por Laura Castellanos
Viernes, 29 de noviembre de 2013
Fuente: El Universal
La crisis humanitaria
en la Alta Montaña de Guerrero provocó una alza de 20% en la migración, con
respecto a 2012, indica Tlachinollan
MALINALTEPEC, GUERRERO. La
tarde está nublada y fría y Carlos Issac Torres no juega en el campamento de
damnificados de Tejocote, Manilaltepec, en la Alta Montaña de Guerrero, a
pie de carretera. El niño de cuatro años está enfermo. Tiene gripa y calentura
y duerme dentro de la pequeña tienda improvisada con un plástico negro
sostenido por un tronco.
Una cobija cuelga a la entrada de la tienda a modo de puerta que
contenga el aire helado de la región boscosa. El pequeño indígena yace en una
colchoneta individual de lona, a ras del suelo. El mobiliario consiste en otra
colchoneta más y una silla pequeña. Hay en el piso una garrafa de agua y un
traste con un puñado de chiles habaneros.
Ese día el niño me’phaa comió un pedazo de elote, un poco de sopa y
quelite cocido. El quelite abunda en los cerros tras las lluvias. Pero no
abunda el maíz ni otros alimentos. La madrugada del 15 de septiembre, tras el
azote de los ciclones Ingrid y Manuel, Tejocote sufrió desgajamientos de cerros
que provocaron la muerte de siete personas, entre ellas cuatro niñas, dañaron
casas y devastaron las milpas y las huertas de árboles frutales.
Su familia perdió casi la mitad de las dos hectáreas de su parcela por
el derrumbe del cerro. La otra parte se afectó por tanta lluvia. Dice su
familia que las mazorcas quedaron enjutas, “tristes,
podridas”.
Es por eso que su padre, Marciano Torres, campesino prieto, macizo, se
acerca al fogón y toma el único elote asado al carbón como si se tratara de un
bien preciado. Entra a la tienda y le dice a su esposa, mirando al
pequeño con ternura, de reojo: “Es para
el bebé”.
HAMBRUNA EN LA MONTAÑA
Una camioneta de redilas
desvencijada que viene de la ciudad de Tlapa, a hora y media del campamento,
arriba a la colonia damnificada. Desde el altavoz en chofer anuncia que
venden jitomate, chile verde, papa, cebolla… A pesar de no tener despensa, la
familia Torres no compra nada.
La señora que pesa las verduras espera al lado de la camioneta. Pasan
10, 15, 20 minutos. Ni un cliente.
“No tienen dinero, muy poco, casi no hemos
vendido nada”, dice. Y cuando le compran, se llevan “de cinco a 10 pesos de chile o de jitomate”.
El campamento alberga a 139 familias que suman 930 personas, más de la
tercera parte infantes, instaladas en tiendas improvisadas que enfrentan la
carencia de alimento y de servicios mínimos. Éste concentra prácticamente la
población total de Tejocote, que según el censo del 2010, es de 1039 personas.
Este es uno de los siete asentamientos de damnificados en la región. El
Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan dice que hay más de 40
desplazamientos de familias damnificadas en la Montaña.
El representante del campamento de Tejocote, Tiburcio Paulino Ruíz,
expresa que las familias enfrentan una situación de hambruna, pues hace casi un
mes recibieron 400 kilos de maíz que se consumieron rápidamente por el millar
de damnificados, pues el grano es su dieta principal.
A cada familia le correspondió únicamente 2 kilos y medio de maíz. A
todo el grupo se le dotó además de 80 kilos de frijol y de una sola dotación de
despensa por familia con un litro aceite, un kilo azúcar, un kilo de frijol y
una lata de sardina. Fue todo.
Los ciclones además destruyeron las milpas, que estaban a punto de ser
cosechadas, por lo que ahora su único alimento, dice Ruíz, es la reserva del
grano de la cosecha anterior pero que está a punto de terminárseles.
“La gente está comiendo lo poco que tiene en la
casa, lo que sobró de mazorca, de ahí se junta y aquí se hace alimento para
todos”.
Además, añade: “Nos engañó el DIF
(Desarrollo Integral de la Familia) estatal,
que nos iba a mandar un molino para el nixtamal de las señoras y no nos
ha llegado hasta ahorita”.
Tejocote, y seis comunidades más del municipio de Malinaltepec,
registran un fenómeno migratorio incipiente en busca de trabajo y de comida que
anteriormente no tenía, de acuerdo a Margarita Nemecio, activista de
Tlachinollan,
“Ahora ocurre en seis comunidades en
Malinaltepec, son muchas para un municipio que no presentaba flujo migratorio,
y eso también está sucediendo en otros como San Luis Acatlán e Iliatenco”, dice.
