Fuente: The Clinic, 24-09-2013
Pablo Neruda y el
"desgarrador" funeral que Pinochet no pudo frenar
En el funeral de Neruda la Internacional 1973
Cuando Pablo Neruda murió el 23 de
septiembre de 1973, apenas habían pasado 12 días del golpe militar que derrocó
al gobierno socialista de Salvador Allende en Chile y todos los actos públicos
estaban prohibidos.
Por
eso, el ataúd gris del poeta salió de la Clínica Santa María, en Santiago, casi
en secreto, rodeado de su viuda Matilde Urrutia, la hermana de ésta y una amiga
de la pareja.
Pero
Neruda era demasiado popular para irse solo.
Amigos
y chilenos de la calle se fueron sumando espontáneamente a la carroza y los
militares armados que la custodiaban no pudieron hacer nada para evitar que la
multitud despidiera los restos del Premio Nobel de Literatura, gritando
consignas políticas y cantando incluso La Internacional, el himno más famoso
del movimiento obrero en el mundo.
40 años después -cuando las razones exactas de su muerte
están siendo investigadas, luego de que su exchofer denunciara que fue
envenenado y no falleció de cáncer como siempre se ha pensado- BBC Mundo les
presenta el testimonio de dos testigos de ese histórico momento, que describen
como estremecedor y desgarrador.
“La gente
salía a las ventanas y miraba con terror”
“Recuerdo que la gente salía a las ventanas a
mirar. No decían nada, pero se les notaba el terror
en la cara, de ver que iba un cortejo y adelante los militares armados”, le cuenta a BBC Mundo
Ana María Cabrioler.
Ella
y su esposo,
Sergio Villegas -fallecido en 2005-, caminaron tras el ataúd gris de Neruda
desde “La Chascona”, la casa del
poeta en Santiago, ubicada a los pies del cerro San Cristóbal.
Conocían a Neruda desde los años 50. Villegas, periodista,
escritor y poeta, registraría cada detalle de la despedida del Nobel chileno y
publicaría en Alemania el libro “Funeral
vigilado”.
Su viuda relata que el día de la muerte de Neruda ambos ya
habían pasado por “La Chascona”.
“Fuimos porque nos
avisaron que la estaban haciendo pedazos”, recuerda.
“Ya habían destrozado
todo cuando llegamos. No había policías, nadie. Se hizo todo para poder velar a
Neruda en la casa, pero no había cómo ordenar nada, el agua corría por todas
partes”.
Matilde Urrutia decidió velar a Neruda en medio de los
destrozos.
“Cuando salían de la
casa, los hombres que llevaban el ataúd se hacían zancadillas tratando de
esquivar los charcos. Se formó una cola afuera y empezamos a marchar. Muy pocos
primero, pero cada vez más a medida que íbamos avanzando”.
“Cuando llegamos al
cementerio ya éramos bastante gente. Nosotros caminábamos en la mitad del
cortejo y la calle que llevaba hasta la tumba donde quedaría Pablo estaba
llena”.
“Pablo Neruda era un militante comunista, por lo tanto
estaba rodeado de su gente. Y esa gente tenía algo por qué luchar en esos
momentos”.
“Entonces empezaron a
cantar ‘La Internacional’ y todo el mundo la cantó, y recordaron a Víctor Jara,
que recién se lo habían entregado a Joan, su señora, con 40 y tantas balas en
el cuerpo. Y luego empezaron a gritar por Allende y por el que llevaban también
allí, por Pablo”.
“Todos llorábamos.
Cuando la gente empezaba a entonar cantos, o los gritos por Víctor Jara uno se
estremecía, porque sabía lo que había pasado. Nosotros sabíamos”.
“El
funeral de Neruda fue una forma de expiación, una catarsis”
El
fotógrafo chileno Marcelo Montesino es autor de algunas de las imágenes más
emblemáticas del funeral de Neruda.
Había regresado a Chile en 1969, tras estudiar en Nueva York
y retrató en forma sistemática los turbulentos años que siguieron.
“El día antes habíamos
estado todos los periodistas visitando el Estadio Nacional. Ya había llegado la
prensa extranjera, a la que habían mantenido fuera del país por poco más de una
semana. Así que ya éramos un contingente más o menos grande. Pero yo quería ir
a ver a Neruda”.
“Fui a tomar
fotografías, pero también fui por una cuestión personal. Mi madre había sido su
amiga y me lo había presentado una vez. Me acuerdo que dio una charla por el
año 1964 en el BID. Y ahí me dijo, ‘yo te conocí dentro del vientre de tu
madre’ o algo así”.
En charla con BBC Mundo, Montesino recuerda que ese día se
dirigió directamente a las puertas del cementerio.
“Cuando llegué ya había
entre 600 y mil personas. Era un día muy triste, muy nublado, y había bastante
ansiedad. Esperamos. Y de pronto empezó a llegar el cortejo. Y detrás del
cortejo vendrían, qué se yo, otras mil personas”.
“Y a medida que los dos
grupos se juntaron, empezó lentamente a cantarse ‘La Internacional’. Fue
desgarrador”.
“Yo creo que fue una
forma de expiación, de purificación, de catarsis. Yo creo que la gente no sabía
qué otra cosa hacer. Poquitito antes de que empezaran a cantar se escucharon
las primeras consignas. Pablo Neruda: ¡Presente! Ahora: ¡Y siempre!’.
“Iban con miedo, pero yo
creo que la gente iba dispuesta a todo. Y de hecho una vez que estábamos dentro
del funeral pasó un camión lleno de milicos. Pero pasaron no más. Como que
entendían que no podían hacer nada ahí. Y la gente los miró y seguimos haciendo
lo que estábamos haciendo”.
“Me acuerdo que me llamó
la atención que había mucha gente muy humilde, trabajadores que venían
siguiendo el cortejo”.
“Había gente del Partido
Comunista, pero más que militantes, yo creo que eran militantes de Neruda. Vi a
gente conocida, estaba (el poeta) Nicanor
Parra”.
“Fue la primera vez que
la gente protestaba contra el golpe, era una manera de que todo el mundo
tuviera una catarsis. Era un desquite. Si Neruda hasta el final fue consecuente
con eso: agrupó gente, y le dio, qué se yo, esperanza”.
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