Rebelión, 27-05-2013
La política populista de los "pactos corporativos",
colaboracionista y cupular ha sido una práctica constante en la historia de
México, desde el período del llamado nacionalismo revolucionario hasta la
actual época neoliberal. Fue ampliamente utilizada por los gobiernos priístas
desde por lo menos la década de los setenta del siglo pasado, y también por los
dos gobiernos panistas de la década de dos mil (2000-2012) y, finalmente, por
el actual de naturaleza priísta. Su objetivo general siempre ha sido el de
imponer, utilizando todos los medios a su alcance, los intereses del partido en
el poder en la sociedad, en la política económica y en la dinámica de los
procesos de acumulación y reproducción del capital afines al incremento de la
tasa de ganancia y de los intereses estratégicos de las clases dominantes del
país.
Integrado
por los miembros de las dirigencias de la partidocracia mexicana, el Pacto
por México (PpM) fue firmado el 2 de diciembre de 2012 entre
los principales partidos políticos y el gobierno federal. Además de los
objetivos anteriores, ha conseguido legitimar al gobierno priísta y sustituir
prácticamente al poder legislativo para, en su lugar, diseñar la política de
reformas neoliberales de carácter privatizador: laboral, de telecomunicaciones,
educativa y las faltantes: la reforma hacendaria (aumento de los impuestos y del
IVA); financiera (facilitar el crédito a medianas y pequeñas empresas para
desahogar y resolver los problemas crediticios del gran capital financiero
nacional y extranjero que opera en el país, entre otras medidas) y energética
(privatización del petróleo y, en general, de los energéticos).
Desde
diciembre del año pasado el nuevo gobierno se ha dado a la tarea de diseñar e
implementar este paquete de reformas con el apoyo irrestricto de los partidos
llamados mayoritarios: el PAN y el PRD que, dizque de "oposición", actúan en los hechos dócilmente como
verdaderos escuderos del PRI y del gobierno encabezado por Peña Nieto quien,
por cierto, fue acusado por otro personero de esa partidocracia de haber ganado
la elección presidencial mediante un "fraude
electoral" que, además, nunca se comprobó y menos ahora que en la
práctica la "oposición" ha
reconocido y legitimado a dicho gobierno.
La
crisis económica y las reformas estructurales de signo neoliberal han causado
un enorme descontento social —en algunos lugares hasta insurreccional— entre
núcleos de la población: los trabajadores de la educación aglutinados en la
Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) contra las
reformas educativa y laboral; los maestros de las escuelas rurales de Michoacán
y las luchas de estudiantes en diversos Estados del país; las movilizaciones
estudiantiles contra las medidas subterráneas de corte neoliberal que llevan a
cabo las autoridades universitarias de la UNAM en el bachillerato de la mayor
institución pública del país y de América Latina.
Además,
frente a la inseguridad, la violencia y el narcotráfico que lacera a la nación
han surgido grupos armados de autodefensa en pueblos y municipios de varios
Estados de la república, en particular en Guerrero y Michoacán, frente a la
total incapacidad del gobierno y de sus fuerzas armadas para controlar y
resolver esos problemas derivados de la inseguridad, la violencia, la
corrupción y el narcotráfico que, solamente durante la anterior administración
panista, arrojaron un saldo superior a los 150 mil muertos ligados de una u
otra manera a ese fenómeno.
En el
plano político, son justamente los partidos políticos, que actúan como
verdaderos aparatos de Estado, el soporte del nuevo gobierno priísta y se ponen
a su servicio para promover y garantizar las políticas neoliberales que, entre
otras razones, obedecen a las fuertes presiones que está ejerciendo el gobierno
norteamericano, el gran capital y los organismos monetarios y financieros,
léase FMI, BM, BID y otros como la OCDE. Por ejemplo, sin tapujos este último
organismo "sugirió" a
México eliminar la tasa cero al Impuesto al Valor Agregado (IVA) en
alimentos y medicinas incluyendo todos los productos básicos que todavía están
exentos de ese gravamen, y aplicarlo en un rango que no supere el 16%, así como
impulsar la "reforma
energética", es decir, la "apertura"
de PEMEX al capital privado e, incluso, a la inversión extranjera (véase: OCDE,
Estudio Económico México 2013, en: El universal on line: http://www.eluniversal.com.mx/notas/923547.html,
17 de mayo de 2013).
El
parlamento, que debería proponer, discutir y expedir las leyes correspondientes
de la República, es sustituido por el PpM quien elabora las iniciativas
de ley y las envía al Congreso para que, en sesiones maratónicas, sean
aprobadas por mayorías parlamentarias controladas por los líderes de cada uno
de los partidos políticos. Y una vez echas ley se incorporan a la Constitución
con carácter obligatorio y de observancia general, no importando sus efectos
negativos en las condiciones de vida, de trabajo y de los intereses
mayoritarios de la población.
