ALAI,
América Latina en Movimiento
México, 2013-10-24
México, 2013-10-24
En uno de sus cuentos
más emblemáticos, Juan Rulfo hace decir al entrañable personaje de Macario: “estoy sentado junto a la alcantarilla
aguardando a que salgan las ranas”.[3] Debo confesar (mal comienzo, diría mi abuela), que
a mí me pasa más o menos igual: estoy sentado junto a ustedes aguardando a que
salgan las palabras; que se acomoden unas al ladito de las otras y digan, todas
juntas, un mi pensamiento sobre un tema del que muchas y muchos ya han hablado
y escrito por montones.
No se crean que es fácil estar aquí esta noche con
ustedes. En primer lugar, porque siendo este un evento enmarcado en un festival
reivindicativo de la cultura maya a contrapelo del que organizan los señores
del poder y de dinero y las damas que los acompañan, la primera pregunta que
puede surgir es: “¿qué hace un huach que ni siquiera puede
pronunciar correctamente el nombre de nuestra fiesta sentado en esta mesa sin
mesa?”. En segundo lugar, porque si bien soy heredero de esa tradición un
tanto cuanto juglaresca que en estas tierras se alimenta, por un lado, del balts’am
maya y, por otro, del cómico de la legua español, no tengo las credenciales
académicas para venir aquí y recetarles por las trompas de Eustaquio (Rockdrigo
González dixit)[4]
un mi chorema sobre el tema que nos convoca:
el neozapatismo y su papel en la revaloración de la cultura maya.
Provocativo título el de esta mesa-panel, ¿no
creen?; pues, parte de dos premisas: la una, que la cultura maya ha sido
revalorada; la otra, que en su revaloración eso que Carlos A. Aguirre Rojas
llama neozapatismo ha jugado algún papel. Como mero ejercicio, podría
invitarles a que, para abordar esta provocación, diseccionemos la frase que nos
convoca esta noche y, como dice el chiste que dice lo que dice Jack «El Destripador», nos vayamos por partes
y nos preguntemos qué entendemos por neozapatismo, qué por cultura maya,
qué por revaloración y si el primero ha jugado un papel en la revaloración de
la segunda.
Dije: “podría
invitarles”; sin embargo, de solo imaginar las expresiones en sus rostros
ante lo que parece más una amenaza que una invitación, creo que por ahora
(quizás después podamos armar un seminario para charlar sobre todo esto) lo
mejor sería desistir de ello. No obstante, entre el titipuchal de ideas,
recuerdos de notas, artículos guardados en el ordenador y necesidades
personales, me vienen a la mente unos cuantos textos que hoy quiero aprovechar
para compartir con ustedes.
Originalmente, la palabra cultura significaba “cultivo de la tierra”; pero, luego, por
extensión, se usó como “cultivo de las
especies humanas”. Posteriormente, alternada con la palabra civilización,
también derivada del latín, se empleó como oposición a salvajismo, barbarie o
rusticidad, de suerte que alguien “civilizado”
era también alguien “culto”. No es
sino hasta con el romanticismo que se hace una diferencia entre civilización y
cultura, reservando para el primer término el desarrollo económico y tecnológico,
“lo material”, y, para el segundo, lo
“espiritual”: el cultivo de las
facultades intelectuales, dando cabida a lo que tuviera que ver con la
filosofía, la ciencia, el arte, la religión, etcétera.
Sin embargo, aún se entendía la cualidad de “culto” no tanto como un rasgo social,
sino como individual. Las corrientes teóricas de la sociología redefinieron el
término, entendiéndolo con un sentido más amplio, refiriéndose a los diversos
aspectos de la vida social. En general, hoy se piensa a la cultura como el
conjunto total de los actos humanos en una comunidad dada, ya sean éstos prácticas económicas, artísticas,
científicas o cualesquiera otras, determinando que toda práctica humana que
supere la naturaleza biológica es una práctica
cultural.
