Colectivo La Digna Voz, 30-05-2013
Las
muestras de agotamiento del estado mexicano, construido en los años veinte a
partir de las experiencias de gobierno en varios estado de la república, ha
provocado una debate que coloca la cuestión en términos de reformas posibles
ancladas en el espíritu neoliberal o de nuevas definiciones del fenómeno social
superando el modelo liberal de sistema político. Los primeros niegan el
agotamiento del liberalismo y se aferran a la dinámica legalista para
administrar el sistema, procurando siempre el cambio moderado, administrado.
Los segundos miran más allá del orden liberal, partiendo de la premisa que el
liberalismo y su estado han cumplido su ciclo histórico.
En todo caso, al acercarse al problema parece necesario
conocer la coyuntura en la que surgió y creció el sistema político mexicano. A
partir de ello se podrían definir sus características, sus marcas de
nacimiento, que nos ayuden a comprender los signos de la decadencia de ése
sistema, pero sobre todo, los caminos posibles para una reconfiguración del
sistema político en México, orientados a superar el estado liberal como centro
del sistema político.
Se describirá la coyuntura de la que surge el estado de
bienestar en México para después organizar algunos elementos que ayuden a
comprender el éxito que tuvo un estado que transformó al país y que hoy se
niega a desaparecer, a pesar de ser manifiestamente incapaz de honrar los
principios básicos de todo estado de bienestar para volver a la fórmula del
estado policía del siglo XIX, en aquéllos años con Porfirio Díaz y hoy con
Felipe Calderón y Enrique Peña.
El año de 1914 representa una bisagra entre el mundo
caracterizado por la hegemonía del imperio británico y la aparición de los EEUU
y Alemania como serios aspirantes a ocupar el centro del sistema mundo. El
inicio de la primera guerra mundial anuncia el fin del equilibrio pactado en
Europa después de la derrota de Francia por Inglaterra pero también el inicio
de una tendencia que, desde los años treinta y que tomó fuerza después de 1945,
hasta la llegada de Mitterrand al poder marcó a todo Europa: el fortalecimiento
de la presencia de la socialdemocracia en el estado liberal. De ser derrotados
y reprimidos durante todo el siglo XIX, los socialistas llegarán a gobernar con
sus respectivos partidos a la mayor parte de los países occidentales. Por
último, en el siglo XX, que empieza en aquél 1914 y termina en 1989, serán los
EEUU los ganadores de la contienda y ocuparán sin discusiones el centro del
sistema mundo a lo largo de todo ese siglo, con todo lo que eso significa para
la nación mexicana y para Latinoamérica.
Tal vez por ello, la corriente sonorita de la revolución fue
la que logró iniciar el proceso de la construcción entre 1920 y 1928 de un
estado que sustituyera al heredado por el porfiriato; su conocimiento y
admiración por el modelo estadounidense tuvieron mucho que ver con su proyecto
de estado. Y si bien Calles tenía sus diferencias con Obregón, los dos estaban
de acuerdo en la urgencia de sentar las bases para la construcción del edificio
estatal posrevolucionario sin enfrentarse directamente con el vecino del norte.
Los tratados de Bucareli pueden tomarse como nacionalistas, sobre todo en
tiempos en que nuestros gobernantes venden al país y a su población
sistemáticamente. Empero, le sirvieron al grupo Sonora como moneda de cambio
para lograr el reconocimiento oficial de los EEUU a cambio de mantener la
apropiación del petróleo por las compañías yanquis.
La hegemonía de Calles y Obregón se mantuvo también como
consecuencia de una hábil negociación con los poderes locales, los caciques
regionales que mantenían el poder local y y que, en ausencia de un poder
central fuerte, fueron actores centrales en el proceso de construcción del
estado posrevolucionario en México. En otras palabras, la construcción del
estado estaba en manos de los caciques y militares en casi todos los estados
del país, sin olvidar la labor coordinadora del centro, que realizaron Obregón
y Calles desde la presidencia que aunque no controlaban completamente las
regiones, tenía poder de veto real gracias a que disponían del ejército
mexicano, al menos hasta 1923. Estos dos elementos, bajo la sombra del
movimiento social de la revolución mexicana que, para efectos de éstas líneas
se asume como revoluciones, como movimientos, están claramente condicionados
por las problemáticas locales. Si negar que tuviera impacto en toda la república
se parte de la idea de que no fue una revolución, fueron revoluciones.
