por Mario T.
UAM Xochimilco en paro, 19 de septiembre de 2013
Un compañero escribió en su
cuaderno una conmovedora reflexión acerca de su experiencia en el paro de la
UAM-Xochimilco. Le pedimos permiso para subirla a la red y compartirla.
El miedo y la adrenalina me corre por la sangre. Sólo le avise a mi
hermana Bertha que me tenía que quedar en la universidad por apoyar a los
profesores que luchan por echar abajo la reforma educativa. No sé si vaya a
pasarme algo, pero siento la necesidad de hacerlo. Le digo que no le diga a mis
papás, pero le aviso por si me pasa algo. Como que mi hermana no entendió bien,
pero me dice que me cuide. No lo niego, tengo miedo.
Junto con decenas de alumnos de la UAM-Xochimilco acompaño a cerrar las
puertas ubicadas en Calzada de Hueso, con lo que comienza el paro en apoyo a la
CNTE y que muchas universidades también se suman. Esa puerta por la que siempre
entro muy gustoso. Esas puertas que tanto luché por que estuvieran abiertas
para mí, hoy las estoy cerrando... Pero sé que es necesario. Un compañero
escribe en letra chiquita: “Cerramos la
universidad para que permanezca abierta para todos”. No creo que lo vaya a
leer mucha gente, pero la consigna me agrada y se graba en mi mente.
No conozco a nadie, sólo a otro compañero del TID, pero él es originario
de aquí y viene de un CCH, dice que esto es normal para él. En mi bachillerato
jamás pasó algo así. ¡Jamás pensé en estar en un paro! Sólo llevo tres semanas
en el DF y parece ser un mundo totalmente distinto al que por 18 años conocí
ahí en Arcelia, Guerrero.
Algunos compañeros junto a mi llevan la cara cubierta por futuras
represalias. Dicen algunos que las autoridades de la universidad pueden
levantar actas y pueden llegar a expulsarlos. Eso me da miedo. Otros no se
cubren y hacen las cosas al parecer con experiencia. Saben que hacer y lo hacen
en automático. Entre varios tapan dos cámaras de seguridad. La noche avanza.
Sigo teniendo miedo. Me pongo a imaginar que estaría haciendo hoy, como
es costumbre, en ese cuarto de azotea que rento en la zona de Tláhuac. Ver la
televisión, leer las copias de esos libros del TID y seguir pensando en el tema
de investigación que tengo que desarrollar junto con mi equipo. No lo niego,
creo que es más confortable estar en esa cama, bueno, a ese colchón de hule en
el suelo, que últimamente no termina de ayudarme a protegerme del frío y a
descansar. Pero no, estoy aquí junto con varias mujeres que también con el
rostro cubierto toman una cadena y cierran el estacionamiento.
Sigo teniendo miedo. Nos dirigimos a Calzada de Hueso. A lo lejos veo
que hay dos vigilantes. Me da miedo y me pregunto que si nos pueden hacer algo.
Pero a lo lejos también veo a alguien detrás de las puertas. Conforme vamos
llegando a las puertas blancas, veo que es una mujer. Casi no se distingue por
la oscuridad de la noche. Sigo teniendo miedo y frío.
Los compañeros parecen no pelar a los vigilantes, quienes se retiran sin
decir nada. Veo que la mujer parece entre nerviosa y alegre. Suenan las
consigas: “Estudiante consciente
guerrillero, en lucha, en lucha el aumero”, la cual cada vez que la
escucho, hace que me sienta orgulloso de estar en esta universidad, aunque
confieso que me dan miedo las armas.
La misteriosa mujer tiene ojos grandes o no sé si es por lo que está
viendo detrás de la puerta que acaba de ser cerrada. Como que siento que le
gustaría estar dentro. Pero me pregunto, ¿qué hace una mujer de alrededor de
40-50 años a medianoche? Será habitante de la Unidad Habitacional Culhuacán o
alguien que iba pasando? Miro bien, y parece ser una pijama. Si, seguro por los
gritos salió y fue a ver qué ocurría. Pero me pregunto, ¿a las casi doce de la
noche?
Parece ser que casi nadie toma en cuenta a la señora. Algunos compañeros
vuelven a tapar cámaras y a poner cadenas y candados. Las consignas no paran: “Porque somos estudiantes, sí señor,
estudiantes bien conscientes, sí señor, y no somos guerrilleros, sí señor, pero
pronto lo seremos, sí señor, como dijo el comandante, sí señor, comandante Che
Guevara, sí señor, y también Lucio Cabañas, sí señor, y también Genaro Vázquez,
sí señor, patria o muerte, venceremos, sí señor”. Ese es el cántico que más
me gusta. No es para menos, mencionan a mis paisanos: Lucio Cabañas y Genaro
Vazquez.
Estamos a punto de irnos, y la señora parece nerviosa. De pronto veo y escucho
que se planta frente a los compañeros que están agachados a punto de terminar
de asegurar las cadenas. Y grita: “¡Ese
apoyo si se ve, ese apoyo si se ve!, ¡Vivan los estudiantes que apoyan al
magisterio!”.
Me sorprende y me pregunto ¿cómo esa señora está en esa fría, oscura y
sola Calzada de las Bombas gritando consignas e interrumpiendo el silencio de
la calle?
Las consigas de la señora sorprende a los demás compañeros y le
aplauden. La señora levanta el puño izquierdo en alto y grita “¡Vivan los universitarios de la UAM que
apoyan al pueblo!”.
Me sorprendió esa señora. Ella no tuvo miedo a salir y manifestar su
apoyo a nosotros. ¿Y si la hubieran asaltado o violado? ¿No le dijeron nada en
su casa? ¿Habrá avisado? ¿Y si nosotros le hubiéramos hecho algo con eso de que
en la televisión y prensa tachan a los estudiantes de vándalos y delincuentes?
La señora se tiene que ir y nosotros también a seguir tomando las otras
puertas. Comienza a caminar rumbo a la unidad habitacional, pero voltea a
vernos. Yo hago lo mismo.
Voy caminando y reflexiono. Pienso que el miedo debe ser superado.
Siempre hay un riesgo que debemos correr y luchar por lo que consideramos
correcto, como la señora lo hizo.
Yo estoy aquí en la universidad en paro, no conozco a nadie pero no hay
problema, los demás se dirigen a mí como si me conocieran. Hace frío, y la
noche sigue avanzando.
A las dos de la mañana, se hace una fogata y comienza un taller sobre la
reforma educativa. Un compañero me ofrece un café y una compañera comienza a
hablar. Ya no siento frío, pero sobretodo, ya no tengo miedo.
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