La palabra cultura se emplea frecuentemente en el
lenguaje común para designar a un conjunto más o menos limitado de
conocimientos, habilidades y formas de sensibilidad que les permiten a ciertos
individuos apreciar, entender y/o producir una clase particular de bienes, que
se agrupan principalmente en las llamadas bellas artes y en algunas
otras actividades intelectuales. Pero, según esta manera de entenderla, la
cultura se convierte en patrimonio de unos pocos; el común de los mortales debe
“elevarse” a los niveles donde está
la cultura y, en correspondencia, se hacen esfuerzos para “llevar la cultura al pueblo”. Frente a esa concepción elitista de
la cultura, existe otra noción, elaborada principalmente por la antropología,
según la cual la cultura es el conjunto de símbolos, valores, actitudes,
habilidades, conocimientos, significados, formas de comunicación y de
organización sociales, y bienes materiales, que hacen posible la vida de una
sociedad determinada y le permiten transformarse y reproducirse como tal, de
una generación a las siguientes. A partir de esta concepción de cultura, deja
de tener sentido hablar de pueblos o individuos “cultos” e “incultos”;
todos tenemos cultura, nuestra propia y particular cultura.[5]
Creo que es importante remarcar el sentido
reflexivo autorreferencial que tiene la definición de la cultura produciendo
lenguaje, roles, símbolos, ritos, mitos e instituciones que producen la
cultura; o sea, la cultura definida en términos de la red social que es
definida en términos de la cultura. Como la sociedad que es “producida” a su vez por el individuo
que es “producido” por la sociedad.[6] Por lo tanto, no existe “La Kultura”[7] (única, universal), sino las culturas
(múltiples, diversas). Sin embargo, existen transversalmente dos grandes
sistemas culturales antagónicos: la cultura institucional, oficial, dominante o
hegemónica, que tiene un claro botón de muestra en el Festival Internacional de
la Cultura Maya que organizan los tres niveles del poder Ejecutivo en Yucatán,
y la cultura, popular y alternativa, que sobrevive y resiste, y que, entiendo,
quiere expresarse en la Cha’anil Kaaj, la fiesta del pueblo, que esta
noche nos convoca. A esta cultura se le denomina a menudo como cultura
marginal (que está afuera de los márgenes o límites del espacio cultural o,
de plano, en las alcantarillas o el subsuelo), subalterna (que no llega
a cultura, es inferior, sub, y va después de la “verdadera cultura”), contracultura (que se opone o rechaza
a la “verdadera cultura”, pues, se
caracteriza por la protesta y la reacción, no por la propuesta y la acción) [8] o popular (que, o bien se ubica
sólo en las capas bajas de la población, en la tradición y en el
folclor, o bien se caracteriza por sus procesos y formas de producción
circunscritas a lo artesanal y lo inacabado).[9]
Rudolf Rocker sostiene que la cultura no se crea
por decreto; se crea a sí misma y surge (…) de las necesidades de los seres
humanos y de su cooperación social. Los valores culturales no brotan por
indicaciones de instancias superiores, no se dejan imponer por decretos ni
vivificar por decisiones de asambleas legislativas o por potentados de las
instituciones políticas de dominio; éstos sólo recibieron una cultura ya
existente y desarrollada para ponerla al servicio de sus aspiraciones
particulares de gobierno. Pero con ello, continúa Rocker, pusieron el hacha en
las raíces de todo desenvolvimiento cultural ulterior, pues en el mismo grado
que se afianzó el poder político y sometió todos los dominios de la vida social
a su influencia, se operó la petrificación interna de las viejas formas
culturales, hasta que, en el área de su anterior círculo de influencia, no pudo
volver a brotar una sola chispa de verdadera vida.[10]
Por su parte, Ignacio Betancourt coincide en que la
cultura es una dinámica naturalmente horizontal [que] no se puede otorgar o
sustraer [porque] no es un objeto (…) ningún gobierno, por más paternalista o
autoritario que sea, podrá determinarla en su totalidad (…) Se puede impedir su
desarrollo, dificultar su evolución, eso sí, y las muestras de ello están a la
orden del día: vaya, las y los artistas escénicos que a mediados de junio de
2013 entregaron sendas cartas al secretario de las Culturas y las Artes de
Yucatán y a su jefe, el señor gobernador del estado, aún siguen esperando una
respuesta formal y por escrito como lo demanda la Carta Magna que nos rige y