¿Cómo se expresa la coyuntura en el ámbito local? Bueno es
aquí en donde mejor se pueden observar algunos elementos constitutivos del
estado posrevolucionario. Es en el plano local en donde se manifiesta la
participación política que constituyó al poder de manera más clara y directa,
aunque siempre condicionado por la esfera nacional y mundial. Tomemos el caso
de Tamaulipas. Ya en 1914 existen organizaciones de trabajadores en el puerto
de Tampico y en los pozos petroleros cercanos. Uno de ellas, el Gremio Unido de
Alijadores, lograría a fines de esa década la concesión para efectuar los
trabajos de carga y descarga en el puerto después de haberse fundado en 1911. A
su vez, los trabajadores petroleros serán los primeros en contar con un
contrato colectivo de trabajo. Estos hechos demuestran cómo se fortalece la
tendencia socialdemócrata, amparada en la existencia de sindicatos y su
alianza, en este caso, con Obregón y Calles. Son los obreros tampiqueños su
principal apoyo político en la región y su garantía de votos. A cambio, los de
arriba apoyarán la organización de los sindicatos, siempre y cuando éstos
apoyen al poder.
Al mismo tiempo, con la derrota de la rebelión delahuertista
en 1923, se crearon las condiciones favorables para la emergencia de un
cacicazgo regional, el de Emilio Portes Gil, quien en 1924 fundó el Partido
Socialista Fronterizo para llevar a cabo el pacto corporativo en Tamaulipas,
encuadrando en él a los funcionarios públicos y maestros de escuela, a los
campesinos con tierras ejidales y a los obreros sindicalizados. Portes Gil es
el representante de Obregón y luego de Calles en el estado por lo que en 1924
será gobernador y líder nato del partido local. Lo que inició Porte Gil en
Tamaulipas fue la construcción del estado de bienestar en el estado, que sirvió
como experimento para conformar después el estado de bienestar nacional.
El caso de Tamaulipas no fue el único; en buena parte del
país se estaban dando fenómenos similares, como en Veracruz, Tabasco, Yucatán y
Michoacán, por mencionar los más destacados. En todos ellos caciques y
militares estaban organizando a trabajadores y campesinos para construir un
estado, un orden político. Gracias a ello, el Partido de la Revolución Mexicana
pudo encuadrar en sectores a la mayor parte de la población organizada. El
cardenismo representa una etapa de integración nacional de las organizaciones
regionales y locales, con lo que se consuma la construcción del estado de bienestar
en México. A partir de entonces ha habido cientos de reformas pero hasta hoy el
estado en México mantiene la estructura básica, construida en aquéllos años.
Cuando se pone uno a observar el estado liberal
contemporáneo en México salta a la vista su decadencia, manteniendo sus marcas
de nacimiento. Una de ellas es la existencia de sindicatos corporativos,
actores institucionales del estado como el que agrupa a los maestros o a los
petroleros. Este elemento confirma que a pesar de ‘transiciones’ y elecciones
el modelo corporativo sigue siendo el que configura al sistema político, con lo
que el orden democrático queda sólo como apariencia: la negociación a puerta
cerrada es la constante, el principio general de la política institucional.
Otra marca es el lugar de los procesos electorales para la
integración de gobiernos. Las elecciones son simples fórmulas rituales para
confirmar que el poder es de los pocos y que se reparte en lo oscurito. El
autoritarismo representa así el principio para la toma de decisiones, la
manifestación clara del lugar que ocupa el presidente de la república en la
vida del país. El ‘no te preocupes
Rosario’ ilustra el punto y demuestra que el estado posrevolucionario sigue
operando, a pesar de reformas y leyes, con sus mecanismos originales. Con esto
no se quiere decir que el estado benefactor sigua funcionando plenamente; las
reformas neoliberales cambiaron sin duda en mucho al estado mexicano pero
reforzaron ciertos rasgos, como el del autoritarismo y el del corporativismo, que
se desenvuelven ahora en un ambiente militarizado, siendo éste último quizá el
rasgo más reciente, en el presente siglo, para mantener el control social en el
contexto de la crisis financiera mundial.
Quedaría sólo por responder a la pregunta ¿cuáles han sido
las reacciones de la población a la dinámica autoritaria y corporativista del
estado en México?
Si se asume entonces que las marcas de nacimiento del estado
mexicano surgido de la revolución son el corporativismo y el autoritarismo,
expresados en la existencia del charrismo sindical y la simulación electoral,
quedaría por analizar la respuesta de la sociedad a semejante orden. Como se
mencionó antes, en la actualidad, al autoritarismo ha sido reforzado por la
militarización, que al mismo tiempo que se justifica para enfrentar el
narcotráfico tiene la misión de reprimir las protestas y los movimientos
sociales. Criminalizar la protesta social representa el lado oculto de la
política de seguridad, alentada desde los EEUU.
