Colectivo La Digna Voz
Rebelión, 24-04-2013
Primero la educación. Ahora la
cuestión alimentaria. Luego, la seguridad social. Y al final, la cereza del
pastel, o la enchilada completa: la energía. Con inconfundible tufo salinista, la actual administración se
arropa con la bandera de la filantropía
en boga, como mártir o niño héroe, y se lanza saleroso al rescate de la patria. Y fiel
a la costumbre de la fabricación de engaños, el PRI-gobierno arranca su
publicitaria cruzada contra el hambre
envolviéndola con ficciones, que para la inteligencia de un adulto son tan sólo
equiparables con el relato de la inseminación in-vitro-santo de la
incólume virgen María. Las dos olímpicas mentiras piadosas que yacen en el
fondo de la santa cruzada se aprecian
con entrañable transparencia: una, que el programa paliará efectivamente el
hambre en el país, y dos, que las empresas participantes gozan de una calidad
moral e infraestructural –en razón de una presunta “responsabilidad social”– para fortalecer el esquema alimentario
nacional. Pero el ardid sólo tiene efecto en las limitadas inteligencias de los
ejecutores e impulsores de la campaña, en los desangelados –‘rosarinos’– pasillos de la Sedesol o en los laberínticos
cubículos de las empresas benefactoras. Otra de las criaturas sofísticas del pacto por México, la cruzada nacional contra el hambre reúne
precisamente a las organizaciones políticas y a las fuerzas económicas
responsables de la plaga de hambruna que flagela al país. El funesto binomio
estado-transnacionales–sociedad anónima orientada al usufructo privado con
cargo al erario público, otra vez más cancela la posibilidad de una solución
real a un problema real, y en cambio surca el camino para un beneficio real a
expensas de un problema consustancial con la coexistencia de dicho binomio: el
hambre.
En correlación con las dos olímpicas mentiras,
la frágil legitimidad de la campaña se sostiene, aunque subterráneamente, en
otro mito: el de la escasez. Sólo desatendiendo las causas estructurales del
hambre se puede llegar a argüir que un programa de estas características
–asistencialista o caritativo– atenderá el problema de la cuestión alimentaria.
El mito de la escasez atraviesa toda la fundamentación de la cruzada; es una suerte de argumento
subrepticio. Pues si el problema se planteara, no en los términos abstractos
del discurso corriente, sino a partir de un cuestionamiento material de las
causas, uno se vería obligado a preguntar, ¿por qué un país con pletóricos
recursos naturales, y una fuerza de trabajo abundante, con histórica vocación
para la producción agrícola, tiene hundidas en pobreza alimentaria a 28
millones de personas? En un estudio elaborado por el Institute For Food and
Development Policy, Frances Moore Lappé –el autor– responde con precisión a
esta pregunta: “La escasez no es la causa
del hambre. La ilusión de la escasez es
consecuencia de las extremas desigualdades en el control de los recursos para
producir alimentos, que bloquean su desarrollo y distorsionan su empleo”.
En otras palabras, si la tenencia de recursos para producir alimentos fuera un
derecho subsidiado e inalienable de las comunidades, y no una prerrogativa de
un círculo exclusivo de empresas, la misericordiosa
cruzada contra el hambre carecería de sustancia, o sería absolutamente
innecesaria. El estudio referido no escatima en observaciones atinadamente
críticas: “Atribuir el hambre a la
escasez es una forma de culpar a la naturaleza de los problemas creados por el
hombre. No hay razón, sin embargo, para culpar a nadie por los límites
naturales de la Tierra. El hambre existe junto a la abundancia. Esto es lo
indignante”.
Con Walmart, Pepsico y Nestlé a la vanguardia,
esta cruzada inaugural de un sexenio saldado a base de repartimiento de
despensas, busca continuar con esta estructural e histórica práctica, aplicando
la fórmula que mejor conocen PRI-gobierno y transnacionales subsidiarias: el de
las pequeñas caridades, grandes saqueos a la población. No es ningún accidente
que las empresas señaladas de fomentar la crisis del campo nacional figuren
como patrocinadores de los productos que se distribuirán en los 400 municipios
seleccionados. Un dirigente de la Central Campesina Cardenista denuncia el
artificio inconfesable de la “alianza
estratégica público-privada” o “convenio
de colaboración gobierno-empresas”: “Las
transnacionales acudieron al llamado de la Sedesol para ‘expiar’ sólo en
apariencia sus culpas con ‘dádivas’ a los hambrientos… Al final de la Cruzada
contra el Hambre no van a erogar un solo cinco, ya que gracias a sus
fundaciones sus aportaciones serán deducibles de impuestos. Al contrario, a
cargo del erario, recibirán publicidad gratis como las grandes benefactoras”
(Proceso).
Esta política social caritativa, capitaneada por
los lobos de pantalón largo, tiene como finalidad poner en marcha una doble
estrategia publicitaria para beneficio de ciertos cárteles privados: a saber,
proselitismo electoral para el Revolucionario Institucional, y propaganda
corporativa con factura a las arcas públicas para provecho de Walmart, Pepsico,
Nestlé y consortes.
La teatral –falsaria– cruzada contra el hambre, conmemora las palabras de un obispo
brasileño, que Eduardo Galeano rescata en “Escuela
del mundo al revés”. El religioso advertía, no sin pesadumbre: “Cuando doy comida a los pobres, me llaman
santo. Y cuando pregunto porque no tienen comida, me llaman comunista”.
Galeano remata esta evidencia, y desarticula el
indiscreto artilugio de la publicitaria cruzada nacional: “La caridad consuela, pero no cuestiona”.
Rebelión ha publicado
este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
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