CounterPunch, 28-06-2013
Traducido del inglés
para Rebelión por Germán Leyens.
Pan, circo y
descontento
Brasil tiene una larga historia de reformas
de arriba hacia abajo que han encarado inadecuadamente la profunda desigualdad
que divide el país. Las manifestaciones masivas, provocadas por aumentos de los
pasajes del transporte público y los costes de la Copa del Mundo, están
llamando finalmente la atención acerca de problemas que no se pueden resolver
mediante cambios menores, lo que indica que las cosas podrían ser diferentes
esta vez.
A fin
de encarar la desigualdad sistémica entre la imagen idílica del Brasil de la
samba y del fútbol, tiene que haber una ruptura social y política. Los miles de
millones de dólares que se están gastando en la próxima Copa del Mundo 2014 han
indignado justamente a millones de brasileños que viven sin infraestructura
social y carecen de bienes públicos básicos.
Personas
de todas las inclinaciones políticas han salido a las calles en las principales
ciudades de todo el país. La violencia policial contra los manifestantes en Sao
Paulo al comienzo de la protesta desencadenó varias manifestaciones de masas en
toda la nación con una amplia gama de demandas dirigidas a todas las formas de
desigualdad social. La reacción estatal ante el movimiento ha sacado a la luz
500 años de cólera y frustración reprimida por la profunda desigualdad.
Desde
hace tiempo Brasil es uno de los lugares con más desiguales del planeta y le
atormenta una historia de esclavitud y opresión. Hace cinco siglos los
colonizadores portugueses mataron y esclavizaron a millones de habitantes
indígenas para enriquecerse con minerales y caña de azúcar. Poco después Brasil
se convirtió en el mayor país africano fuera de África al recibir a casi el 40%
de todos los esclavos llevados al continente americano [1]. Este sistema económico basado en la esclavitud de negros,
indígenas y pobres duró casi cuatro siglos. El legado de la esclavitud está
presente en nuestra vida diaria; por ejemplo, prácticamente todas las viviendas
de clase media y alta se construyen con habitaciones adosadas para los
sirvientes domésticos, muy parecidas a las senzalas unidas a las
mansiones de los amos. [2]
La
primera reforma en Brasil tuvo lugar en 1822 con la independencia. No fue un
gran cambio en la práctica y ciertamente no fue una ruptura. La clase dominante
brasileña declaró la independencia de Portugal manteniendo a la familia real
portuguesa en el poder [3]. El hijo
del rey de Portugal fue inmediatamente declarado emperador del nuevo imperio “independiente” de Brasil y cuando huyó
del país su hijo real asumió el poder.
La
segunda reforma tuvo lugar en 1888 cuando los terratenientes acabaron
oficialmente con el sistema de esclavitud. De nuevo, un cambio sin ruptura.
Brasil fue el último país del mundo en poner fin a la esclavitud, un fenómeno
de arriba hacia abajo para ceder a la presión inglesa para expandir su imperio
comercial. No supuso ningún problema para los ricos: ya estaban explotando la
mano de obra barata inmigrante en condiciones duras similares a la servidumbre.
[3] [4]
La
tercera reforma ocurrió un año después, en 1889, cuando la clase gobernante
declaró la transformación del Imperio en una moderna república capitalista.
Ningún movimiento popular, ninguna participación popular; simplemente un
acuerdo de negocios entre ricos [3] [4].
La
cuarta reforma ocurrió en 1929 cuando Getulio Vargas puso fin al acuerdo
político entre las elites de los Estados de Sao Paulo y Minas Gerais. Vargas
provenía del sur del país y utilizó su liderazgo político y su comando militar
para orquestar un golpe de Estado contra los terratenientes que habían estado
controlando el gobierno federal desde 1889, aunque el propio Vargas era un
terrateniente. De nuevo, un cambio sin ruptura. Bajo Vargas, desde 1930 hasta
1945, la economía se industrializó y, en cierto grado, se nacionalizó. Vargas
introdujo la legislación laboral todavía hoy en vigor en Brasil, mientras que
al mismo tiempo reprimía a los comunistas y a otros desafíos desde abajo. Los
presidentes que vinieron después también mantuvieron el mismo orden. La
consigna era ‘Orden y progreso’. Industrializar
y garantizar que los poderosos siguieran siendo poderosos [3] [4].