Entre 1920 y 1940, los sectores sociales movilizados al
calor de la revolución iniciaron una serie de luchas tendientes a aprovechar
los espacios políticos para organizarse y conformar sindicatos y tomas de
tierras. El proceso culminó en la creación del Partido de la Revolución Mexicana,
que institucionalizó la política de masas del general Cárdenas y que es
mencionado como una gran triunfo de los trabajadores mexicanos. Sin embargo no
se puede pasar por alto que fue entonces cuando inició el pacto corporativo,
que dejó una marca indeleble en la relación entre trabajadores, sociedad civil
y el estado. Imposible negar que los trabajadores y campesinos se vieron
ampliamente favorecidos al constituirse en el sostén del estado
posrevolucionario pero al mismo tiempo se ataron las manos para desarrollar
organizaciones democráticas que eventualmente pudieran impulsar los procesos
democráticos más allá de sus sindicatos. Las huelgas de ferrocarrileros,
maestros, médicos, y estudiantes, a lo largo de los años cincuenta y sesenta,
expresarán precisamente la conciencia del costo social y político por
incorporarse al partido del estado.
A partir de 1968, la sociedad mexicana empezaría a
configurar una crítica que giró alrededor del corporativismo y el autoritarismo
y que se procuraría alejarse poco a poco del sistema institucional para abrir
nuevos horizontes. Ya sea desde las manifestaciones o huelgas, o desde la
clandestinidad de la guerrilla, cada vez fueron más los sectores que fueron
cobrando conciencia de la necesidad de organizarse desde abajo, buscando la
autonomía del estado y la construcción de mecanismos de democracia popular.
Empero no sería hasta el inicio del proceso de desmantelamiento del estado de
bienestar, en los años ochenta, que la tendencia cobraría fuerza para
desembocar en el surgimiento de la rebelión indígena en Chiapas en 1994. A
partir de ése momento, un nuevo ciclo de luchas abriría el camino para
configurar nuevas formas de acción política, basadas en la certeza de que sólo
al margen del sistema político institucional se podría llegar a crear una nueva
nación.
El estado y sus patrones se dieron cuenta claramente del
debilitamiento del pacto corporativo y empezó entonces un proceso de reformas
políticas que iniciaron en 1977 y culminaron veinte años después. Los dueños
del dinero y el estamento político abrieron una rendija para ampliar la
capacidad de repartir canonjías a los inconformes y para ocultar que pretendían
mantener al estado sin cambios de fondo. Pero esas reformas y buenas
intenciones no fueron suficientes para debilitar la tendencia a la organización
popular autónoma ni mucho menos para fortalecer al estado. Por el contrario,
confirmaron que el estado no tenía la menor intención de cambiar, empecinados
sus operadores en un gatopardismo cínico, ramplón y sobre todo ineficaz para
contener el deterioro de las condiciones de vida de las mayorías.
La solución militar apareció entonces como segundo frente
para cerrarle el paso a las rebeliones y protestas de amplios sectores
sociales. El terror y la violación sistemática de los derechos humanos se han
convertido en moneda corriente, acentuando así los rasgos fundacionales del
estado. Irónicamente, los empleados del capital –ahora convenientemente
repartidos en partidos políticos, organizaciones civiles y gobiernos- se han
empecinado en reformas y más reformas, procurando mantener el cada vez más
débil argumento de la existencia de un estado de derecho. Pero muy a su pesar
la descomposición del sistema, materializada en el aumento geométrico de la
corrupción, la pobreza y la violencia, no se ha detenido sino que cobra cada
vez mayor fuerza. Las comunidades neozapatistas, los campesinos organizados en
policías comunitarias, los estudiantes, los desempleados y las amas de casa de
los cinturones de miseria de las grandes ciudades no albergan mayores ilusiones
-a pesar de la promoción del consumismo gracias al crédito- y cada vez con
mayor fuerza se organizan para construir nuevas formas de organización, nuevas
identidades, nuevas formas de acción. El estado posrevolucionario se acerca a
su final tanto por su incapacidad para llevar a cabo sus funciones esenciales
–entre las cuales destaca la seguridad pública- como por las acciones de miles
y miles de mexicanos y mexicanas. El corporativismo y el autoritarismo no
garantizan más la dominación. Y no será en el plano nacional desde donde se
logre acabar con el sino desde los planos locales, que fue desde donde se
construyó hace ya más de un siglo.
Rebelión ha publicado
este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
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