que no sea la simulación de un diálogo que nada más buscará tenerlos tranquilos
y sin hacer olas. Por ello, más que “llevarla
a los ignorantes”, una sana labor gubernamental consistiría simplemente en
propiciar condiciones para que la implícita heterogeneidad de toda sociedad
pueda desarrollarse; se trata de no estorbar, no de imponer.[11]
Para Guillermo Bonfil Batalla, el problema es un
asunto de control cultural, entendiéndolo como la capacidad de decisión sobre
los elementos culturales. Como la cultura es un fenómeno social, la capacidad
de decisión que define al control cultural es también una capacidad social, lo
que implica que, aunque las decisiones las tomen individuos, el conjunto social
dispone, a su vez, de formas de control sobre ellas.[12] Todo proyecto cultural, sostiene
Bonfil Batalla, requiere la puesta en acción de elementos culturales. No sólo
para realizarlo: también para formularlo, para imaginarlo. Los elementos
culturales hacen posible al proyecto; también fijan sus límites, lo acotan, lo
condicionan históricamente. En términos etnográficos, descriptivos, la cultura
es una sola, abigarrada, contradictoria, híbrida si se quiere. Al analizarla en
términos de control cultural, es decir, al introducir una dimensión política
(decisión, control: poder) se definen diferentes niveles de relaciones entre
sociedad y cultura trascendiendo la mera descripción; aparece entonces su
composición en cuatro sectores:
a)
Cultura autónoma: el grupo social
posee el poder de decisión sobre sus propios elementos culturales, siendo capaz
de producirlos, usarlos y reproducirlos;
b)
Cultura impuesta: ni las decisiones
ni los elementos culturales puestos en juego son del grupo social, los
resultados, sin embargo, entran a formar parte de la cultura total del propio
grupo;
c)
Cultura apropiada: los elementos
culturales son ajenos, en el sentido de que su producción y/o reproducción no
está bajo el control cultural del grupo, pero éste los usa y decide sobre
ellos, y
d)
Cultura enajenada: aunque los
elementos culturales siguen siendo propios, la decisión sobre ellos es
expropiada.[13]
Ahora bien, estos
sectores o, como dijera Juan Machín Ramírez, estos grandes sistemas culturales
no conforman una realidad maniquea: blanco o negro, sino todo un espectro de
tonalidades, incluso de diferentes colores. La regla, más que la excepción, es
la interacción no lineal (violenta o no) entre ellos y, en su interior
coexisten una pluralidad de subsistemas heterogéneos, se da una dispersión de
los centros, multipolaridad de iniciativas, la reorganización cultural del
poder multideterminada. En este sentido, las culturas han producido algunas
formas/procesos estereotipados para producir seguridad. Se trata de contextos
que, en manera estable y evidente, permiten el control de la alteridad. Uno de
esos procesos es la representación social. La representación social está
constituida por una imagen y un significado, y tiene como finalidad asegurar el
control sobre la precisión de los fenómenos sociales (incluyendo su
organización). Por lo tanto, todo lo que tiende a modificar una representación
social produce incertidumbre e inseguridad. Dado que su tarea es la de resistir
al cambio, no promoverlo, por consecuencia ella recupera la seguridad
homologando la alteridad o expulsándola. Solamente de esta manera recupera el
control: ignorando/negando la alteridad/diversidad-del-otro o ignorando la
similitud que reside en toda alteridad.[14]
Creo que para
reflexionar si el neozapatismo ha jugado o no un papel en lo que decimos
es la revaloración de la cultura maya, podríamos empezar por preguntarnos si la
presencia del neozapatismo (ojo: su presencia, no su irrupción pública;
el llamado neozapatismo se fue construyendo a sí mismo en su
interrelación con el mundo indígena que lo acunó cual caldo de cultivo desde
principios de la década de los ochenta del siglo pasado y sin esa experiencia
es imposible acercarse siquiera a entenderlo); preguntarnos si la presencia del
neozapatismo, retomo, modificó lo que, por representación social,
entendemos por cultura maya. Y cuando digo, “entendemos”,
me refiero tanto a quienes se autonombran mayas cuanto a quienes nos
autonombramos no-mayas: los otros; los que, como dijera la Mayor Ana María, «Somos iguales porque somos diferentes».[15] Preguntarnos, pues, si el neozapatismo
ha incidido en los sistemas culturales simbólicos, rituales y míticos que las
mismas culturas, en este caso las mayas y las no-mayas, producen para controlar
la alteridad.
