Entrevista con Elia Espen, "Madre de la Plaza de Mayo" enfrentada con el gobierno y con Hebe de Bonafini
Entre las Madres de la Plaza de Mayo, Elia Espen levanta el puño
izquierdo
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Luis Gasulla
Fuente original: Perfil,
29-01-2014
"Me gustaría
decirle un montón de cosas a Cristina"
Tiene 82
años. Dice lo que piensa, le moleste a quien le moleste. Se llama Elia Espen,
es Madre de Plaza de Mayo, y suele apoyar los reclamos de los trabajadores.
Marcha, religiosamente, todos los miércoles con un grupo de jubilados que
exigen el cumplimiento del 82% móvil y fue investigada en el famoso Proyecto X.
En 2012, por aparecer en actos con partidos de izquierda, asegura que la
echaron de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora.
Sentada en la mesa de un bar, a metros del
Congreso de la Nación, Espen recuerda con tristeza el día en que se lo llevaron
a su hijo Hugo, un joven de 27 años, estudiante de arquitectura de la
Universidad de Buenos Aires y militante del PRT.
-¿Le
sorprendió el ascenso del General César Milani?
-Pienso
que el gobierno busca una amnistía encubierta y lo tienen a Milani por si
acaso, por las dudas. Haberlo puesto a Milani es una cosa como decir “no nos van a tocar porque va a salir el
ejército a defendernos”. No pueden salir a defender personas de los
organismos de derechos humanos –se refiere a Hebe de Bonafini- a Milani que
dice que por ser joven no sabía. ¿Y Alfredo Astíz que era? También era joven,
pero el traidor se metió entre nosotras y así hay tres madres desaparecidas.
Ser joven no justifica nada, lo que valen son los hechos. Hoy tenemos a Sergio
Berni, a Milani, y a Alejandro Granados, ¿estos son los que defienden los
derechos humanos?
-¿Qué
opina de la política de derechos humanos durante los gobiernos de Néstor y
Cristina Fernández de Kirchner?
-Siempre
digo lo mismo, que esta política fue impulsada por un matrimonio que estaba en
Santa Cruz haciendo los negociados que hizo. En esa época, cuando las Madres
eran atacadas y perseguidas, ellos –como defensores de los Derechos Humanos-
nos hubieran mandado una esquelita muy chiquitita, que decía “los Kirchner estamos con ustedes” pero
no los conocíamos y tampoco lo hicieron. Cuando vieron la oportunidad de
llenarse de plata, se juntaron, habrán pensado que estas taradas –por las
Madres- las podían engañar de la forma que quisiesen. Siempre hicieron las
cosas en beneficio propio y, el que opina distinto, lo dejan a un lado. Se
olvidan que respetar los derechos humanos es también cuidar a las personas que
no tienen trabajo, educación, salud, que los jubilados estemos ganando bien y
no que la defensora de los derechos humanos –por Cristina- nos haya vetado el
82% móvil.
-Ha
apoyado a los petroleros de Chubut, a los trabajadores despedidos de Kraft, a
los jubilados y ha participado en incontables marchas, ¿la sociedad acompaña?
-La
sociedad no se compromete mucho. Algunos chicos, la juventud, un grupo de
políticos que nos acompañan. Pero viajo todos los días en el tren Sarmiento y
observo que la gente está cansada, trabaja todo el día y se preocupan por sus
cosas. Lo entiendo. Pelean por su supervivencia.
-¿Alguna
vez estuvo en Casa Rosada?
-Nunca me
invitaron, fui una vez por los detenidos uruguayos que los querían extraditar y
fuimos a impedirlo. Estaba con Adolfo Pérez Esquivel. Entramos, esperamos, nos
sentamos para presentar la carta. Cristina no nos recibió, vino un secretario
que nos dijo que la carta llegaría a Presidencia pero jamás nadie nos contestó.
Con los trabajadores de Kraft también fuimos en una camioneta a Olivos, tampoco
nos atendió. Volvimos y nos metimos en las rejas de la Casa Rosada, yo con el
pañuelo. En ese momento estaba en sus oficinas. Le queríamos explicar qué
estaba pasando realmente en Kraft. Ni las rejas pudimos pasar. No soy de las
Madres de Plaza de Mayo de ellos.