Esto
comenzó a cambiar lentamente a fines de los años sesenta cuando Joao Goulart
llegó al poder y aumentó modestamente los derechos de los trabajadores. Las
inclinaciones izquierdistas de Goulart y sus aproximaciones a Castro y Mao
fueron lo último para la clase dominante. En 1964 lo depuso un golpe militar
que impuso una dictadura durante los 21 años siguientes. El ejército reprimió
las demandas populares mediante la fuerza y las cárceles asegurando así la
continuación de los beneficios para los ricos.
Las
décadas de dictadura militar destruyeron cualquier esperanza de reforma agraria
y de un sistema decente de educación pública para las masas. Brasil se volvió
incluso más desigual en las ciudades y en las áreas rurales. Una sola familia
podía poseer más tierras en Brasil que toda el superficie de un país europeo
occidental. Hay que imaginar lo que significa que una sola persona posea tanta
tierra como Bélgica mientras tiene el control de medios periodísticos, canales
de televisión, y votantes [5] [6].
Esos propietarios capitalistas eran los así llamados coronéis.
Uno de
esos coronéis, José Sarney, se convirtió en el primer presidente civil
en 1985 cuando acabó el control militar directo. Ningún voto popular, solo un
trato político entre ricos para retirar al ejército e instalar en el poder a
ricos y poderosos. Como en el caso de cualquier otro importante episodio en la
historia brasileña, el pueblo volvió a estar bajo un sistema dirigido desde
arriba. Sarney todavía preside el Senado.
Fue
también durante el período de dictadura militar cuando se formó la primera ola
de movimientos sociales auténticamente de abajo hacia arriba. Comenzando con
las huelgas generales en el Estado de Sao Paulo, Lula y el Partido de los
Trabajadores (PT) dirigieron manifestaciones de masas contra la opresión y la
desigualdad. Los eventos desde 1978 a 1989 constituyeron un cambio importante
en la lucha por la democracia social [7]
[8]. Es interesante que estos movimientos hayan surgido al mismo tiempo que
las agendas neoliberales de Reagan, Thatcher, y Mitterand se imponían en países
desarrollados. El Partido de los Trabajadores estableció la agenda
diametralmente opuesta con sus huelgas generales: era hora de que llegara la
social democracia a Brasil. Otra reforma sin ruptura.
La
mayor victoria del Partido de los Trabajadores tuvo lugar en 1988 con la
institución de una nueva Constitución. Fue probablemente la primera victoria
importante verdaderamente organizada de abajo hacia arriba [7] [8]. La Constitución institucionalizó el régimen de la
propiedad privada, de los mercados y del capitalismo. También garantizó los
derechos de los trabajadores y muchas otras reformas progresistas mientras la
agenda neoliberal revertía esas victorias en otras partes del mundo.
Esa
victoria parcial fue tan significativa que cada gobierno que lo sucedió en el
poder trató sistemáticamente de anularla. Debido a la explícita manipulación de
los medios, Lula, el dirigente sindical que dirigía el Partido de los
Trabajadores, perdió la elección presidencial de 1989. Fue el fin del sueño
socialdemócrata en Brasil. Una vez más, la clase dominante logró mantener su
gobierno en el poder. De 1990 a 2002, los brasileños se enfrentaron a las
subsiguientes oleadas de reformas neoliberales que apuntaban a destruir todos
los logros populares de 1978 a 1989 [7]
[8]. Desde los años noventa, la era neoliberal llevó a la privatización, a
altas tasas de desempleo, a los masivos despidos, a unas tasas de interés tan
altas que representaban un récord mundial, a los rescates para los bancos, a la
liberalización comercial y financiera, y a la [9]. Una vez más, el sistema de desigualdad preservó su control de
cinco siglos sobre Brasil.