En forma muy
simplificada y con toda intención paradójica, podemos decir que los mitos son
sistemas narrativos que explican lo inexplicable, los ritos son sistemas de
prácticas para controlar lo incontrolable y los símbolos son sistemas de signos
para representar lo irrepresentable. Los símbolos, ritos y mitos sirven para
enfrentar, resolviendo en el plano simbólico, las contradicciones sociales que
no es posible resolver de otro modo, implican valores ocultos o implícitos
importantes. Permiten a la comunidad, por un lado, la elaboración de la amenaza
representada por el cambio y, por el otro, la posibilidad de reforzar la
estabilidad organizativa del sistema al controlar el cambio. Trabajan como
procesos de “regulación”: crean una
representación (símbolo) y un mecanismo de control (rito), enmarcados en un
gran relato (mito) que le confiere sentido.[16]
Hace casi 20 años, la
noche del 31 de diciembre de 1993, el maquillaje con el que los paladines del
neoliberalismo habían intentado ocultar la miseria, el despojo, la muerte, la
burla y el abandono que servían de materia prima a la puesta en escena de un
país que anunciaba con bombo y platillo su entrada al primer mundo, se
descorrió. Había quedado al desnudo el aprendiz de virrey que muy pronto
mostraría su talante gangsteril manchándose con la sangre de sus propios
correligionarios; pero no solo el neotlatoani que despachaba en Los
Pinos estaba siendo evidenciado, la podredumbre toda de una nación construida
sobre el saqueo y el desprecio interminables de sus pueblos originarios
también, de pronto, se descubrió sin el antifaz que velaba el gesto racista.
Pasamontañas,
paliacates, fusiles de madera y un torrente de tinta esbozando lo mismo
posmodernos escarabajos quijotescos fumando en pipa que viejos indígenas
respondiendo con milenario silencio a todo lo que se les preguntaba ocuparon
los espacios donde la palabra, el sentir, el quehacer y el pensamiento de
aquellos pueblos primeros siempre habían sido expulsados. No obstante, la
respuesta, aunque disfrazada por los medios capitalistas de comunicación,
siguió siendo la misma y a las balas, la quema de las cosechas, el
envenenamiento de las aguas, el robo del ganado, la persecución hasta el
corazón de la montaña, le acompañaron la descalificación de los periodistas e
historiadores a sueldo que encontraban el hilo negro de la supuesta impostura,
las negociaciones que pondrían la mesa a las órdenes de aprehensión, los
acuerdos que se firmarían para no cumplirse nunca, los silencios cómplices del
nacionalismo con todo y moñito tricolor.
La miseria, el
despojo, la muerte, la burla y el abandono, agazapados en medio de los
discursos políticamente correctos, asomaron la cabeza de nuevo: “yo también soy zapatista –dijo el
virrey– mi hijo se llama Emiliano” y
sentó las bases para que su sucesor militarizara el país y nos envolviera en
una guerra de baja intensidad donde la contrainsurgencia y el combate al
narcotráfico van juntitos de la mano. Sin embargo, por más miseria, despojo,
muerte, burla y abandono que receten, los señores del poder y del dinero y las
damas que los acompañan, precisan de montar, ellos sí, sus megalómanas
imposturas, pues, con todo y las luces y el sonido con que saturan el paisaje,
no consiguen acallar el silencio de quienes hoy y siempre les han puesto frente
al espejo de su inocultable racismo.