-¿Hay
diferencias entre las Madres cercanas al gobierno y otras, críticas, como
usted?
-Totalmente.
Me gustaría mirarla a la cara a Cristina y decirle un montón de cosas.
Educadamente, sin insultos. Pero nunca tuve esa oportunidad
-¿Qué le
diría?
-Que
piense, que piense mucho. Que acá no se trata de favorecer sólo a los amigos y
parientes sino que hay 40 millones de argentinos. Que todos tienen los mismos
derechos. Le diría que se fije por lo que está pasando Félix Díaz, que a los
qom los están matando en el norte, que lo escuche.
-¿Por qué
otros referentes de las organizaciones de derechos humanos están enamorados de
este gobierno?
-No sé cómo
encontrar la palabra justa para no ofender a nadie.
-¿Puede
decir lo que piensa con libertad?
-Yo lo digo.
-¿Le trajo
consecuencias?
-Me han
echado de Línea Fundadora, me ha dejado mucha gente de hablar, pero no me
importa. No me iré de este mundo sin decir lo que pienso.
-¿Molestó
que se junte con partidos de izquierda?
-Molesta
estar en la calle. Pero este gobierno no defiende a los trabajadores y tiene
desaparecidos y no los menciona, como Luciano Arruga, Jorge Julio López. El
ocultamiento del crimen de Paulina Lebbos, ¿no tienen nada para decir?
-¿Qué
significa el pañuelo blanco que lleva puesto?
-Un
santuario, algo sagrado. Yo le di mi pañuelo a una chica, Vicky Moyano, nieta
recuperada que sufrió un montón, que pasó por todo. Entonces se lo di a ella en
un acto por Trosky como homenaje a todos aquellos que están en la lucha. Jamás
se lo daría a Aníbal Fernández (en diciembre del 2013, Hebe de Bonafini le
entregó su pañuelo blanco al senador del Frente Para la Victoria, el ex
intendente de Quilmes por ser “un genio”).
-¿Hace
mucho que no ve en persona a Hebe de Bonafini?
-Hace
añares que no hablamos. En la separación de 1986, una de ellas, Juanita –por
Juana Meller- con quien hablábamos mucho, me pidió que me quedara con ellas,
que me harían bordar el pañuelo. Por suerte me fui a Línea Fundadora. Te
repito, no quiero que mis hijas y nietas me digan el día de mañana que no hice
nada, que no estuve en la calle luchando sino detrás de un escritorio juntando
papeles y plata.
-¿Qué país
sueña?
-Quiero un
país donde pueda caminar, no mirarnos con odio, porque este gobierno consiguió
eso, enemistar a todos los que piensan distinto. Podes ser comunista,
peronista, radical, socialista, de derecha, lo que quieras, pero hoy no es así.
Que haya trabajo y libertad de expresión en serio, dejando de lado las banderas
partidarias. Lo tenemos que conseguir entre todos, la unidad es lo importante.
Eso quería mi hijo, Hugo. “Yo sé que
habrá que pelearla mucho pero lo conseguiremos” me dijo días antes del 18
de febrero de 1977 cuando se lo llevaron. Era sábado, temprano, en nuestra casa
de Flores, en Páez y Boyacá. Hugo me contaba que desaparecían compañeros de la
facultad, ahí le dije “¿Por qué no te vas
del país?”. “Yo me tengo que quedar,
tengo que estar acá”, me respondió con sus 27 años. Ese día, perdí mi oído
derecho por los golpes que me dieron. Tiempo después me contaron lo que le
habían hecho a Hugo, las torturas y los vuelos de la muerte. El día que conocí
a Azucena Villaflor, cambió nuestra vida. Ella sabía muy bien cómo organizarse.
Ella nos decía a qué iglesias ir para buscar ayuda. Ese año, me tocó ir a la iglesia
Britania, en Medrano y Sarmiento, poco antes de que desaparecieran a las
madres. De repente, un muchacho se acercó y nos dice: ¡Te tenés que ir! No sé si habré hecho bien en irme. Pero no
estaría acá contando la historia de mi vida.
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