Los ricos
y poderosos han mantenido su dominación durante cinco siglos de la historia de
Brasil y han encarado los desafíos con una mezcla de represión y reforma. La
mitad de la población brasileña tiene un acceso insuficiente al agua potable,
al alcantarillado y a una educación decente. Incluso ahora, en el siglo XXI, la
mayoría son analfabetos funcionales. Algunos brasileños se cuentan entre los
más ricos del mundo y viven como si estuvieran en Suiza; pero también contamos
con los más pobres del mundo, la mayoría que sigue viviendo una vida que no es
sustancialmente diferente de la de los tiempos de la esclavitud declarada [10].
Los
cinco siglos de historia de Brasil son indudablemente una historia de opresión,
de los muy ricos contra las masas de los pobres. Se nos dijo sistemáticamente
que el gobierno carecía de dinero para invertir en educación y salud.
Paradójicamente, de las mismas bocas que expresaban estas palabras provenía el
mensaje de que invertirían miles de millones para preparar al país para… el fútbol.
El retrato de un brasileño que ama el deporte por encima de todo choca con el
coro de “al diablo con la Copa del Mundo”
que ahora se escucha en las calles [11].
Ahora
las calles están en llamas en todo el país. La demanda original era la
reducción de los precios de buses y metros; pero ante esta historia de
desigualdad y explotación, los altos precios de buses y la violencia policial
provocaron algo mucho más profundo. Todos sabemos que hay algo fundamentalmente
erróneo en nuestro país. Por lo tanto, lo que ves en tu pantalla es el problema
que los ricos han creado para sí mismos. Es el resultado de 500 años de
demandas populares insatisfechas.
Sao
Paulo es ahora el escenario de disturbios diarios provocados por el problema
del transporte ineficaz y costoso. El sistema de transporte público de la
ciudad estuvo en manos del Estado desde 1946 y funcionaba eficientemente con
conductores y personal bien remunerados. A principios de los noventa Luiza
Erundina, la primera alcaldesa izquierdista de la ciudad y miembro del Partido
de los Trabajadores, propugnó un sistema gratuito. Su plan era financiar un
sistema de transporte público gratuito para todos mediante impuestos a las
empresas y a las familias acaudaladas. Su plan causó una rebelión de los ricos.
La burguesía cabildeó, hizo campañas y socavó el plan de Erundina de
redistribuir los costes del transporte. Perdió la batalla. Peor todavía, Paulo
Maluf, su corrupto sucesor privatizó de una vez las líneas de autobús y metro
en 1995.
Siguiendo
el familiar guión neoliberal, Maluf transfirió la propiedad del sistema de
transporte público en la mayor ciudad de Brasil a mafias privadas que formaron
un cártel para controlar los precios de los pasajes [12]. Las tres empresas que controlan el sistema de transporte en
Sao Paulo poseen la mayor cantidad de autobuses públicos de todo el mundo. El
negocio de transporte público en Sao Paulo es simultáneamente una de las más
ineficientes y rentables empresas en Brasil [13]. Aparentemente regulado por el gobierno de la ciudad, los
libros de las compañías de autobuses son cajas negras que pocos se han atrevido
a abrir. Marta Suplicy, la última alcaldesa que discutió abiertamente el tema,
tuvo que comenzar a usar un chaleco a prueba de balas en público.
Es
normal que los residentes de Sao Paulo pasen horas yendo a y volviendo de su
trabajo. Una persona pobre que vive en los cada vez mayores suburbios de Sao
Paulo pierde un promedio de tres horas de viaje al trabajo en autobuses, metros
y trenes urbanos ruidosos, abarrotados y caros. Los costes de transporte en Sao
Paulo son los más elevados del mundo en relación con los salarios. Los
residentes de Sao Paulo deben trabajar diez veces la cantidad de horas que
residentes de Buenos Aires para pagar por el transporte y dos veces más que un
trabajador en París [14]. Con la
privatización del sistema, los conductores perdieron sus prestaciones sociales,
se redujo sus ingresos y sufrieron un severo debilitamiento de sus sindicatos.
