opinión de él, ni me corresponde.
De alguna forma pienso que asistimos al suicidio de
Marco vía facebook, como otros
usuarios, el poeta transmitía su pena en directo (un mensaje que circuló en inbox solicitaba ayuda para impedir que
Fonz cumpliera su autosentencia). Una muerte en facebook es más real. El mejor ejemplo del poder de la red social
lo otorga el fenómeno del pánico en el oriente del DF cuando rumor a rumor se
esparció que La Familia Michoacana
estaba quemando comercios y tomando prisioneros. O el reciente caso de la nota
de una joven anarquista que supuestamente habría sido asesinada en un paraje
boscoso, y que resultó un fake. No había hordas de narcotraficantes y
sicarios tomando al DF (no como hordas), y tampoco la joven anarquista existía
(su perfil fue tomado de una mujer chilena, incluidas fotografías, de otra red
social para crear la falsa noticia). Los feisbuqueros sostuvieron la
veracidad de ambos hechos solo porque estaba en facebook.
Marco Fonz renunció a participar de las cifras de
decesos causados por el ambiente de violencia que se vive en México, y prefirió
como escenario el sur más austral que pudo encontrar. Aunque para que no olvidáramos
que él también es mexicano, nos tuiteó
algo así como: oigan, me estoy muriendo.
Todas nuestras muertes serán tuiteadas
cuando alguien envíe un tuit que
diga: van 150mil asesinados entre el
sexenio pasado y el vigente.
3.- Viví en una colonia en el poniente de la ciudad, alrededor de un año. En
un lapso de tres meses la pandilla de mi colonia y la pandilla de la colonia
vecina enfrentaron sus venganzas a través de la ley del talión. En doce semanas fueron asesinados seis jóvenes
de mi colonia y seis jóvenes de la otra colonia. Cada asesinato fue repetición
del anterior. El primero, un chico menor de edad camina de su casa a la tienda
de la esquina y de un automóvil en movimiento recibe una ráfaga. Su nombre es
Víctor Hugo y lo conozco porque él y sus hermanos comandan a la pandilla local.
En las semanas siguientes sus dos hermanos también serán rafagueados. Al cabo
de esa ruleta rusa territorial, interviene la policía y detiene a algunos
miembros de ambas pandillas. Los que no son detenidos huyen al norte del país y
al sur de los Estados Unidos. De todas esas muertes solo una es anunciada en el
periódico, en La Prensa (el
periódico que dice lo que otros callan). Me pregunto si los otros once
cuentan para las estadísticas judiciales o del INEGI; o como se supone que en
el D.F., no hay crimen organizado, entonces no hay muertes por violencia, no
hay baleados, no hay ajustes de cuentas, no hay ciudadanos, no hay siquiera
gente.
4.- No leí a José Emilio en la secundaria ni en la preparatoria. Hay dos instantes
que me revelan su literatura. El primero es una librería de viejo sobre
Donceles donde laboré tres meses. El segundo es la barra de la Cocina de Nora. Leí Las batallas
en mis ratos libres del trabajo, que eran varios. Y lo saqué de ahí al menos
tres veces, no recuerdo en cuánto lo vendí. A Nora le gustaba José Emilio. Y
tenía un par de libros de él en la barra de su cocina. En mi cabeza los nombres
de Pacheco y Nora son indisolubles.
En el tuiter leo versos del
poeta que son posteados por sus lectores. Me imagino que con capturas de
pantalla podrían reconfigurarse sus poemas. Los versos son arrancados de sus
textos originales y vertidos en lo efímero de la time line. Leo a @baronesarampant que dice: «Si se van los poetas ¿Quién acariciará el
mundo?» Se van los poetas y se van sus palabras, se van las palabras que no
tuvieron tiempo de acuñar, porque las que están en los libros se quedan y
permanecen en la memoria del lector. Pienso en cuántas de sus palabras
extrañaremos y qué orden repetiremos en la memoria para no olvidar sus versos. Tuitea otra vez @baronesarampant: «Que se mueran los poetas es casi una señal del
apocalipsis. Se nos mueren las palabras, las más bellas de ellas.»
Cada que se muere un escritor, o un representante de una disciplina
artística, y la gente lo lamenta y llora, me digo lo mismo, lo más natural de
la vida es la muerte. Máxime cuando quien muere rebasa los 60 años, cosa que se
me hace antinatural. No soy de esos que lamentan el deceso de alguien viejo;
celebro que hayan vivido, que hayan estado en el mundo de la manera en que lo
hicieron. Celebro que José Emilio no haya sido alcanzado en una balacera por un
tiro cuando era niño o joven como tanta gente en el norte del país. Celebro sus
letras y espero que descanse en paz en el desierto que no conocemos que es lo
eterno, y que no haya sido asesinado en las batallas que se dan en los
desiertos de este país donde cada vez estamos más solos.
5.- Sicarear o sicariar, ¿cómo se conjuga el verbo que se desprende del sustantivo
sicario? Leo un artículo sobre sicarias: mujeres jóvenes que son
reclutadas para asesinar. Nuevas femmes fatales con acento norteño. Las
chicas que caminan en zancos, por fin es desvelada mi duda, ¿quiénes eran
aquellas chicas que veía en distintos puntos de ciudades y poblados norteños
con características particulares que parecían invisibles para los demás nortenativos? En el artículo entrevistan
a tres mujeres jóvenes (y no jóvenas)
que purgan sentencia por haber sido asesinas, sicarias, que trabajaban sicareando
para cárteles y bacrims de la
frontera. Sus ráfagas también cuentan dentro de los números de esta guerra. Una
de ellas dice que como sicarias son
diferentes a los sicarios porque la mujer
piensa antes de actuar y el hombre solo actúa. De repente me da por pensar que
sus asesinatos son más reflexivos, y puede ser que menos violentos.
