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Carlos Fazio
29/05/2013
La Jornada
La secuencia detención-secuestro / tortura / desaparición es un método
contrarrevolucionario utilizado para reprimir las luchas político-sociales
Desde
hace 30 años, la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares
de Detenidos-Desaparecidos (Fedefam) dedica la última semana de mayo a
visibilizar esa práctica represiva ilegal y violenta propia del terrorismo de
Estado. Dicha acción se inscribe en la larga lucha, continua y sin cuartel, por
preservar la memoria de las y los desaparecidos políticos de la región. En
México, diversas organizaciones han venido librando batallas para rescatar el
nombre, la causa y la historia de más de medio millar de mexicanas y mexicanos
víctimas de una tecnología represiva aplicada por el Estado en los años sesenta
y setenta, en el marco de una guerra de contrainsurgencia dirigida a borrar,
difuminar y desconocer −a desvanecer como en la noche y en la niebla− a
adversarios políticos que amenazaban al statu quo oligárquico; es decir, que
fueron considerados un "peligro
social" para el sistema de dominación clasista que imperaba entonces
como ahora, cuando regresa al gobierno el Partido Revolucionario Institucional
(PRI), que engendró el terrorismo de Estado.
El tema remite a la guerra
sorda que se libra desde entonces entre las fuerzas de la memoria, la verdad y
la justicia versus las técnicas de terror de la desaparición forzada. Al
antagonismo entre las pruebas testimoniales y documentales, entre las verdades
históricas y jurídicas que, invisibilizadas o distorsionadas por los turbios
mecanismos del poder institucionalizado, han permitido la impunidad de decenas
de genocidas que cometieron crímenes de lesa humanidad.
En la coyuntura, el libro de
Roberto González Villarreal, 'Historia de
la desaparición', desnuda el 'know
how' represivo y la lógica del dispositivo desaparecedor, como herramienta de la guerra sucia antisubversiva
en los "años del plomo", y
su mecánica a partir de la construcción del campo de lo reprimible. Exhibe las
tácticas y técnicas represivas difuminantes;
sus estrategias de ocultación, el borrar o escamotear las identidades de las
víctimas, quiénes eran, qué hacían, quiénes se los llevaron, pero también el
confundir y el callar de las instancias legales, burocráticas e
institucionales, y la dinámica de las variadas formas de desvanecimiento o "borramiento" de la identidad
de personas insumisas, para concluir que se trató de una tecnología utilizada
por los gobiernos populistas pro oligárquicos de Díaz Ordaz, Echeverría y López
Portillo aplicada, principalmente, por el Ejército y la Dirección Federal de
Seguridad (la policía política del antiguo régimen), con su clandestina Brigada Blanca.
La secuencia
detención-secuestro/tortura/desaparición es un método contrarrevolucionario
utilizado para reprimir las luchas político-sociales. Es una tecnología
política aplicada por agentes del Estado o por personas o grupos que actúan con
la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado. La razón por la que un
Estado autoritario recurre a ese método se debe a su efecto de supresión de
todo derecho: al borrar las huellas de un individuo, al no existir cuerpo del
delito, se garantiza la impunidad.
El silencio, el ocultamiento y
la negación son parte de una estrategia política. No se reconoce al "enemigo interno", detenido y
desaparecido. En ese caso no se publicita el éxito represivo, la victoria del "bien" sobre el "mal". Eso nunca pasó. Ergo,
no hay responsables. Aunque haya pruebas aplastantes, se niega la
responsabilidad estatal. Por años, la estrategia de las autoridades fue: "Los desaparecidos no existen en
México". "Murió en un
enfrentamiento". "No está
desaparecido, lo asesinaron sus propios compañeros". La misma fórmula
de la negación utilizada por el gobernador Enrique Peña en el caso de las
mujeres violadas de Atenco, en 2006. La negación de la evidencia como práctica.
Según Agamben, la desaparición
es lo que vuelve al opositor un homo sacer, una persona que puede ser asesinada
con impunidad. La táctica de hacer desaparecer opositores es un método basado
en la producción de desconocimiento. Por eso la desaparición se debe contar
desde las víctimas; desde el recuerdo que hacen las madres, los familiares y
compañeros de quienes estaban destinados desde la lógica represiva del Estado
al olvido, a una no-existencia. Como diría el genocida argentino Jorge Videla,
quien murió en un retrete hace 10 días, el desaparecido "es una incógnita. No tiene entidad, no está ni muerto ni vivo,
está desaparecido". Lo que nos lleva a recuperar la noción de Agamben:
el desaparecido es un prisionero destinado a la nuda vida propia de un sistema
concentracionario.
Pero siendo una tecnología
quirúrgica desindividualizante, como práctica terrorista de Estado la
desaparición persigue efectos sobre la colectividad. Proyecta una suerte de "advertencia mimética"; busca
generar un miedo aterrorizante sobre toda la población y explotar y manipular
sus angustias e instintos primarios. Con su carga simbólica, no es una falla
del sistema, sino un elemento permanente del dispositivo punitivo estatal −ahí
están los 25 mil desaparecidos de la falsa guerra a las drogas de Felipe
Calderón−, cuyo fin es impedir la movilización de grupos que adversan a
gobiernos autoritarios, y frenar la acción colectiva vía la instalación del
caos, el miedo y el terror.
Al comienzo de una nueva fase
represiva con Enrique Peña: ¿una estrategia militar… para la paz, o para la
consolidación territorial trasnacional?, el eje de guerra sucia del Tribunal
Permanente de los Pueblos, sección México, realizará los días 28 y 29 de mayo
una preaudiencia sobre desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales en
la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM, plantel Del Valle). Su
objetivo: contribuir al rescate de la memoria, la verdad histórica, la
justicia, y alcanzar la reparación integral del daño y las garantías de no
repetición.
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