El
Movimento Passe Livre, o simplemente MPL, surgió como reacción a esta continua
crisis. Hace unos ocho años el MPL comenzó a organizar talleres, discusiones
colectivas y manifestaciones en todo el país. Sus militantes son en su mayoría
estudiantes universitarios y otros jóvenes involucrados en diversos movimientos
sociales. El MPL, que trabaja fuera del sistema de partidos de Brasil, libre de
presiones electorales, creó una organización horizontal con el objetivo de
luchar por una política sin coste de pasajes en los centros urbanos como parte
de una visión más amplia de la justicia social. El MPL fue la chispa tras esas
históricas manifestaciones.
Lo que
comenzó con una campaña selectiva por el transporte público gratuito en una
ciudad con problemas crónicos de transporte pronto se amplió a una protesta
mucho más amplia y difusa por la justicia social. El MPL y la violenta reacción
policial han llevado a las masas a pronunciarse sobre la desigualdad. Ahora se
producen manifestaciones masivas en los estadios donde tiene lugar la Copa de
Confederaciones, en carreteras y calles en las principales ciudades de Brasil,
e incluso alrededor del Congreso Nacional y del Ministerio de Asuntos
Exteriores en Brasilia. Las protestas también se producen en centros comerciales,
vecindarios de clase media y favelas.
Es
difícil caracterizar el movimiento y la situación cambia rápidamente. No se
trata de una toma del poder por comunistas. El movimiento no es radical y no
está suficientemente politizado. Hasta ahora ha sido un grito contra la inmensa
desigualdad y opresión que han sufrido los brasileños. También existe la
creciente amenaza de que grupos reaccionarios puedan usurpar este momento
político. Después de la reacción contra la represión policial durante las primeras
marchas, las fuerzas conservadoras pasaron rápidamente de la represión a la
apropiación. A continuación, prácticamente todos los medios y los partidos
derechistas han estado a favor de los manifestantes y han tratado de
utilizarlos en beneficio propio contra el Partido de los Trabajadores y el
gobierno federal, sustituyendo una nebulosa plataforma contra la corrupción en
lugar de otras reivindicaciones. Resulta reveladora una rápida ojeada a los
periódicos Folha de São Paulo, Estado de São Paulo, y la red
radial Rede Globo. Los conservadores están poniendo patas arriba la
protesta. Manifestantes de tendencias izquierdistas luchan por reformas más
radicales mientras los derechistas utilizan campañas reaccionarias contra la
corrupción gubernamental para debilitar al Partido de los Trabajadores de
centroizquierda. Con una débil vanguardia izquierdista y sin un impulso
político claro, los manifestantes tienen el potencial de preparar el terreno
para una reacción política reaccionaria más amplia.
A pesar
de estas manipulaciones, las demandas de las calles exigen una ruptura de las
antiguas instituciones, no la reforma. Es un clamor raro en los 500 años de
profunda desigualdad en Brasil. Parecería que los brasileños finalmente se
cansan de cambios menores que no han llevado a una ruptura sistémica.
Los
gobiernos del Partido de los Trabajadores han producido cambios desde que Lula
asumió la presidencia en 2003, pero fueron parciales y acordados. Lula cambió
la distribución de ingresos para ayudar a los pobres: más programas sociales,
un mayor salario mínimo y mayores tasas de empleo. Lo posibilitó un escenario
internacional favorable que le permitió ayudar a los pobres sin enfrentarse a
los intereses de los ricos. Los inmensos superávits comerciales de Brasil generaron
los fondos para financiar programas sociales sin comprometer los beneficios de
la burguesía. Sin embargo, la crisis financiera mundial que comenzó en 2008
perjudicó las condiciones para este escenario. Dilma Rousseff se enfrenta ahora
a un desafío diferente. Para ayudar a los pobres tendrá que enfrentarse a los
ricos. Con los recientes recortes en los gastos del gobierno y bajas tasas de
crecimiento del PIB, la disputa entre ricos y pobres se convierte en un juego
de suma-cero. Los pobres quieren más programas sociales, más inversión del
gobierno y más redistribución de los ingresos. Sin embargo, el gobierno de
Dilma no produjo los resultados esperados.