En La larga
travesía del dolor a la esperanza, un señor que a lo largo de estos 20 años
ha convocado los enamoramientos y posteriores odios de quienes en su racismo lo
adoptaron como rockstar para no mirar lo que la palabra indígena
zapatista gritaba a los cuatro vientos, escribió algo que hoy, en vísperas del
festival de Peña Nieto, Zapata Bello y Esma Bazán, quiero compartirles.
INSTRUCCIONES PARA
SER NOMBRADO “HOMBRE DEL AÑO”
1. Acomode, con cuidado, un funcionario tecnócrata,
un opositor arrepentido, un empresario prestanombres, un charro sindical, un
casateniente, un finquero, un alquimista computacional, un “brillante” intelectual, una televisión, una radio, y un partido
oficial. Ponga en un frasco aparte y rotule: “Modernidad”.
2. Tome un obrero agrícola, un campesino sin tierra,
un desempleado, un obrero industrial, un maestro sin plaza, un ama de casa
inconforme, un solicitante de vivienda y servicios, lo poco de prensa honesta,
un estudiante, un homosexual, un opositor al régimen. Divida tanto como le sea
posible. Ponga en un frasco aparte y rotule: “Anti-México”.
3. Tome un indígena. Separe las artesanías y tómele
una foto al indígena. Ponga las artesanías y la foto en un frasco aparte y
rotule: “Tradición”.
4. Al indígena póngalo en otro frasco aparte y
rotule: “Prescindible”.
5. Bien, ahora abra una tienda con un gran letrero
que diga:
“México. Gran liquidación”
6. Sonría en la foto. Que el maquillaje cubra las
ojeras que le producen tantas pesadillas.
Nota: tenga siempre a la mano un policía, un soldado y
un boleto al extranjero. Se pueden necesitar en cualquier momento.[17]
Yo, señoras y
señores, caramelos y bolitas, soy solo un cómico; en el Siglo XVII a los de mi
calaña les pegaban en las puertas de sus casas letreros donde se hacía saber
que nuestro oficio lo repudian clérigos y soldados, enoja a políticos y
usureros y abjuran de él escribanos e hidalgos, porque nuestra bolsa es
endeble, nuestro verbo maligno, nos acompañamos de poetas y otros menesterosos
y, por si fuera poco, queremos vivir de nuestras artes malsanas. Además, ya
ustedes se han dado cuenta, soy un huach sin remedio. ¿Cómo podría
decirles cuál ha sido el papel que ha jugado el neozapatismo en la
revaloración de la cultura maya? Yo no puedo hacer eso. Si acaso podría
contarles del chingo de obras de teatro, canciones, poemas, películas
documentales y de ficción, exposiciones, coreografías, instalaciones,
performances, esculturas, pinturas, fotos y choros que motivados por el neozapatismo
se han montado, cantado, respirado, filmado, presentado, bailado, articulado,
operado, pintado, esculpido, tomado y escrito en un titipuchal de lenguas e
idiomas para hablar, más que de la cultura maya, de las y los seres humanos,
sus sueños, sus miedos, sus luchas, sus fiestas… de su dignidad.