Frente
al inminente descontento que dichas reformas suscitan, los medios de
comunicación dominantes se dan a la tarea sistemática de desprestigiar,
vituperar y deslegitimar a los movimientos sociales y populares en lucha que
manifiestan su descontento a través de marchas, mítines, tomas de edificios
públicos, bloqueos carreteros, paros parciales y tantos otros instrumentos de
lucha utilizados para manifestar su total rechazo ante el carácter autoritario
y arribista de la toma de decisiones por parte de la partidocracia y del
gobierno federal.
En la
crisis estructural y sistémica del patrón de acumulación capitalista neoliberal
dependiente mexicano, esa alianza colaboracionista y supra-parlamentaria entre
las burocracias de los principales partidos políticos, el Estado y el capital
no tiene más objetivo estratégico que darle nuevos bríos y recargar al
neoliberalismo, en un contexto en que este sistema capitalista global está
experimentando una profunda crisis prácticamente en todo el planeta,
especialmente, en los núcleos más desarrollados del capitalismo avanzado de
Estados Unidos, Europa occidental y Japón, por mencionar sólo a los que operan
—todavía— como hegemónicos en el injusto y jerárquico sistema de relaciones
internacionales consagrado por la ONU y el imperialismo a su conveniencia.
Sin
embargo, en el caso de las mal llamadas "reformas
estructurales" —ya que no lo son simplemente porque no se sumergen en
la esencia de los problemas y fenómenos estructurales— esta recarga es sólo
parcial, formal, de naturaleza mercantil, circulacionista y coyuntural, con un
intenso y carcomido contenido ideológico inspirado en la mejor tradición
dogmática de las recetas neoliberales de la economía neoclásica: más mercado,
iniciativa privada, apertura externa, destrucción de los sindicatos,
achicamiento de la participación del Estado en la economía y exacerbación de
sus funciones represivas, individualismo extremo, etcétera.
Y hay
que añadir que esas reformas se implementan en el mismo momento y contexto de
que fracasan —y han fracasado sistemáticamente— en los principales centros
capitalistas avanzados desde la crisis de 2008-2009 donde se vienen
implementando reformas similares agravando la crisis, el déficit de los
gobiernos europeos, las castigadas tasas de crecimiento económico que,
difícilmente rebasan, en promedio anual, el 1% aumentando, en cambio, la deuda
pública simplemente para salvar a los bancos y al capital financiero de corte
especulativo.
Pero
tal y como se están imponiendo las reformas de marras, sí afectan profundamente
las condiciones de vida y de trabajo de la población al articularse y
sistematizarse en un solo resultado evidentemente en beneficio del capital: con
la reforma laboral se desreglamenta, flexibiliza y precariza el trabajo, al
mismo tiempo que se abarata y desvaloriza el salario (nominal y real) con la
introducción y reglamentación jurídico formal del pago por horas y del trabajo
temporal que, de suyo, desmonta la antigüedad al introducir la permisión legal
de contratos de trabajo lesivos de esa naturaleza. Sin mencionar la
legalización del outsourcing como auténtico mecanismo cada vez más
accesible y utilizado por el capital para desmontar legalmente las conquistas y
prestaciones sociales de los trabajadores y de sus organizaciones sindicales,
particularmente de las que son independientes del Estado y combativas.
La
recarga y la unción de neoliberalismo a través de "reformas estructurales", a un sistema económico como el
mexicano, no resuelve la enorme dependencia histórico-estructural de los ciclos
macro y microeconómicos de Estados Unidos. A éste va a parar más de 80% de las
exportaciones y de allí proviene un porcentaje similar de nuestras
importaciones causando grandes estragos en las balanzas comercial y de pagos
como atestigua la historia económica del país por lo menos desde mediados de la
década de los años treinta del siglo pasado hasta la actualidad.
Entre
otros factores, como la diferencia entre las entradas y salidas de capital
extranjero y la reversión de sus ganancias a sus países de origen —causando, al
mismo tiempo, desinversión y des-acumulación en el país receptor— ese enorme y
permanente déficit comercial y de la balanza de pagos —responsable, a la par,
del intercambio desigual— ha sumergido al país en un círculo vicioso expresado
en bajo crecimiento económico, altos déficits fiscales, creciente endeudamiento
interno y externo, inflación, profundización de la dependencia comercial,
financiera y monetaria; frecuentes devaluaciones de la moneda nacional y
dependencia cuasi absoluta del proceso de innovaciones tecnológicas y
científicas del capitalismo hegemónico.
Las
reformas estructurales implementadas por el gobierno y el PpM le
inyectará más gasolina al enclenque tanque de la economía dependiente de
México, pero a costa de una centralización del capital aún más perversa de la
que ya se ha acumulado en el curso de los gobiernos neoliberales y de un
reforzamiento del régimen de superexplotación del trabajo vigente
históricamente en el país, caracterizado por la producción de plusvalía
absoluta a través de la prolongación de la jornada de trabajo, la
intensificación del mismo y la cada vez mayor extendida expropiación de parte
del fondo de consumo de los trabajadores que, a través de diversos mecanismos,
nutre la acumulación de capital en beneficio del aumento de las tasas de
ganancia de las grandes empresas, pero en particular, de las transnacionales.