Los
recientes eventos han cristalizado la separación del Partido de los
Trabajadores de los movimientos de masas de los que surgió. No ha emergido
ninguna vanguardia política para representar los problemas de la gente. La
puerta sigue abierta para que la derecha se aproveche de la agitación popular.
La
situación es muy fluida y el resultado sigue siendo poco claro. Los dirigentes
políticos tradicionales están estupefactos y han demostrado que no saben cómo
reaccionar. El Partido de los Trabajadores está restringido por el peso de los
compromisos políticos alcanzados con la burguesía durante la última década.
Fernando Haddad, elegido recientemente alcalde de Sao Paulo, y Geraldo Alkmin,
gobernador de Sao Paulo, se opusieron a abrogar el aumento de tarifas exigido
por el MPL hasta que más de 100.000 personas llenaron a rebosar las calles. Por
desgracia, la decisión de anular los aumentos de los pasajes tendrá lugar al
precio de transferir aún más dineros públicos mediante subsidios a los cárteles
del transporte privado. En todo caso, la población acabará pagando el aumento
de los pasajes a través de los impuestos.
Los muy
ricos también están inquietos. Esperan ganar miles de millones en beneficios de
la Copa del Mundo en 2014 y de los Juegos Olímpicos en 2016. Corporaciones
capitalistas transnacionales como la FIFA son conscientes de que el aumento de
las manifestaciones podría afectar a sus ganancias. Irónicamente, podría
resultar que el fútbol no resulte ser tan rentable en el país conocido por ser
su más ferviente aficionado. Los proyectos faraónicos de estadios suponen un
agudo contraste con la falta de hospitales, de transporte público decente y de
escuelas para las masas, las mismas masas que no tendrán el dinero necesario
para adquirir entradas extremadamente costosas. La política de pan y circo
puede haber terminado por producir todo lo contrario, descontento. ¿Quién
hubiera pensado algo semejante en Brasil?
Tomas Rotta es estudiante de doctorado en el programa de
economía de la Universidad de Massachusetts Amherst. Creció
en Sao Paulo, Brasil.
NOTAS:
[1] Ribeiro, Darcy. The Brazilian People: The Formation
and Meaning of Brazil. University
Press of Florida, 2000.
[2] Freyre, Gilberto. Casagrande e Senzala.
Editora Global, 2005.
[3] Prado Jr, Caio. História Econômica do
Brasil. São Paulo: Editora Brasiliense, 2008.
[4] Furtado, Celso. Formação Econômica do
Brasil. Editora Companhia Das Letras, 2006.
[5] Castilho, Alceu Luis. Partido da Terra:
Como os Políticos Conquistam o Território Brasileiro. Editora Contexto, 2012.
[6] Giradi, Eduardo Paulon. Atlas da Questão
Agrária Brasileira. Unesp. Tomado de: http://www2.fct.unesp.br/nera/atlas/estrutura_fundiaria.htm
[7]
Singer, André. Raízes sociais e ideológicas do lulismo. Novos Estudos (85),
CEBRAP, 2009, pp. 83102
[8] Singer, André. A segunda alma do Partido
dos Trabalhadores. Novos Estudos (88), CEBRAP, 2010, pp. 89111.
[9] Belluzzo, Luiz G. M. and Almeida, Júlio
S. G. Depois da Queda: A Economia Brasileira da Crise da Dívida aos Impasses do
Real. Editora Civilização Brasileira, 2002.
[10] IBGE. Estatísticas do Século XX. Rio de
Janeiro: Instituto Brasileiro de Geografia e Estatística, 2006. Retrieved
from:
[11] Aquí:
Aquí:
Y aquí:
[12]
Souto, Fernando. “Como as empresas de
ônibus maquiam custos”. OutrasMídias. Tomado el 17 de junio de 2013 de:
[13] Gusmão, Marcos and Edward, José. “Os
barões do transporte urbano”.
Revista Veja. Tomado el 17 de junio de 2013 de:
[14]
Dana, Samy y Siqueira, Leonardo. “Análise:
A tarifa de ônibus por aqui está entre as mais caras do mundo”. Folha de
São Paulo. Tomado el 17 de junio de 2013 de:
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