Nemecio observa que por la crisis humanitaria de la Montaña hay un
aumento del 20 por ciento de jornaleros migrantes con respecto al año 2012.
Crescencio Flores Sánchez, del Consejo de Jornaleros Agrícolas de La
Montaña, que reporta la actividad migratoria de jornaleros de 17 municipios,
asegura que de septiembre hasta el 28 de noviembre 5 mil 878 pizcadores
migraron en comparación con 4733 que lo hicieron en el mismo periodo del año
anterior.
El aumento de esta emigración, dice, es porque “perdieron todo, la
cosecha, la casa, ya no tienen nada”. Detalla: “algunos cuentan que les dieron
medio kilo de arroz, medio litro de aceite, pero que eso no les alcanzó para
nada”.
Precisa que en ese lapso han salido 93 camiones con mujeres y hombres
jornaleros llevados por contratistas a estados como Baja California Norte
y Sur, Sinaloa, Chihuahua, Jalisco, Michoacán y Morelos, con sueldos de 70 a 75
pesos por día.
MAIZ SAGRADO
El cerro donde se asienta la
casa de cemento de Torres se derrumbó como si fuera un pastel de varios pisos
escalonados. En un pedazo de escalón quedó la vivienda fracturada. La
milpa quedó hecha trizas en un escalón inferior de un metro de profundidad. El
terreno de la parcela luce desgajado.
Todo el pueblo, que está a kilómetro y medio del campamento, tiene
derrumbes.
Al lado de la casa de Torres está una de adobe, la de sus padres.
El anciano me’phaa mira el maizal: “De
mi parte tengo tristeza, la milpa es vida de nosotros y ya no tengo otro
terreno donde trabajar y para este año que viene para sembrar no tengo dónde”,
expresa.
Torres nos lleva a la pequeña troje donde su familia guarda su tesoro:
lo que les queda de maíz de la cosecha anterior, porque la pizca de este año,
que precisamente empezarían en noviembre, está perdida.
-Esto- muestra una mazorca- es lo más sagrado para nosotros.
-¿Para cuánto tiempo les alcanzará?
-Para un mes.
Además de sus padres, su esposa y su niño, Torres tiene tres hijos
adolescentes. La familia se alterna para dormir en el campamento y las casas
dañadas por varias razones: en su tienda sólo cuentan con dos colchonetas para
siete adultos y un niño, evitan que se enfermen sus padres, y deben hacer
guardias en sus propiedades para evitar saqueos y el robo de sus borregos.
TERRITORIO MINADO
El sábado pasado, entre el
pueblo y el campamento, ocurrió un derrumbe en un camino de terracería a borde
de una montaña. En lugar de camino quedó un abismo de tres metros de tierra
color amarillo bronce.
Esa tarde nublada, Tiburcio Paulino Ruíz, el representante del
campamento, junto con Torres, nos llevaron al sitio para narrarnos el hecho.
Ruíz dice que eran las siete y media de la mañana cuando unos
damnificados le reportaron el desastre y fue a constarlo.
“Yo estaba parado
exactamente en este lugar cuando se bajó ese tramo de tierra y se hundió esta
parte, pero cuestiones de segundo, para mí eran menos de cinco segundos, y ya
no tenemos paso para ir para allá, a Moyotepec”, explica.
Abel Barrera, director de Tlachinollan, dice que las valoraciones de los
daños a comunidades como Tejocote, se han hecho al vapor, además de que se les
niega la información.
“La visita ha sido simplemente para tomar
algunos datos de viviendas que se perdieron, no hay un diagnóstico integral de
los riesgos que está corriendo la comunidad”, dice
Para el activista esto revela la ausencia de un programa integral de
atención a la población damnificada, lo que en su opinión se ve en el
campamento a cincuenta días del desastre natural: falta de viviendas para
soportar el frío y la lluvia, de atención médica, ausencia del servicio de luz,
y especialmente carencia de alimento.
Indica que su organización no gubernamental ha solicitado al gobierno
federal un programa de abasto de maíz de 30 mil toneladas para un universo de
200 comunidades, lo que proveería de tonelada y media de maíz a cada familia
para todo el año.
Se trataría de “un programa de
abasto de maíz integrado a comunidad que sea motor, que ayude al proceso de
reconstrucción comunitaria y de las capacidades productivas”.
MÁS TORMENTAS
La noche anuncia su arribo a Tejocote. El fogón de la familia Torres
está vacío. El campesino sale de la tienda, eleva la mirada al cielo negro. “Hoy en la noche va a llover”, dice. “Viene el porrazo fuerte”. El niño no
despierta.
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