Por otra parte, más
que revaloración de la cultura maya, ésa que pueden poner en el frasquito que
dice “Tradición”, les confieso que me
interesa mucho más la revaloración de aquella o aquél a quien nombramos maya y
se nombra maya, yoreme, tenek, tlahuica, tehua, tojolabal, totonaco, triqui,
tzeltal, tzotzil, wixárika, yaqui, binizaa, zoque, kumiai, mayo, mazahua,
mazateco, mixe, amuzgo, cora, cuicateco, chinanteco, chocholteco, chol,
pericuri, guaycuri, cochimi, chontal, guarijío, coca, paipai, kiliwa, huasteco,
huave, kikapu, cucapá, tepehuano, chichimeca, mame, matlatzinca, ñuu
savi, nahua, ñahñu, tohono o’odham, pame, popoluca, p’uréhpecha, concaá,
rarámuri, achumi, ahniyvwiya, lakota, ndee, kuma, naabeehó dine’é, aqwesasne,
mohawk, salish, anisnawbe, cayuga, onondaga, ojibwa, hopi, secwepme, tuscarora,
ktnuxa, creek, gitxaan, guaraní, kekchí, mapuche, tarapacá, maipú, aymar,
kichwa, mam, lenca, miskito, inka…
Ustedes perdonen si
no he podido a lo largo de este mi chorema
responder a una sola de las preguntas que hice al principio y que así, con este
cinismo, sin responderlas, me despida; no sin antes decir, copiándole a Javier
Sicilia, que exijo justicia para Juan Francisco Kuykendall, la aparición con
vida de Teodulfo Torres Soriano, la liberación de todas las presas y todos los
presos políticos, por conciencia o injustamente, el castigo a todos los
culpables por acción u omisión de feminicidio (empezando por el Estado
mexicano) y que se respeten los Acuerdos de San Andrés… Aunque, bien
mirado, sí puedo responder a una de ellas: “¿qué
hace un huach que ni siquiera
puede pronunciar correctamente el nombre de nuestra fiesta sentado en esta mesa
sin mesa?” Nada, no hace nada; es solo un intruso que se coló porque se
veía que la fiesta estaba buena y se antojaba y que, aprovechando que le
invitaron, no le queda sino decir en la lengua de sus abuelas guachichilas: tlasokamati/muchas
gracias.
La presente ponencia se presentó en la mesa-panel «El neozapatismo
y su papel en la revaloración de la cultura maya», llevada a cabo el 15 de
octubre de 2013 en el marco del Festival Maya Independiente «Cha’anil Kaaj».
Sebastián
Liera es actor y director de teatro, docente y promotor sociocultural; en tanto
adherente de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona emitida
por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en junio de 2005, se articula
en torno al proyecto La Sexta Chilanga y, recientemente, a la unidad
organizativa de trabajo La Sexta Uayé, en el estado de Yucatán.
NOTAS
[3] Rulfo, Juan. «Macario»,
en Pedro Páramo. El llano en llamas.
Planeta-De Agostini, 1985
[4]
González, Rodrigo. El profeta del nopal.
Pentagrama, 1986.
[5] Bonfil Batalla, Guillermo. «Nuestro patrimonio cultural», en Pensar
nuestra cultura. Alianza Editoral, 1992.
[6] Machín Ramírez, Juan. Calacas, chamacos y chinelos, fiestas tradicionales y promoción
juvenil. Cedoj-Cultura Joven, A.C., 1999.
[7] Para Bonfil Batalla, ésta concepción sobre la
cultura implica la jerarquización de las manifestaciones culturales dentro de
un orden universal, o que se plantea como tal; de suerte que la cultura
propiamente dicha se considera como un conjunto breve de temas y prácticas que
pueden no formar parte del horizonte de preocupaciones de un individuo o una
colectividad. («La querella por la
cultura», en Pensar nuestra cultura).
[8]
Machín Ramírez, Juan. Op. Cit.
[9] Varas, Alejandro; Betancourt, Fernando;
Betancourt, Ignacio; Huerta, María Raquel. Una
experiencia cultural de la sociedad civil. Unión de Vecinos y
Damnificados «19 de Septiembre»,
1995.
[10]
Rocker, Rudolf. Nacionalismo y cultura.
Alebrije, 1949.
[11]
Varas, Alejandro. Et. Al. Op. Cit.
[12] Bonfil Batalla, Guillermo. «Lo propio y lo ajeno: una aproximación al problema del control cultural»,
en Pensar nuestra cultura. Alianza
Editoral, 1992.
[13]
Ibíd.
[14]
Machín Ramírez, Juan. Op. Cit.
[15] Ana María, Mayor Insurgente. «Discurso inaugural del Primer Encuentro Intercontinental por la
Humanidad y contra el Neoliberalismo», en Chiapas,
3. Era, 1996.
[16]
Machín Ramírez, Juan. Op. Cit.
[17] Marcos, Subcomandante Insurgente. «La larga travesía del dolor a la esperanza»,
en EZLN. Documentos y comunicados,
2. Era, 1995.
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