6.- Reviso el catálogo de Editorial Foc para elegir los libros que reseñaré,
me he comprometido con tres reseñas. En la sección de lírica veo el nombre de
Sergio Loo y su libro Sus labios brazos en mi boca rodando. Lo escojo y
le envío el correo a Anuar Zúñiga para que me envíe el archivo del poemario.
En uno de los festivales del Chilango
Andaluz me presentaron a Sergio Loo. Coincidí luego con él en otros lugares
vinculados al quehacer de la literatura. Compartimos amigos, algunos espacios,
pero solo nos saludábamos, supongo que reconociéndonos.
En la mañana enciendo la computadora, reviso tuiter y facebook, un
camino de pésames va recorriendo el time line. Sergio era muy joven y
estaba condenado. El hecho me impacta, me deja en silencio. No está bien que
tan pronto haya tantos poetas muertos. Pacheco, Fonz, Gelman, Loo. Pienso que
lo de Loo fue lo más injusto, pero no alcanzo a explicarme porqué valoro que
las otras muertes son más justas, o no tan injustas.
«Su cuerpo no era lo
importante», dice Loo en el poema del mismo título, de su libro Sus labios
brazos en mi boca rodando. Que el cuerpo no sea lo importante es un
grave consuelo para el que no puede poseer el otro; para quienes no veremos más
a Loo es igual de grave y por eso lo sentimos. Más adelante, el poema IV, dice:
«Recuéstate cierra los ojos para que con
los ojos cerrados dormido te calque y no conozcas nunca los atónitos rostros de
la gente que de ahora en adelante al verte se preguntará por la veracidad de tu
gravitacional dulzura». Recostado Loo en la tierra del mundo, se pasea con
sus palabras y letras, dulce pero ya no asido a la gravedad, sino como al
enunciar los sonidos del habla, volátil.
Cuando muere un poeta se hace deíctico, porque aunque no se tenga una
referencia física de él, sus versos van para siempre unidos a su persona. En
ese sentido la forma de estar de Loo, ahora que no lo vemos, es las palabras
que nos deja.
7.- Cuando veo las imágenes en video de las protestas ciudadanas en contra
el proceder del Estado en México, pienso en la épica. Una vez en la Facultad de
Filosofía y Letras en clase de Literatura Medieval (no recuerdo si ese era el
nombre exacto de la asignatura) pensé que para volver a escribir poemas épicos
tendría que recurrir al pasado. Pensé que no nos quedaba ninguna épica para
contar. Pero erré. La nueva épica estaba siendo contada a través de los
corridos; y un tipo de épica en específico, estaba narrada en los narcocorridos: una narcoépica.
La batalla que sostiene la ciudadanía en contra de un Estado totalitario
que busca someter la opinión pública, también podría enmarcarse dentro de una épica. No todo es Age of empires.
Podemos contar de héroes y tiranos, de vencedores y vencidos, escribiendo
poemas octosílabos acerca del 1º de diciembre de 2012. El día que Kuykendall
recibió un impacto con bala de goma y que posteriormente, más de un año
después, ocasionó su muerte. Kuykendall fue ejecutado extrajudicialmente por el
Estado. Los responsables responden a los nombres de Enrique Peña Nieto y Miguel
Ángel Mancera.
Kuykendall suscribió la Sexta Declaración de la Selva Lacandona. Era compañero
de los zapatistas, porque ellos entre sí responden al nombre de: compañero.
El poder en el gobierno aparte de asesinar a los civiles económica y
socialmente, emplea sus fuerzas para desarticular a la sociedad organizada, y
en simulacros de enfrentamientos utiliza tanquetas, gases lacrimógenos, toletes
y balas de goma para someter la indignación de las personas. Kuykendal murió
porque el gobierno así lo dispuso. El Estado es el invasor que pretende
conquistar la libertad, voluntad y fuerza de una masa de ciudadanos que
aparentemente no responden a estos choques eléctricos disfrazados de balas de
plomo.
PS.- Cada año que transcurre puede ser resumido un menos de 140 caracteres:
«2013, 10mil 95 homicidios #México»; «2014? homicidios #México».
-Cuando un poeta muere pienso que es como si nos pasara rozando una
bala, que tal vez eso habrán sentido los zapatistas con el asesinato de
Kuykendall. Tal vez eso sintamos todos en un rincón de nuestra mente cada que
asistimos a la plana de un periódico o un noticiario que informan sobre un
nuevo asesinato producto de esta guerra. Porque la poesía poesía y la gente es
más importante que la poesía. La muerte de los poetas beneficia a las
editoriales. La poesía no importa. Como dice el poeta Javier Raya: «(…)
el que exista una industria cultural pues te hace creer que lo que haces es muy
importante, pero si te pones a pensarlo y desapareciera todo lo que hiciste,
todo lo que se supone que has hecho, el mundo no cambiaría mucho, nadie se
daría cuenta, menos en poesía».
-Una vez en una manifestación vi un #tuitcallejero
que decía: «cada muerte es un fin del
mundo». Y sí, todas las mañanas asistimos a fines del mundo, y eso duele.
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