Obviamente sin mencionar el enorme y supernumerario ejército de subempleados
—mal llamado "sector informal"—
que en la actualidad supera los 30 millones de personas constituyendo el mayor
ejército de América Latina. Estos contingentes se ven forzados a recurrir a esa
actividad precaria para medio subsistir en las peores condiciones, sin
derechos, ni prestaciones, trabajando prácticamente sin interrupción laboral,
incluyendo a los miembros de la familia. Hay que mencionar que la reforma
hacendaria contempla gravar con impuestos a estos trabajadores por las
actividades que realizan.
Y esto
es así porque el fondo de la crisis del capitalismo no es simplemente expresión
de problemas financieros, monetarios, inmobiliarios o de mera especulación,
como general y mediáticamente lo publicitan los medios de comunicación ante la
opinión pública. Más bien, como hemos argumentado en otras ocasiones, la crisis
capitalista se deriva de una profunda crisis de los mecanismos de producción de
valor y de plusvalor que, para su "superación",
requiere desvalorizar constantemente a la fuerza de trabajo, lo que implica
disminuir el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción y
reproducción con el objetivo explícito de aumentar la tasa efectiva de
plusvalor y, por consiguiente, la tasa de ganancia. Pero, en el siguiente
movimiento de acumulación de capital, una menor cantidad de fuerza de trabajo,
más tarde que temprano, incide en la disminución de la cuota de plusvalor lo
que termina por castigar la tasa de ganancia, tal y como Marx explicó en la
Sección Tercera del Volumen III de El capital cuando describe las causas
que contrarrestan la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia y
entre las que menciona la "reducción
del salario por debajo de su valor" o, más bien, del valor de la
fuerza de trabajo y que, por cuestiones metodológicas, consideró simplemente
como un fenómeno circunstancial que opera en la estricta esfera de la
competencia capitalista. Sin embargo, aclara que este mecanismo constituye una
de las causas más importantes que contribuyen a contrarrestar la tendencia
decreciente de la tasa de ganancia (Íbid., p. 235).
La política
económica neoliberal que se está aplicando en México de manera sistemática
desde 1982, además de servir fehacientemente para cumplimentar los intereses
del capital, de las empresas transnacionales y de los organismos financieros y
monetarios tipo FMI, Banco Mundial, BID y OCDE, paradójicamente, y con la
benevolente ayuda del PpM y el silencio del otrora candidato de
las mal llamadas "izquierdas"
que ahora construye su propio partido para "competir"
por la presidencia en el año de 2018, está asegurando la permanencia del
recargado antiguo partido de Estado para que trascienda en el gobierno, ese
último año, con un nuevo sexenio, contra todas las predicciones, buenas o
malas, que presagiaban su bancarrota una vez que, después de gobernar
ininterrumpidamente durante 71 años bajo la cobertura de una dictadura
cuasiperfecta, apostaban por su erradicación del sistema político mexicano
frente al advenimiento de lo que pomposamente denominaron "alternancia" y "democracia
plural" como principios de la vida política del país.
Sin
embargo, lo que en los hechos en verdad ha ocurrido es que el partido de la
derecha y de la ultraderecha (PAN), fue quien verdaderamente se descalabró en
la última elección presidencial al perder la mayoría de sus posiciones
políticas y de gobierno tanto a nivel de la presidencia de la República, como
en Estados y municipios del país. Por lo que respecta al otro partido
integrante del PpM (PRD), se ha desfigurado al ubicarse
lastimosamente en el centro del espectro político implementando y validando de
manera subordinada e incondicional las políticas neoliberales de signo
antipopular y elitista.
Todo
indica pues que, de la misma forma como ha venido ocurriendo durante el período
neoliberal que ya cubre seis administraciones gubernamentales, la crisis
capitalista se profundizará castigando las tasas promedio de crecimiento
económico que dibujan una línea de tendencia declinante durante todo ese
periodo —por supuesto con fluctuaciones al alza o a la baja, pero cada vez más
breves las primeras y más prolongadas las segundas— y que ni las actuales
reformas llamadas estructurales, ni las políticas económicas neoliberales serán
capaces de superar. Más bien, habrá una profundización de los rasgos más
perversos del patrón capitalista neoliberal dependiente mexicano mientras los
trabajadores, las clases populares y, en general, las clases subalternas del
país —verdaderas víctimas de los efectos negativos y lacerantes de dichas
políticas— no se organicen en función de una estrategia global de transformación
económica, social y política que ponga verdaderamente en jaque al poder
político existente que se encuentra en las manos de una burguesía dependiente,
transnacional y parasitaria que sólo se ocupa de satisfacer los intereses de
las enriquecidas clases dominantes del país y del capitalismo hegemónico, en
particular, del estadounidense.
Rebelión ha publicado
este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
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